Abril es el mes durante el cual aflora en España, una vez al año, el apasionado sentimiento republicano. Se nota, sobre todo, en aquellos grupos de españoles que, después de haberse sentido arrebatados emocionalmente por el cambio de régimen, se han dado cuenta –casi treinta años después– de que el paso de la dictadura a […]
Abril es el mes durante el cual aflora en España, una vez al año, el apasionado sentimiento republicano. Se nota, sobre todo, en aquellos grupos de españoles que, después de haberse sentido arrebatados emocionalmente por el cambio de régimen, se han dado cuenta –casi treinta años después– de que el paso de la dictadura a la democracia pluralista tenía truco. La democracia prometida camuflaba la solución que el dictador había formulado para evitar la caída estrepitosa de su régimen, cuando él ya no existiera: que España asumiera una monarquía instaurada . No restaurada. El dictador, lo ataba todo –muy bien atado–, incluso para que las cosas no fueran diferentes a cómo él quería que fuesen cuando ya no perteneciera al mundo de los vivos.
Franco no quiso reconstruir la monarquía borbónica utilizando a don Juan de Borbón porque temió que así facilitaría el restablecimiento de la antigua dinastía, sino que pretendió crear una nueva monarquía; en la cual, su titular tendría que gobernar «de manera diferente a como él lo había hecho» (recomendación suya a don Juan Carlos…) durante casi cuarenta años.
A los españoles les otorgaron el título de demócratas por la vía de la burocracia política; no como consecuencia de una probada capacidad popular para la práctica democrática en el ejercicio de la vida nacional. Hubo un tiempo, en la historia política de este país, durante el cual se quiso democratizar la sociedad española; pero el arraigado pensamiento integrista no lo permitió. Me refiero a la II República Española, de la que se cumplirán mañana –14 de abril– setenta y cuatro años.
Quienes pensaban que la República era la auténtica acreedora del proyectado cambio no contaron con la fuerza que aún tenía la derecha dinástica a pesar de la sensible pérdida de su victorioso caudillo … La llamada Transición se hizo prescindiendo de la posibilidad de que otra República reiniciara la democratización del país que se había frustrado violentamente, el 18 de julio de 1936, con el golpe de Estado. Al parecer, el único pasado válido para conseguirlo era la Monarquía. A la República no se la considera una herramienta útil para democratizar –no sólo emocionalmente, sino culturalmente también– a los españoles. O, quizá, por eso precisamente: porque vale tan bien –o mejor– para fundamentar una auténtica cultura democrática de la cual –créase o no– la sociedad española actual carece. A pesar de haber sido tan emotivamente democratizada…
Las elecciones de 1936, ganadas por el Frente Popular, aceleraron el regreso de la derecha carpetovetónica a su clásica fórmula política para resolver sus problemas contundentemente: el golpe militar. Si la izquierda española de aquel tiempo había acertado al imitar el frentepopulismo europeo –especialmente, el francés–, la derecha no quiso quedarse atrás y reaccionó aproximándose a los países fascistas, de moda entonces: Alemania e Italia. Parece ser que los dos factores determinantes de ese acercamiento fueron «la Iglesia y los monárquicos» (Eric J. Hobsbawm en Historia del siglo XX ).
Confesarse incompatible con el régimen monárquico equivale, al parecer, a declararse partidario de la República. Por lo tanto, de muy dudosa ideología. Sobre todo, enemigo de la Casa Real. Pero si esa incompatibilidad es puramente ideológica, ésta no conlleva la exigencia de no guardarles el respeto debido a las personas que encarnan la institución monárquica. Criticar los aspectos esenciales del actual régimen español no debe –no debería…– ser considerado como un acto antidemocrático. Pero aquí, la libertad de opinión ni se tolera ni está bien vista. La democracia española actual cojea precisamente por esa intolerancia –a menudo, hipócrita; casi siempre, tan insolente…– de quienes siguen pensando, como durante el régimen anterior, a) que las instituciones buenas lo son gracias a las personas que las representan, b) que la República es una institución tan indeseable como lo son sus partidarios.
EMPAPADOS de la cultura política orgánica del régimen dictatorial –la única posible durante cuarenta años–, los españoles del interior desembocaron, junto con sus compatriotas supervivientes del largo exilio exterior, en una democracia plagada todavía de las manías y los perjuicios de un pasado integrista. A los que todavía hablan de la República se les cataloga despectivamente como nostálgicos . Sin embargo, la mayor parte de quienes la invocan hoy como una opción de gobierno tan legítima como la de quienes prefieren la Monarquía, no conocieron la II República Española. Cómo pueden sentir nostalgia por algo que no vivieron personalmente…?
Es probable que ese desprecio a la nostalgia del republicanismo oculte algo peor: el miedo a que entre las nuevas generaciones de españoles enraice profundamente la utopía de una III República Española. Es decir, de la República que vendrá mañana…