Inopidamente una compañía de teatro decide, en Madrid, sacar a Jean Paul Sartre de los Infiernos, y por cierto con una de sus obras más infernales, A puerta cerrada (Huisclos). ¿Y ello por qué? Aunque también podríamos preguntarnos por qué fue conducido allá, a su muerte, por sus enterradores. En realidad fue un signo de […]
Inopidamente una compañía de teatro decide, en Madrid, sacar a Jean Paul Sartre de los Infiernos, y por cierto con una de sus obras más infernales, A puerta cerrada (Huisclos). ¿Y ello por qué? Aunque también podríamos preguntarnos por qué fue conducido allá, a su muerte, por sus enterradores. En realidad fue un signo de lo que estaba ocurriendo -y siguió durante los años siguientes, hasta hoy- en el campo de la cultura. Desde los nuevos puntos de vista -que se nombraron posmodernos y que asumieron formas de un «pensamiento débil», al parecer gozoso de su debilidad mental- era lógico que Sartre fuera objeto de un «ninguneo» descarado, que ya había comenzado antes de su acabamiento físico. Algunos nuevos filosofillos fueron los encargados de declarar acabado y olvidado un proceso intelectual de tal envergadura que, desde él, no era posible estimar seriamente el mundo literario poblado de pequeños personajes meneando el rabo, como ahora siguen haciéndolo, ante el Poder. Se trataba de un trabajo teórico-práctico que, partiendo del existencialismo se propuso la existencialización del marxismo: se propugnaba, pues, una vía ajena al socialismo burocrático: al sistema de grandes números (la herencia hegeliana) a través de los cuales el individuo era invisible y los seres humanos concretos no eran entonces más que seres erráticos y flotantes, ignorados salvo para ser organizados en función de necesidades productivas abstractas.
PROYECTO PENDIENTE
Este proyecto, del que sólo fue una caricatura y una falsificación aquel «socialismo de rostro humano» -que llevaba en su vientre el monstruo de la restauración del capitalismo que, por fin, han dado a luz las repúblicas del «socialismo real», gran responsable histórico del fracaso del gran sueño de octubre-, sigue siendo el gran proyecto pendiente de la especie humana, que lo retomará a su debido tiempo en formas y por medios de combate hoy imprevisibles. Para entonces, obras de pensamiento como la de Sartre serán reencendidas y ayudarán con sus luces en la iluminación de los nuevos caminos. También estarán en esos momentos, y volverán a ser leídas con nueva pasión, las obras de los maestros del pensamiento libertario: así pues, la línea que fue abandonada y que, en la guerra de España, dio aún algunos luminosos frutos, también será una fuerte referencia del nuevo pensamiento militante.
PENSAMIENTO DEBIL
Es ésta una herencia que, hoy por hoy, se encuentra desmantelada y recluida en zonas infernales de oscuridad, ignorancia y desprecio, por un sistema que exalta como valor supremo las glorias y las delicias, los beneficios
-¿Para quién?- del mercado. Esta herencia permanece, pues, oculta, y custodiada por los canes cerberos del hedonismo y del pensamiento débil, de una presunta posmodernidad en el marco ideológico de un, también presunto, final de la Historia, nociones que yo estimo que ya fueron antiguallas desde su propio origen y manipulado, y que sólo se mantienen en pie, con estas u otras palabras, por la fuerza bruta de las exigencias del neoliberalismo económico reinante, sobre una base de lacerante miseria y de tragedias sociales en cantidad y calidad aterradoras.
La anécdota de un Sartre emergente a las luces de un escenario nos hace pensar en la posibilidad de la emergencia, desde los infiernos, rompiendo las barreras de las actuales represiones, de las bases de un pensamiento nuevo que acompañaría las nuevas prácticas sociales y políticas contra el capitalismo. El teatro es poca cosa desde un punto de vista político, pero a veces anuncia y profetiza, en los azares y zozobras de su vida, situaciones que han de venir, y, por ejemplo, trae a Sartre desde el infierno, y nos lo coloca ahí para contarnos, precisamente, la verdadera sustancia del infierno. Porque A puerta cerrada es precisamente eso: una imagen de la vida humana en un mundo en el que la solidaridad es, a lo más, un viejo sueño olvidado, o ni siquiera eso: entonces los demás son el infierno. Parecería que Jean Paul Sartre escribió su obra sobre y para el mundo de hoy. ¿O será que no ha pasado el tiempo?
UN CLÁSICO
Estas son las grandes virtualidades que nos hacen decir de una obra que es «un clásico». No hace falta que transcurra un tiempo -¿y cuánto?- para que una obra adquiera esa naturaleza (o esa condición que la libera de la fugacidad propia del consumo). Hay obras que ya se nos imponen como clásicas desde el primer día de su presencia en el mundo. A Miguel Narros -que me pidió mi versión de este texto insigne- le sobran razones para responder a mi pregunta: ¿Por qué? Porque es un clásico, y los clásicos dicen cosas para todos los tiempos. Pero además, en este caso, la proximidad del texto y la precisión de su forma -es difícil imaginar una mayor intensidad con menos medios retóricos- hacen indeseable cualquier tipo de tratamiento «dramatúrgico» (que sin embargo reclaman grandes autores como Strindberg, pariente mayor de este Sartre de A puerta cerrada). He aquí, pues, a Sartre «desnudo como un gusano», y he aquí una batalla humana inolvidable.
Todo eso está bien. Es teatro y es hablar de teatro. Pero el teatro se hace también -y quizá sobre todo- para hablar de otras cosas que el teatro, con sus propios medios (que no son los de la filosofía ni los de la ciencia), ilumina. Y el Sartre que ahora va a salir, en un teatro de Madrid, de los infiernos del olvido, va a ejercer de nuevo, su acción contra la banalidad y la trivialización en que, en general, se mueve el mundo del espectáculo. Estos otros -o, yo prefiero decir: estos «demás»- que son el infierno en una sociedad que ha perdido sus ejes morales y sus proyectos utópicos, se constituyen hoy en una «puerta cerrada» para la esperanza. Sartre partió en su momento de esta misma realidad inmisericorde y emprendió, con coraje sin fin, el camino de la solidaridad con los condenados de la tierra. Hoy nos encontramos de nuevo en un comienzo de camino. Es otra vez el momento de la náusea que nos asalta ante el sinsentido de la vida. ¿Habrá que repetir con aquel primer Sartre que el hombre está «demás» -o de sobra- en el mundo?
LOS ROSTROS DE LA IRA
No; habrá que tener cuidado con esa fotografía del vacío, y tantear los siguientes pasos; para ello, el Sartre que anduvo hacia adelante nos puede servir de ayuda. Habrá que estar atentos a lo que puede suceder cuando ese mundo de los condenados de la tierra vuelva a mostrarnos los rostros de su ira.
Hay regresos de los infiernos que se producen como un vendaval de furia. la tragedia griega (Eurípides) nos cuenta la aventura posinfernal, e infernal ella misma, del regreso de Herakles desde las tinieblas, sus momentos de ciega e insensata cólera. En realidad, aquella furia es un castigo más de los dioses por no haber obedecido el héroe la orden de estar muerto.
A puerta cerrada no es un recuerdo del pasado. Nos enseña Sartre el mundo de hoy y pone el ejemplo de su vida y de su obra para prohibirnos una sola cosa: que nos recostemos a morir en la resignación.