Veintiséis de marzo, a mediodía. Abro el periódico y me quedo de boniato. Xirinachs detenido. ¡Coño, como en los viejos tiempos! Va Xirinachs a renovarse la papela de identidad, y zas, le detienen por ser «amigo de ETA», y a la cárcel. La fideua empieza a sentarme mal. De hecho, empezó a sentar mal metafóricamente […]
Veintiséis de marzo, a mediodía. Abro el periódico y me quedo de boniato. Xirinachs detenido. ¡Coño, como en los viejos tiempos! Va Xirinachs a renovarse la papela de identidad, y zas, le detienen por ser «amigo de ETA», y a la cárcel. La fideua empieza a sentarme mal. De hecho, empezó a sentar mal metafóricamente ayer a los responsables de la audiencia nacional y la fiscalía general, que se encuentran con un titular de Solidaridad Nacional o de Fuerza Nueva de principios de los años setenta, franquito vivo, coleando y matando.
La verdad es que alguien -dejemos al gobierno averiguar quien es- le condenó por ese delito tan sumamente rebuscado. Porque, si Xirinachs es «amigo de ETA» -y resulta que la amistad ya es un delito, ojo al dato, ciudadanos-, hay otros muchos caminos para hacerle ver que escoge mal sus amigos, sin necesidad de empapelarle. Pero alguien ha querido colgarle la sentencia, como en los viejos tiempos. Delito de opinión contra la autoridad, ahí es nada.
Xirinachs es como un árbol, como un roble, un álamo, un sauce o un chopo. Sólo que, a los que teníamos pocos años en aquellos años, y encima éramos ciudadanos y no campesinos, pues la cara del Xirinachs nos quedó grabada, y la del chopo no. Por lo demás, errar es humano, y Xirinachs ha errado bastante, algo que le hace más humano, lo que tampoco es un delito.
¿Qué maldita entraña ha perpetrado el repentino dolor de estómago de los ciudadanos de este país? Poco importa quién, importa más por qué. Y el por qué es de una claridad meridiana. Porque son la derecha, sin más. Y ya están aquí.
Están en las instituciones públicas, insuficientemente saneadas; están en los bares, dispuestos a soltarle dos bofetadas a quien se ponga por delante; están en la magistratura y en la policía, poco amigos de discursos complejos; están en lo que antes fue la clase obrera, y ahora que la han matado los que dicen que la clase obrera no existe, son propensos a creerse que dos y dos son cinco, por creer en algo llevadero; están travestidos en la izquierda, que no hace una política roja; están en las mil regiones de esa sociedad que ha estallado en pedazos y en que es muy difícil encontrar un discurso unitario y de izquierdas, que la cohesióne; etcétera.
Ciudadanos, no es un problema de política cultural, sino de trabajo cultural (y válgame Togliatti, que le necesitamos). No hay que dejar pasar ni una a la derecha, y somos nosotros los únicos que podemos hacerlo. O sino cada día serán más. Tú mismo.
Fray Metralla
Oficina Soviética para el Cine