A pocos días de cumplir su octogésimo aniversario el Comandante Fidel Castro sufrió un accidente de salud que interrumpió temporalmente su programa de trabajo. Dados los antecedentes de una salud vigorosa, que ha resistido múltiples esfuerzos, su recuperación se producirá tras el período normal de convalecencia. La preocupación mostrada por las fuerzas partidarias de los […]
A pocos días de cumplir su octogésimo aniversario el Comandante Fidel Castro sufrió un accidente de salud que interrumpió temporalmente su programa de trabajo. Dados los antecedentes de una salud vigorosa, que ha resistido múltiples esfuerzos, su recuperación se producirá tras el período normal de convalecencia. La preocupación mostrada por las fuerzas partidarias de los necesarios cambios sociales en nuestra América es indicadora del prestigio alcanzado por el líder cubano. Su larga trayectoria revolucionaria, sus empeños por mejorar las condiciones de vida de las masas humildes, han marcado el rumbo principal de todos sus esfuerzos. Más de medio siglo de briosos esfuerzos le han dado el tono a su fructífera existencia.
En 1853, al cumplirse el centenario del nacimiento de Martí, un grupo de jóvenes quijotes atacó el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, e ingresó en la historia por vía de una presencia armada. Fue, entonces, que Fidel Castro asumió el liderazgo de un movimiento de renovación ético y una seria voluntad de reforma social. En la medida en que la insurrección sediciosa fue convirtiéndose en revolución ─con el cambio de una clase social en el poder por otra─, se advirtió la dimensión política y la visión estratégica de Fidel. En primer lugar advirtió que no podía realizarse un movimiento profundo de estructuras sin enfatizar el mismo antiimperialismo que había auspiciado Martí. Aún sabiendo que se enfrentaría a fuerzas vigorosas de contención y freno insistió en esa vía de liberación nacional, dificultosa pero imprescindible. Ese fue un propósito combativo con el cual Fidel marcó el naciente proceso político: el distanciamiento y rechazo de los poderes imperiales.
El nuevo libertador, tras Céspedes y Martí, que echó a andar un proceso emancipador fue Fidel Castro. El 26 de julio de 1953 se convierte así en el tercer intento de alcanzar la soberanía cubana tras el 10 de octubre de 1868 y el 24 de febrero de 1895. Sólo que la alta y ambiciosa meta de la autarquía halló un imperio decidido a no dejarse arrebatar su jugosa presa. Medio siglo de luchas políticas y combates armados han sido necesarios para no dejarse arrebatar, en esta ocasión, la emancipación tan trabajosamente alcanzada.
Para derrocar a la dictadura fue necesario el concurso de múltiples organizaciones que, entre todas, desplegaban un vasto mosaico de ideologías, conceptos, criterios y matices del espectro político. De haber persistido cada una promoviendo sus doctrinas y credos respectivos la desunión habría debilitado el movimiento revolucionario. Habría sucedido algo similar al fenómeno disociador que frustró la República Española. Era esencial en aquellos momentos de la alborada cohesionar y unificar sin fisuras todos aquellos componentes disímiles. Ese fue el primer rasgo de la visión a largo plazo de Fidel: haberse percatado que sin la armonía de todos los sectores la Revolución no podría avanzar. La tarea no fue fácil: una empresa ciclópea erizada de rivalidades, de contradicciones históricas, de celos y pasiones activas, pero finalmente logró la difícil fusión.
Fidel Castro se percató que tenía además, ante sí, la áspera faena de modificar la naturaleza. Era una empresa de dioses: donde hubo un río crear una represa, desbastar una montaña para que transcurriese una carretera, modificar razas animales, aclimatar nuevos cultivos, erigir escuelas y hospitales en terrenos inhóspitos, modificar la constitución física de muchachos desnutridos para hacer de ellos campeones atléticos, enseñar a leer y escribir a todo un pueblo en un tiempo mínimo.
Ello requería una operación colosal de persuasión masiva. Había que razonar, analizar y convencer a las vastas masas de la necesidad de emprender los nuevos caminos. Fidel Castro estaba dotado de una facilidad tribunicia que mucho le ayudó en esa misión. Su capacidad oratoria, su manera didáctica de descomponer complejos problemas en sencillas verdades, de lograr la atención del público de manera amena, sin fatigar, capturando la atención de capas sociales disímiles fue una de sus facultades que permitió un avance rápido de las transformaciones.
El pueblo cubano había sido sometido durante años a prejuicios, deformaciones ideológicas, ofuscamientos, dependencias y desviaciones de sus costumbres. Era necesario recuperar tradiciones, arrojar luz, devolvernos la raíz, borrar recelos para que la nación cubana emergiese libre de ataduras. Esa fue otra de las grandes tareas de Fidel Castro, haber actuado como el maestro paciente y persuasivo de toda una generación. Su énfasis en los antecedentes históricos, su inquietud por reverdecer las cepas originales, que dio origen a la identidad criolla, permitieron anular decenios de desactivación de nuestra conciencia nacional.
Para acometer esa tarea monumental era necesaria una voluntad inconmovible, un carácter enérgico que no se desanimase ante las dificultades, una obstinación estable y sólida. Fidel Castro demostró tener esas cualidades y a la vez probó poder empeñarse con rigor en un vasto plan de avance científico, educativo, tecnológico y cultural, que actualizase un país con un pesado lastre de subdesarrollo. Para ello era necesaria una mentalidad capaz de absorber y albergar una enorme dosis de referencias. Como lector persistente e infatigable fue capaz de mantenerse al día, actualizándose periódicamente, impregnándose de la copiosa corriente de información que fluye incesante en el mundo contemporáneo. En esa labor le ha incitado una curiosidad universal, una avidez por entender y asimilar. Eso lo saben muy bien quienes se han sometido a sus exhaustivas interpelaciones.
Es evidente que nunca le han tentado las gratificaciones materiales ni la prodigalidad suntuosa. Su estilo de vida de una espartana frugalidad no ha hecho uso de los símbolos de poder que su cargo le ha permitido. La austeridad que lo anima se ha extendido a su entorno: no hay estatuas, ni retratos oficiales, ni estímulo alguno a una veneración desmedida. El aprecio que le tiene su pueblo se basa en una racionalidad y no tiene nada que ver con un irreflexivo desbordamiento emocional, ni una exaltación inducida.
Quizás el rasgo que más le asiste es la entrega a las necesidades foráneas, haber educado a todo un pueblo en el cuidado del bienestar ajeno que puede ser más satisfactorio que atender el propio. Los combatientes cubanos han acudido a lejanas fronteras para contribuir a la liberación nacional de numerosos pueblos, las inmensas prestaciones de servicios médicos y educativos, haber entregado el pan propio para satisfacer a quien lo requería de manera más perentoria, es una hazaña humanitaria que algún día la historia sabrá reconocer en sus verdaderas dimensiones. Ello requiere el concurso de una magnanimidad ilimitada.
En síntesis Fidel Castro significa firmeza, obstinación, solidez de principios, desprecio de los obstáculos, audacia, inteligencia, tácticas guerrilleras de improvisación inesperada, capacidad de persuasión, oratoria inteligible y didáctica, curiosidad universal.
Ahora, cuando cumpla ochenta años de existencia, Fidel Castro puede contemplar complacido la obra de su vida: haber creado un país consolidando el legado nacionalista, restaurando sus créditos culturales, instaurando la justicia social mediante una distribución más equitativa del patrimonio autóctono, velando por la calidad de vida de sus ciudadanos, no obstante las muchas limitaciones que la agresividad enemiga le ha impuesto.