Rosa llevará por siempre una huella de su cruce a Estados Unidos: la violación que sufrió a los 15 años, a manos de su cuñado Pánfilo y que resultó en embarazo.
Rosa llevará por siempre una huella de su cruce a Estados Unidos: la violación que sufrió a los 15 años, a manos de su cuñado Pánfilo y que resultó en embarazo.
Derivado de ese suceso, el nacimiento de Inéz Bárbara, quien pesó poco más de seis libras la mañana que nació en el Hospital Marian, hace unas semanas, dejó en la joven quinceañera guerrerense no sólo con el compromiso de la maternidad, sino también un difícil proceso penal que debería castigar al violador por su delito.
La violación cometida por su cuñado Pánfilo, marido de su hermana Teresa, de 18 años, ocurrió en el desierto en una de las siete veces que la familia intentó cruzar la frontera por el desierto de Arizona.
La noche en que madre e hija serían dadas de alta del hospital, la luna llena, plateada y brillante de octubre entraba por la ventana del segundo piso de maternidad del Marian. Y en la cama 17, la muchacha yacía recostada. Su rostro moreno, de facciones delicadas, lucía pálido. Tenso. Sus ojos oscuros y negras y pobladas cejas estaban semi fruncidas. Y su sonrisa sólo era una mueca. No acertaba qué hacer con la criatura de abundante y lacio cabello negro que lloraba y lloraba.
Rosa esperaba a que llegara su padre Lucio, de 41 años, ahora abuelo por tercera ocasión, con un par de traductoras para llenar las formas requeridas por el hospital. Padre e hija hablan casi nulo español. Una de las mujeres traduciría del mixteco al español. La otra, del español al inglés.
A un lado de Rosa, en la cama contigua, otra joven madre estaba rodeada de familiares, globos, flores y muñecos para su recién nacida. A Inéz Bárbara, el hospital le regaló el pañal y la cobija que la envolvían, pues la pequeña no tenía ropa preparada para su nacimiento. Ni su madre tenía siquiera un suéter para cubrirse del tempranero frío otoñal.
LA PARTIDA
Como Lucio tiene cinco hijos más en México de 13, 12, 10, 8 y 6 años de edad, a quienes cuidan los padres de éste, decidió que sus dos hijas mayores, Teresa y Rosa –entonces 15, cumplió los 16 en agosto pasado–, «se vinieran pa’ este lado a pizcar fresa y para ayudar a su familia en México, pues no tienen ni para la comida».
Llegarían a Santa María, donde Lucio y su esposa Petra viven desde hace tres años. Antes, él sembró pinos en Arkansas y pizcó tomate en Washington y pepino en Florida. La pareja tiene una hija más de un año tres meses, nacida en Santa María.
De esta manera, Pánfilo, Teresa y su hija de un año siete meses, así como Rosa, salieron de Guerrero el 15 de enero. A cada uno le cobraron $1,000 por pasar. Y aunque Lucio no tenía dinero, cuando su familia llegó aquí, consiguieron dinero prestado para pagar a los «coyotes.»
Con el hablar apurado, Rosa relata en mixteco a la traductora que salieron caminando de Tijuana y tardaron seis días en llegar a Arizona. Entonces trataron de cruzar por el desierto. Seis veces los agarró «la migra.» Y hasta la séptima pasaron. En una de esas veces, Pánfilo «la agarró» en el monte, cuando todos dormían. Ella dice que su cuñado la amenazó y le dijo que no gritara. La quinceañera estaba en shock y no pudo pronunciar palabra.
Y continuó sin decir nada acerca de la violación. Ni siquiera cuando su embarazo se empezó a notar. Su silencio sobre el nombre del padre de la criatura duró hasta la noche en que «se alivió» en el Marian. Entonces Lucio supo que su mismo yerno era el padre de su nueva nieta.
Más aún. Desde su llegada a Santa María, los tres recién emigrados vivieron con Lucio, Petra y su niña, un total de siete personas, en un cuarto de cuatro por cuatro metros en el área mexicana llamada «Tijuanita,» en Santa María. Teresa y Pánfilo decidieron mudarse a otro cuarto tres días antes de que Rosa fuera llevada al Marian para dar a luz a su criatura.
* Los nombres de las y los afectados fueron cambiados para proteger su identidad.