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Bajo el yugo de la maquila

Fuentes: Mujeres Hoy

Mano de obra barata. Muy barata. Producción en serie, precariedad laboral y abundancia de mujeres obreras sometidas a extenuantes jornadas. No estamos hablando de la mítica y «eficiente» Asia. En nuestra América Latina lamentablemente también abunda este viejo sistema de «producción» y «explotación», conocido como maquila. Es la lógica obvia del libre mercado: bajar costos […]

Mano de obra barata. Muy barata. Producción en serie, precariedad laboral y abundancia de mujeres obreras sometidas a extenuantes jornadas. No estamos hablando de la mítica y «eficiente» Asia. En nuestra América Latina lamentablemente también abunda este viejo sistema de «producción» y «explotación», conocido como maquila.

Es la lógica obvia del libre mercado: bajar costos y aumentar productividad. Pero la fórmula es perversa, porque retrocede en el tiempo cualquier terreno ganado en materia de derechos laborales.

Y lo peor de todo es que la falacia del «chorreo» neoliberal, se ampara en los beneficios que traería la supuesta «industrialización local» en manos de transnacionales.

Elegantemente se le llama «relocalización». Es decir, fábricas de países desarrollados, que se instalan en los subdesarrollados para bajar sus costos de producción y -dice el verso- dar trabajo a la población local, aumentar exportaciones y productividad nacional.

Pero lo cierto es que las cifras dicen otras cosas. Un comprador canadiense pagará hasta 35 dólares por una camisa de la reconocida marca GAP. Y en el Salvador, la mujer que la confeccionó en una de las tantas plantas maquiladoras, apenas ganará 27 centavos de dólares por cada una.

Eso no es todo, porque las condiciones laborales en las que esa obrera cosió y ensambló las partes de la cotizada camisa, son simplemente medievales. Su «sueldo» dependerá sólo de las prendas que sea capaz de confeccionar, en un salvajismo neoliberal que no respeta condición humana, derechos básicos como descansos y menos protección de salud ante accidentes o enfermedades.

Ellas, porque casi todas las maquilas funcionan con mano de obra femenina, son parte clave del sistema productivo, pero trabajan bajo la constante amenaza de quedarse sin fuente laboral, debido a la gran cantidad de postulantes disponibles en nuestros «subdesarrollados» países.

Y el que sean mayoritariamente mujeres no es casualidad. Se les paga menos, trabajan incluso más y las medidas de presión aprovechan la imperiosa necesidad del gran número de madres solteras que deben alimentar a sus hijos a cualquier costo. Ni hablar del embarazo.

Atrás quedan las viejas ideas de desarrollo nacional, dando paso a la economía globalizada que ofrece mano de obra abundante, joven y barata, pero que además tiene todas las facilidades legales entregadas por los necesitados gobiernos de América Latina para promover la instalación de las añoradas empresas internacionales… sin mayores regulaciones locales que «pueda espantar la inversión extranjera»

Estas son las maquilas. Que como su etimología lo dice, se inspiran en el goteo casi miserable de una irrisoria fracción del trabajo desarrollado. Maquila es un término árabe que significa «porción de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda».

Vieja costumbre

Entre los años sesenta y setenta comienza el proceso de traslado de ciertas industrias de ensamblaje desde los Estados Unidos hacia América Latina. Pero para los años noventa, la práctica se hace masiva, gracias al impulso liberalizador del comercio internacional.

Sin embargo, estas industrias no representan ningún beneficio para los países donde se instalan. Lo son, en todo caso, para los capitales que las impulsan, en tanto se favorecen de las ventajas ofrecidas por los países receptores.

Y el traslado de este tipo de industrias se ha producido fuertemente desde Estados Unidos hacia México, América Central y Asia, pero también desde Taiwán, Japón y Corea del Sur hacia el sudeste asiático y hacia Latinoamérica, con miras a abastecer al mercado estadounidense.

En el caso de Europa, las empresas italianas, alemanas y francesas primero trasladaron sus actividades productivas hacia los países de menores salarios como Grecia, Turquía y Portugal, y, luego de la caída del muro de Berlín, a Europa del Este. Actualmente se han instalado también en América Latina, donde incluso la mano de obra puede resultar más barata que en Taiwán o Corea del Sur.

La Red de Solidaridad de la Maquila, con sede en Toronto, Canadá, calcula que la ganancia en el papel del presidente de Nike, Phil Knight, es de 215 millones de dólares, ¡10 veces las ganancias totales de 55000 trabajadores indonesios de la transnacional!

Los beneficios que obtienen las maquilas son aún mayores si se toma en cuenta que éstas reciben dólares de Estados Unidos por sus ventas y en cambio pagan salarios en moneda local que se devalúa constantemente con relación al dólar.

Sin embargo, las maquilas cobran una creciente importancia en todo el continente. En México, una cuarta parte de la mano de obra industrial trabaja en las 4.079 plantas maquiladoras ubicadas ya no sólo en los estados fronterizos con Estados Unidos sino en el interior del país. El tratado de Libre Comercio de América del Norte -vigente desde 1994- ha favorecido y potenciado la instalación de grandes transnacionales, como General Electric, AT$T, Ford Motor, General Motor y Mattel Toys, sólo por nombrar algunas.

En Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, Panamá y República Dominicana los puestos de trabajo en las maquilas superan holgadamente los 500.000.

Pero muchos gobiernos, sobre todo centroamericanos, alardean de sus cifras de exportación que supuestamente aumentan rápidamente gracias a la industria de las maquilas. Seis países de la región (Costa Rica, El Salvador, Guatemala Honduras, Nicaragua y Panamá) exportan más de 3.000 millones de dólares, según el estudio Les Republiques Maquilas de Karin Lievens, de Oxfam Solidaridad de Bélgica. Pero la realidad es otra.

En El Salvador, por ejemplo, en 1996, las maquilas exportaron alrededor de 709,7 millones de dólares, pero, en el mismo tiempo, las empresas importaron alrededor de 541,5 millones de dólares. De hecho, se trata de los mismos productos: del país de origen se importan camisas, pantalones, camisetas o vestidos que luego de ser confeccionados, planchados y empaquetados son de nuevo reexportados.

El saldo que queda de las dos operaciones es de apenas 168,2 millones de dólares. Se trata del valor añadido por concepto de arriendo de terrenos a las maquilas, salarios, costos de aprovisionamiento como agua potable, electricidad y mantenimiento de las máquinas. No se cobran impuestos sobre las exportaciones y las importaciones ni tasas comunales o derechos de aduana.

Las maquilas no hacen uso de las materias primas nacionales (salvo si se trata de productos de madera o agrícolas), porque importan todos los insumos, desde el hilo hasta los botones. Y tampoco transmiten conocimientos y tecnología, porque la industria del vestido, en esta etapa, no requiere de tecnologías avanzadas, según el estudio de Oxfam Bélgica.