El actual desarrollo que experimentan todas las ciudades del litoral es una evidencia visible a simple vista, a pesar del estancamiento demográfico que padece la sociedad española. La modificación vertiginosa de los paisajes urbanos, en aras a satisfacer ciertas presiones especulativas de grupos inmobiliarios es, incuestionablemente, una realidad. Ese desmesurado resurgir de la construcción, evita […]
El actual desarrollo que experimentan todas las ciudades del litoral es una evidencia visible a simple vista, a pesar del estancamiento demográfico que padece la sociedad española. La modificación vertiginosa de los paisajes urbanos, en aras a satisfacer ciertas presiones especulativas de grupos inmobiliarios es, incuestionablemente, una realidad. Ese desmesurado resurgir de la construcción, evita un crecimiento mesurado que procure adaptarse y respeter las necesidades ciudadanas, culturales, ambientales….
Hoy en día se planifica y se crean espacios arquitectónicos lejos de las necesidades inmediatas de los ciudadanos, lejos de la necesidad de respetar y conservar ciertas herencias ambientales, artísticas, emocionales… Pero todos, empresarios, políticos e, incluso ciudadanos aceptamos «complacidos» y «resignados» esas innovaciones urbanísticas en nombre del futuro, un futuro que se vende como extraordinario y grandioso…
La regla de oro de nuestro sistema neoliberal es que el motor económico español lo encabeza el pujante sector inmobiliario, debiendo permanecer en marcha pase lo que pase. En mi humilde opinión, sería positivo intentar reconducir ciertos esfuerzos financieros al campo de la rehabilitación y de la recuperación de nuestros vestigios históricos y naturales. También pueden y deben dar beneficios de todo tipo, incluso económicos, pues diversifican y crean nuevos caminos, recuperando profesiones y ofreciendo una imagen de mayor calidad y respeto por nuestras numerosas raices históricas. El turismo de sol y playa padece una recesión real, siendo imprescindible resucitar otras iniciativas.
A pesar de la proliferación de construcciones, equipamientos gigantescos, diseminación de mobiliario urbano y trazado de gran cantidad de vías para la circulación de vehículos… las ciudades han experimentado una evidente y lamentable perdida de espacios para el encuentro sereno, para el ocio y la relajación. Las plazas tradicionales, ubicadas en los diversos y variados centros históricos y tradicionales de nuestras ciudades, han sucumbido ante los nuevos usos y abusos del consumismo imperante, transformándose en núcleos propicios para el urgente entretenimiento nocturno, con todos los problemas añadidos que producen.
A la vez, gracias al aumento de la circulación privada y al deterioro y abandono de políticas de transporte público eficaces y combinadas, han emergido con fuerza los siempre presentes fenómenos de contaminación y degradación en la convivencia diaria: ruidos, luces excesivas, incremento de los humos, detritus y residuos urbanos… Es ya una imagen normal asistir al incendio de numerosos vehículos abandonados en las calles de las ciudades. Ya forma parte de nuestro paisaje cotidiano el incendio y la rotura de cabinas, marquesinas, bolardos, papeleras, contenedores…
El ciudadano, independientemente de las instituciones públicas, debe ser consciente de que también forma parte fundamental del paisaje urbano. En consecuencia, todos debemos lograr que la participación y el control de futuros desarrollos e iniciativas urbanísticas, ambientales, culturales, asistenciales… cuenten con el visto bueno de los principales afectados y destinatarios.
No es una ingenuidad exigir y demandar una participación activa y directa en todos los procesos que puedan evitar lesiones en el paisaje urbano. Nuestra salud emocional y afectiva viene determinada y definida gracias a la existencia de cuerpos urbanos saludables, donde todas las partes que integran ese paisaje tienen una función determinada en aras a lograr el bienestar y la convivencia armónica de todos los que formamos parte de ese tejido vivo, dinámico que es una ciudad.
Para obtener y mantener salud y bienestar en todo tiempo y lugar, el ciudadano debe pasar de ser un mero espectador -que asiste sumiso a ciertos rituales electorales en fechas determinadas-, a tener consciencia y asumir plenamente que es un creador de opinión, un impulsor de propuestas, un denunciante activo de todo aquello que pueda ocasionar nuevos y lacerantes problemas y perjuicios a la convivencia personal y colectiva.
¿Pueden nuestros representantes y empresarios financieros e inmobiliarios entender que todos tenemos arte y parte en la gestación, nacimiento y cuidado de nuestros espacios urbanos?
¿Pueden comprender que incluso los espacios privados deben cumplir y acatar ciertas normas públicas para lograr que el conjunto de la morfología urbana pueda ser saludable y aporte bienestar al conjunto del tejido social?
Pasar de las declaraciones, principios y de las buenas intenciones electorales a impulsar unos cauces participativos plurales, abiertos y sistemáticos en temas tan transcendentales y costosos como son el diseño de nuestras ciudades, la conservación y recuperación de nuestros espacios naturales y artísticos, es una tarea ineludible e inaplazable.
No hay que tener miedo a la hora de que los ciudadanos podamos conocer (e influir) en las propuestas de los arquitectos, empresarios, promotores y políticos. También nosotros somos una parte vital del paisaje y del futuro de nuestra gran casa que es una ciudad. Todas las partes de esa gran morada, precisan una atención y un cuidado común. La ciudad es nuestro cuerpo y debemos mantenerlo en buen estado, en forma, libre de epidemias y conflictos que puedan trastornar nuestro futuro inminente.
Nuestra reflexión aquí esbozada es una sugerencia que esperamos pueda ser analizada y complementada con otras aportaciones e iniciativas.
Antonio Marín Segovia
Cercle Obert de Benicalap
Iniciativas Sociales y Culturales de Futuro
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Móvil.: 645.75.95.91
Valencia, a 11 de septiembre de 2004