Apenas se leen unas pocas páginas de Un calor tan cercano, primera novela de Maruja Torres, que los críticos en general y los de Babelia en particular elogiaron desmesuradamente, se advierten dos cosas: 1ª.- Que su autora está convencida de que cualquiera puede escribir una novela; que no hay más que ponerse a contar cosas. […]
Apenas se leen unas pocas páginas de Un calor tan cercano, primera novela de Maruja Torres, que los críticos en general y los de Babelia en particular elogiaron desmesuradamente, se advierten dos cosas: 1ª.- Que su autora está convencida de que cualquiera puede escribir una novela; que no hay más que ponerse a contar cosas. 2ª.- Que Torres no tiene ni idea de lo que es una novela. Resulta evidente que nunca ha tenido un momento de reflexión sobre este género. Sin duda, debe de estar encantada con aquella memorable chorrada que Juan Palomo, uno de los puntales del ABC Literario, cita casi todas las semanas -añadiendo con arrobo indisimulable: Cela dixit-, la cual afirma que novela es todo aquel libro debajo de cuyo título se puede poner la palabra novela. Esto es una tontería y una falsedad (sobre todo si partimos de la idea -que, incomprensiblemente, no todos los novelistas comparten- de que una auténtica novela es una obra de arte literario) y sólo puede habérsele ocurrido a alguien que, como Cela, no ha sabido nunca lo que es una novela. En la mejor de las interpretaciones es una tautología. En la mejor, dice que todos los libros son novelas, pues debajo de todos los títulos se puede poner la palabra novela. La novela es una forma de expresión de los valores estético-literarios que, como tal, tiene unas reglas que se pueden y deben obedecer y transgredir, multiplicar y reducir y, todo ello, desde cada obra particular, desde su estructura única e irrepetible, no desde ninguna preceptiva. Siendo complicado e intentando complicarle la vida al lector, diré que es una forma de expresión de los valores estético-literarios construida por un novelista, merced a una gracia especial que le otorga Satanás, no Dios, pues, como decía Julien Green, «la novela es un género peligroso». (V. en mi Teoría de la novela, Barcelona, Anthropos, 2005, mi refutación a la boutade de Cela, en la que tanta ineptitud e impotencia se amparan.)
En una nota previa inoportuna y anticuada, Maruja Torres, engañándose ingenuamente a sí misma, afirma: «lo que sigue es una invención». Y, a continuación, se pone a autobiografiarse, ni más ni menos que porque no sabe, puede ni intenta hacer otra cosa. Es abrumadora la presencia de la primera persona en la obra de las/los escritoras/res que, en los años noventa, se han ganado la admiración y el apoyo de los críticos del sistema. Lo que en los tiempos fuertes del género en su concepción moderna -principios del siglo XX hasta 1968-fue excepción, en las cotas bajas como la que atravesamos se hace costumbre y necesidad. En la segunda página del texto -la 16 según la foliación-, la autobiografiada, que viaja en el ascensor de un hotel con un colega, se siente asaltada, al mismo tiempo que él, por una inesperada calentura y se va con él a la cama, como era previsible, pues, además de evento natural y consuetudinario, el ayuntamiento rápido es tema recurrente en las «novelas» del grupo a que antes me he referido. Nada de qué preocuparse desde el punto de vista crítico. Pero cuando, en la página siguiente, la protagonista enciende un Ducados (como escribe Torres con improcedente mayúscula), mis genes anticostumbristas se echan a temblar. Antes de esto, un lingua-lingus, si se me permite la expresión, como advirtiéndonos que la autora no tiene pelos en tal lugar (vamos, que tiene la valentía de «hablar de sexo sin tapujo», según la expresión acuñada por la revista de incultura Qué leer), lo que corrobora, en este caso, fumando tabaco negro y nacional. Pág. 17.- Primera jaculatoria (le han avisado que su madre ha muerto): «La muerte me da siempre ganas de joder». Esta afirmación no impresiona, como Maruja esperaba. Al menos a mí, que conozco otros casos de personas que sufren semejante sensación cuasi sinestésica. El más cercano, como creo que ya he contado en otro artículo, el de una charcutera de Lavapiés, a la que le pasa lo mismo, pero en dirección contraria: apenas le pellizcan una teta, se pone a cantar un responso. En la página 18, afirma la protagonista/autora: «Sóller [el caliente], como yo, pertenece a una generación de escritores marcados por el cine». No es verdad. La escritura de Torres por lo que está influenciada es por las malas traducciones de la novela popular americana de los años 40/50.
Pág. 21.- Iniciamos un nuevo capítulo o, mejor, parte de la novela, que, se nos dice, transcurre en la primavera/verano de 1954. La anterior transcurría en el otoño de 1987. A ver qué nos depara el pasado. Pág. 28.- «a salto de mata». Torres es tan aficionada a las frases hechas como sus compañeros de hornada, ya que no de promoción. Asimismo, a palabras aliterarias como control (pág. 26 y passim), propias de la jerga periodística. Id.- Dice «internos» por «interiores». Id.- La protagonista, a los seis o siete años, es sobada por el director de la academia. No esperábamos menos de su sino inverecundo ni de su ángel de la guarda. Pág. 29.- «las mujeres remarcaban«. Esta palabra, con el significado en que la empleas de observaban, no es española, Maruja. Pág. 31.- «endebles signos». No. Mínimos, leves, pequeños, algo así, pero no endebles. Pág. 32.- A pesar de su sometimiento al neocostumbrismo impuesto por críticos y editores, las autoras y los autores de este grupo caen demasiadas veces -sin duda, por su escasa dotación de elemental oficio- en la inverosimilitud, como es el caso de la escena del interrogatorio a que madre y tía someten a Maruja. Pág.33.- «dale que te pego». Entre las frases hechas, siempre elige la que peor suena y resulta menos expresiva. Pág. 34.- «a lágrima viva». Leyendo toda esta escena se estremece uno, recordando otras escenas novelísticas entre una madre y una hija, una tía y su sobrina, como, por ejemplo, las diseñadas por François Mauriac para Nudo de víboras, Thérese Desqueiroux, Genitrix, etc. y entonces no sabe si tirarse al metro o ponerse a hacer un crucigrama. ¡Qué indigencia literaria en una obra que, con trucos que yo soy incapaz de imaginar, llevaron a permanecer varios meses en las listas de libros más vendidos! Personalmente, reconozco temblar de emoción mientras Maruja Torres me cuenta lo que es un realquilado o me describe el pisito. Ya he advertido que el crítico acompasado no cuenta el argumento ni, mucho menos, desmenuza la trama. Quien quiera enterarse de dónde dormía la madre de María Manuela, cómo era su cocina o cómo se friega un retrete con zotal, que compre el libro. Pág. 36.- «los fogones […] fueron transformados a gas». O sea, que no a mano ni a martillazos, sino a gas. Págs. 36-37.- Véanse estas páginas. Lo que ya en los finales cincuenta era repudiado por las mentes lúcidas, empeñadas en sacar a España de su retraso histórico, en literatura como en todo, es el ingrediente principal de una novela para la que se procuró -y se logró- el mayor de los éxitos. Pág. 38.- Ya lo hicieron ver Faulkner, Camus, Huxley, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Gertrude von le Fort, Elsa Triolet, Marguerite Yourcenar, Carmen Laforet, Ana María Matute, Hesse, Kafka, Mann, Valle Inclán, Baroja, Pérez de Ayala, Rómulo Gallegos, Ernesto Sabato: donde esté el relato de un bochinche en la escalera, como el que hace Maruja, que se quite cualquier especulación sobre la condición humana, cualquier alegoría sobre el mundo, cualquier viaje en torno al propio cerebro. Pág. 42.- ¡Increible! Por lo visto, se trata de una constante del grupo de bestsellerados: «respondía con distraído ademán de la cabeza». ¡Ademán de la cabeza! Esto es analfabetismo en estado preternatural. Id.- «me hundía en la lectura de mis tebeos y, poco después, empezaban a caer paredes». Evidentemente, la lectura de María Manuela tenía los mismos efectos que los tambores de Fu-Manchú. Págs. 43, ant. y ss..- Maruja Torres intenta comunicar al lector el convencimiento de que su tío Ismael es un gran tipo, un hombre excepcional y su madre y su tía, dos seres depravados, simplemente diciendo que lo son. Le pasa como a Almudena Grandes con sus personajes: no lo logra. Ella lo afirma, pero el lector no lo «ve». Id.- Las perversas madre y tía ejercen su perversión prohibiendo a la niña, no que lea tebeos o chupe caramelos o vaya al cine, sino que frecuente las casas de putas, las pensiones de citas, las tiendas de condones y los bares de alterne. Como es natural, con dos guardianas así, se crió retraída. Pág. 44.- «Contra todo pronóstico…» Id. La severa madre lleva a bebé Torres a la consulta de un médico de enfermedades venéreas (lo más consecuente con sus prohibiciones), a donde va a curarse los sabañones. La vieja bruja gimotea escandalizada ante los artilugios profesionales del médico. La futura bestsellerada, en cambio, ni se inmuta. Pág. 45.- No es de extrañar que el médico infunda miedo. Es un tipo extraño: se pone los pantalones «de cintura para abajo». Pág. 48.- «los vendedores de cacahuetes y fotógrafos ambulantes». Hay tipos acaparadores, a pesar de la ley de incompatibilidades. Imagino que, mientras hacía una foto, soltaría en el suelo el canasto de los cacahuetes. ¡»Y los fotógrafos», Maruja! Tampoco logra Torres que la mamá y la tita aparezcan tan siniestras como ella dice que eran. Págs. 48-49.- Define a Ismael como «proveedor de quimeras». ¿A qué se referirá? Porque hasta ahora sólo le hemos visto proveer a la niña de algún tebeo y alguna golosina, como tantos tíos a quienes nadie considera una réplica hispana del barón Münchausen. Como Grandes y Antonio Gala, Maruja es mala ponedora de comas y otros signos, aunque en este aspecto, ni ella ni los otros logren superar a Javier Marías. Pág. 52.- Termina un capítulo en el que la autora llama varias veces, impropiamente, mentira al sueño, la fantasía, la imaginación, etc.
Pág. 53.- «que viajó conmigo. En la bodega de mi memoria…» Otra constante de los bestsellerados es repartir los signos de puntuación por el procedimiento de la regadera. Ninguno cae en su sitio. Id.- Mirar de vez en cuando una fotografía y acordarse de lo que representa no es precisamente «persistencia del recuerdo». Id.- Comunicado de más de una página sobre fotógrafos ambulantes y fotografías. Todos los bestsellerados, y en primer lugar Antonio Gala, ex-aequo con Javier Marías, son aficionados, no ya a la interminable digresión sobre temas de su interés particular, sino a la conferencia magistral o el artículo de fondo sobre el asunto que menos tenga que ver con la novela. Pág. 55.- Otro ademán de la cara. Pág. 58.- «entraba al trapo». Pág. 59.- «le sacara las castañas del fuego». Id.- «Si te he visto no me acuerdo». Pág. 61.- «que te den nabos por peras». Id.- De la sabiduría del tío Ismael, de las sutiles ideas que trata de inculcar a su sobrina, puede ser una muestra esta observación suya, tan profunda como alambicada, que, es de suponer, la autora seleccionó entre otras de menor voltaje: «Verdi fue un gran hombre y nos dejó una gran música». Se le debió caer la dentadura postiza cuando lo dijo. Ya lo apuntó Kingsley Amis: «lo malo de las novelas de extraterrestres superinteligentes es que, en ningún caso, pueden ser más inteligentes que el autor». Pág. 62.- «a sangre y fuego». Id.- El gran Ismael, que tanto admira al músico Verdi, juzga las óperas, no por la música, sino por el argumento y por su contenido sociológico-antropológico-filosófico-ético-político. Id.- No ya el buen escritor, el escritor medianamente correcto, manumitido y perspicaz debe evitar las expresiones anfibológicas: «Yo debía de tener unos ocho o nueve años cuando Ismael tomó el hábito…» ¿Quién se le lo iba a esperar? El anarca se va trapense, dejando a la sobrina sin pedagogo. Pero no, no se trata del hábito de burda estameña, sino de una costumbre. Pág. 64.- «el juego del ratón y el gato». Pág. 67.- «pequeña multitud». Contradictio in terminis, Maruja. Id.- Tito Ismael despide el capítulo con unas cuantas chorradas que quieren ser agudezas. Págs. 69 y ss.- Este capítulo es un ejemplo señero de costumbrismo, de ese costumbrismo hace casi un siglo desterrado de la mente y de las intenciones de los auténticos novelistas. Pág. 74.- «pasaba las horas muertas». Pág. 75.- «todo aquello le sacaba de quicio». Id.- «pasar las horas muertas». Pág. 76.- Como Marías, como Gala, como Grandes, escribe «escuchar» por «oír». Id.- «grabado a fuego». Pág. 77.- Enésima vez: «bajo control». Id.- «planificaba mi nuevo vestido». Antiliterario. Pág. 79.- «el no va más». Pág. 83.- «se ha subido a la parra» Id.- «un revés que esquivé por los pelos». Pág. 84.- Escribe «maledicencias» por «maldiciones».
Pág. 85.- Primera de un capítulo. Anoto: difícilmente se puede llegar más lejos en el costumbrismo o neocostumbrismo que están imponiendo los editores con la colaboración de la crítica: que si los borrachos, que si las busconas, que si el Monte de Piedad, que si los realquilados, que si las peleas en la escalera, que si los motes de los vecinos, tan corrientes en el jurásico… Eso sí: echo de menos una sardana, pero, como filosofaría Antonio Gala, no se puede tener todo en esta vida. Pág. 85 y ss.- Al lector disciplinado, que tal vez anda interesado en la trayectoria vital de la sobada precoz, que, con el tiempo, llegaría a formar verdaderos escándalos en los funerales, le parecen excesivas cuatro páginas de enumeración del contenido de la chamarilería. «Ya está bien», piensa malhumorado. Págs. 87-88.- Almudena Torres se afana, mediante una larga descripción y/o etopeya, en presentarnos a doña Asun como un ser despreciable y repugnante. Al cabo de dos páginas, el lector se ha prendado de aquel ser pintoresco y entrañable. Doña Asun, ciertamente, se da a querer. Pág. 88.- Los interesados en las diferentes clases de tela pueden hallar el nombre de una treintena en esta página sobrecogedora. Otra característica de los grandes novelistas por mí estudiados es llenar páginas a toda costa, mediante digresiones más o menos -generalmente, menos- justificadas o -más fácil para ellos- relaciones o enumeraciones. Pág. 90.- «Rematar la faena». Págs. 92 y ss.- Otras cuatro páginas de enumeración del contenido de la chamarilería y/o almoneda y/o lo que fuese. Pág. 94.- «mirando al tendido» Pág. 95.- «de cabo a rabo». Pág. 106.- Cien páginas intentando la autora que nos resulte simpático el tío Ismael y ahora nos enteramos de que el pobre hombre «detestaba la canción española», la gran canción española de los años 40 y 50 (su edad de oro), que, con las novelas populares de José Mallorquí, constituyó uno de los dos grandes logros culturales españoles de la época. (Hago aquí un «homenaje privado» a Quintero, León y Quiroga -primer triunvirato- y a Ochaita, Valerio y Solano -segundo triunvirato-, en representación del autor de La chiclanera y de todos los demás). En cualquier caso, y como veíamos a propósito de la ópera, Ismael detesta la canción o gusta del tango por las letras (el dramón que cuentan los segundos, su carácter misógino o feminista). Era una especie de progre avant la lettre. Id.- «Si no lo encuentras, santas pascuas». Pág. 109.- Dado como nos ha pintado la autora, en ciento nueve páginas, las relaciones de Ismael con su esposa y su cuñada, no pega ni con alquitrán que, apenas el buen hombre, que, por ende, tiene una amante, cobra unas pesetillas, llegue corriendo a casa para decir a las aborrecidas que lo celebrarán yendo de excursión a Les Planes. Lo que pasó sin duda es que Maruja Torres tenía ganas de ir (cuaderna vía adelante, se entiende) a ese lugar. Así de caprichosamente construye ella lo que cree que es una novela. Lo pasa muy bien -«un día perfecto»- y yo me alegro. Id.- Las damas se resisten a ser felices. Se niegan a ir. Pero terminan yendo. Algo tendrá «en mente» Almudena Torres. Id.- Frase plenipotenciaria donde las hubiere: [La tía], «en la naturaleza, se sentía desarraigada, desgajada de la red de comunicación que le permitía conservar el control». (Lo que siempre he dicho: quien está por la comunicación, lo está con el móvil, antes del móvil y después del móvil). Id.- La ironía torresiana es tan ingenua y aplastada, que uno no sabe si sonrojarse en su nombre o tirarse al Bramaputra desde la torre de Londres. Pág. 110.- «olía divinamente». Tanta vulgaridad es digna de otro soporte. Si esto es literatura, como han certificado los críticos, ¿cómo se llamará lo que hizo el pobre Flaubert? Págs. 110 y ss.- ¿Por qué nos cuenta la autora todas estas cosas? ¿A quién cree que le interesan? ¿Qué más da que el vino y la gaseosa los compren en el chiringuito o en la farmacia? ¿A quién le importa que la mojama esté salada? ¡Por la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad donde la acción transcurre! ¿Esta es la problemática de la gran novela española fin de siécle? Pág 112.- Las páginas del prestigioso diario La Vanguardia, nos informa Torres, «convenientemente troceadas, servían para envolver toda clase de objetos y para que nos limpiáramos el culo». Me hubiera dado pena salir a la calle sin enterarme de esto, que, entre otras cosas, me demuestra que Maruja Torres no es Henry Miller. Por otro lado, la confidencia me hace evocalla en el trance y no resulta favorecida. Algo que a ella, seguramente, no le importa. Lo que a ella le importa es que Rosa Mora, en una crítica científica donde las haya y se detectare, la llame «entrañablemente bestia»… por tan pequeña cosa a la postre. Pág. 113.- Sigue la enumeración de chismes y viandas que se llevan a la excursión -van cuatro páginas, aunque no se advierte por lo trepidantes y divertidas. En serio: si, en vez de para un día de campo, Ismael se prepara para ir al Hubble, a este comentarista le da algo. Pág. 115.- Según a la autora le convenga para decir sus cosas, la madre no le hace el menor caso a la niña, o bien se convierte en una madre de ésas que, solícitas, cuentan a sus hijas maravillosos cuentos. Id.- Lector solidario y detallista, ¿te interesa enterarte de si Maruja Torres sabe nadar o no? Compra y lee esta novela editada por Alfaguara. Es imprescindible para adquirir tal conocimiento. De paso, te enterarás también de lo que prefiere para la merienda. Págs. 115 ant. y ss. – Como no puedo creer que ni siquiera Maruja Torres tenga la pretensión de que todas estas espumas de sales de frutas (secas) constituyan material de una novela, dictamino: éstas son unas memorias para el olvido. Pág. 115.- ¡Sublime! «[Ismael, que tenía sus ideas sobre la forma de enseñar a nadar a los niños], «no contaba con que mi imaginario marino estaba notablemente perturbado por las diversas amenazas de muerte por inmersión». Id.- «más corrido que una mona». Pág. 116.- «cascadas de flores». Id.- «caían desmayadamente». Pág. 117.- ¿Lo sabía el lector ponderado y multiforme? A Tomeu lo pelan al rape cada seis meses. Id.- «Embriagada por los comentarios del tío…» ¡San Canuto de Aquitania! ¡Pero si el tío no hace más que decir simplezas! Pág. 118.- «Para Les Planes quedan tres paradas, pero nosotros bajamos antes, en el apeadero», informa el tío, superando, supongo, la embriaguez y provocando una auténtica borrachera dionisíaca. Id.- El sabio y hechicero tío recomienda clavar bien los talones, para no resbalar. Uno teme que la arrobada sobrina entre en trance y después levite. Pág. 119.- El tío continúa escanciando néctares de muchos grados: «Vamos a pedir la parrilla y a encargar el vino». Id.- «a Tomeu y a mí nos chiflaba». Esta excursión, contada con tanto detalle, nada significa dentro de la economía del (por lo demás, endeble) relato; contada con tanto detalle, digo, por alguien que está a tantos años-letra de Marcel Proust, es una sopa capitolina, más aburrida que un Jueves Santo con dolor de muelas. A la generalidad del público lector español, habitante de Babelia y el Cortinglés, le han metido en las entendederas que así debe ser una novela. Es un grave delito contra el lector, contra la cultura y contra la nueva patria europea. Un crimen nacionalista. Pág. 120.- Seguramente coronado de mirto y de laurel, sobre un basamento de mármol fariano, el tío declama, mientras prepara el all-i-oli: «¡Paparruchas!» Tantas veces o más que «control» escribe Torres «los críos» para referirse a los niños. A mí, no me parecen literarias ninguna de las dos palabras, aunque la segunda justifique su presencia en esta concreta novela por su obsoleto costumbrismo. Pág. 123.- Por enésima vez, la autora hace pensar a la Manuela «de entonces» como ella piensa «ahora». Pág. 124.- Cuando la niña se refiere al (mucho) tiempo que «se me ha pasado sin querer» nos extraña. La autora no había conseguido hacernos sentir su paso. Id.- .No es de extrañar que esta niña llegara a convertirse con los años en Maruja Torres: prefiere disfrutar de un prado florido antes que de un trozo de embutido. Id.- La hora de la siesta. Dionisos encarnado ronca como un mortal. Id.- Termina la inacabable excursión. ¿Y qué? ¿Para qué tantas páginas? Un cuadro costumbrista ni siquiera rico, que la autora no aprovecha para profundizar en las relaciones -o en el conflicto- de Irene con Ismael, de la niña con los mayores… Ya lo decía al principio: Maruja Torres cree que novelar es ponerse a contar cosas.
Pág. 128.- «un bálsamo para las heridas y un manantial inagotable de compañía». Literario en el peor sentido de la palabra. Id.- «en la mencionada obra». Aliterario. Pág. 129.- El intento de suicidio de una prima, lo considera un «incidente familiar sin importancia». Chuminada verbenera no retornable. Id.- «pilló una cogorza». Id.- «dormía como una bendita». Id.- Llaman a la puerta. La afición de Manuela a la música la hace transcribir el golpeteo del llamador en términos de notas sincopadas y volubles: «taan, taan, taan (y después) ta-ta-ta-tán» Todo un hallazgo onomatopéyico. Id.- «Me despertaron de sopetón». Id.- «iba lanzada hacia el balcón». Pág. 130.- «No funcionó». Dicho en el sentido costumbrista de la expresión, claro. Id.- «forrándose en la cocina». Ni siquiera en el sentido costumbrista está bien empleada la palabra, pues «forrarse», en jergonanto, es «enriquecerse», no «ponerse tibio». Id.- Es ilógico que a una niña de siete años la despierten para que sea testigo de las secuelas de semejante trance. A Torres no se le ocurrió otra forma más inteligente de enterar al lector de lo acontecido. Pág.- 131.- «Amelia hizo las presentaciones con su delicadeza acostumbrada». La ironía de Torres sigue tocando el perímetro subventral del lector exigente. Id.- Los adultos discuten. La niña de siete años tiene una intervención notable. Pág. 132.- «ponerse a la altura de las circunstancias». Pág. 133.- «insistía en meter baza». Id.- A altas horas de la noche y reunidos por un suicidio frustrado, los familiares de Manuela, el vigilante y el sereno sostienen una conversación garbancera sobre el trabajo que dan los hijos. Una intervención de Mercedes, la mamá, hace afilar a la niña de siete años sus irónicos pensamientos. Id.- «Cambio de registro». Pág. 134.- La madre dice una tontería. Maruja, después de «ironizar» sobre sus actuaciones, como parece estimar su deber, comenta: «Por fortuna, se trataba de una figura retórica». Es asombroso comprobar cómo esta mujer navega igual de mal por tan diversas mares. Id.- M. T. sigue sin saber cómo enterar al lector de lo que quiere; en consecuencia, tía y madre autorizan a la niña (excepcionalmente, como dice en todos los casos) a salir al relente nocturno y barcelonés para ir a ver a la suicida frustrada. Id.- «Si os entrompais, que no sea de anís, que tiene muy mala borrachera», recomienda Dionisos encarnado, que de embriagueces sabe más que nadie. Pág. 135.- La influencia beneficiosa del dios hace poetizar a la nena: «mayo tendía su manto inconfundible». Pág. 140.- Entre bostezo y bostezo, uno, impulsado por sus hábitos de lector concupiscente, espera inconscientemente enterarse de qué pasará cuando la partida nocturna y dicharachera encuentre a la suicida, quien, según dicen, va caminando de rodillas por las calles. Pues nada. No pasa nada. M. T. despacha el ansiado encuentro con una frase. Lo que de veras le importaba, la pintura del color local, ya la ha llevado a cabo. ¿Por qué el pasaje del suicidio? Por nada. Es decir, porque la autora necesitaba un pretexto para hacer un cuadro costumbrista (poco rico) de la noche en aquella parte de Barcelona. Pág. 142.- «Ni hablar del peluquín». Id.- «Con especial virulencia». Este tipo frases, como «perfectamente concretado» o «controló la situación», que hemos visto antes, un escritor de verdad, esto es, imbuido de literariedad, antes se corta la mano que escribirlas. La protagonista sabe que su madre pasa muchas horas en vela junto a su cama, vigilando su tos y su sueño… Pues no sería tan malvada y mala madre como nos la ha querido pintar durante ciento cuarenta y dos páginas. Pág. 143.- Para Torres, lo mismo es un ademán si se trata de una mano que de la cabeza. Id.- Yo creo que el Hola, y menos con su estilo actual, no existía en los años cincuenta. ¿Que no tiene importancia? En una novela histórico-costumbrista como ésta, sí. Confunde al lector incauto, que acude a libros como éste sediento de saberes. Pág. 144.- «limpia como los chorros del oro». Id.- Tampoco es de los cincuenta la expresión «buena gente». ¿Una minucia? Pues sí; pero demuestra el descuido de esta gente al planear sus… lo que sea. Novela, no. Pág. 148.- Menos aún que el Hola, existía en aquella época la separación matrimonial legal. ¡Si éramos todos católicos y más indisolubles que una aspirina de Intendencia! En todo caso, aunque la hubiese habido, una mujer separada no iba a cobrar «la viudedad». Termina así el capítulo dedicado a las muchachas de servir, los seguros sociales y las revistas del corazón, que es un fenómeno posterior (la prensa del corazón, no las chicas de servir). En fin, cada uno escribe de lo que puede. Pero una persona que, a cierta edad, con un cierto nombre en los medios, se decida escribir su primera novela y esa novela sea ésta, merece morir con vilipendio, ya que no supo escribir con honra.
Para aquellos lectores cuyo corazón haya resistido el trepidante relato de la excursión, viene ahora el crescendo galopante de la reaparición del malvado padre. Aunque, como en el caso del suicidio, el dramático reencuentro lo despacha Torres en dos o tres líneas, y no de las más largas. Pág. 150.- «la calle, sumergida en un mar de serpentinas». Id.- «simulaban para disimular». Id.- » cerraron filas detrás del plato fuerte«. Pág. 156.- La niña es tan sabia que, aunque quien está a su lado habla de una cosa, ella intuye que lo que de verdad quiere es hablar de otra. ¡Y acierta! Pág. 159.- Tomeu vuelve a ser rapado. Es como en esas piezas musicales en las que las mejores notas se repiten varias veces. Id.- Laismo a lo Grandes: «el vestido […] que había conseguido calzarla». Pág. 160.- «aburrido como una ostra». Pág. 163.- «Gracias a la escandalera…» Frase en el justo tono de esta novela, que, según sus críticos y sus ventas, está entre las mejores de la década de los 90. Es, desde luego, para despedir el siglo con el mayor optimismo literario. Id.- «tomó cartas en el asunto». Id.- «hicieron acto de presencia» Id.- «el reciente follón» (De hecho, toda esta página intenta parecerse a un sainete de Arniches: abundantes frases hechas, abundantes chistes malos y más abundantes aún términos zarzueleros, para una acción asimismo castizoplasta. Pág. 165.- «cabreos monumentales». Pág. 168.- En sus ansias de aumentar sus conocimientos, la niña busca en el diccionario «palabras como coño, joder, polla y maricón». Sin duda, son las primeras que quiso conocer la autora, al igual que, según confesión propia, Almudena Grandes. ¡Cuánta vulgaridad están haciendo tragar a los españoles los señores Lara y Polanco! ¿Se habrán planteado si sus dividendos valen por el destrozo de una de las mejores literaturas del mundo? Pág. 170.- «peor el remedio que la enfermedad». Id.- «andaban a la greña». Pág 173.- «me interrumpía cada dos por tres». Entre Irene y Manuela limpian, desempolvan y abrillantan la casa de campo de doña Asun y al lector de a pie se le relata la aventura con todos los pormenores. Anoto: hace páginas que sobrepasé la mitad del libro. ¿Dónde está «la gracia aguda y extremada de Maruja Torres, su ingenio de alfilerazos y [sus] frases que nunca antes se le podían haber ocurrido a nadie, pero que en seguida parecen la catarsis misma del humor» de que habla el editor, o ella misma, en la solapa del libro? Son ganas de mentir, de engañar y de lavar el cerebro a los lectores mutantes y manufacturados. Antes de esta anotación, han quedado anotados cuatro ejemplos de frase de ésas que «nunca antes se le habían ocurrido a nadie». Pág. 174.- ¡Sublime! «La oscuridad dormía como un gran animal en el regazo de la barranca». Lo que se dice una metáfora (es decir, dos) catártica. Sentencio: el editor, o Maruja, no sabe qué quiere decir catarsis. Id.- Maruja, acepta ahora una lección de ciencias naturales, rama de zoología: las cigarras no cantan de noche. Serían grillos. Lo de la «rana solista» sí resulta digno de tu fama, no te lo voy a negar. Pág. 176.- Ismael es tan rojeras, que protesta ante el hecho de que su mujer ponga sobre la cabecera un cuadro que representaba a Jesús en el Huerto de los Olivos. Quien escribe es ateo, pero no tonto, y está seguro de que una estampa de Mahoma o de la Trimurti hindú no hubiese merecido el anatema ismaeliano. Sentencio: Ismael es un capullo. Y un progre. Pág. 177.- La compra, contemplación y estreno de «cuatro braguitas de algodón» por la protagonista constituye una de las escenas cumbres de la novela. Mi única objeción sería que son ya demasiadas emociones para el lector. Concluye el capítulo y, con él, el apasionante relato de la instalación de los veraneantes.
Pág. 180.- «Campar por mis respetos». Id.- «si me había comido la lengua el gato». Pág. 181.- «me daba corte». Además de tópico, anacrónico. Pág. 184.- Diego hace figurillas de barro y a eso lo llama M. T. «Crear de la nada». Id.- Escuchar por oír. Pág. 185.- El niño resulta ser de la escuela filosófica de Ismael. Pág. 188.- «lloraron como descosidas». Como descosidas follan los personajes femeninos de Almudena Grandes y como descosidos hablan los de Muñoz Molina. Sugiero a Polanco que adquiera una Singer para la redacción. Id.- «un programa de inmersión». Pecado mortal contra la literatura. Esto ya no es sólo vulgar: es también pedante, ridículo, propio de nuevos ricos de la novela, que creen que así demuestran tener cultura. Pág.189.- «salíamos disparados». Pág. 191.- No está justificada la aparición de Ismael en la finca de campo. Id.- Otra lección de ciencias naturales, esta vez de botánica, si me lo permites: las amapolas, una vez separadas de la tierra, no duran ni un minuto. Mal podrían decorar un dormitorio varias horas después. Pág. 193.- «una mirada asesina». Frases hechas, convencionalismos, valores entendidos… Todo cuanto no debe contener la prosa novelesca. Págs. 193 ant. y ss.- ¡Otra excursión con vino y gaseosa minuciosamente detallada! Pág. 193.- «con las bragas vas que chutas». Pág. 194.- «dando por liquidado el asunto». Id.- «en misa y repicando». Id.- Como en las novelas de Javier Marías, aquí hay cigarros nuevos y de ocasión. Id.- Es de suponer que, en el recibidor de doña Asun, habría dos documentos enmarcados, acreditativos de la concesión de sendas indulgencias, no las indulgencias mismas, como dice, aunque quiere decir lo otro, M. T. Pág. 201.- «se sacaban de la manga». Pág. 204.- «te hacen sentir miedo y maravilla»: ¿Qué es sentir maravilla? Pág. 205.- «para variar». Frase hecha, con anglicismo incorporado. Pág. 207.- «Salí a todo correr».
Pág. 211 y ss. Lo que le faltaba a uno para dormirse del todo con esta novela es que le contasen un cuento infantil merengado y blandilento, que llena cuatro páginas. La verdad, no sé por qué se está queriendo hacer pasar todo esto por literatura. Cuando uno, que es adulto y admirador en silencio de Maruja Torres, llega a aquello, que se dice tres veces, de «Manuela bonita, Manuela solita, atrévete a abrir la puertecita» rueda por el suelo presa de espasmos multicolores. ¡Es el colmo! Por lo visto, hay unas/nos cuantas/tos escritoras/res a quienes los editores y los críticos le han dado bula para decir chorradas. Pág. 213.- «preguntó, en ascuas». Id.- Irene termina el cuento con una sentencia de aguerrida filosofía metropolitana, que denuncia su trato prolongado con el sapientísimo Ismael. Anoto: ¿A quién le interesa la niñez de Maruja Torres, aunque sea corregida y aumentada? Porque eso es este libro narrativo -pero no novela-: un relato de esa niñez, que ella no ha tenido talento para trascender, para universalizar, para elevarlo a categoría literaria. Cuando en novela se han llegado a escribir La montaña mágica, El hombre sin atributos, El tambor de hoajala, El lobo estepario, La náusea, A la busca del tiempo perdido, es una auténtica desfachatez pensar que lo que a una le pasó en la posguerra en un barrio de Barcelona, los motes por los que eran conocidos sus vecinos, etc. es interesante para nadie
Detuve la lectura al final de un capítulo. La reanudo ávido. Estoy ansioso por saber si se ha enfriado la gaseosa. O si seré tan afortunado como para que me cuenten otro cuento apto para menores. Pág. 214.- «de la noche a la mañana». Un novelista ha de tener, entre otras cualidades, las de ver más, sentir más que el común de la gente, y la de contarlo con palabras y expresiones distintas, suyas, estrenando cada vez el lenguaje, las palabras, desde un pensamiento personal. Un novelista tiene, debe tener, las que llamo «ocurrencias» y defino en otra página. Nada de esto se da en M. T., que quiere ser graciosa sin lograrlo, irónica y crítica, en la descripción de las fiestas del pueblo, como en todo el resto del libro, igualmente sin conseguirlo. Pág. 220.- Refiriéndose a Ismael: «¡Sabía tanto de todo!» Pues el lector no advierte que tenga tanta sabiduría, y no le basta con que la autora lo afirme para creérselo. En novela, lo he dicho muchas veces (V. también mi Teoría de la novela, Barcelona, Anthropos, 2005), no basta con decir que una persona es de una manera: hay que hacerlo actuar, comportarse, hablar de forma que el lector deduzca que es así. Pág. 223.- «se había negado en redondo». Pág. 227.- «se iba hinchando y amoratando a ojos vistas». Pág. 231.- «la feria estaba desierta, salvo por unos operarios». Pág. 232.- «le ha visto la orejas al lobo». Pág. 238.- «pasa de castaño [a] oscuro». Además de hecha, mal escrita esta frase. Id.- Enésima confusión de escuchar por oír. Id.- «cada dos por tres». Pág. 240.- «no entendía qué pintaba yo en todo aquello».
Pág. 245.- La súbita conversión del sabio y santo laico Ismael en un miserable, por ende ruin y vulgar, es arbitraria e inverosímil; la forma en que la niña lo «descubre», grotesca y ridícula, evidenciadora de una falta total de imaginación. Lo peor y menos justificado del libro. Sólo un lector que fuese a la vez campeón mundial de tragaderas aceptaría esto y, aun así, lo haría con reservas. Para que fuera admisible esa «conversión» tendría que ocurrir que una segunda lectura del libro permitiese encontrar indicios que, en la primera lectura, el autor, con habilidad, hubiera conseguido hacer pasar inadvertidos, estando allí. Esa habilidad no es una de las muchas virtudes que adornan a Maruja Torres. Aquí el hecho es caprichoso. Elegido entre mil posibilidades por la autora que, ignorante de la filosofía poeyana de la composición, a estas alturas del relato, no sabe por dónde tirar.
Volvemos al otoño de 1987. Maruja, ya en la madurez, le da un codazo a Séneca, para que se quite de en medio, y sentencia: «Hay un principio para cada episodio de la vida, como hay un final». ¡Quién lo hubiera dicho! El caso es -afirmo por mi parte- que cada uno hace lo que puede (otra gran verdad) y que, para ella, tal vez hubiese sido mejor seguir contando cacerolas. Págs. 249-250.- Tía y madre ya muertas, la ex-niña habla de «vasallaje», de «la ciega entrega» de la segunda a la voluntad de la hermana. Es la primera noticia que tiene el lector de semejante sometimiento. A lo largo del libro no le han hecho percibir nada de eso. Pág. 257.- «en un tiempo record». Pág. 266.- «hace un frío que pela». La protagonista adulta que aparece en el epílogo no tiene nada que ver `psicológicamente con la del prólogo, que se refiere a sólo un día antes. Por poner un ejemplo llamativo: aquélla se pone profunda y se enternece en los funerales, mientras que ésta dice ponerse cachonda y libidinosa. Un abismo. Resumiendo: esta es la típica novela que, acordándose de todas sus lecturas, escribe una principiante a muy tierna edad y, después, jamás intenta publicar.
M. García Viñó.- e-mail: [email protected]