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Doble muerte y victoria de Pilar Manjón

Fuentes: Rebelión

Frágil y transparente como el cristal, fue la más fuerte, sin más arma que la piedad. Tomen ejemplo Aquiles y Odiseo, Heracles y Jasón, los propios dioses. (Epitafio de Antígona)   A Pilar Manjón, como a Antígona, la han matado dos veces: al arrebatarle a su hijo y al perseguirla por honrar su memoria (por […]

Frágil y transparente

como el cristal, fue la más fuerte,

sin más arma que la piedad.

Tomen ejemplo Aquiles y Odiseo,

Heracles y Jasón, los propios dioses.

(Epitafio de Antígona)

 

A Pilar Manjón, como a Antígona, la han matado dos veces: al arrebatarle a su hijo y al perseguirla por honrar su memoria (por honrarla de la única forma posible: proclamando la verdad y exigiendo justicia). Y, como Antígona, la frágil Pilar (parece siempre a punto de quebrarse, pero resiste todos los zarpazos), la transparente Pilar, ha vencido a sus verdugos sin más arma que la piedad, la irreductible pietas de los sabios y de los héroes verdaderos. No andamos sobrados de héroes y heroínas, en los tiempos que corren, así que apresurémonos a testimoniarle nuestra admiración, nuestro apoyo y nuestra gratitud; y a seguir su ejemplo.
 

Pilar ha dicho públicamente, desde la mismísima fosa de los leones (que no habrían vacilado en devorarla con tal de hacerla callar, que de hecho lo intentaron), que el Emperador no solo está desnudo, sino que su falso manto de púrpura es la sangre en la que se baña todos los días. Ha llamado por su nombre a los políticos de oficio y beneficio, a los carroñeros que se disputan los restos de las víctimas de un terror que ellos mismos propician. Ha dicho la pura verdad (la verdad más pura, que es la que nace del dolor) en el templo de la mentira. No pueden perdonárselo. Al igual que los vampiros, su cabal metáfora, quienes mercadean con el odio, el miedo y el sufrimiento no pueden soportar que se les tienda un espejo.

 

Los que se sorprenden de que en una manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo se haya insultado a Pilar Manjón, son unos ingenuos: lo sorprendente sería que no lo hubieran hecho; lo sorprendente sería que las ratas que infestan las cloacas del poder no intentaran ensuciar con su baba a quienes las ponen en evidencia.

 

Estoy seguro de que en la manifestación en la que escarnecieron a Pilar (frente a lo cual, dicho sea de paso, el hecho de que abuchearan a un politicastro oportunista es mera anécdota) había dolores tan hondos como el suyo e igualmente dignos de todo nuestro respeto y de toda nuestra solidaridad. Pero también estoy seguro de que había muchos fascistas, en el más estricto sentido del término; es decir, terroristas. Quienes insultan el dolor de Pilar no son mejores que quienes lo causaron. Quienes, como Federico Jiménez Losantos, llaman «lágrimas de teatro» a las de una madre que acaba de perder a su hijo, no son mejores que quienes la condenaron a llanto perpetuo. Cuando pienso en los que pusieron las bombas de Atocha, me vienen a la mente adjetivos como «fanáticos» o «despiadados» (junto con otros que sin justificar nada lo explican casi todo, como «desposeídos», «ultrajados» y «desesperados»); pero cuando pienso en los que escarnecen a una madre que llora a su hijo muerto, me quedo sin adjetivos. Dicho de otro modo: los primeros me dan miedo, pero los segundos me dan asco (y, en el fondo, aún más miedo que los primeros).

 

Si una pandilla de canallas no hubiera apoyado la criminal invasión de Iraq, probablemente el hijo de Pilar y ciento noventa personas más seguirían con vida. Y si una pandilla de canallas aún mayores no hubiera atropellado sistemáticamente al mundo árabe durante décadas, el hijo de Pilar y miles de personas más no habrían sido víctimas de la cólera islámica. Pilar Manjón no lo ha dicho con estas mismas palabras, pero lo ha dicho. Y se lo ha dicho a la cara a los terroristas por antonomasia, a los terroristas de Estado. Por eso la han matado por segunda vez. Por eso es invencible, como Antígona.