El ciudadano español solo informado por los medios habituales de comunicación suele manifestar su perplejidad sobre lo que concierne a la OTAN. Bien es verdad que, desde el comienzo de la relación más estrecha – tras la transición política – entre España y la Organización del Tratado del Atlántico Norte, muchos gobernantes han hecho todo […]
El ciudadano español solo informado por los medios habituales de comunicación suele manifestar su perplejidad sobre lo que concierne a la OTAN. Bien es verdad que, desde el comienzo de la relación más estrecha – tras la transición política – entre España y la Organización del Tratado del Atlántico Norte, muchos gobernantes han hecho todo lo posible por confundirle. Como aquel engañoso lema «OTAN, de entrada no» de 1986, o la apresurada y vergonzosa firma del Tratado en 1982, cuando todavía se escuchaba el eco de los disparos de Tejero contra la bóveda del salón de plenos del Congreso de los Diputados y los últimos rumores de sables levantiscos. Poderosos argumentos ambos del razonamiento usado entonces: distraigamos a los militares españoles de su tendencia a intervenir en la política nacional, dándoles cosas que hacer fuera de España. La OTAN cumplió bien esa función.
Pero, aún así, el caso es que la mayoría de los españoles no entiende todavía qué hace España en una organización de defensa militar mutua que siempre se ha desentendido de cualquier amenaza para la seguridad nacional que pudiera surgir en torno a los enclaves españoles norteafricanos, la única zona militarmente crítica en todo el territorio español. Y esto, hasta el punto de que, cuando se produjo el incidente del islote Perejil, humildemente hubo que recurrir al «primo de Zumosol» (el Secretario de Estado de EEUU, el incombustible Colin Powell) para que desactivara un conflicto que, de haber sido peor gestionado por ambas partes, pudo haberse agravado peligrosamente sin que la OTAN se diera por enterada.
Ese ciudadano español no conoce – ni falta que le hace – los entresijos del articulado del Tratado donde se delimita la zona geográfica en la que rige el compromiso de defensa mutua de los países miembros, y no puede entender que no incluya la orilla africana del Mediterráneo. «¿Pero sabían esto los que nos metieron en la OTAN?» se pregunta a veces. Todavía entiende mucho menos que algunos miembros (incluida España) de un tratado que se autodenomina «del Atlántico Norte» estén hoy interviniendo militarmente… ¡en Afganistán! «¿Qué se nos ha perdido allí, tan lejos del Atlántico?» reflexiona perplejo.
No parece probable que esas preguntas se aclaren cuando se conozcan los resultados de la cumbre otánica que tiene lugar estos días en Estambul. Quizá lo que quede más claro es que la presencia de la OTAN en Afganistán fue impuesta por el socio más poderoso del club atlántico, para ayudarle a concluir la tarea allí comenzada, que no va por muy buen camino. Es probable que análogo razonamiento se maneje ahora para que la Alianza tome cartas en el caos iraquí (aunque solo sea con una curiosa tarea formativa) y ayude a Bush a sacar las castañas del ardiente fuego mesopotámico y, de paso, darle un pequeño empujón en su carrera electoral.
La confusión ha seguido estando presente en los prolegómenos de la reunión en Turquía. El Secretario General de la OTAN, el holandés Jaap de Hoop Scheffer, escribía el martes pasado: «Estambul marca otro paso adelante en la Alianza. Confirmará el papel de la OTAN como pacificadora de nuevas zonas. Mejorará nuestra capacidad de moldear los cambios y construir la paz mediante el diálogo y la cooperación» (cursivas de A.P.). El diálogo y la cooperación son instrumentos mucho más propios de Naciones Unidas que de una organización de defensa armada que está exigiendo a sus estados miembros que aumenten el gasto militar y mejoren sus potencialidades bélicas. Una cosa es la amenaza militar y otra el diálogo; incluso, en ocasiones, llegan a ser contradictorios. ¡Nuevas dudas para el confuso ciudadano!
En un discurso pronunciado en Londres unos días antes, el Sr. De Hoop manifestó su enfado por tener que «pasar el sombrero» cada vez que la OTAN tiene que organizar alguna intervención. Con el gobierno afgano incapaz de extender su autoridad fuera de la capital, se quejaba de que la OTAN no haya cumplido aún los compromisos adquiridos hace varios meses, en tropas y material. Desde su punto de vista, no le faltaba razón.
Pero conviene descubrir otros aspectos. La preocupación básica de EEUU, que desea endosar a los socios de la OTAN, no es la inverosímil democratización forzosa de Afganistán o Iraq. Esa parte del Asia Central tiene un enorme valor añadido y las operaciones en Afganistán han permitido a EEUU instalar bases militares en varios Estados de la zona. En algunos de ellos coexisten con bases rusas, como en Kirguistán, donde la entrada de las tropas de EEUU hizo que, en otoño de 2003, Rusia efectuara su primer despliegue militar después de la Guerra Fría. Desde el Mar Negro hasta las imponentes montañas del Hindokush, la estepa asiática encierra reservas de gas, antes monopolizadas por la URSS, y la cuenca del Caspio produce abundantes hidrocarburos; su extracción y transporte son negocios sustanciosos.
No es probable que estos intereses ocultos de la OTAN sean ventilados públicamente en Estambul, pero indudablemente constituirán un eje importante de lo que allí se decida. En tales circunstancias, el ciudadano puede sospechar que en tanto que la economía del mundo al que pertenece dependa del suministro de productos petrolíferos, el control estratégico de las zonas donde éstos se hallan será el verdadero objetivo de muchas acciones militares. Si este suministro ha sido garantizado durante decenios por el régimen feudal y despótico de Arabia Saudí, protegido por Occidente (hasta que otros factores lo han empezado a convertir en sospechoso), no será la instauración de la democracia en Kabul o Bagdad lo que quite el sueño a los dirigentes políticos occidentales, sino el riesgo de que los grifos del vital chorro petrolífero caigan en poder de gobernantes menos dóciles.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)