Querida Belén: La lectura de tu artículo me ha resultado a la vez estimulante y desazonadora. Estimulante, porque tienes el acierto y el valor de replantear un tema que durante demasiado tiempo ha estado ausente de nuestra frívola escena literaria, y que muchos consideran ingenuo y trasnochado. Y desazonadora porque, al leer tu extenso artículo, […]
Querida Belén:
La lectura de tu artículo me ha resultado a la vez estimulante y desazonadora. Estimulante, porque tienes el acierto y el valor de replantear un tema que durante demasiado tiempo ha estado ausente de nuestra frívola escena literaria, y que muchos consideran ingenuo y trasnochado. Y desazonadora porque, al leer tu extenso artículo, tenía todo el tiempo la sensación de que estabas a punto de hacer alguna propuesta concreta, y esa propuesta nunca llegaba a materializarse. Esperaba que desarrollaras el apólogo brechtiano de los horacios y nos propusieras una dirección en la que correr para que el enemigo se fatigara al perseguirnos. O que nos sugirieses una manera de acortar nuestra lanza para poder ocultarla y atacar por sorpresa. Solo al acabar de leer el artículo me di cuenta de que mi expectativa era tan literaria como tu propuesta: me había dejado llevar por la «suspensión de la incredulidad», alimentada en este caso (como en casi todos) por mi propio deseo.
Pero, por eso mismo, tu artículo me parece doblemente movilizador: porque no solo habla de nuestra impotencia (la de los narradores), sino que la ejemplifica. ¿Y por qué un «impotente» artículo sobre la impotencia resulta movilizador? Porque nos invita –mejor dicho, nos conmina– a superar la situación denunciada (y ejemplificada). Nos dice, casi nos grita: «Los narradores del primer mundo estamos empantanados, atrapados en las redes del capitalismo y de nuestras propias contradicciones. Estamos tan atrapados que ni siquiera vemos la salida, y solo colectivamente podremos encontrarla». En este contexto, una propuesta concreta habría sido, más que una ingenuidad, una autorrefutación. Porque si el problema fuera tan sencillo como para que una escitora, desde su propia reflexión individual, pudiera hallar la solución, no habría tal problema. Habría un camino a seguir y un montón de desertores, pero no un problema teórico a resolver.
Por eso, mediante un pequeño juego literario y autorreferencial, tu artículo plantea la única propuesta posible, la metapropuesta: la propuesta de buscar propuestas concretas. Y de hacerlo de forma colectiva. ¿Cómo? Tampoco lo dices, evidentemente. Porque no se puede decir de una sola manera y de una vez por todas. Por eso el tuyo es un «texto en marcha». Y por eso yo tampoco voy a hacer propuestas muy concretas: me limitaré a «subirme en marcha» a tu texto para intentar desarrollarlo un poco más, y a invitar –mejor dicho, a conminar– a nuestros colegas a que hagan lo propio, a que busquen urgentemente nuevas (o viejas) formas de organización y colaboración.
No es fácil. Mi propia experiencia personal me ha demostrado repetidamente que los escritores y escritoras tenemos grandes dificultades psicológicas para el trabajo en equipo. Por eso me parece especialmente importante que aprovechemos las ocasiones de encuentro que nos brindan las circunstancias (y, sobre todo, los movimientos sociales, de los que en modo alguno podemos permanecer al margen). Un ejemplo cercano y significativo:
En diciembre de 2000, Juan Antonio Bardem, Gloria Berrocal y yo, entre otros, formamos parte de una delegación cultural que visitó Bagdad, y durante los largos viajes de ida y vuelta hablamos de la necesidad de unirnos no solo en actos testimoniales y embajadas de buena voluntad, sino también para organizar conjuntamente acciones concretas. Unos meses después, en la Plataforma Paremos la Guerra se formó una comisión de cultura que volvió a reunir a la delegación de Bagdad en un marco más amplio y operativo. Y todo ello, gracias a la capacidad organizativa de Ángeles Maestro y algunas personas más (casi todas mujeres, dicho sea de paso), acabaría posibilitando la constitución, en julio de 2002, de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, cuya andadura (al igual que tu artículo, y por las mismas razones) ha sido a la vez estimulante y desazonadora. Por una parte, hemos comprobado lo mucho que se puede conseguir con un poco de coordinación. Por otra, nos hemos dado cuenta, una vez más, de lo difícil que nos resulta colaborar renunciando a nuestro mezquino individualismo.
Afortunadamente, las circunstancias nos reclaman cada vez con más fuerza e insistencia (la «cruzada contra el terrorismo» de Bush y sus cómplices ha sido –sigue siendo– una de las mayores catástrofes materiales y morales de todos los tiempos, pero algunos de sus efectos colaterales –como el de espabilar a unos cuantos intelectuales amodorrados– han sido beneficiosos). Lo que no suelen conseguir nuestras convocatorias internas, lo logran las externas: tú y yo, sin ir más lejos, en los últimos meses hemos coincidido en La Habana, en Cádiz y en Caracas (¡e incluso en Madrid!), y pronto volveremos a coincidir en Cuba, en la Feria del Libro, junto con otros y otras habituales de estos encuentros: Alfonso Sastre, Eva Forest, Irene Amador, Constantino Bértolo, Juan Madrid, Sara Rosenberg, Santiago Alba, Pascual Serrano… Necesitamos que nos zarandeen y nos «pastoreen» de vez en cuando, y por suerte ahí están Cuba y Venezuela para hacerlo, y los compañeros y compañeras de los cibermedios, como Rebelión, Cádiz Rebelde, Nodo 50, La Haine, La Jiribilla… Recordarás que en Cádiz, durante las jornadas de apoyo a la Revolución Cubana, se volvió a hablar de la necesidad de organizar un encuentro de medios alternativos, y propusimos que fuera también de «autores alternativos». Si carecemos de capacidad organizativa propia, aprovechemos la de otros colectivos menos neuróticos. Y esto nos lleva a un punto que considero fundamental: la relación de los escritores de izquierdas con los nuevos medios.
Como es bien sabido, los grandes medios de comunicación y las grandes editoriales están en las mismas manos y constituyen auténticas mafias culturales que, cada vez con más encono, intentan reducir al silencio a los escritores de izquierdas. Si no fuera por los foros de Internet y unas pocas publicaciones impresas semiclandestinas, casi no podríamos expresar ni contrastar nuestras opiniones. De manera que, así como los «nuevos peiodistas» intentaron convertir sus artículos en literatura, los «nuevos literatos» tenemos que convertirnos en articulistas de la contrainformación y la contraopinión. Tenemos que aprovechar los espacios que nos ofrece la Red y, a la vez, tenemos que apoyarlos y contribuir a su consolidación; de esta diálectica –y solo de ella– surgirán los autores y los medios de la Edad Postcontemporánea.
Para terminar, voy a referirme (a subirme en marcha) a otra idea que está presente en tu artículo pero que expresaste de forma más explícita en Cádiz: la posibilidad de que los «creadores» moderemos nuestro subjetivismo (a menudo caprichoso, casi siempre excesivo) y seamos capaces de aceptar «encargos revolucionarios». Pues bien, hace unas semanas, en Caracas, Abel Prieto me decía: «Tendríamos que hacer una telenovela antiimperialista». Y, casualmente, en febrero coincidiremos en La Habana muchos de los pocos guionistas de izquierdas del Estado español. Ya tenemos un encargo y una primera cita para empezar a trabajar en él. Que siga la marcha…
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