En los últimos tiempos el acrecentado dominio del capital transnacional a través de los procesos de globalización ha ido conduciendo a manifestaciones de rebeldía que suelen plantearse la posibilidad de otro mundo que no aumente la exclusión, las desigualdades, la pobreza y el desastre ecológico hacia el que se mueve el planeta. Tal necesidad de […]
En los últimos tiempos el acrecentado dominio del capital transnacional a través de los procesos de globalización ha ido conduciendo a manifestaciones de rebeldía que suelen plantearse la posibilidad de otro mundo que no aumente la exclusión, las desigualdades, la pobreza y el desastre ecológico hacia el que se mueve el planeta. Tal necesidad de pensar el mundo y a la sociedad desde perspectivas de solidaridad y justicia obliga también a reflexionar acerca de cómo la cultura debe y puede contribuir a semejante proceso.
Aclaro de entrada, que no me circunscribo solamente a la cultura artística y literaria sino que me refiero a la cultura como forma y expresión de la existencia social.
Hay que abrir caminos hacia la comprensión de la cultura como identidad propia que vaya rompiendo la tendencia que se impone desde los centros dominadores hacia una cultura hegemónica. Quizás es en la noción de pensamiento único, donde más descarnada y explícitamente se patentiza hoy esa aspiración de la modernidad burguesa a una universalización de sus modos de existencia subordinando y excluyendo a los demás. Pero junto ese verdadero totalitarismo de la intolerancia, hoy están presentes y contribuyen con mayor sutileza a esa intención hegemonista los mecanismos que han convertido en mercancías a la cultura artística y literaria y a todas las manifestaciones espirituales y materiales de la humanidad.
Con una sabia perversidad el capitalismo contemporáneo ha alcanzado madurez plena en la unión entre economía e ideología, y ha aprendido inclusive a introducirse en la subjetividad de las personas hasta alcanzar a construir sus perspectivas, sus sueños y sus aspiraciones. Se pretende -y se está alcanzado- que todos deseemos lo mismo, a lo cual contribuyen mancomunada e interrelacionadamente el consumismo de bienes materiales y espirituales, las perspectivas insolidarias del individualismo y la creencia de que siempre habrá desigualdades e injusticias. No importa que en buena ley las aplastantes mayorías sepan que no viven y que no podrán vivir jamás como los superricos, cuando, sin embargo, quieren y aspiran a vivir como ellos o, al menos, como las clases medias acomodadas, en particular como esos sectores en Estados Unidos.
La potencia hegemónica no sólo impone su poder en los más diversos planos sino que también lo hace con sus valores y modos de existencia. Todos queremos, al menos, pasar nuestras vacaciones en Hawai, en un hotel cinco estrellas, consumiendo las bebidas y alimentos de la cultura estadounidense, convertidos en modelos deseados por la publicidad y la industria cultural y mediática contemporánea.
Se trata de que asumamos que lo moderno es lo bueno, y que lo moderno es el conjunto de variados símbolos y hechos materiales que caracterizan al capitalismo contemporáneo. Lo demás, es antiguo, atrasado y francamente desechable, y eso abarca desde formas de vestir y alimentarse hasta el disfrute de la espiritualidad y la formación de las personalidades.
El mimetismo más absurdo invade a las masas y a los pueblos pobres, y es más importante disponer del artículo de moda que el propio conocimiento o la vida acorde a patrones ajenos al mercado.
Claro que tal proceso hegemónico no es ni puede ser absoluto y siempre levanta oposiciones y reacciones adversas con mayor o menor conciencia. De lo que se trata es de que no podemos fiarnos simplemente de las reacciones espontáneas antes determinadas acciones. Hay que aprehender, concientizar y reelaborar sistemáticamente las identidades culturales, con pleno y equilibrado sentido entre lo autócotno, lo original y lo renovable. Ni atrincheramiento en un pasado y una tradición inmutables, ni culto absoluto a la modernidad hegemónica: aquella suele tener aspectos rechazables y nunca ha permanecido estática sino que ha sido una sistematicidad de rupturas y continuidades; esta puede ofrecer nuevas expresiones y herramientas imprescindibles. De lo que se trata es justamente de impedir las hegemonías culturales y de partir de la admisión de la diversidad y riqueza de las culturas.
Y aquí es donde la cultura artística y literaria, y la intelectualidad, tienen que desempeñar un rol significativo como sintetizadores y símbolos que son de las culturas.
2.
Un elemento significativo para cualquier cultura de resistencia y recreación sistemática de autoctonía y orginalidad es la apertura de toda la cultura al acceso popular. La cultura no puede quedar circunscrita en su expresión, conocimiento y disfrute a minorías ilustradas o ser seccionada en algunas de sus manifestaciones -como ocurre en el ámbito artístico y literario- entre pequeñas élites y las masas populares, a las cuales se destina la producción masiva de las indutrias cultura y mediática. Cada individuo, cada grupo social tiene que estar facultado para moverse con criterio propio dentro de la más amplia gama de opciones culturales de que disponga la sociedad. Eso sería verdadera democracia.
Está claro que no se trata de rechazar la obvia importancia que tienen el cine, la televisión o el disco sino de aprovechar sus posibilidades de masificar el acceso a las creaciones individuales, y, además, de crear arte desde su propia estética y de una ética humanista y no mercantil.
Educación e información son decisivas, pues, para una verdadera masificación de las culturas, en lugar de la masificación de una cultura hegemónica y de dominación.
3.
En consecuencia con lo anterior, hay que reconocer que las llamadas culturas populares son parte de las culturas, por lo general las que más caracterizan las identidades y las originalidades de las culturas.
No quiero desconocer, por supuesto, el avance que ha significado reconocer, estudiar y dar espacio a las culturas populares. Lo que llamo la atención sobre el implícito sentido contradictorio y hasta algo excluyente las nociones entre cultura y cultura popular. Los artistas suelen pasar por alto tal división en su labor creadora y se trataría entonces de proceder como muchos de ellos hacen. Y una verdadera masificación en el acceso a la educación y a la información, una real cultura de todos y para todos permitiría expresar culturas esencialmente populares, aunque ha de partirse de comprender que hay y habrá diferencias, y que cada cultura ha de asumir estas e incluirlas como diversidades.
Cuando se avance suficientemente por tales caminos entonces no se hablará más de cultura popular, porque toda cultura será esencialmente popular, sin enfrentamiento u oposiciones por sus prácticas, manifestaciones y disfrutes.
4.
Por otra parte, otro mundo sólo será posible cuando haya igualdad para la expresión, la difusión y el conocimiento de todas las culturas. No puede haber culturas mejores y peores, más avanzadas y más atrasadas, antiguas y modernas, valederas y desechables.
La cultura como sensibilidad y como valores que dan sentido a la existencia tiene que reconocer, admitir, dialogar, compartir e irse interpenetrando con otras sin hegemonías excluyentes. Hoy algunos ya comprenden que sociedades más primarias en sus niveles de conocimiento, intercambio y desarrollo económico han sido y son más equilibradas social y espiritualmente que la sociedad capitalista contemporánea, y hasta algunas ciencias sociales -como la antropología y hasta la sociología- nacidas para justificar las hegemonías y dominaciones de unos pueblos sobre otros, admiten la riqueza que esas culturas aportaron y aportan a la humanidad.
Si algo puede favorecer la interconexión entre pueblos y culturas diversos que establecen los procesos globalizadores es justamente la relación entre ellos. Y si les quitamos el signo de dominación y admitimos la validez de la expresión del otro, inclusive hasta la necesidad de su existencia para ser nosotros mismos, estaremos andando por el camino de que la diversidad y variedad de culturas es factor consustancial para que otro mundo sea posible: más humano y por ende mas culto.
5.
Sé que estoy hablando de un proceso largo, complejo y difícil, con más obstáculos que beneficios a su favor. Pero hay que tener conciencia de ello y no dejarlo como un problema para ser abordado después, cuando creamos que hemos llegado al otro mundo, porque lo más probable es que no estemos en ese otro mundo al que aspiramos sino que estemos aún en el mismo que no nos satisface y que nos excluye y domina. Hay que ir construyendo y reconstruyendo sistemáticamente esta nueva visión de la cultura para alcanzar una verdadera cultura nueva, que sería el mundo posible que queremos.
Es un proceso, repito, cuyos rasgos se irán creando e implantando muchas veces con las más aparentemente pequeñas acciones, porque se trata de transformar nuestras mentes, nuestras perspectivas y nuestras culturas. Esa cultura que comprenda todas las culturas iría haciendo posible otro mundo, y este, a su vez, dialécticamente al mismo tiempo la va haciendo a ella también.
Y, finalmente, cuando hablamos de esa cultura, estamos pensando, desde luego, en nuevas formas de existencia, que comprenden, indudablemente, la atención a los problemas mas acuciantes de la existencia, de la cultura: la alimentación, la salud, la educación, tan distantes de ser elementalmente satisfechas en tantos pueblos y naciones. Por eso, aun en medio de las condiciones más difíciles, prestar atención a esos problemas capitales es el más urgente acto cultural para contribuir a hacer realidad ese otro mundo posible.