En días pasados, el presidente Miguel Díaz-Canel usó la frase «Se es o no se es, desde los tiempos de Shakespeare». En el contexto de su discurso, significaba un reclamo de definición política: se es revolucionario, o no se es. El empleo de la frase supone que ofrece la posibilidad de distinguir políticamente, con transparencia, […]
En días pasados, el presidente Miguel Díaz-Canel usó la frase «Se es o no se es, desde los tiempos de Shakespeare». En el contexto de su discurso, significaba un reclamo de definición política: se es revolucionario, o no se es. El empleo de la frase supone que ofrece la posibilidad de distinguir políticamente, con transparencia, entre dos opciones. Sería una llamada literal a tomar partido, a no hacer «teatro» con ello.
Las obras de Shakespeare y las de Cervantes -junto con la Biblia-, son los objetos de interpretación más abundantes de la historia de la cultura occidental. Como uno de esos clásicos, Shakespeare ha sido leído por todo tipo de intérpretes desde una u otra opción ética e ideológica. Posturas de izquierda lo han hecho en abundancia.
Marx tuvo a Shakespeare como uno de sus tres autores favoritos. En casa, le decían «El Moro», por Otelo. Su hija Eleanor decía que, en la familia, la Biblia eran los libros del inglés. Pablo Lafargue, el cubano santiaguero que fue su yerno, dijo que el respeto de Marx por el dramaturgo «no tenía límites».
Paul Mason cree que el concepto marxiano de modo de producción sirve para entender el fondo social de las obras de Shakespeare y la aparente desconexión entre sus temas. Su obra se explicaría por el colapso del feudalismo y el surgimiento del capitalismo. «El feudalismo fue una palabra inventada para describir la sociedad medieval, una vez que había terminado, por los historiadores del siglo XVII. Lo mismo pasa con el capitalismo. Shakespeare conoció sólo su forma temprana pero, sin embargo, lo describe bien.»
Además de por la fascinación que ejerce la belleza, la admiración de Marx por Shakespeare tuvo que ver con la potencia crítica con que el dramaturgo describió aquel mundo naciente de comerciantes, banqueros, ciudades y repúblicas. Shylock, el personaje de Mercader de Venecia, por ejemplo, aparece como metáfora frecuente en El Capital. También acudió a Robin Goodfellow, de El sueño de una noche de verano, para aludir al viejo topo de la historia y al papel de la Revolución en ella.
Silvia Federici usó a Shakespeare en la labor de completar el marxismo, incorporando la perspectiva feminista al hallazgo de Marx sobre la acumulación originaria. Federici utilizó al personaje Sycorax, de La Tempestad, para tratar el papel que el emergente capitalismo otorgó a las mujeres. Explicó que el insólito ritmo de desarrollo de la producción capitalista se asentó sobre el trabajo reproductivo no pagado hecho por mujeres, otra expropiación, además de la esclavitud.
Pericles, príncipe de Tiro, obra shakesperiana en la que el protagonista navega en «un mar de piratas, magos, burdeles, secuestradores, torneos, tramas contra su vida y la intervención divina de la Diosa Diana», ha sido leída hoy en relación con el drama real de la migración africana hacia Europa, a través de un Mediterráneo de galeras, crímenes, violaciones y comercio de la vida humana, y la desesperación de quienes no tienen más remedio que cruzarlo en esas condiciones.
Andrew Hadfield ha hecho una lectura exhaustiva sobre los tiempos del bardo en Shakespeare and republicanism (Cambridge, 2005). Revela cómo Shakespeare fue influenciado por los conflictos y el pensamiento político crítico de la monarquía en su tiempo. En su libro, cuestiona a fondo la imagen que se ha presentado del autor como pensador político conservador temeroso de la plebe -marca de todos los autores clásicos enemigos de la democracia, como Aristófanes-, y demuestra cómo su escritura emergió de un medio intelectual fascinado por las ideas republicanas.
Sin poder haber leído a Andrew Hatfield, claro está, pero conociendo muy bien la obra de Shakespeare, José Martí fue un devotísimo admirador del autor de Otelo.
Comentando sobre maravillas tecnológicas de su tiempo -como el portero eléctrico- Martí aseguraba que «En América, pues, no hay más que repartir bien las tierras, educar a los indios donde los haya, abrir caminos por las comarcas fértiles, sembrar mucho en sus cercanías, sustituir la instrucción elemental literaria inútil (..) con la instrucción elemental científica y esperar a ver crecer los pueblos». Con ello, el Hamlet que «le hervía por dentro a un niño», o «un invento pasmoso de su cerebro», podía germinar. En la cita aparecen todos los rasgos del programa republicano más democrático de su tiempo, aplicados por Martí a desarrollar artistas, científicos y campesinos libres.
El ensayo cubano posterior a 1959 más publicado en el mundo -amén de El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Che Guevara- es Caliban, de Roberto Fernández Retamar. Caliban es otro personaje de La Tempestad. Antes del uso que de este personaje conceptual hiciera Retamar, Rubén Darío había usado a Próspero y a Ariel, personajes de la misma obra. George Lamming usó a Caliban en 1960 para reformular la simbología de Caliban con perspectiva descolonizadora. Luego Aimé Césaire lo usó para representar al «esclavo negro» en 1969. Retamar lo identificó en 1971 con el ser específico de la cultura de resistencia latinoamericana.
En Cuba tuvimos en Beatriz Maggi a una especialista de primer orden en Shakespeare. Según la profesora, «a partir de Hamlet el espíritu humano se emancipa: el fanal de la inteligencia y el hurgar del hombre en su conciencia le desembarazan de sus ataduras reales, ¡mortales!». La ya fallecida docente explicó la locura de Hamlet parecida acaso a la del Quijote, «que quiso ser loco, de puro entender que no había ninguna otra manera de desfacer entuertos.»
Porque, a fin de cuentas, ¿de qué va el tan famoso dilema «ser o no ser»?
Esto es lo que dice textualmente Hamlet: «Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Qué es más noble? ¿Permanecer impasible ante los avatares de una fortuna adversa o afrontar los peligros de un turbulento mar y, desafiándolos, terminar con todo de una vez?»
El dilema muestra una opción trágica, una disyuntiva ética: la «incapacidad de actuar ante el dilema moral entre venganza y perdón.» Pertenece a una obra, la shakesperiana, que, Marx reconoció como una extraordinaria exploración sobre la complejidad de la conducta humana y sobre la capacidad de cuestionar las motivaciones de los detentadores del poder. Para Martí era algo por el estilo. Lo dijo por sí mismo: «La soledad de un alma honrada en la pequeña tierra, esto es Hamlet. La brava rebeldía de hijo de rey, de rey de mundos, que se siente sin culpa conocida, echado abajo de su trono, esto es Hamlet. Y todo lo divino que cabe en lo humano: esto es Hamlet.»
Con semejantes referencias disponibles para entender y usar a Hamlet, y a los tiempos de su autor, por razones difíciles de comprender y más difíciles aún de aceptar, Miguel Díaz-Canel, presidente de un país con una tradición cultural enorme, prefirió citar en su discurso, en un Congreso de periodistas, a M.H. Lagarde. Por lo mismo, puso a Shakespeare a batallar a favor de las soluciones políticas claras, tajantes e inequívocas, donde no cabe la duda ni la diferencia, donde se tome partido de una vez y para siempre por uno de los dos bandos a los que se pretende reducir todo espectro político posible en Cuba: los incondicionales a la política estatal, de un lado, y, del otro, un amasijo de todos los demás.
Existen referentes intelectuales para hacer tal cosa, pero Shakespeare ha despertado tamaña admiración por otros motivos: lo ha sido más bien por su cultivo radical de la ambigüedad, la turbación, la duda, la incertidumbre, la tristeza, el dolor, la locura, la alegría, el miedo, la felicidad, cualidades de estos seres imperfectos que somos los seres humanos, y cuya condición de revolucionarios, cuando lo somos, no simplifica su naturaleza sino que solo alcanza a complejizarla.
Seres humanos capaces de todo, de vivir en medio de la desolación y de abandonar la vida detrás de la euforia. Acechados como estamos -como decía Martí refiriéndose precisamente a Hamlet-, «por maldades extremas (y) por el mal humano, que consiste en creer como cierto o dudar como probable un cielo que no abarcan nuestros brazos.»
Pd. Por la naturaleza de este texto, y por haberlo escrito con premura, he preferido no citar. He tratado solo de poner cuidado en entrecomillar los textos que usé, o las ideas que sean estrictamente de otros.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.