La cosa es que un buen día de hace muy poco tiempo estábamos, ahí bajo la lluvia y guarecidos por una caseta, a medio destruir, a las puertas de la fabrica de válvulas INVEVAL recuperada [1] en Venezuela. Llovía de la manera más inoportuna y, por eso, poética. Llovía, a ratos casi de lado y […]
La cosa es que un buen día de hace muy poco tiempo estábamos, ahí bajo la lluvia y guarecidos por una caseta, a medio destruir, a las puertas de la fabrica de válvulas INVEVAL recuperada [1] en Venezuela. Llovía de la manera más inoportuna y, por eso, poética. Llovía, a ratos casi de lado y nos mojaba un agua diluida con viento transversal y caribeño. Ahí estábamos unos más mojados que otros. Pero eso sí, plática y plática [2] . Como si hubieran llegado los buenos tiempos que no conocíamos, como si nos conociéramos desde siempre… como se debe, pues. Si uno espía desde las ventanas de la caseta se ve una parte de la montaña que ese día traía su copete tupido de árboles y un chal de nubes bien cargadas de relámpagos. Húmedo todo, incluso el tiempo que se detuvo a saludarnos unos instantes para contarnos cuánta prisa hay en la mirada de estos obreros que andan empeñados en transformar la historia… cambiar la vida. Y van bien.
Algo de estrambótico tuvo semejante encuentro en la caseta. Nosotros de por sí éramos cinco, ya había, cuando llegamos, al menos seis compañeros, luego llegaron otros tres, estos últimos trabajadores de VIVE TV [3] , total, un mundo con cámaras y micrófonos, entregado a la escucha atenta y medicinal de esas palabras calientitas, recién salidas de su victoria, que nos enamoraban entre sinfonías de gotas, desde un compañero al otro. Palabras bien cargadas de tres años de lucha. Faltan las llaves.
Esa reunión nació un día antes. VIVE TV organizó uno de esos programas, raros en el mundo, en el que se les da por permitir la libre expresión fraternalmente. ¿Cómo se les ocurre? No como una concesión «democrática» o demagógica. No como una dádiva de micrófono, una propina de pantalla o una limosna mass media. Ellos dicen que es un derecho.
Una rueda de sillas da aposento a una rueda de personas soñadoras a toda velocidad. Unos toman la palabra para pensar analíticamente, otros toman el corazón, hacen tres pases mágicos y lo convierten en palabras para un micrófono volador y juguetón, y otros, de plano, se desbordan en canciones. Una especie de mesa redonda sin mesa pero con comensales que departen un pan sabroso, nuevo y exquisito, horneado en las mismísimas necesidades expresivas de los pueblos en lucha. Un programa de TV en vivo… vivo de verdad, directo como una declaración de amor y tatuado en las verdades de cada sueño y cada lucha. Y había muchas en pantalla.
Bueno pues, ahí estaban los compañeros de INVEVAL. Hablaban de la televisión, del cine documental, de sus años de lucha, sus esperas y desesperaciones… de que les urge la entrega de las llaves para entrar de lleno a probar lo probable que es su triunfo obrero. Ahí estaban ellos y otros que, como nosotros, los más foráneos [4] , absorbíamos a veinte uñas la lección de los trabajadores que hallaron la manera, su manera, de reinventar la vida para ellos y para nosotros. ¿Cómo se paga eso?
Era una especie de carrusel de palabras enamoradas y enamoradoras sobre el proceso revolucionario venezolano. No hacían falta líderes, ni caudillos de debate, no hacia falta control externo, no hacían falta intérpretes; la rueda de reflexiones giraba en un sentido y en otro como lo hace siempre porque es el formato permanente de ese programa. Había interrupciones que muy cuidadosamente podríamos definir como mágicas. Juzgue usted. Al tiempo que giraba el carrusel de las ideas, a plena luz de la tele, en la mañana de la revolución, quienes controlan la parte técnica conectaban el programa en vivo desde Venezuela con el discurso del presidente Chávez en Mar del Plata, Argentina; algunas entrevistas en las calles, las voces de la Cumbre de los Pueblos, el pensamiento revolucionario de Latinoamérica y VIVE en un discurso continuo, continuidad de corazones, sin guión prefabricado y narrando una historia que narrábamos entre todos… en ese mismo instante… como se debe. Como quisiéramos que fuese siempre. Lo vimos, lo vivimos. No hay modo de no movilizarse.
Fueron horas enteras y jugosas de un programa que es inédito siempre. Horas de aire libre. Cada crónica, voz, hecho, reporte, queja, apuesta… era una y la misma, todas y todos, aquí y allá. Comunicación se llama. Sin intermediarios, sin traductores, sin uniformes. O lo que es lo mismo, como casi no hay. Quedó grabado, video-grabado, pues.
Habría que ver con lujo de detalle, cómo una idea empujó a otra, cómo se tejió en la urdimbre de un imaginario circunstanciado por aquel encuentro imprevisto y bastante de azaroso, el momento en que Miguel Mirra, como síntesis de lo que rondaba en las cabezas de muchos, bajo los testimonios que llegaban en vivo desde Argentina, los testimonios que llegaban en vivo desde la marcha solidaria contra el ALCA en Caracas, bajo el acento de mar con que los venezolanos pronuncian las eses, vaya a saber bajo qué enigmas, Mirra lanzó la propuesta, casi temeraria, de incurrir en lo que hubiese que incurrir, para fundar un ALBA de la Cultura y la Comunicación. Hubo aplausos, entre un sí unánime, venidos de ese tejido inefable y continental que se salía de la pantallas. Sin exagerar.
Ahí mismo, como a quien se le ocurre un juego, se puso lugar y fecha para iniciar ese ALBA, terminamos (o empezamos) al día siguiente en INVEVAL. ¿Habrá mejor cuna para semejante sueño? Claro que entre el final del programa y la hora de la reunión pactada para el día siguiente, se nos abrieron las válvulas de los sueños y se nos destaparon las ilusiones más poéticas en conjunto. A esas alturas las llaves de INVEVAL ya eran símbolo del ALBA de la Cultura y la Comunicación, signos ascendentes y semiótica rebelde. Nosotros viajamos a la reunión apretados en una camioneta pero sin mojarnos. Otros no tuvieron esa suerte. El emblema del encuentro a esas horas, y para siempre, lo aportaron los trabajadores de VIVE TV. Alejandra Perdomo a la cabeza. Ni el doble del agua que recibieron les hubiera disuadido de llegar hasta la fábrica. Sólo la cámara llegó seca y sólo así se entiende y construye la fortaleza moral de esos compañeros, además fraternales, solidarios y sonrientes. Eso no es cosa del caribe, o no sólo.
La lluvia tuvo el detalle de parar un poco para que pudiéramos salir del amontonamiento en la caseta. Estiramos un poco los pulmones y la vista ayudados por un paisaje que era Chiapas, que era Brasil, Ecuador, Bolivia… al alba. Ahí mismo en la reja de la fábrica la charla siguió su ruta. Recuento de la lucha de los obreros, las altas y las bajas, los sabores y sinsabores, los cuentos y los recuentos de todos los colores y sabores bien puestos a lomos de un debate político que los obreros desenfundan como conquista de todos. Liberados de las trampas economicistas, liberados del triunfalismo sectario, liberados de las vanaglorias que terminan en el espejo… estos obreros piensan en los demás obreros, en acompañar sus luchas, en prestar lo que saben y en prestar atención. Estos obreros no se sienten Mesías, entienden sus avances y entienden sus pendientes… y entre esos estamos todos nosotros.
Y entienden también la necesidad de una lucha de las ideas, de los valores y de los conocimientos. Entienden la necesidad de una lucha revolucionaria en las ciencias y en las artes, en los talleres y en los laboratorios, en la ética y en la estética. Entienden que nada de eso lo logrará un solo país, una burocracia de cualquier tipo, una fábrica aislada ni un grupo de diletantes. Por eso se reforzó ahí el sueño. Integración cultural de nuevo tipo para fortalecernos en las formas y en los conceptos de la cultura y la comunicación. Integración para la lucha en la infraestructura y en la superestructura, desde abajo, con los de abajo y para siempre. Un sueño dorado proferido por trabajadores de la imagen y por trabajadores de las válvulas, a fin de cuentas juntos bajo las nubes, a fin de cuentas lo mismo, imágenes válvula, válvulas imagen. Urgen las llaves. ¿Cómo hacer para apurar el paso?
A esas alturas, con la reja por testigo y algún perro mojado que nos miraba perplejo, la idea de hacer cine documental desde las fábricas, con las fábricas, dejó de ser una «utopía» de revolucionario universitario o rebeldía de café. La idea del teatro, la música, la pintura… con actas de nacimiento en manos de los trabajadores, dejó de ser un antojo inalcanzable. A esas alturas, la idea de traer la formación científica, los laboratorios, la ingeniería… a rehacerse y revitalizarse en el marco de la lucha desde abajo, se volvió programa y promesa. O lo que es lo mismo, a esas alturas la cultura estaba al encuentro de una de sus mejores definiciones. La definición revolucionaria.
Como es imposible crear el ALBA de la Cultura y la Comunicación por decreto y de un plumazo, como eso no será tarea de pocos, acordamos irnos con el sueño bien puesto a correr la legua (y la lengua) y contar a cuantos fuese posible, de la manera más fiel y verdadera, qué clase de pretensión anida en ese sueño quijotero que no tiene dueño ni debe tenerlo, que no tiene límites, que no tiene santorales ni catedrales. Tiene lo que debe tenerse en estos casos, tiene un lenguaje que narra con símbolos propios el ascenso de la conciencia que hizo posible imaginar semejante integración latinoamericana y mundial, el lenguaje propio de imágenes propias que re-semantizan las llaves, que re-semantizan la lluvia, la caseta, la televisión, las luchas obreras, las revoluciones todas y especialmente las revoluciones en la cultura y la comunicación. Sólo nos falta estar a la altura de los obreros para recuperar, como ellos y con ellos, la Cultura y la Comunicación. Se habló de socialismo sin miedo, se habló sin miedo del socialismo. ¿Podríamos apresurarnos?
[1] «Empresa cerrada, empresa tomada» http://www.vive.gob.ve/inf_art.php?id_not=428&id_s=3&p=
[2] Entre otros con los compañeros Jorge Paredes, Antonio Betancourt y José Quintero.
[4] El poeta Jorge Falcone, los documentalistas Fernando Álvarez, Miguel Mirra y yo.