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Enron, Al límite y Una rubia muy legal

El estado de las cosas del género

Fuentes: Znet en español

En un artículo, «Las mujeres de Enron» (Fast Company, septiembre de 2003) escrito por Jennifer Reingold, conocimos a Sherron Watkins, quien «se dio cuenta de las cosas mal hechas y trató de llamar la atención sobre ellas». Se la describe como una «tipa tejana descarada en un traje azul». A Rebecca Mark, antigua directora de […]

En un artículo, «Las mujeres de Enron» (Fast Company, septiembre de 2003) escrito por Jennifer Reingold, conocimos a Sherron Watkins, quien «se dio cuenta de las cosas mal hechas y trató de llamar la atención sobre ellas». Se la describe como una «tipa tejana descarada en un traje azul». A Rebecca Mark, antigua directora de Enron Internacional, se la describe como «todo lo que es bueno de Enron: inteligencia, el don de la palabra e incluso el sex appeal». Actualmente se dedica a la cría de ganado y desearía «haberse tomado más tiempo para estar con sus hijos». Rebeca afirma que «cuando miro hacia atrás, no estoy segura de que el sacrificio mereciese la pena». Uhm, una mujer con carrera que tiene remordimientos, ¿dónde habremos escuchado eso antes?

En una de las películas de este verano, Los Ángeles de Charlie II: Al límite, (más apropiadamente «A toda horcajada») nos entretienen con violencia continua mientras vemos «feminismo» de tetas, culos y entrepierna. Estos «ángeles» consiguen montar encima de motos, chicos malos y capós de coches. Llevan conjuntos cortos y hacen de fulanas, bailarinas exóticas, strippers y cualquier otra cosa que les permita mostrar a toda cámara la entrepierna y el escote. Todo por la diversión. Incluso hay algunas parodias de películas/series de televisión con héroes masculinos para mantener un tono irónico (o para dar una bofetada en la cara a las «feminazis» que son demasiado sosas y asexuales para apreciar cuán liberado es esto – camisetas mojadas y todo-). Uhm, detectives sexis. Suena familiar.

En Una rubia muy legal (I y II), nos entretienen con una aparentemente tonta, guapa rubia, chiflada por cualquier cosa que sea rosa, contoneándose en ajustadas minifaldas y tacones altos, que en realidad se trata de una rubia guapa e inteligente; además es tan sexy de un modo mono, divertido y descarado. Una mezcla de Marilyn Monroe y Lindsay ( The Practice). Incluso consigue (en Una rubia muy legal I) ganarse la admiración de la feminista más despectiva (léase lesbiana) gracias a su inteligencia «de calle» – en este caso, usando su intuición femenina/experiencias como mujer para descubrir quién es el culpable. Uhm, una rubia guapa y tonta que es en realidad más lista de lo que parece. Eso es creatividad.

Claramente, en lo que se refiere a conciencia popular, éste es el estado actual de las cosas del género, el mismo que el de antes, excepto porque ahora las mujeres están divididas en tres categorías básicas:

1. Criaturas hipersexuadas que matan y mutilan justo como los chicos, pero que está bien porque mientras lo hacen enseñan tetas y entrepiernas. Esto las convierte en femeni-stas. Sin las tetas balanceándose y sin enseñar culo/entrepiernas, serían mujeres intentando ser hombres.

2. Borlas para empolvarse hiperfemeninas, con cerebros de acero cuya liberación viene de saber cómo disfrazar todo esto en un retorno afectivo a las películas de Marilyn Monroe y a la mujer de los años 1950. Esto las hace femeninas, lo que sella otro ataúd en la muerte de la propaganda del movimiento de las mujeres. Sin los polvos y el contoneo, el hecho de que tuvieran cerebro las convertiría en mujeres intentando ser hombres.

3. Ejecutivas que «permanecen» femeninas y sexis y, a menudo, se arrepienten de haberse perdido los conciertos de ballet y los recitales de piano de sus hijos. Si no fueran sexis, serían mujeres tratando de ser hombres, es decir, lesbianas.

Esta reescritura de los temas de género está teniendo lugar desde que empezara el movimiento de las mujeres en algún momento en torno a 1969. A estas alturas la letanía (en la mentalidad predominante y en la no tanto) está muy asentada. Sin cambiar las instituciones básicas que ayudan a mantener a las mujeres (y a los hombres) en un estado de confusión sobre qué es qué en la represión de géneros, el resultado, en la conciencia popular, es que algunas feministas han ganado ya sus derechos y deberían de callarse y seguir con otra cosa. Otros creen que las feministas fueron demasiado lejos y ganaron demasiados, por lo que ahora son los hombres los que están oprimidos.

Para aquellas de nosotras que teníamos otras cosas en la cabeza aparte de un orden de géneros donde las mujeres luchan por el poder en las grandes corporaciones o que excitan, al límite, mientras dan de puñetazos a los chicos malos, o que se convierten en borlas de maquillaje para poder ser aceptadas como algo más (una contradicción tan grande como la que más), la pregunta sigue en pie: ¿en qué punto nos encontramos en el viaje desde el movimiento feminista que despertó la conciencia y desafió al patriarcado, al capitalismo y al racismo institucionalizado hasta la esperada sociedad liberadora basada en diferentes valores? — ¿y cómo podemos seguir adelante cuando nos enfrentamos con tal abrumador control, por la opinión pública (por no mencionar derechista), de nuestra imagen, nuestra opción de vida y nuestra revolución?

Si definimos el feminismo como un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexual y la opresión sexista, entonces el movimiento perdió energía hace unos años.

Si el feminismo revolucionario implica despertar la conciencia sobre los modos en que se mantiene el sexismo en nuestra sociedad mediante leyes, imágenes culturales, deshumanización, miedo y violencia, control de nuestros cuerpos mediante la reproducción y la sexualidad, a través de métodos científicos para probar la inferioridad de los genes y cerebros de la mujer, a través de una división del trabajo patriarcal, racista y jerárquica, entonces hemos recorrido parte del camino, pero aún nos queda mucha conciencia por despertar.

Si la revolución feminista implica entender cómo se desarrollan las opresiones clasistas, racistas y de género, cómo interaccionan y cómo ese entendimiento puede darnos información sobre nuestra visión de una nueva sociedad con instituciones y estructuras que desarrollen los valores de la solidaridad, independencia, democracia participativa, diversidad y equidad, entonces el viaje no ha hecho más que comenzar.

Cierto, para aquellas de nosotras que nos educamos en una sociedad dónde las mujeres eran dependientes y más o menos propiedad de los hombres — y todo ello estaba relacionado con el modo en que éramos tratadas- las mujeres han conseguido notables éxitos. Joanna Brenne en «Mujeres y las Políticas de Clase» y Rosalyn Baxandall y Linda Gordon en «Queridas Hermanas» destacan algunas de ellas, como por ejemplo:

  • -Actualmente hay más mujeres que nunca trabajando de forma remunerada, lo que afortunadamente les da cierta independencia.
  • Hay algunas actitudes que están cambiando respecto al rol de las mujeres.
  • Existe legislación en contra de la discriminación en la educación y en el empleo.
  • Hay algunas organizaciones para defender los intereses de las mujeres.
  • Hay clínicas de salud y centros de asesoramiento para mujeres; librerías y editoriales de mujeres; sociedades de ayuda legal y programas de prisión para mujeres; organizaciones sobre el SIDA; movimientos ecologistas; organizaciones de mujeres trabajadoras; grupos para los derechos reproductivos; activismo en contra de la violencia de género.
  • Aborto legal
  • Avances notables en la asistencia sanitaria
  • Mayor conciencia sobre la violencia de género; la violación y las palizas se han convertido en crímenes que se persiguen
  • Fondos públicos para residencias-refugio de mujeres
  • Cambios en la educación y en los libros de texto
  • Cambios en la implicación de las mujeres con el deporte
  • Mejoras en el «cuidado de día» de los niños y en las bajas por paternidad/maternidad
  • Mejora en el sindicalismo y en los salarios de las mujeres trabajadoras
  • Cambios en las expectativas
  • La familia y el matrimonio se ven más como algo a repartir entre dos (en teoría, aunque no necesariamente en la práctica)

En lo que se refiere a la imagen y a la cultura popular, las mujeres en televisión han «progresado» desde «El show de Donna Reed» y «Papá es el que lo sabe (Father knows best)» a «Juzgando a Amy», «Alias» y «Crossing Jordan». Estas nuevas mujeres de la tele tienen esqueletos y cerebros propios, pero aún siguen siendo guapas y mostrando escote. Incluso CJ de «El ala derecha», una de los mejores retratos televisivos de una mujer, tiene que desabrocharse el primer botón de su blusa, presumiblemente para no olvidarse nunca de a qué género pertenece.

Al mismo tiempo, la conciencia y el activismo feminista han sido regularmente marginados y ridiculizados constantemente casi desde que comenzaran a mediados de 1970. Actualmente, volviendo a Brenner:

  • No hay ningún movimiento de base popular para promover la conciencia y el cambio feministas.
  • Las feministas más radicales han desaparecido para dedicarse a las reformas académicas y sociales. Su trabajo es valioso, pero a menudo pasan el tiempo adoptando un comportamiento profesional cuando tratan con la ideología predominante, y no dan prioridad a desafiar a las instituciones existentes de dominación.
  • Las organizaciones de mujeres, que en el pasado se comprometieron con estructuras no jerárquicas, han acabado, en muchos casos, imitando a las instituciones jerárquicas existentes.
  • Los reformadores trabajan para «la igualdad de derechos en el marco de un sistema económico que es inherentemente injusto», por lo que su éxito está limitado.
  • Las condiciones para las mujeres continúan deteriorándose.
  • La dominación del hombre continúa tanto dentro como fuera de la casa.
  • La violencia contra las mujeres persiste de modo que éstas no son capaces de moverse libremente sin miedo.
  • Las mujeres que viven solas, sin un hombre, tienen cada vez menos recursos económicos.
  • Hay segregación sexual en el lugar de trabajo.
  • Las mujeres, particularmente las de color, están todavía en los escalones más bajos de la jerarquía, conformándose con sobrevivir
  • Las conquistas relacionadas con los derechos reproductivos y la acción afirmativa están constantemente bajo ataque

Aunque estos beneficios confirman la importancia del movimiento de mujeres, en ausencia de cambios institucionales los beneficios son a menudo bendiciones a medias, lo que hace que muchas mujeres se sientan confusas respecto a las ventajas de luchar por ellas. Por ejemplo, el sueldo familiar de los hombres ha sido reemplazado por el derecho de las mujeres a competir. El mayor acceso de las mujeres a la «independencia» ha sido asociado a inseguridad económica y a que las mujeres hagan una «jornada doble». Las mayores libertades personales y la autonomía sexual han hecho a menudo a las mujeres más vulnerables a la explotación y el abuso.

El activismo ha sido marginalizado en «grupos de mujeres con preocupaciones femeninas» separadas, que son consideradas de poca importancia. Las mujeres que han decidido trabajar en otros temas se dan cuenta de que la intersección de clase, raza y género es a menudo subsumida debajo de una política más tradicional de «clase trabajadora», siendo aún la clase trabajadora considerada, consciente o inconscientemente, hombres obreros.

El resultado es que, mientras las mujeres se movilizan por la discriminación, las violaciones de los derechos humanos o para mejorar las condiciones de los pobres y desfavorecidos, hay poco despertar de conciencias organizado coherentemente en torno al cambio revolucionario. Como Brenner señala, las mujeres se incorporan a relaciones basadas en divisiones por el género en el que los hombres se especializan en traer el sueldo a casa y ayudar un poco en ella, mientras que las mujeres se especializan en dispensar cuidados y ayudar un poco en traer el sueldo. Las mujeres, más a menudo que los hombres, han de limitar su educación, desempeñar puestos de trabajo menos competitivos o aceptar trabajos más flexibles a tiempo parcial. Las mujeres han de tratar de mantener las relaciones desde el aislamiento y encontrar un trabajo con algo de valor, mientras son bombardeadas por todos lados con mensajes sexistas de los medios de comunicación.

Los medios de comunicación principales (a través de los libros, revistas, anuncios y programas televisivos y películas) martillean a las mujeres con imágenes de mujeres anoréxicas, pasivas y destruidas. Otras imágenes mantienen a las mujeres en un estado continuo de ansiedad en torno a su peso, su color de piel, su color de pelo o el tamaño y forma de sus rasgos faciales o de sus pechos, o muslos, o …

La psicología popular presenta al sexismo como a una falta de comunicación que puede ser solucionada mediante el entendimiento mutuo. No hay opresión de un género sobre el otro, o patriarcado, en la tesis de «Los hombres son de Marte y las mujeres vienen de Venus» que viene siendo popular desde hace años. Aun más, los hombres y mujeres son descritos como provenientes de dos culturas diferentes y nuestros «problemas» pueden ser resueltos con una comunicación mejor y gastándose dinero en libros y conferencias de expertos que no están interesados en desafiar las instituciones básicas, como el patriarcado, que perpetúan la opresión sexista.

Populares psicólogos evolucionistas y biólogos usan estudios dudosamente «científicos» -para fomentar el punto de vista que la división de trabajo entre hombres y mujeres ha evolucionado a lo largo de millones de años y estas «diferencias» están inscritas en nuestros genes y cerebros. Hombres y mujeres son diferentes genéticamente según los esquemas estereotipados (¡qué sorpresa!) que no pueden ser cambiados. Aun más, dicen estos «científicos» populares, porqué no celebrar el hecho de que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Solo debido a que las mujeres estén genéticamente programadas para ser más «dadas a los cuidados, comunicativas y pasivas» no quiere decir que sean inferiores, dicen. De hecho, están preparadas para asumir el poder en la nueva era de la tecnología de la información. De repente, las mismas características que se les impusieron y fueron usadas para convertirlas en propiedad de los hombres durante miles de años son ahora las características que las liberaran.

Las mujeres pueden desafiar a las convenciones, abandonar a amigos y familias y entrar a formar parte de la cultura feminista – y, siendo optimistas, encontrar un trabajo que puedan tolerar y del que puedan vivir; o pueden continuar aceptando su así llamado rol «dado por Dios» como mujeres dependientes y esposas en hogares liderados por hombres, donde sus vidas son definidas por ellos; o las mujeres pueden trabajar y consumir en una sociedad no-alternativa, donde el feminismo se ha convertido en un estilo de vida, carente de connotaciones políticas radicales.

En este estilo de vida feminista, las revistas de moda definen la liberación y las imágenes de las mujeres por ellas y estas imágenes cambian continuamente. La liberación feminista es cualquier cosa que venda un producto. Una mujer puede ser competitiva, sin embargo más dulce que un bombón; inteligente, sin embargo no tener ni idea; fuerte, sin embargo muriéndose de hambre hasta el punto de parecer un esqueleto; agresiva, sin embargo asustada hasta de su propia sombra; independiente, sin embargo indefensa; igual, sin embargo inferior; importante, sin embargo irrelevante; fascista en cuanto a la política, revolucionaria en cuanto a su maquillaje. En este estilo de vida feminista, la revolución es un maquillaje de Revlon que «está cambiando las caras de una en una». Controlar tu propio cuerpo significa someter tus pechos a cirugía estética «para conseguir la forma que dice que te amas a ti misma».

Quizás aun más importante es que uno de los bastiones básicos del sexismo permanece sin cuestionar y sin variar: la profunda creencia de que el hombre es el ser humano esencial, el quintaesencial. La mujer, por lo tanto, es definida en relación a él. No puede ser nunca su igual, puede ser solo lo que es, es decir, no un hombre.

El movimiento de las mujeres cambió la historia, alcanzando cada hogar, escuela, negocio y lugar de trabajo. Pero no consiguió trasladar la conciencia política a cambios sociales revolucionarios concretos. Criticó el sexismo institucionalizado, pero dejó a las instituciones sexistas en su lugar. Desafió a las instituciones, criticándolas como patriarcales y antidemocráticas, y más tarde las mujeres se unieron a ellas. Dejó a las instituciones en su lugar, de modo que sus victorias podían, y a menudo lo hacían, desaparecer a golpe de maza en un juzgado. La fantasía de Cenicienta todavía acecha en cada esquina, en cada hogar de las películas, diciendo a las generaciones más jóvenes de mujeres que deberían suspirar por la salvación y protección en brazos de un príncipe. Nos quedamos a medio camino entre ser una rubia muy legal y/o ser heroínas de fantasía (o ejecutivas) que enseñan el escote, como si eso nos fuera a ayudar a exterminar al enemigo (o conseguir un puesto de trabajo en una corporación, dónde enseñar el escote es ensalzado como muestra de ser liberada y al mismo tiempo es la fuente principal de bromas y comentarios sexistas).

También, hasta recientemente, no ha habido una visión articulada o solidaridad entre los izquierdistas en Estados Unidos. En lugar de ello ha habido un legado de desconfianza, en parte como resultado de experiencias al trabajar juntos, en parte debido a desigualdades entre nosotros y también debido a enfrentamientos personales que llegan a ser insuperables en movimientos que se supone deberían de amarse y ser iguales.

Además surgen otros problemas como resultado de las diferencias políticas que tienen que ver con desacuerdos sobre la importancia de las ideas marxistas y sus límites en lo que respecta al feminismo, racismo, jerarquías e incluso clase. Las feministas marxistas creen que el movimiento de liberación de las mujeres se apoya en su participación en el movimiento obrero; las feministas radicales consideran a la división de clases original como a la existente entre los sexos y que la liberación vendrá de la eliminación de las sexualidades obligatorias y de los roles sexuales. Las feministas socialistas ven la intersección de clase y género, requiriéndose un derrocamiento del capitalismo y patriarcado. Las feministas liberales consideran que el problema está en los derechos civiles. Algunas feministas negras se oponen a la supremacía del patriarcado capitalista blanco, otras ven sólo a la raza como el factor determinante. A menudo nos vemos atrapados en una competición interna por ver «quién es el que está más oprimido», lo que da lugar a una jerarquía de opresiones, donde los grupos acaban poniéndose la zancadilla mutuamente.

Las feministas blancas desconfían de las izquierdistas blancas, las feministas negras desconfían de las feministas blancas y las radicales de clase trabajadora desconfían de las izquierdistas que parezcan provenir de la élite. Las anarquistas desconfían de las organizaciones de izquierdas, que están estructuradas a modo de firmas corporativas. Organizaciones sectarias con estructuras y líneas jerárquicas, antidemocráticas, tienden a desbaratar los intentos de avanzar colectivamente.

Claramente, las opresiones de clase, raza y género deben ser consideradas juntas. Están conectadas en el mundo real y deberían estar conectadas en nuestra teoría, práctica, estrategia y perspectiva. Muchas activistas han estado intentando establecer estas conexiones y alentar la solidaridad entre las radicales, en lugar de la desconfianza y la competición. Los movimientos anti-globalización y los foros sociales mundiales han sido un paso adelante hacia el rechazo de este legado de la desconfianza.

Además, con el eslogan «otro mundo es posible», muchos han impulsado lo que se conoce como «democracia participativa». Como resultado, las posibilidades para un cambio social radical parecen mayores que en cualquier otro momento de la historia. Las feministas revolucionarias que han intentado despertar la conciencia en torno al modo en que el sexismo se conserva mediante leyes, imágenes culturales, deshumanización, ciencia, miedo y violencia, control de nuestros cuerpos a través de la reproducción y la sexualidad, y una división del trabajo jerárquica, racista y patriarcal, necesitan convertirse en la parte central de este movimiento global.

Hay, por supuesto, muchas mujeres involucradas, pero demasiados foros sociales – y otros esfuerzos globales- carecen de un foco feminista suficiente. Hay una percepción de que un enfoque en la clase, más que en un análisis más inclusivo, es lo que toca. Además, hay siempre preocupaciones sobre la tendencia, debida a nuestra socialización, de que las mujeres «acaben» como secretarias, ayudando y registrando las decisiones hechas más a menudo por hombres. También están las pequeñas sutilezas que siguen existiendo, como: en la mayoría de ocasiones que un hombre habla en una reunión, se le escucha; cuando las mujeres hablan, muchos hombres esperan hasta que han acabado, y entonces continúan dirigiéndose a lo que ha dicho el hombre. También hay preocupaciones en torno a la dinámica recurrente de que las mujeres son importantes en un grupo activista cuando están «disponibles» sexualmente a los hombres.

Si se deja que éstos y otros problemas se enconen, existe el peligro de que estos excitantes movimientos globales se autodestruyan, como ya ha pasado con movimientos anteriores.

Entre muchas otras opciones, pasamos nuestros días incómodos e insatisfechos, criticando el estado de las cosas del género tal y como es planteado por la ideología principal. Además, continuamos haciendo «doble jornada», juzgando y corrigiendo la actitud de los hombres en nuestras relaciones «igualitarias» tanto en casa como en el comportamiento individual y colectivo de los hombres en las organizaciones y movimientos.

Pero esto se está haciendo cansino. Para algunas de nosotras lleva pasando desde hace 25, 30 años o más. ¿No es hora de unirse a otros que están comenzando a responder la pregunta «como activistas, ¿qué queremos?»¿No es crucial ahora para las feministas revolucionarias el impulsar agresiva, pública y globalmente la visión social de lo que queremos? No deberíamos estar solo creando, junto a los hombres, una visión de la «vida después del capitalismo», sino también una visión de la «vida después del patriarcado», es decir, de una sociedad participativa ampliamente diversa.

Lydia Sargent es una activista y cofundadora de South End Press y Z Magazine. Escribe una columna en Hotel Satire y participa activamente en un grupo de teatro local.

  • Título original: The gender order of things
  • Origen: Z Magazine, septiembre de 2003
  • Traducido por Sara Gil y revisado por Alfred Sola