Un grupo de jóvenes artistas rusos apuesta a recomponer los nexos culturales con Cuba, aunque ahora sin las mediaciones ideológicas oficialistas que reinaron en la época de la disuelta Unión Soviética. La propuesta afloró tras la realización, del 2 al 6 de este mes, del proyecto «Días de la cultura contemporánea rusa en La Habana». […]
Un grupo de jóvenes artistas rusos apuesta a recomponer los nexos culturales con Cuba, aunque ahora sin las mediaciones ideológicas oficialistas que reinaron en la época de la disuelta Unión Soviética.
La propuesta afloró tras la realización, del 2 al 6 de este mes, del proyecto «Días de la cultura contemporánea rusa en La Habana».
Bajo el lema de «Freedom» (Libertad, en español) unos quince diseñadores y cineastas rusos independientes presentaron una exposición de carteles y una muestra de cine como primer paso de los vínculos.
«Es una manera de restablecer los intercambios culturales por esta vía, poco a poco y sin levantar grandes expectativas», dijo a IPS el periodista César Gómez, coordinador de las actividades por la parte cubana.
Luego de la disolución de la Unión Soviética, en 1991, las relaciones de todo tipo entre los antiguos socios prácticamente desaparecieron.
El impacto de la ruptura obligó al gobierno cubano a implantar «el período especial», una forma de reconocer la crisis económica que aun perdura. En el plano político, las autoridades de la isla se sintieron traicionadas.
Pero en los últimos años, los ex aliados retomaron tímidamente los vínculos económicos bajo reglas de mercado, discuten negociar la deuda cubana y, en la arena internacional, Moscú vota contra el embargo estadounidense a la isla.
Sin embargo, la iniciativa actual no pretende reproducir los esquemas de antaño. Se trata de jóvenes creadores «libres de hacer lo que quieren hacer y de la manera que lo quieren hacer», según Gómez.
La exposición gráfica y la muestra fílmica fueron organizadas desde Rusia por el Centro Cultural DOM y el Cine Club Fantom, este último «libre de la ideología oficial y de existencia medio clandestina» durante la etapa soviética.
De acuerdo con Gómez, el proyecto contó con el apoyo de las entidades culturales cubanas. Pero la inauguración de la cita transcurrió sin la presencia de una representación de las autoridades, y la jornada tuvo un escaso reflejo en la prensa nacional.
El cine independiente ruso nació en Moscú y en la antigua ciudad de Leningrado a mediados de los años 80, caracterizado por su visión crítica del socialismo y por abordar temáticas censuradas en la sociedad soviética.
Uno de los iniciadores del movimiento, el realizador Gleb Aleinikov mostró en La Habana su filme «Tractoristas 2» de 1992, con el que salió de la «clandestinidad» creativa y gozó del apoyo del gubernamental estudio Mosfilm.
No obstante, para la crítica rusa de la época, la película «no continúa las tradiciones cinematográficas del siglo de oro del cine soviético, sino que representa en sí una humillación sui generis de esta cultura».
Entusiasmado por la posibilidad de reiniciar los contactos con Cuba, Aleinikov dijo a IPS que los artistas pretendían «mostrar su arte e intercambiar con los realizadores cubanos», tanto comerciales como independientes.
La tecnología digital ha posibilitado este país caribeño el surgimiento de cineastas independientes, cuyas producciones no siempre son bien vistas por las autoridades.
Los intercambios suponen el logro de una alquimia muy particular entre artistas de un país que abandonó el socialismo por el capitalismo, y de otro que proclama ser un bastión comunista.
Sin embargo, para el director Andrei Silvestrov el factor político no debe obstaculizar la colaboración porque, por ejemplo, en su obra «no aparece explícitamente el tránsito del socialismo al capitalismo en Rusia».
Recalca que su cine es experimental, de arte, con apropiación incluso de técnicas del realismo socialista, «y todo ello sin abandonar la tradición de la estética nacionalista rusa que prosigue sin apelar a influencias foráneas».
En opinión de Aleinikov «el cine independiente ruso actual se aparta del esquema del cine socialista soviético», pues no «trabaja con una sola visión». Así, «la transformación del país, todos la reflejamos de manera diferente», aseguró.
Para Gómez «este intercambio cultural tiene futuro, pues ya hay planes de hacer películas juntos nuevamente» y de realizar «una muestra de cine cubano en Moscú», informó.
«No estamos hablando de afiliaciones políticas, sino de sentimientos humanos y culturales con vínculos de muchos años», enfatizó.
Este inicio principalmente en el ámbito del séptimo arte coincide con el exitoso retorno a las salas del mundo, 41 años después de su estreno, de la primera coproducción cubano-soviética titulada «Soy Cuba».
Ese filme de Mijaíl Kalatazov pretendía ser una monumental obra de propaganda a favor de la revolución cubana, y por ello, en su momento, obtuvo total apoyo de los gobiernos de la Unión Soviética y Cuba.
Sin embargo, tras su estreno en 1964 apenas duró una semana en cartelera tanto en Moscú como en La Habana. Al parecer, ambos lados coincidieron en que la obra no colmaba las pretensiones políticas con las que fue concebida.
Luego de cuatro décadas de olvido, la crítica especializada de diferentes países la rescata, sin reparar en el factor ideológico, como una obra de culto por sus extraordinarios valores formales.