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Consideraciones sobre la gripe aviaria y las realidades ocultas del sistema

Pajaritos y pajarracos

Fuentes: Rebelión

«Los hechos no necesitan demostración. Los hechos no se pueden demostrar. Cuando un hecho necesita ser demostrado o cuando puede demostrarse, entonces ya no es un hecho, sino una construcción; una construcción patentizada.»

Ret Marut: La destrucción de nuestro sistema del mundo por la curva de Mar

Uno de los signos definitorios de los tiempos que vivimos es el miedo. Miedo al terrorismo, miedo a envejecer, miedo a la catástrofe que llegará. El miedo a la muerte ha sido una constante de todas las sociedades humanas, pero la psicosis actual ante el advenimiento del anunciado Apocalipsis, es sólo un camuflaje que oculta la realidad de la muerte cotidiana que vivimos y sufrimos. Y esa realidad oculta, esa simulación de la verdad es otro de los factores que definen nuestra época, porque el miedo siempre se asocia al misterio, a lo oculto.

Mientras esperamos ese momento decisivo que nos arrebate la vida, dejamos que ésta se consuma plácidamente, sin hacer nada por tomarla y vivirla directamente. Los propagandistas del espectáculo hacen bien su trabajo. Políticos, periodistas y todos los especialistas de la administración de la miseria -técnicos, expertos, ecologistas y demás empleados a sueldo- trabajan incansablemente para que la amenaza esté siempre presente y a nadie se le ocurra reclamar su libertad. Vivimos en el auténtico estado de excepción permanente, pues la amenaza acecha de forma constante e invisible, en sus diferentes versiones: atentado terrorista, colapso energético, catástrofe ecológica o pandemia mundial. Pero, ¿qué esconden estas amenazas espectaculares? Lo que el espectáculo oculta es la verdad inmisericorde de nuestra época: la absoluta falta de libertad del ser humano, que cede cada día una parcela más de la vida a los gestores de la miseria, a los paladines de la economía independiente del ser humano. La visión apocalíptica es la espectacularización de lo que hoy es la norma: la artificialización y estandarización de la vida, la supresión de lo vivido y su sustitución por un sucedáneo que ni de lejos se parece a lo que pretende sustituir. El miedo a la catástrofe espectacular oculta, por tanto, la auténtica catástrofe, la que se desarrolla cada día de nuestras vidas [1] , mientras en las pantallas de televisión observamos las amenazas que sirven de velo a lo auténticamente catastrófico.

La campaña mediática que se ha organizado a raíz del brote de una epidemia de gripe aviaria en Extremo Oriente y su extensión mundial es un claro ejemplo de esta política. Según la OMS, desde el año 2003 hasta marzo de 2006 se han documentado 184 casos de infección de gripe aviaria en humanos, con un resultado de 103 muertos [2] . Sorprende, observando estas cifras, el pánico desatado en todo el mundo. La gripe común causa cada año miles de víctimas sin que nadie considere que se deban tomar medidas extraordinarias y sin que los mass media hagan sonar las campanas de la alarma social. Las verdaderas razones de la propagación de este miedo a la gripe aviaria no tienen una respuesta única ni directa y es necesario hacer un recorrido por diferentes aspectos de esta sociedad y sus mecanismos de control y expansión para tratar de descifrar, al menos en parte, alguna de las claves ocultas.

La gripe aviaria es una enfermedad que afecta fundamentalmente a las aves, aunque se puede transmitir a otros animales e incluso al ser humano, pero nunca -al menos hasta el momento- se ha detectado un caso de transmisión de humano a humano. Además, el contagio de ave a humano se produce por un contacto directo con aves infectadas -no por su consumo- y debe relacionarse, en muchos casos, con malas condiciones higiénicas y sanitarias. Estamos, pues, ante una epidemia con una escasa incidencia más allá de algunos países del Extremo Oriente, con pocas víctimas humanas en comparación con otras enfermedades que pasan desapercibidas cada año y que se llevan la vida de miles de personas [3] y con unas probabilidades escasas de transmisión del virus de humano a humano [4] y, por tanto, de llegar a convertirse en pandemia.

A pesar de todo, el miedo flota en el aire -convenientemente agitado por los creadores de opinión pública- y ese miedo provoca que los ciudadanos exijan que se tomen las medidas oportunas. Así, nos encontramos ante una situación en la que periodistas, asociaciones de consumidores, ecologistas y demás ciudadanos concienciados exigen que las administraciones tomen medidas urgentes para atajar cualquier posibilidad de pandemia. Mientras, sus necesarios complementos, los expertos y especialistas, los tecnócratas de toda clase, tranquilizan a la ciudadanía, llaman a la calma con sus informes científicos [5] y desarrollan espectaculares medidas preventivas frente a la amenaza, como la decisión del ayuntamiento de Madrid de enjaular a todas las aves que viven en los parques de la ciudad o la del gobierno de la Comunidad de Madrid, «que ha decidido ir más allá de las recomendaciones del Ministerio de Agricultura y ha prohibido la cría de aves al aire libre» [6] .

El espectáculo fabrica una realidad a su medida. La falsificación, necesaria para el correcto funcionamiento de la maquinaria, es llevada a cabo de manera inconsciente, pero no por ello menos real. Se magnifica un peligro posible pero ausente y con ello se tapan los peligros concretos y cotidianos a la vez que se da una vuelta de tuerca a la dominación. El sistema vende las bondades de sus mecanismos de funcionamiento mostrándose alerta ante la amenaza espectacular, ya sea una pandemia o un atentado nuclear, los medios y el partido del Estado llevan a cabo su labor de agitadores del miedo, de conciencia del sistema, mientras los expertos activan las medidas necesarias para atajar el problema, aunque éste sea inexistente. ¡Que nadie diga que el sistema no vela por la seguridad! Pero tras la aparente realidad se esconde lo auténticamente real. La nocividad cotidiana que mata con efecto retardado es sutilmente ocultada por la catástrofe espectacular, que nunca llega y, en caso de hacerlo, tiene como único efecto la petición de más controles, de más medidas, de más seguridad. «¡Más madera!» gritan, aunque la locomotora se dirija hacia el abismo.

A pesar de la sinrazón de sus argumentos, nadie osa pedir que se eliminen las causas que hacen posible esos peligros, en lugar de crear nuevas medidas que a su vez generan nuevos peligros en una espiral sin fin, pues ello atentaría contra el progreso y el bienestar, ¿de quién? Nadie lo sabe pero la religión siempre se ha caracterizado por la fe ciega y la religión del progreso no iba a ser menos. Mientras tanto, la realidad sigue su curso. Para que todo siga igual basta con mantener la nocividad dentro de los límites y evitar su espectacularización en forma de catástrofe [7] . Es indudable que se alzarían muchas voces ante un accidente nuclear, pero nadie parece escandalizarse cuando se descubren restos radiactivos en la Ciudad Universitaria de Madrid [8] , la noticia queda relegada a anécdota, mientras el pánico por la epidemia de gripe aviaria ocupa las páginas de los periódicos. El peligro real pasa desapercibido, mientras que el supuesto se convierte en la única realidad permitida.

El sistema se autojustifica con su política catastrofista, generando por sí mismo tanto los problemas como las soluciones, que no solucionan nada pero que lavan convenientemente su cara. Además, permiten vender como necesarias todas las medidas de excepción, que poco a poco se convierten en norma. Los escasos resquicios de vida libre que quedan van siendo desactivados. Para prevenir, gestionar y solucionar las catástrofes que ella misma crea, la sociedad tecno-industrial continúa su guerra contra la sociedad y la naturaleza, pues en su empeño está que nada pueda escapar a su control, que todo tenga una utilidad y, sobre todo, un precio. Aspira a convertirse en «una totalidad de donde los hombres no puedan ni imaginar salirse, un mundo sin exteriores [9] Así, nos encontramos ante el hecho de que las pequeñas explotaciones de aves al aire libre son potencialmente peligrosas, pues las aves migratorias infectadas de gripe aviaria podrían contagiar a las aves domésticas de esas explotaciones. Peligro real o imaginario, tanto da, lo único cierto para el sistema es que estas explotaciones son un reducto del pasado y por tanto, es necesario abolirlas. Las modernas granjas industriales quedan al margen de ese peligro, poco importa que lo que allí se produce no sea más que un sucedáneo hormonado de carne o que generen otro tipo de peligros mucho más reales, pero ocultos, como sus efectos secundarios sobre la salud o la destrucción de formas de vida tradicionales. El sistema impone su lógica y todo debe adaptarse a sus designios, aunque estos sean claramente irracionales.

La realidad de nuestra época se concreta en la constatación de que la única verdad que existe es la que dicta el sistema y esa verdad cambia a tal ritmo que apenas podemos seguirla, aunque poco le importa eso al sistema, porque la desactivación de la crítica, de la memoria y de la historia se ha llevado a cabo de manera tan generalizada que aunque las verdades ocultas estallasen a la luz del día a nadie le importaría. El tiempo siempre juega a su favor.


NOTAS:

[1] «Pero, ¿qué buscan con su catastrofismo interesado, ensombreciendo la descripción de un desastre hipotético y pronunciando discursos tanto más alarmistas cuanto que se refieren a problemas sobre los cuales la población atomizada no posee ningún medio de acción directa? ¿No será la ocultación del desastre real, para el que no hace falta ser físico, climatólogo o demógrafo para pronunciarse al respecto? Porque comprobamos a cada momento el constante empobrecimiento del mundo causado por la economía moderna, que se desarrolla en todos los dominios a expensas de la vida: con sus devastaciones, destruye las bases biológicas, somete todo el espacio-tiempo social a las necesidades policiales de su funcionamiento y reemplaza toda la realidad, antaño normalmente accesible, por un sucedáneo, cuyo contenido de autenticidad residual es proporcional al precio (ya no es necesario crear almacenes reservados a la nomenklatura, el mercado se encargará de ello).» Encyclopédie des Nuisances: «Mensaje dirigido a todos aquellos que no quieren administrar la nocividad sino suprimirla», Contra el despotismo de la velocidad, Virus, Barcelona, 1999, pp. 37-38

[2] http://www.who.int/csr/disease/avian_influenza/country/cases_table_2006_03_21/en/index.html

[3] Muchas de estas enfermedades son producto directo de las formas de vida impuestas por la sociedad tecno-industrial, como las víctimas de Chernobyl que siguen muriendo cada año y a las que la OMS denomina, en un eufemismo repugnante, «víctimas de accidentes radiológicos» o las derivadas del uso de productos tóxicos como el amianto o los pesticidas, sin olvidar las miles de víctimas causadas por la contaminación de los alimentos, del aire, del agua, etc.

[4] Las posibilidades de que se produzca una transmisión de humano a humano residen en la tremenda mutabilidad del virus de la gripe. Para que este virus H5N1 pueda transmitirse de humano a humano debería mutar y combinarse con un virus de la gripe común, algo posible, pero desde luego no probable.

[5] Informes que, por supuesto, no van dirigidos a la sociedad a la que dicen servir, como ponen de manifiesto unos autodenominados «artesanos del conocimiento experto» en el prólogo a uno de estos informes: «El público al que va dirigido, no es quizás el gran público: no son los centenares de miles de lectores de periódicos, pero sí los periodistas especializados; no son los millones de estudiantes de primaria, pero sí sus profesores.» La gripe aviaria. ¿Una nueva amenaza pandémica? http://www.csic.es/documentos/LIBRO_GRIPE_AVIARIA.pdf El «conocimiento científico» debe pasar por el correspondiente filtro antes de llegar a la opinión pública.

[6] El País, 22 de febrero de 2006

[7] «[…]como una catástrofe es siempre posible, sólo hay que evitar que alcance las dimensiones catastróficas; lo cual es fácil: basta con contaminar poquito a poco y con moderación», Guy Debord: Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 49.

[8] El Mundo, 9 de febrero de 2006

[9] Encyclopédie des Nuisances: Observaciones sobre la agricultura genéticamente modificada y la degradación de las especies, Alikornio, Barcelona, 2000, p. 38.