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Las fronteras de la inmigración

Fuentes: Rebelión

A estas alturas de la legislatura, los responsables socialistas tendrán ya la certeza de que la política migratoria es una materia mucho más compleja de lo que sostenían hasta fechas bien recientes con demasiada ingenuidad. Efectivamente, basta repasar algunas de las primeras entrevistas concedidas por la Secretaria de Estado de Inmigración, Consuelo Rumí, para tener […]

A estas alturas de la legislatura, los responsables socialistas tendrán ya la certeza de que la política migratoria es una materia mucho más compleja de lo que sostenían hasta fechas bien recientes con demasiada ingenuidad. Efectivamente, basta repasar algunas de las primeras entrevistas concedidas por la Secretaria de Estado de Inmigración, Consuelo Rumí, para tener todo un compendio de banalidades y buenas intenciones que los hechos se han empeñado en demostrar bastante alejados de la extraordinaria complejidad que hoy día ofrecen las migraciones contemporáneas. Y este es precisamente uno de los mayores déficits de este gobierno, dejar pasar la oportunidad de hacer una intensa labor de pedagogía social para que comprendamos causas y consecuencias de unas migraciones que son resultado directo de unas corrientes globalizadoras sometidas a las fuerzas del mercado.

Naturalmente que tenemos que felicitarnos del paso dado para regularizar el gigantesco ejército de inmigrantes sin papeles reducidos a sombras y condenados a alimentar una gigantesca economía sumergida vinculada a su explotación, pero las enormes colas que en muchas ciudades se vienen produciendo ante las oficinas de extranjeros, donde hemos podido ver cómo se llega incluso a dormir y pasar jornadas enteras a la espera de ser atendidos, demuestra que falta una visión política de conjunto que parta de la necesidad de tratar a estas personas con la dignidad que merecen y la importancia económica y laboral que tan repetidamente escuchamos que tienen. Para colmo, la discrecionalidad que en materia de extranjería tienen los subdelegados del gobierno en cada provincia ha construido una especie de mandarinazgo, justificando actuaciones con criterios tan personales como dispares.

Pero la situación vivida estos días en las fronteras de Ceuta y Melilla ha demostrado bien a las claras las numerosas debilidades de la política de inmigración socialista, que debe abandonar definitivamente su ingenuidad y falta de planificación. Lo cierto es que los inmigrantes tienen la rara cualidad de poner de manifiesto la dramática situación de los países de los que proceden, pero también las debilidades e insuficiencias de los países a los que llegan. Y en este caso, también han tenido la cualidad de reflejar muchas de las miserias de nuestra política.

Empecemos por hablar de un Partido Popular tan irresponsable como insensato, que hace tiempo demostró que convertiría a la inmigración y lo que se le ponga a tiro, en una simple baza oportunista para meter miedo a la población y jugar a la demagogia. Baste con acudir a la página web oficial de este partido para leer con asombro que consideran los acontecimientos de estos días en las fronteras de Ceuta y Melilla como «uno de los acontecimientos más graves que se han producido en España en los últimos 25 años». Todavía tenemos muy reciente su disparatada herencia en materia migratoria para calibrar la dimensión de las palabras que estos días escuchamos a muchos de sus dirigentes. Pero veinte meses después de la llegada de los socialistas al Gobierno, la situación vivida estos días exigiría de medidas mucho más amplias, sensatas y estructuradas que desplegar a la legión junto a las alambradas.

Desde hace muchos años se han podido leer infinidad de informes y documentos que exponían la situación límite de los centros de estancia temporal (CETI), sin que nadie moviera un dedo. Al mismo tiempo, los medios de comunicación han venido difundiendo en los últimos años amplios reportajes de los campamentos de miseria extrema que se estaban formando en montes cercanos a estas fronteras poblados por miles de subsaharianos a la espera de cruzar a España. ¿Nadie de la Secretaría del Estado de Inmigración lee la prensa o pensaban que era simple turismo ecológico? Por si fuera poco, el tratamiento que se da a estos pobres desesperados deja en mantillas tratados, acuerdos y convenciones en materia de derechos humanos suscritos por España.

El problema no es que sean inmigrantes, sino que ni siquiera se les garantiza un trato como personas. Pero una vez más, Maruecos vuelve a demostrar que es capaz de utilizar todo lo que tiene a su alcance para tensionar las relaciones políticas con España y exigir una situación de privilegio frente a los muchos contenciosos que tiene abiertos. ¿Qué está sucediendo para que en un país con la presión migratoria tan fuerte como tiene Marruecos, ninguno de los inmigrantes que salta la valla en las avalanchas de estos días sea marroquí? ¿Nadie ha caído en la cuenta de que las dos zonas de donde proceden en estos momentos los principales flujos de inmigración clandestina que intenta penetrar en España, Ceuta y Melilla, junto a las costas saharauis (en el caso de los inmigrantes que llegan en patera a las costas canarias), son zonas en las que Marruecos mantiene importantes contenciosos con España? ¿Cómo entender que los miles de inmigrantes subsaharianos que durante años deambulan por Marruecos hasta poder dar el salto hacia España, puedan moverse sin el conocimiento -y la complicidad- de uno de los cuerpos policiales y militares más importantes de África?

Pero no nos engañemos, también la Unión Europea demuestra en esta situación una vez más su estado de crisis latente. Ceuta y Melilla son también fronteras con Europa en virtud del Acuerdo de Shengen y de las políticas comunitarias, y es también Europa quien tiene de una vez por todas que articular una verdadera política de inmigración que incluya una respuesta efectiva a los desajustes que las políticas comerciales, económicas, financieras e inversoras están produciendo en los países de nuestra periferia a través de la globalización rampante que impulsa.

Una reflexión final también tiene que hacer pensar en muchos de los dislates que se escuchan estos días, entre los que destaca la receta de dar ayuda al desarrollo a los países de donde proceden estas personas para evitar que vengan. Ni la solución es tan sencilla, ni nuestra supuesta ayuda al desarrollo está sirviendo para ello, ni los gobiernos parecen entender esta prioridad; y lo que es más importante, la situación en la que se desenvuelven los países pobres en general, y África de una manera muy particular se explica únicamente en términos de pobreza. Posiblemente muchos gobernantes puedan explicarnos estos días cómo creer en sus apelaciones de lástima y caridad hacia estas gentes desesperadas que se abalanzan hacia una alambrada repleta de cuchillas, cuando acaban de enviar a la nación más poderosa de la Tierra como es Estados Unidos, un importante dispositivo de ayuda humanitaria con motivo del huracán Katrina, simplemente por la desidia y el desinterés de un gobierno que mantiene en Irak un despliegue militar con cuyo coste se podría eliminar buena parte del hambre en África. Parece que en España, la inmigración mantiene todavía muchas fronteras en vilo que no pasan únicamente por Ceuta y Melilla.

* Carlos Gómez Gil es Doctor en Sociología, Investigador de Bakeaz, Director del Seminario Permanente y Observatorio Inmigración de la Universidad de Alicante y profesor de esta Universidad.
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