Desde la fidelidad crítica a los signos de los tiempos que hoy caracterizan la situación de Euskal Herria somos conscientes, como sacerdotes en nuestras diócesis de Iruñea-Tutera, Baiona, Bilbo, Donostia y Gasteiz, juntamente con la mayoría de nuestro Pueblo, del especial y decisivo momento en que nos encontramos: la necesidad de dar pasos positivos y […]
Desde la fidelidad crítica a los signos de los tiempos que hoy caracterizan la situación de Euskal Herria somos conscientes, como sacerdotes en nuestras diócesis de Iruñea-Tutera, Baiona, Bilbo, Donostia y Gasteiz, juntamente con la mayoría de nuestro Pueblo, del especial y decisivo momento en que nos encontramos: la necesidad de dar pasos positivos y audaces en la búsqueda y realización de la paz y de la normalización política.
Nuestra Iglesia vasca debe contribuir a este proceso desde su misión evangelizadora afirmando proféticamente y defendiendo con firmeza todos los derechos humanos, en especial de los más débiles, marginados y de todas aquellas personas que más sufren las consecuencias de una penosa y larga situación de injusticias y de conflicto.
Proceso decisivo hacia la paz
Después de muchos años de estancamiento y cerrazón se están creando condiciones propicias que abren caminos hacia un nuevo contexto. No se trata ya de sueños y deseos lejanos que hasta hace algún tiempo parecían irrealizables. Hoy, desde una observación objetiva y sopesada, creemos se dan las circunstancias más favorables para un cambio cualitativo y un avance decisivo hacia el horizonte de la paz. Los signos de esta esperanza razonada son claros para quienes analizan nuestro momento actual sin prejuicios o intereses partidistas.
Gracias al esfuerzo y tesón de muchos movimientos, grupos y personas se ha llegado al convencimiento general de que los caminos para conseguir la normalización democrática consisten en el diálogo y la negociación. Foros sociales, mesas políticas y sindicales, encuentros plurales, reflexiones públicas se orientan insistentemente en esa línea y la están llevando a la práctica. La izquierda abertzale ha afirmado su inequívoca voluntad y compromiso por vías y procesos pacíficos y democráticos. También otros partidos tanto nacionalistas como estatalistas han afirmado su disposición para dialogar dentro de esas condiciones.
Dentro de este contexto es mayoritaria la convicción de que todas las personas, grupos y partidos tienen pleno derecho a decir su palabra e intervenir en decisiones que a todos afectan. No se debe excluir ni segregar políticamente a nadie en los múltiples y plurales encuentros y conversaciones cuyos resultados deberían ser presentados a consulta popular en todo Euskal Herria. Nos parece de especial y particular urgencia e importancia la supresión tanto de la ilegalización de Batasuna como de procedimientos judiciales que encausan a sectores políticos, culturales y sociales vascos. El caso más llamativo y grave es el macrosumario 18/98 que trata de anular a sujetos agentes imprescindibles en el proceso resolutivo del conflicto.
El colectivo de presos y presas políticos vascos, los exiliados y deportados son también parte necesaria en el proceso para la resolución del conflicto de Euskal Herria con los estados español y francés. Estas personas, juntamente con sus familiares, son la punta del iceberg de la penosa situación de confrontación y dolor que hace tiempo debía haberse resuelto. Por supuesto no podemos relegar a un segundo plano a tantas víctimas de uno y otro lado que deben ser tratadas efectivamente como víctimas y no utilizadas para fines políticos partidistas. El encuentro, el diálogo, las conclusiones, la reconciliación son hoy apremiantes desde el mutuo respeto y reconocimiento sociales.
No hay duda de que la ausencia de cualquier tipo de violencia es indispensable para la credibilidad y eficiencia de las decisivas interlocuciones. Valorando los recientes pasos dados por ETA, creemos que debe renunciar definitivamente al recurso a la violencia armada. También otros agentes implicados en la resolución del conflicto estados y gobiernos deben garantizar el total respeto democrático y suprimir toda violencia degradante, en especial torturas y malos tratos, en actuaciones policiales, en comisarías, en cárceles.
Sabemos y somos plenamente conscientes de que la construcción de la paz no debe entenderse en claves únicamente políticas. Existen entre nosotros situaciones de injusticia, discriminación, marginación consecuencia de la globalización neoliberal donde muchas personas y familias malviven en condiciones económicamente indignas, sin recurso a una vivienda, con falta de atención desde unos servicios sociales dignos y suficientes ayudas de emergencia social: pensamos de manera especial en las condiciones de vida de muchos emigrantes. Reclamamos también el respeto ecológico de nuestra casa común. Proyectos como el TAV/AHT, realizaciones como Itoitz, crecimientos urbanos incontrolados atentan directamente contra la paz ecológica.
La expresión más profunda y alma de nuestra Ama-lur, territorio en el que nuestro pueblo nació, vive y ha forjado su identidad, es el euskera. Defender, extender nuestra lengua y vivir como euskaldunes es nuestro derecho y deber para ser fieles a los que somos y convivir en paz.
Al servicio de la paz entre los pueblos
Como miembros de la Iglesia en Euskal Herria tratamos de practicar nuestro ministerio de servicio evangelizador de los pobres en fidelidad a la causa de la justicia entre todos los pueblos y personas compartiendo sus sufrimientos y esperanzas. Nuestra misión no está encerrada en los templos, sino abierta a la vida, al trabajo por la justicia y la fraternidad, a la construcción de la paz. Obispos vascos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas reclaman la consecución de la paz en todos los órdenes de la convivencia. Las víctimas de todas las violencias políticas, sociales, económicas, la atención a los presos, a los pobres, inmigrantesŠ preocupan en muchas de nuestras comunidades.
Pero también debemos autocriticarnos reconociendo que falta en nuestra Iglesia un compromiso profético, en la defensa de todos los derechos, en especial cuando esta denuncia puede crear un conflicto con el poder establecido, bien político o eclesiástico. Ante la crisis y urgente renovación eclesial creemos que la línea y pasos dados son de tinte conservador y predominantemente reorganizativo. Se mira más al mantenimiento de las estructuras y servicios eclesiásticos que a la realización del Reino de Dios. Hombres y mujeres laicos no son integrados como miembros plenamente responsables. La relación entre nuestra diócesis vasca se mantiene, por razones políticas, bajo estructuras eclesiásticas de división.
Nos parecen especialmente lamentables determinadas posiciones eclesiásticas ante situaciones de carácter ético y pastoral en el Estado español. Todavía bastantes obispos están empeñados en mantener una Iglesia de cristiandad, sin respeto por la autonomía, la secularización y laicidad de la sociedad, como lo pidió el Concilio Vaticano II. Sobre problemas tan complejos como la sexualidad en general y la homosexualidad en particular, el tratamiento científico de los procesos de la vida, se adoptan posturas y hasta se promueven manifestaciones que parecen responder a la búsqueda de privilegios, poderes e intereses y no tienen en consideración a personas, parejas y familias que han sufrido una dolorosa marginación por parte de la sociedad y de la Iglesia.
Ante la situación de Euskal Herria, jerarquías eclesiásticas del Estado se dedican más a poner obstáculos, desde sus conocidas ideologías de una España unida, que a facilitar el diálogo, la paz y la reconciliación por caminos de respeto a la identidad de nuestro pueblo, a los derechos humanos y fidelidad a la justicia. Fueron particularmente lamentables la «Instrucción sobre el Terrorismo» de la Conferencia Episcopal Española no suscrita por la mayor parte de los obispos vascos y la «Nota de la secretaría ante el Proyecto de Estatuto de Autonomía», que obedecía más a presiones políticas que a razones pastorales.
En este momento decisivo para la paz afirmamos que hoy el signo más significativo de nuestro tiempo en Euskal Herria es la construcción de la paz y la normalización política. Queremos seguir ofreciendo toda nuestra colaboración en este proceso.
– Animando a nuestras comunidades a implicarse en su realización con posturas y actitudes de diálogo, apertura y flexibilidad.
– Denunciando los obstáculos que pretenden impedir el camino de una auténtica paz.
– Defendiendo los derechos humanos individuales y colectivos, sobre todo de los más pobres, dentro del modelo de una Europa de los pueblos, social y solidaria.
– Reclamando con urgencia la reunificación de todos los presos y presas en Euskal Herria, como primer paso hacia una amnistía integral.
– Expresando nuestra solidaridad con todas las víctimas de las diversas violencias.
– Trabajando para que nuestra Iglesia asuma y afronte su renovación en profundidad y sea servidora en la sociedad secularizada vasca de su pueblo dando testimonio con palabras y acciones de su servicio a los pobres, a la relación solidaria entre los Pueblos y al empeño por la paz como su compromiso más urgente en estos tiempos.
* Ciriaco Molinuevo. En nombre de la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria.
Firman también este texto: Martin Orbe, Félix Bergara, Kepa Ezeolaza y Félix Placer.