A Marcos Roitman Regreso a Madrid, «como regresa siempre el fugitivo» según Sabina. Desayuno con la prensa en una mano echando un vistazo al número 9998 ó 9999 del diario capitalino de mayor tirada. Bueno, tal vez lo sea el Marca que también me acecha no muy lejos. Nada de particular, salvo su anuncio del […]
A Marcos Roitman
Regreso a Madrid, «como regresa siempre el fugitivo» según Sabina. Desayuno con la prensa en una mano echando un vistazo al número 9998 ó 9999 del diario capitalino de mayor tirada. Bueno, tal vez lo sea el Marca que también me acecha no muy lejos. Nada de particular, salvo su anuncio del 10000 y de un libro gratis conmemorativo. Entro en las páginas de Madrid donde me llama la atención una carta al director del ejemplar ciudadano y compañero de estas lides Marcos Roitman Rosenmann. La misiva lleva por título: «Deber ciudadano contra la brutalidad» o algo parecido. La ojeo y pospongo su lectura para después. Cosa que no he podido hacer. Sin embargo me dio toda la pinta de que los hechos que denunciaba barruntan un esquema que me animo a reproducir, admitiendo ser corregido sino fue el caso:
Alguien indefenso -un menor aporreado en el Metro, ya que sí que leí el inicio- por fuerzas de seguridad o asimilados. Los ciudadanos que tienen la desgracia de contemplarlo si osan recriminarles pueden correr alguna de estas suertes: a) son desoídos y conminados a desaparecer, en el mejor de los casos, b) son denunciados si persisten en su actitud y más si pretenden denunciar lo visto; y c) son aporreados solidariamente (o al alimón por emplear un símil taurino, si lo vemos desde la otra parte) y denunciados por lesiones, atentado, desobediencia y resistencia a la autoridad en el supuesto de que sus agentes participen o hayan llegado a tiempo.
Dicho esquema resume experiencias muy cualificadas de su autor y quiero ilustrarlo con una extraordinaria porque también tiene de protagonista, como en caso de Marcos, a una ejemplar ciudadana, María, decana del Ateneo matritense y aprendiz de ciudadana/republicana desde los tiempos no vueltos de la Segunda República.
Había tenido lugar una manifestación en Tirso de Molina. Quedaba María por allí, yo no sé si volvía a casa o también permanecía en la plaza. Charlábamos y se nos acercaron dos policías locales. María aprovechó para comunicarles la actitud poco civilizada de algunos compañeros de aquellos que tiempo atrás le habían producido en el brazo algún moratón, del cual todavía se dolía y no sólo por el brazo. Lo hizo con respeto, aunque sus palabras eran directas y claras como bien acostumbra. Pues bueno, los polis torcieron el gesto y más cuando yo les quise hacer ver -más bien de manera implícita- que no se trataba de ninguna provocación y que como era obvio tuvieran presente la edad y ejemplaridad de María. Cayó en saco roto, ¡a sí que esas tenéis!: nos estábamos metiendo en un buen lío. Y eso que soy comedido y juicioso como pocos, ¡que sólo nos animaba restaurar la buena salud cívica!, pero no lo entendieron ellos así, sino que estábamos faltándoles al respeto y haciéndonos acreed ores de una falta de respeto y consideración debida a la autoridad o sus agentes, penada en el artículo 634 del vigente Código Penal con una multa de 10 a 60 días. Si bien esto último no tuvieron a bien detallarlo. Vistas tan criminalmente las cosas (deformación profesional, sin duda) y más que disuadido les indiqué que María les había participado una queja cordial y sincera, pero que, evidentemente, los cauces procedimentales «in situ» (a contrario, discúlpeseme por seguir con la jerga; comisaría, fiscalía o juzgado de guardia) no eran los adecuados ni ella pretendía utilizarlos.
Como los bosquejos farragosos a fuer de burocráticos no les disgustan del todo no me partieron la cara o ya se quedaron con ella para mejor ocasión. Así que ejemplares ciudadanos cuando hagáis una denuncia tened en cuenta a quien denunciáis y ante quien lo hacéis. Y querido Marcos no esperarás que encima la hagan ellos, por más que, como bien sabes, están obligados especialmente por razón de sus funciones y de velar por el estricto cumplimiento de la ley y el orden.