Recomiendo:
0

Yo no quería, lo juro

Fuentes: AnRed

Una historia que sucede todos los días, en todo el mundo, casi de la misma manera: el abuso sexual tiene como primer responsable a la víctima. Así lo decretan los estados, a través de la «justicia».

Dicen que tuve la culpa, que soy responsable, que me lo busqué, provoqué mi desgracia y no vale ahora mi queja; por ser mujer debí andarme con cuidado, ser más recatada, consciente de mi debilidad, de los peligros a los que me enfrento; seguramente en el fondo lo deseaba, las mujeres son de por sí fogosas e insaciables, no por nada somos las culpables del desacato de Adán, las que paren con dolor y trabajo, las adoradoras del becerro, las traidoras en el lecho de Sansón, las convertidas en sal, las que sangran, castigo divino al débil servidor de la serpiente.

 

Yo no quería, lo juro.

 

Mi padre golpeó mi rostro con la mano abierta, gruesas manos de herrero acostumbradas al rudo trabajo, y no volvió a hablarme; mi madre lloró desconsolada, no por mi dolor, mi humillación, mi desgracia, lloró por la hija sin valía que no encontraría nunca esposo decente, lloró hondamente por sus sueños desvanecidos gracias a mi imprudencia, «siempre pensé que te perderías, que terminarías de loca», dijo apretando los labios. Ahí se terminaron mis esperanzas del apoyo familiar. No supe qué decir, qué hacer, cómo hacerles entender que aquello no fue un acto de amor, un desliz, una debilidad…

 

Yo no quería, lo juro.

 

Asistí al ministerio público a levantar mi denuncia. Episodio que desearía borrar también de mi mente. Cuando le dije de qué se trataba, el hombre se echó para atrás en su silla mientras me observaba con mirada burlona; me pidió contar los hechos, con detalles, al tiempo que contemplaba la forma de mis senos a través de la blusa o detenía la mirada en mi entrepierna. Me hicieron pasar a un examen de reconocimiento con un médico, por si acaso mentía y no eran más que patrañas para inculpar a un novio; el doctor fue rudo e indiferente, no me miro durante el «reconocimiento», ni una palabra, sólo un gesto de fastidio, mal humor. Me sentí nuevamente humillada y lacerada, deseaba gritar, gritarles que no, no era una venganza, que de verdad había sucedido, que no los conocía, que no eran mis amigos, que no busqué circunstancias…

 

Yo no quería, lo juro.

 

Nadie pareció creerme, no soy más que una mujer, y después de todo, las mujeres somos de por sí concupiscentes, la tentación que prueba la virilidad, objeto deseado, símbolo de poder, sexo débil, una cosa de goce y uso… una mujer. Por eso no intenté nada más cuando mi vientre comenzó a crecer, los latidos de mis entrañas hacían fiesta con mi dignidad, pero ya no dije nada, ¿para qué?, sabía bien lo que vendría: nuevos golpes, humillaciones, burlas, dudas, condena de Dios sólo por pensar en renunciar a la única razón de ser mi especie… sí, lo sabía, y por eso decidí ir al clandestino, la matrona que tras recibir 12 mil pesos me dijo que todas las mujeres éramos iguales: unas putas.

 

Yo no quería, lo juro.

 

Yo no quería que aquel sábado templado y fragante me violaran; iba rumbo a la fábrica, eran las cinco de la mañana, como siempre; unas cuadras antes de llegar me sorprendió la soledad de una calle oscura; camine de prisa, sin mirar atrás; de pronto un extraño presentimiento hizo que mi corazón se estrujara, fue entonces cuando los vi, pero ya era tarde; los dos hombres rebasaban mi estatura y volumen, grité, ¡claro que grité!, y mordí, arañé, golpeé con una fuerza desconocida en mí… cuando desperté estaba sola, adolorida; mis cabellos revueltos, las ropas estropeadas, ultrajada física y emocionalmente; y estuve así mucho tiempo, ultrajada emocionalmente, herida en lo más hondo, sintiendo lástima de mi misma, de mi condición de mujer.

 

Cuántas veces no he escuchado hablar de derechos, de leyes, de comisiones, de institutos; cuántas veces no he escuchado hablar de igualdad, de emancipación, de espacios conquistados… pero son más, muchas más, las historias como la mía. Las historias de mujeres que iban al trabajo, salían de la escuela; resuenan ahora las historias de estas mujeres capturadas en Atenco, el día del golpe, luchadoras incansables que fueron ultrajadas en las celdas de la represión de este sistema fascista, aniquilador y sanguinario; ultrajadas por el gobierno de estos hombres que les ha hablado de la misión inherente de ser «el corazón de una familia sólida», de lavadoras y de violentas lecciones. Por eso sé que es cierto: es importante que alcemos la voz, todos, hombres y mujeres, que exijamos mediante lucha constante por justicia para Atenco, para Puebla, para Ciudad Juárez, para mi vida despedazada. Por eso hablo y cuento lo mío, para que mientras hablo no sólo hagas de agua tu joven mirada…

 

Yo no quería, lo juro.