Giornalisti di tutto il mondo (…) vi leccano (come ancora si dice nel linguaggio goliardico) il culo. (…) Avete lo stesso occhio cattivo. Siete pavidi, incerti, disperati (benissimo!) ma sapete anche come essere prepotenti, ricattatori, sicuri e sfacciati. Quando ieri a Valle Giulia avete fatto a botte coi poliziotti, io simpatizzavo coi poliziotti. Perchè i […]
Giornalisti di tutto il mondo (…) vi leccano (come ancora si dice nel linguaggio goliardico) il culo. (…) Avete lo stesso occhio cattivo. Siete pavidi, incerti, disperati (benissimo!) ma sapete anche come essere prepotenti, ricattatori, sicuri e sfacciati. Quando ieri a Valle Giulia avete fatto a botte coi poliziotti, io simpatizzavo coi poliziotti. Perchè i poliziotti sono figli di poveri.
Pier Paolo Passolini (1968)
No hay peor pesadilla ni peor desgracia para las gentes que un ꞌestado fallidoꞌ o ꞌfracasadoꞌ (failed state), con la única excepción de los regímenes denominados totalitarios o de los genocidas (en sentido riguroso, no en alguno de los usos impropios del victimismo nacionalista). El ꞌestado fallidoꞌ o ꞌfracasadoꞌ es aquel que es incapaz de cumplir con su función más elemental, controlar su territorio frente a individuos, grupos u organizaciones sociales distintas al estado y enfrentados entre sí que pretenden disputarle ese control y explotarlo a su libre antojo. No se trata aquí de cambios de régimen político, violentos o pacíficos, que suponen la subsistencia de la organización política general de la sociedad o estado, sólo que estructurado de otra manera y conformado por otros intereses o ideales, sino de su descomposición o liquidación, o su incapacitación para ejercer una administración efectiva: una situación de desgobierno absoluto en la que el estado es incapaz incluso de preservar la integridad física de sus ciudadanos frente a una multiplicidad de individuos, grupos u organizaciones violentas dispuestos a subyugarlos por la fuerza, si es preciso, para el medro de sus líderes y sus miembros. La idea del ꞌestado fallidoꞌ no es una fantasía o un mito hobbesiano, sino una realidad histórica y un hecho sociopolítico presente hoy en día, si bien relativamente poco habitual. Por supuesto, esa idea ha sido ampliamente utilizada con fines propagandísticos por las grandes potencias para legitimar toda clase de decisiones injustas en la esfera de la política exterior, pero eso no significa que carezca de sentido o sea una pura invención ideológica, como ocurre también en el caso del uso de las palabras y expresiones democracia, soberanía nacional o derechos humanos/ fundamentales.
Existe un buen número de ejemplos de ꞌestados fallidosꞌ en la historia reciente y en el mundo actual: Afganistán e Irak tras sendas invasiones lideradas por Estados Unidos en 2001 y 2003, respectivamente, la República Democrática del Congo (antiguo Zaire), desde 1997/98, Somalia, desde la caída del dictador Siyad Barre a principios de los noventa, o Libia, tras el fracaso de la primavera árabe, entre otros ejemplos citables. Naturalmente, lo que sustituye al estado en estos ejemplos, por tiránico que sea, no es una idílica edad dorada preestatal de libertad e igualdad, sino un infierno dominado por los poderes superpuestos, violentos, extorsionadores y rivales de grupos de funcionarios que operan por su cuenta, políticos fundamentalistas o genocidas, baron robbers y aventureros económicos, señores de la guerra, grupos guerrillero-terroristas, mafias diversas y ejércitos extranjeros. Estos individuos, grupos y organizaciones rompen el monopolio estatal del uso de la coacción física -siempre relativo, todo sea dicho de paso- y su acceso a las armas divide a la población entre quienes disponen de ellas (los que se integran en los grupos antes referidos) y los que no disponen de ellas, quedando estos últimos a merced de la violencia arbitraria e ilimitada de los primeros (no precisamente de un sistema judicial formal y unos cuerpos de policía uniformados y más o menos profesionalizados sometidos al gobierno). Si antes, en bastantes de los ꞌestados fallidosꞌ, un solo agente -el estado- mataba, extorsionaba o torturaba, después del colapso del estado, una misma población tiene que sufrir rutinaria, reiterada e inopinadamente la muerte, el robo y la tortura a manos de una multiplicidad de agentes. El resultado es por todos conocido gracias a los medios de comunicación: colapso de infraestructuras y servicios, matanzas, violaciones, hambrunas, enfermedades, expolio de recursos y bienes, ejércitos de niños soldados, corrupción tan inconmensurable que no tiene ya sentido hablar de corrupción, ꞌlimpiezas étnicasꞌ, intervenciones militares exteriores… Todas estas afirmaciones no son exageraciones neofascistas o creaciones manipuladoras del imperialismo yanqui -de hecho, en muchos supuestos, la intervención militar de los EEUU ha sido un factor desencadenante o intensificador del ꞌestado fallidoꞌ-, sino hechos describibles y mensurables: por poner sólo dos casos, se supone que, desde 2003, han muerto más de un millón de iraquíes y, de 1997 a 2003, perecieron entre tres y cinco millones de congoleños, muertes generadas más por las consecuencias del caos general y la desintegración social que a resultas de la exposición directa a actos de violencia física militarizada.
Habrá lectores catalanistas que despreciarán la experiencia de países como los citados Afganistán, Irak, Congo, Somalia o Libia, convencidos como estarán, aunque sea de un modo más bien inconsciente, de su superioridad nórdico-europea sobre el resto del mundo no occidental y porque, ensimismados en su entorno, mostrarán escaso interés por lo que ocurre fuera de Cataluña, a no ser que se trate de algo relacionado con Francia, Bélgica o los Estados Unidos. Pero conocer la desgraciada suerte de afganos, iraquíes, congoleños, somalíes y libios y de otras gentes que han pasado por experiencias similares en tiempos cercanos, también en Europa -piénsese en Bosnia-Herzegovina- les enseñaría mucho acerca de cuán frágil es la convivencia social y lo peligroso que puede llegar a ser la banalización de las consecuencias de la agitación étnico-política maximalista, así como el antiestatalismo o el radicalismo insensatos y sin mesura.
Advertencia: nada de lo que aquí se dice se ha de interpretar, por supuesto, como un repudio al estado de derecho y al garantismo jurídico o un intento de justificación de regímenes dictatoriales o de los abusos represivos de los estados.
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