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Cuba en el contexto de la izquierda latinoamericana: el reto de la historia menos reciente

Fuentes: Rebelión

Durante el Encuentro Sectorial de Jóvenes Intelectuales, espacio que mereció mayor cobertura en el marco del XVI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en agosto pasado en Caracas, se reiteró la necesidad de aprovechar estos escenarios para propiciar el acercamiento al accionar de la izquierda contemporánea, particularmente en aspectos como la resistencia […]

Durante el Encuentro Sectorial de Jóvenes Intelectuales, espacio que mereció mayor cobertura en el marco del XVI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en agosto pasado en Caracas, se reiteró la necesidad de aprovechar estos escenarios para propiciar el acercamiento al accionar de la izquierda contemporánea, particularmente en aspectos como la resistencia ante la monopolización de los medios por la reacción, el estímulo de alternativas de gestión política, social y económica locales, el rescate de la identidad de nuestros pueblos y la necesaria legitimación y actualización del discurso revolucionario.

Estos temas generaron interesantes reflexiones, que partieron de reconocer los difíciles momentos atravesados por la izquierda a raíz del derrumbe del socialismo del este europeo y la URSS, erigida en referente para un importante número de partidos políticos (principalmente de orientación comunista y socialista) y otras agrupaciones. En esos años se entronizó una ideología reaccionaria, sin una contrapartida referencial significativa [1] , que privilegió doctrinas como la del «Fin de la Historia» y potenció un proceso de arrebato semántico a la izquierda, a través del cual términos como «democracia», «derechos humanos» y «libertad» son manipulados y utilizados para atacar los procesos alternativos, distinguidos en la mayoría de los casos por un carácter revolucionario y participativo.

Esta situación de las fuerzas de izquierda se va revirtiendo, fundamentalmente a fines de la década del 90, al emerger nuevas prácticas y actores sociales en el seno de la decadente contemporaneidad neoliberal. Los movimientos antiglobalización han ocupado importantes espacios en la lucha social, se fortalecen estrategias comunitarias de gobierno, se insertan nuevas fuerzas políticas en procesos electorales y proliferan los movimientos sociales que reivindican los derechos de campesinos, indígenas, homosexuales, entre otros. Irrumpieron en la sociedad estos actores y con ellos un nuevo lenguaje, con la misión de movilizar a esos combativos sectores. Referencia constituye la actividad de los movimientos indígenas en esta oxigenación del lenguaje. De forma diáfana, sencilla, están elaborando sus mensajes y esto contribuye a una mejor actividad de comprensión, compartimentación y movilización [2] .

Sin dudas, la diversidad de estas fuerzas y las diferencias en las tácticas de lucha han de unificarse en una orientación estratégica común. El enemigo es el mismo y tiene la capacidad de operar en arreglo a los reclamos particulares. Esta unificación estratégica puede producirse – entre otros factores – a partir de la legitimación de un lenguaje revolucionario que cumpla las condiciones anteriormente mencionadas, es decir, se haga comprensible para una amplia masa, más allá de sectarismos territoriales u ocupacionales y contribuya no solo en teoría, sino también a la recuperación física del espacio público.

¿Cuáles podrían ser algunas de las carencias que en este sentido enfrentamos en el área latinoamericana? Los partidos políticos de histórica ascendencia de izquierda no han logrado incorporar en su discurso los nuevos cambios en la estructura social del área o en algunos casos, no han podido mantener las alianzas concertadas. Tenemos el ejemplo de la gradualmente deteriorada relación entre el Partido del Trabajo (PT) del presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva y el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en los dos años de gestión gubernamental del líder. Es común en las participaciones brasileñas en eventos organizados por la izquierda – recientes están las experiencias del Foro Social Mundial celebrado en Caracas – observar divergencias en las valoraciones respecto al gobierno de Lula.

Los últimos triunfos electorales de las fuerzas progresistas han ocurrido a través de alianzas o movimientos políticos de relativa juventud, o cuando menos, distanciados de los partidos tradicionales, quebrando el monopolio de estos. Es el caso del venezolano Hugo Chávez como líder del Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200) fundado en 1983 y luego candidato presidencial por el Movimiento V República (MVR) en una alianza multipartidista denominada Polo Patriótico (PP), relegando a los históricos Acción Democrática (AD) y el Partido Social Cristiano (COPEI), que capitalizaban el poder desde el establecimiento de la democracia en 1958, tras la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Dato interesante: en las elecciones presidenciales de 1998 y 1999 en Venezuela, los candidatos que siguieron en votos a Chávez pertenecían a partidos de poca tradición [3] que incluyeron en su plataforma programática – o al menos en el discurso – cuestiones relativas al respeto a la identidad nacional, la atención a las cuestiones del desarrollo de la ciencia y la técnica, la reconstrucción del Estado como soporte de la vida económica y social, el fortalecimiento de estructuras territoriales, entre otros elementos que se alejaban del entronizado discurso neoliberal en el área. Entonces, el voto a favor de la izquierda, es también la condena a las fórmulas de gobierno aplicadas en la región hasta el momento. Es importante mantener la alerta, pueden emerger movimientos oportunistas, que con el patrocinio de los Estados Unidos a través de sus agencias «para la democracia» y con el apoyo de los medios de comunicación, construyan líderes «carismáticos» e «interesantes» capaces de atraer a sectores vacilantes y actúen como punta de lanza en la desmovilización popular y la afectación del flujo revolucionario. De hecho, la principal oposición orgánica al proyecto chavizta se estructuró desde entidades no gubernamentales y partidos políticos de historia reciente, como es el caso de Primero Justicia.

Dos casos más recientes son el Uruguay y Bolivia. En el primero, Tabaré Vázquez emergió triunfador como candidato del Frente Amplio (FA). Esta fuerza, que contaba ya con la experiencia de varias elecciones (incluyendo una primera vuelta triunfadora en las nacionales de 1999) y el ejercicio de la intendencia de Montevideo, sacudió el dominio de siglo y medio de los partidos Nacional y Colorado.

El primer gobierno nacional indígena de la contemporaneidad fue electo en Bolivia, uno de los países más sufridos del continente, el 18 de diciembre de 2005. Triunfó una de las experiencias más interesantes de América Latina: Juan Evo Morales Aima (Orinoca, Oruro, 26 de octubre de 1959) de origen amerindio, de la etnia aymara asumirá la presidencia del país andino el próximo 22 de enero. Con una meteórica carrera política, el dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS) es el primer mandatario boliviano en ser electo Presidente de la República en primera vuelta en más de 30 años.

La fuerza política que Evo Morales representa, conocida como Movimiento al Socialismo (MAS)-Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP) en su configuración actual, cuenta con un importante componente de agrupaciones sindicales campesinas y una historia reciente. Lo interesante de su propuesta radica en la diversidad, la coexistencia de visiones indigenistas, marxistas y socialdemócratas. Su condición de instrumento político de las organizaciones sociales, conserva en estas una posición de autonomía creativa y aporta un estado de participación efectiva desde la diferencia.

Tanto Tabaré como Chávez y Evo Morales, colocaron en el centro de sus campañas – más allá de elementos distintivos – posiciones de defensa de la soberanía nacional, crítica al paradigma neoliberal y a la privatización de los principales recursos naturales, así como la integración de las llamadas minorías y la población pobre al proyecto nacional a construir.

Acerquémonos ahora al caso cubano. Reconozcamos, en primer lugar, que analizamos un proyecto excepcional en el acontecer latinoamericano, por constituirse Cuba en la «única revolución de carácter socialista que ha triunfado en occidente», se ha proclamado abierta e insistentemente como tal y ha permanecido durante casi medio siglo en el poder. En segundo lugar, veamos la distinción que constituye el hecho del mayor tiempo que lleva gobernando la izquierda en Cuba, visto desde una perspectiva comparativa respecto a los ejemplos anteriormente mencionados.

La nación cubana fue de las que sufrió con mayor agudeza las consecuencias de la caída del Muro de Berlín. Mencionamos con anterioridad que el derrumbe significó la pérdida del referente para muchas fuerzas de izquierda. En Cuba, esa fuerza progresista, el Partido Comunista, se encontraba en el poder y por tanto tenía el reto de orientarse hacia un proceso de recuperación, de superar «el retroceso que ha tenido el (marxismo) en la cultura cubana, al combinarse el polvo y el fango de los derrumbes, el dogma al que fue reducido previamente, el crecimiento del espíritu conservador y la extraña defensa a la que algunos lo someten hoy» [4] ; todo esto en una coyuntura internacional completamente desfavorable y hostil. El impacto para la Isla se extendió más allá del plano ideológico, al terreno económico, sin dudas la afectación más importante al perderse los principales mercados, reducirse dramáticamente las importaciones, devaluarse la moneda y caer significativamente el Producto Interno Bruto (PIB).

En esos duros años de inicios de los 90, el proyecto cubano alcanzó una nueva configuración en función de estimular la resistencia del pueblo ante las privaciones materiales. La reiteración pública de las conquistas alcanzadas en sectores como la salud, la educación y la seguridad social, así como la incorporación de la población a través de debates en los colectivos laborales a significativas decisiones económicas, se erigieron en importantes armas en la resistencia. Se insistió en la posición heterodoxa mantenida por la Revolución respecto a la geopolítica soviética. La gente asumió el «derrumbe» como una debilidad de los rusos – para muchos cubanos Europa del Este era una masa homogénea guiada por la URSS – y en el sentimiento nacional emergió la convicción de que «habíamos hecho las cosas mejor y por eso nos manteníamos».

Mientras en el mapa mundial de las fuerzas políticas ocurría un corrimiento hacia la derecha, con la consustancial crítica y agresión a los proyectos que sobrevivieron el colapso – combate generalmente más corrosivo cuando se efectuaba desde las antiguas experiencias – Cuba introducía cambios divulgados como «necesarios», «temporales» y muchas veces «no deseados», con el objetivo, como nos ilustra la paradigmática consigna de la etapa de «salvar la Patria, la Revolución y las conquistas del Socialismo».

A la par de la lucha por la resistencia y permanencia de las esencias del proyecto socialista cubano, se produce la ola migratoria de los años 1993 y 1994 y los sucesos de agosto de 1994 en la capital del país. En esta ocasión, los grandes problemas económicos, sobre los que existía un reconocimiento consensual evidenciado en los planteamientos de la dirección del país y la opinión popular, propiciaron que emergiera un discurso de la definición, centrado en la crítica al desorden social y las acciones desestabilizadoras que acompañaron algunas acciones migratorias y no al fenómeno de la emigración como tal, marcándose una importante diferencia con respecto a etapas anteriores, la del Mariel por ejemplo. Recordemos la polarización que se produjo en aquellos 80’s; la reacción ante la emigración y el enfoque de debilidad ideológica con que se acompañó a quienes optaron por ese camino. En los 90’s fue diferente: se criticó la ilegalidad, y el Estado cubano exigió una solución negociada a los Estados Unidos, partiendo de acuerdos que establecieran un flujo por vía legal hacia el país norteño.

A esta etapa siguió la recuperación. Desde el año 1995 se comenzó a apreciar un paulatino mejoramiento de los indicadores macroeconómicos y las medidas adoptadas se revirtieron en una elevación de las condiciones de vida. Sobrevino entonces una nueva complejidad, provocada por las irregularidades en el acceso a los ingresos. Se había incrementado la oferta de productos en la red comercial, se mantenían con esfuerzo las subvenciones a sectores priorizados (escuelas, hospitales, hogares de ancianos) y la entrega de la canasta básica, ahora más deprimida. Sin embargo, importantes productos de aseo, ropa, calzado, alimentos de mayor calidad, equipos electrodomésticos solo eran alcanzables en las tiendas recaudadoras de divisas y el salario básico no respalda el acceso a estos. Alcanzaron relevancia otras formas de ingreso.

En varios espacios públicos: comparecencias de la dirección del país, análisis de especialistas en los terrenos económico y sociológico, se ha insistido en temas como el impacto en la sociedad cubana de la recepción de remesas familiares, la estimulación del trabajo por cuenta propia y la inversión extranjera. Se presentan – sobre todo las dos últimas – como opciones temporales que sirvieron para detener la caída de inicios de los 90 y se les considera la causa esencial de las diferencias sociales que emergieron. De ello resulta una dicotomía interesante, una medida adoptada se convierte simultáneamente en catalizador de una reacción económica positiva y genera importantes contradicciones en los planos social e ideocultural. Invita a la reflexión esta dicotomía. Invita a buscar un equilibrio que incorpore en el discurso de la Revolución a los protagonistas de estas alternativas económicas. En Cuba existen experiencias importantes, como es el caso de la incorporación al proyecto del campesinado y la interpretación creativa de la alianza obrero-campesina. No se negó el carácter individual, la condición de pequeño propietario del campesino, al contrario: una parte del sector percibe importantes ingresos, comparables en valor a los recibidos por cuentapropistas del sector urbano.

Por otra parte, la aceptación de un empleo se condicionó en algunos casos por las opciones extrasalariales que este pudiera proporcionar. La mencionada afectación de los salarios, el deseo de alcanzar necesarios productos en las tiendas recaudadoras de divisas, le planteaban al trabajador ciertas interrogantes: ¿qué propina se puede alcanzar?¿existe estimulación en divisas o productos?¿qué otros beneficios puedo recibir? Apareció implícitamente la opción de la ilegalidad: «la búsqueda» o «la lucha» se legitimó para algunos a partir de las carencias. Por tal motivo se ha iniciado una campaña para contrarrestar las evidencias y efectos de la corrupción y las ilegalidades. En este esfuerzo se hace necesario asumir la proliferación de estas prácticas en el marco de las afectaciones que en el código de valores se sucedieron en la sociedad cubana en los 90, condicionadas por las contradicciones económicas y sociales que afloraron. De vital importancia resulta la incorporación popular a esta batalla; en ese sentido, es necesario incorporar resortes movilizativos, más allá de la acción vertical orientada por el Partido y ejecutada – entre otros – por Trabajadores Sociales, estudiantes universitarios y cuadros políticos. Debe continuar prestándose especial atención a las denuncias de la población. De igual forma urge la retroalimentación popular sobre algunos casos, que se encuentran en conocimiento de la población y que la insuficiente información puede convertir en material de manipulaciones malintencionadas.

A pesar de estas contradicciones y transmitiendo una imagen de movilidad, a fines del año 1999 se entró en una nueva etapa del proceso de recuperación. La movilización ciudadana en reclamo de los derechos de un niño clarificó la intención de aprovechar la acumulación económica en función de implementar planes de desarrollo social y cultural. Esta decisión podría obedecer a la necesidad de extender los indicadores de recuperación macroeconómicos a la vida cotidiana de un sector poblacional que se distinguía por los bajos ingresos, las difíciles condiciones de vida, el acceso insuficiente a los estudios de nivel superior, el desempleo, entre otros. Los nuevos programas iniciados como parte de la «Batalla de Ideas» apuntaron en esa dirección. Se recuperaba con fuerza en el discurso el llamado a la lucha por la igualdad que se viera lacerado una década antes. La Revolución Cubana apostaba – a 40 años de su triunfo – por una práctica extensiva, que marca la etapa inicial de las revoluciones.

De igual forma se incentivó un interesante proceso de diversificación y rejuvenecimiento de los portadores del discurso revolucionario. El aprovechamiento de grandes escenarios públicos (tribunas abiertas, marchas) y espacios cotidianos en los medios (Mesa Redonda) para la divulgación de la situación internacional y aspectos de la política interna, lanzó públicamente a pioneros, estudiantes y dirigentes o líderes juveniles que aparecían en los mismos. El impacto inicial fue significativo, se reconocía el potencial educacional y cultural del proyecto cubano, su valor para los niños y se estructuró un mensaje capaz de sensibilizar y atraer a una buena parte de la población [5] . Se equilibraron fórmulas comunicativas diversas: se alternaba el discurso infantil, con uno estudiantil de barricada y otro con un componente importante de referencias culturales. En la mayoría, alusiones históricas desde perspectivas y vivencias diferentes.

Paulatinamente, esta práctica disminuyó su efecto, se homegeneizaron los mensajes y los portadores de estos se repetían. Se automatizó la respuesta popular y en algo se laceró la legitimidad en la interacción masa-orador. El discurso se estructuraba, desde el punto de vista formal, obedeciendo a similares códigos comunicativos, aun cuando el contenido tuviera significativas variaciones. La reacción, al producirse el triunfo que constituyó la devolución del niño Elián a Cuba, fue asumir los patrones utilizados en la batalla y no el método, basado inicialmente en la movilidad y diversificación del discurso.

En el terreno de la práctica revolucionaria, la Unión de Jóvenes Comunistas asumió el protagonismo en la implementacion y dirección de los llamados «nuevos Programas de la Revolución». Cuestiones relativas a la política de inversiones infraestructurales [6] , la dirección de los Trabajadores Sociales, el desarrollo de acciones en el campo de la informatización e incluso, de la política educacional y cultural, estimularon una institucionalización paralela a la establecida en los órganos de gobierno cubanos. A partir del año 1999 se evidenció un significativo incremento del papel de la UJC en la dirección de proyectos sociales, derivando en un aumento de la participación de la organización política en cuestiones administrativas.

A la par de estos procesos se ha venido insistiendo en el repunte, durante los últimos quince años, de una suerte de fascinación – sobre todo en los más jóvenes – con lo externo, sin el establecimiento de posiciones críticas y con cierta preferencia por los patrones culturales y de convivencia de la llamada sociedad de consumo. El enfoque de los primeros años responsabilizaba al turismo con esta situación. Gradualmente se ha visto el fenómeno en su integralidad. Es consustancial a los propios esfuerzos por abrirnos al desarrollo científico-técnico y a las contradicciones legadas por la crisis de los 90. Contrarrestar este proceso, en el marco de los espacios existentes, parte de reconocer su existencia, superando el abordaje en sitios limitados, con la participación de artistas o personas vinculadas al sector de la cultura. La solución a este fenómeno no llegará desde la construcción de una barrera comunicativa entre «críticos» y «consumidores». En ocasiones, los primeros se concentran en demarcar su posición ante la promoción de la llamada «seudocultura» a través de los medios o los espacios recreativos juveniles (por demás escasos) y no en ofrecer soluciones comunicativas capaces de atraer a quiénes aun no perciben el fenómeno o son partícipes de él.

Evidentemente, en los últimos años la sociedad cubana ha emergido en toda su complejidad, como el mosaico que siempre ha sido, aun cuando permanecieran soterradas las diversidades y algunas contradicciones. La necesidad de un debate que supere el temor de «armar al enemigo» y alumbrarle nuestras carencias es legítima. En nuestro esfuerzo por definirnos beligerantes ante el orden mundial contemporáneo hemos soslayado nuestra pertenencia a ese mundo y lo sensible que somos a una influencia internacional que llega a través de los medios de comunicación, el contacto directo con la comunidad internacional, la emigración. Escoger el camino de la Revolución implica diversificar las miradas, los puntos de vista, compartirlos. Cuba tiene el gigante reto de demostrar, con su resistencia, perdurabilidad y renovación, que la izquierda en el poder no apela al cataclismo de las revoluciones, a una «fuerza inicial» para sostenerse; que el Socialismo es una opción real de futuro, de sobrevivencia.



[1] Es necesario apuntar al respecto la permanencia de la experiencia socialista en un grupo de países. El proyecto asiático (sobre todo China, Vietnam, Corea del Norte) no se había considerado en el centro del enfrentamiento entre el mundo capitalista y el bloque socialista, definiéndose como tal la alianza de la URSS y los países del este europeo; en rigor, la política de las potencias occidentales con respecto al continente asiático se define por una perspectiva integral que se acerca al componente cultural de la región, más allá del sistema político de cada nación (aunque esto último no se soslaya). En cuanto a Cuba, se veía como un anacronismo: en medio del mundo occidental, con escasos recursos naturales, nación subdesarrollada, se le pronosticaban escasos días de vida.

[2] Recomendamos la consulta de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, que lanzara el Comité Clandestino Revolucionario Indígena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), así como la polémica surgida al respecto, que puede seguirse a través de publicaciones alternativas como Rebelión y Rebeldía.

[3] En 1998 el segundo candidato más votado fue Enrique Salas Römer de Proyecto Venezuela (39%) y en 1999 el representante de Unión por el Progreso Francisco Arias Cárdenas (38%).

[4] Martínez Heredia, Fernando. «El corrimiento hacia el rojo». Letras Cubanas, La Habana, 2001.p 6.

[5] En rigor, el propio contenido de la campaña iniciada – el reclamo del niño Elián González – era capaz de sensibilizar y movilizar al pueblo cubano, más allá del enriquecimiento formal del mensaje.

[6] Recordemos que la «Batalla de Ideas» y sus novedosos programas generaron importantes acciones en el campo de la construcción y remodelacion de espacios físicos.