España está muerta, la mataron los fascistas, gritó emocionado el poeta León Felipe. España fusilada en el barranco de Víznar, torturada y asesinada en el coso de Badajoz, encarcelada, presa, prisionera en los campos de concentración, exiliada en la Argentina o en la U.R.S.S., reprimida y sojuzgada en cualquier ciudad o provincia. La Patria Perdida […]
España está muerta, la mataron los fascistas, gritó emocionado el poeta León Felipe. España fusilada en el barranco de Víznar, torturada y asesinada en el coso de Badajoz, encarcelada, presa, prisionera en los campos de concentración, exiliada en la Argentina o en la U.R.S.S., reprimida y sojuzgada en cualquier ciudad o provincia. La Patria Perdida desde el 39, el fin del sueño de toda una generación de españoles. Un millón de muertos, cientos de miles de fusilados, sangre en las cunetas, tricornios negros como el corazón de los generales que traicionaron a su patria y a su bandera asociándose con Hitler y Mussolini.
Franco, carnicero mayor del reino, criminal de voz aflautada y sexo inerte, Cerillita, Franquito, Paca la culona, Miss Canarias 1936, Queipo borracho, pendenciero, maldito virrey de Andalucía.
Generaciones que perdieron una guerra décadas antes de su nacimiento, hijos de la España del fútbol, los toros y el turismo, negadores del pasado de lucha de sus padres y abuelos. Indiferencia, apoliticismo, pero siempre un «franquismo sociológico», siempre el españolismo de los asesinos de la verdadera España.
Franco, el español que más españoles ha exterminado a lo largo de la historia, lo dejó todo atado y bien atado.
El Borbón en la Zarzuela, la derecha franquista (o aznarista) y la socialdemocracia liberal (de Felipe y ZP) turnándose en la Moncloa, por encima de todo, vigilando la Banca (Botín).
El PCE, con Carrillo a la cabeza, traicionó a sus militantes, a sus muertos, firmando los malditos Pactos de la Moncloa. Al cabo de los años, Carrillo glorificado por el grupo Prisa y compañía, elevado a los altares. Y los franquistas de nuevo cuño, acusándole de la matanza de Paracuellos. Ellos dicen sólo un nombre, Paracuellos. Nosotros decimos Granada, Badajoz, León, Asturias, etc.
Los españoles de la rabia y de la idea, como cantaba Machado (muerto en 1939 en Calliure, en el sur de Francia, empujado al exilio junto a medio millón de compatriotas), yacen todos en las fosas comunes, huesos perdidos por los caminos y los montes de la piel de toro.
Miguel Hernández, tuberculoso en Alicante, muerto en prisión por escribir «Andaluces de Jaén» y otras joyas del verso español.
Lorca, fusilado en Víznar, por rojo y homosexual, ni sus amigos falangistas (los Rosales) lo pudieron salvar. Simón Sánchez Montero y Luis Lucio Lobato, más de 30 años cada uno en las cárceles de Franco.
Todos ellos olvidados por la Transacción, y/o utilizados por la socialdemocracia y sus artistas de pacotilla.
Y al otro lado del Atlántico, entre el Caribe y la América del Sur, luchan nuevos héroes, los nuestros, los de siempre.
La España perdida, la patria muerta, vive en la Habana, en Caracas o en la Paz. El verde olivo fidelista, la boina roja chavista y el jersey del Evo ton también tricolores, como nuestra bandera robada.
En el horizonte, la República, la reconstrucción de aquella patria, aquel país que pudo ser y no fue, que será más temprano que tarde. Ese día, aunque nosotros ya no estemos para verlo, habrá nacido España, una España donde quepan Catalunya, Galiza y Euskal Herria, una España Socialista y Federal, Comunista y Republicana, Anarcosindicalista y Democrático-Burguesa.
Por los inmensos llanos de la Mancha, galopará Rocinante, con el Hidalgo Quijote a cuestas.
» Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo, al camino con mi adarga al brazo» (Che)
Mientras herida, asesinada, quizás aún conserve un hilo de vida, la otra España espera a los nuevos españoles.