1.- COMPLEJIDAD DEL PROBLEMA Una de las discusiones históricas que recorren desde sus orígenes al complejo feminismo vasco, que no quiere decir abertzale, es el de la caracterización de las violencias que padecen las mujeres. Y muy especialmente, el de la violencia de los Estados que nos ocupan, de sus culturas y aparatos burocráticos, […]
1.- COMPLEJIDAD DEL PROBLEMA
Una de las discusiones históricas que recorren desde sus orígenes al complejo feminismo vasco, que no quiere decir abertzale, es el de la caracterización de las violencias que padecen las mujeres. Y muy especialmente, el de la violencia de los Estados que nos ocupan, de sus culturas y aparatos burocráticos, fuerzas represivas, etc. Desde luego que hay otras: por ejemplo, el de las identidad nacional y de género, muy unido al anterior; por ejemplo, el de las conexiones programáticas y organizativas entre la liberación de la mujer y la liberación nacional y de clase, si es que se acepta la primera, con todas las derivaciones prácticas, del día a día, que de ellas de desprenden; etc. Por no hablar de debates ya comunes a todos los procesos de liberación de la mujer al margen del dónde y del cuándo: aquí o en Malasia, a finales del siglo XX o inicios de siglo XVII, por ejemplo.
No vamos a entrar en esos debates comunes, necesarios por otra parte por cuanto atañen a la naturaleza del patriarcado, su evolución histórica y sus relaciones con diversos modos de producción y formaciones sociales, sino que nos vamos a ceñir a algo que también afecta a las mujeres, que las determina, esencialmente y que siempre, como hemos dicho, ha sido un candente problema teórico y práctico entres las mujeres vascas: las profundas relaciones entre los Estados que nos oprimen, las violencias que padecemos y las prácticas concretas que hay que oponer a ellas.
Por último, no buscamos un debate teoricista ni abstracto. Al contrario queremos plantear algunas respuestas a unas preguntas que surgen inevitablemente en nuestra vida cotidiana.
2.- LIBERACIÓN E HISTORIA
Han educado a las mujeres en la pasividad, obediencia y aceptación sumisa de las violencias del sistema. Se les ha inculcado la idea de que, como mujeres, debens asumir y practicar determinados roles sociales entre los que destacan el rechazo de cualquier acción no ya de resistencia u oposición violenta, sino de simple y elemental resistencia incluso no violenta, pacífica. Los roles que les impone el sistema patriarcal y burgués y, en el caso de Hego Euskal Herria, español, las condenan a una existencia amorfa, impersonal, supeditada a los caprichos y obsesiones sexuales masculinas y dependiente en todo, moral y materialmente, del poder, aunque algunas de ellas hayan podido acceder al grado de «libertad condicional» que supone un trabajo asalariado mal pagado y, generalmente, realizado en condiciones de acoso sexual.
El sistema familiar, educacional y formativo, religioso, sociocultural, laboral y comercial, publicitario y propagandístico, político y sindical, judicial y represivo, etc, tiene la función de además de mantener y reforzar periódicamente semejante mole plomiza, también y en determinados momentos, sobre todo, de actualizar, de reciclar e introducir nuevas «justificaciones» al respecto. Como veremos, entre éstas no faltan las supuestas demostraciones científicas y ecológicas de su inferioridad, la llaman «especialización genética» y «naturaleza sensible y pacifica».
Sin embargo, bastantes de ellas intuyen que no es así, que no son así ni están condenadas a serlo. Su intuición se transfoma en certidumbre cuando rompiendo los universos de silencio y soledad que les impone el poder, hablan entre ellas, de eso que el patriarcado menosprecia, por que lo teme, llamándolas «cosas de mujeres», y se enteran que las resistencias son muchos más frecuentes, duras y sistemáticas de lo que podían haber intuido individualmente. Luego, la intuición se transforma en conocimiento verdadero al acceder a la historia real, la no escrita por el poder masculino, de las prácticas de violencia de las mujeres.
Y es que la historia oficial, la escrita por los hombres de las clases y Estados dominantes, miente. Miente en lo relacionado con las luchas de las mujeres. Y cuando no miente es porque silencia, oculta y no registra nuestras luchas. Y cuando no tiene más remedio que referirse a ellas porque son inocultables, las tergiversa, deforma y denigra. La historia machista malinterpreta las pocas luchas que registra: según ella, los responsables serían las «bajas pasiones» y «viles instintos» no domeñados convenientemente por la correcta educación social. Y cuando pese a artimañas y argucias de toda índole no tiene otra alternativa que referirse a escandalosas situaciones de opresión causantes de desesperadas respuestas de las mujeres, esta historia no acepta la responsabilidad del sistema opresor en sí mismo, sino que la disuelve y desintegra achacándola a aislados comportamientos individuales, anómalos y carentes de toda conexión estructural con el sistema.
Sin embargo, el esfuerzo de investigación de la historia crítica realizada por mujeres está sacando a la superficie una gran cantidad de formas de violencia aplicadas por el supuesto «sexo débil». Del mismo modo, los nuevos desarrollos críticos y feministas en áreas del conocimiento hasta ahora propiedad monopolística de los hombres, y de algunas mujeres alienadas, como psicología y psiquiatría, sociología, economía, biología, antropología, filosofía, etc, están desmitificando los tópicos y dogmas del actual saber patriarco-burgués. Disponemos ya del suficiente bagaje teórico y equipamiento intelectual para desautorizar las patrañas oficiales sobre su «naturaleza pacífica» y, lo que es más importante, profundizar más y mejor en las causas de las violencias que padecen y en los métodos necesarios para superarlas.
Por ejemplo, cada día sabemos más sobre la verdadera finalidad represiva de la inquisición española al perseguir con especial saña a las mujeres vascas calificadas de brujas; también se enriquece nuestro conocimiento sobre la participación de las mujeres vascas en las matxinadas, luchas y revueltas de clase y nacionales habidas en tiempos pasados, y en movimientos herético-religiosos reprimidos, etc. También profundizamos en el papel de las mujeres vascas en las guerras carlistas y en las sucesivas guerrillas habidas en nuestra historia. Ni que decir tiene que son más rigurosos y mayores los conocimientos alcanzados sobre la función de las mujeres en las luchas obreras y el primer nacionalismo al final del siglo XIX; conocimientos que mejoran conforme al acercarnos al presente pasamos por las grandes huelgas de los años veinte y treinta, por las decisivas pero silenciosas tareas de las mujeres en las organizaciones de todo tipo en esas décadas, así como en los fundamentales años de 1936-1937.
¿Y qué decir de la tarea de las mujeres en los tétricos años del franquismo triunfante, cuando la soberbia criminal fascista se fusionaba con la cínica beatería del nacional-catolicismo español, engendrando un monstruoso panegírico del poder masculino en todas sus manifestaciones? Unas mujeres que no se arredraron ante tamaña barbarie bendita interviniendo en la tenaz resistencia vasca abandonada a su suerte por el PNV y el Gobierno Vasco en el exilio en 1946. Mujeres que tampoco se arredraron cuando poco a poco, tras el corto paréntesis de final de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, emergieron las primeras escuelas de euskara, se fortalecieron los muy debilitados sindicatos, se crearon las primeras asociaciones de vecinos en barrios populares, se afianzaron los múltiples grupos y asociaciones recreativo-culturales y deportivas que servían no sólo de refugio para la dignidad humana, también de bases de autoorganización y lucha.
Durante esa lenta pero incontenible recuperación clandestina vasca, y dentro de una atmósfera de intensos cambios sociales, acaecida desde finales de los cincuenta y que llega a un punto de no retorno con la ejecución del torturador Melitón Manzanas en 1969 por ETA, en esa década que sirve de gozne histórico, también fué decisiva la intervención de las mujeres. Como lo fue en mayor modo e intensidad a lo largo de las dos décadas y media posteriores, durante las cuales se ha mantenido una pugna tensa entre la conciencia feminista vasca, organizada y expresada de diferentes formas, y el poder patriarco-burgués.
La expresión material cruda, tajante e irreconciliable de esa pugna es la participación activa de cientos de mujeres en la resistencia armada de nuestro pueblo. Varias de ellas han sido asesinadas por las fuerzas represivas; decenas de ellas sufren en las cárceles de exterminio o lugares de confinamiento y deportación en continentes lejanos o deben permanecer ocultas en la clandestinidad obligada de las refugiadas y exiliadas políticas no legalmente reconocidas y varios cientos de ellas han sido detenidas, vejadas y torturadas con especial saña machista. Ésta es la parte más descarnada e hiriente de un conflicto al que se suman centenares de mujeres de todas las edades: jóvenes, adultas y mayores; en clandestinidad o en las barricadas; en sedes y centros de la izquierda abertzale o en fábricas, escuelas y domicilios.
La historia real de la liberación de la mujer comienza, como vemos, por su liberación de la historia oficial. Se trata de una liberación práctica y teórica a la vez, simultánea. Buscando su pasado buscan su teoría porque ésta, que trata de la dialéctica violencias-liberación, se ha construido con las prácticas de las mujeres que nos precedieron. Pero nuestro esfuerzo no debe concluir en una especie de arqueología del pasado. Debe ser permanente ya que es permanente el esfuerzo de los Estados español y francés por desarrollar nuevos instrumentos de alienación, sojuzgamiento y, en definitiva, violencia patriarco-burguesa.
3.- PACIFISMO FEMINISTA
Semejante experiencia histórica contradice radicalmente las dos expresiones fundamentales de la tesis que defiende la no participación de las mujeres en las luchas y resistencias. Podríamos resumir la tesis en lo siguiente: «las mujeres son pacíficas por naturaleza o por ley moral natural o por designio de dios y ni pueden ni deben cometer actos de violencia». Al amparo de esta tesis y también para reforzarla porque es históricamente refutada, el poder patriarcal construye un complejo entramado que va desde el confesionario y púlpito hasta el psiquiatra y el sistema de imposición que se oculta tras eso que llaman «mundo de la moda femenina».
Las y los defensores de esta tesis aducen como «demostración» el hecho de que son relativamente pocas las mujeres que participan en las resistencias y luchas. Dicen: «son pocas porque va contra su naturaleza o contra la ley moral natural o contra la ley de dios». Y concluyen: «es la apropiacion de valores masculinos que les son ajenos los que les llevan a ello». En realidad es lo contrario: la presión masculina permanente es la causa de que sean relativamente pocas las mujeres que defiendan la necesidad de todas las formas de resistencia. En realidad, la presión masculina va encaminada a hacerlas pasivas, dóciles y colaboracionistas con el poder.
No existe ninguna razón de tipo genético o, en general, biológico que explique su supuesta «naturaleza pacífica». Desde final del siglo XIX, al amparo del darwinismo social y respondiendo a los intereses del imperialismo, se desarrolló una corriente genetista obsesionada en demostrar científicamente tres cosas: la superioridad de los blancos, las causas genéticas de la vagancia y la pobreza y, la inferioridad o «especificidad» genética de la mujer. Pese a todos sus esfuerzos y trampas contra la ética científica y el rigor metodológicos -los escándalos al respecto han sido y son mayúsculos- los genetistas no han logrado nunca demostrar nada, mientras que, por contra, una y otra vez se confirman las tesis del feminismo, y en general las que sostienen como origen de los problemas descritos el contexto socioeconómico y sociocultural. Y menos aún existen las famosas «razones eternas» tan caras a los defensores del orden: las leyes morales naturales y la voluntad de los dioses.
Desde hace algunos años se ha desarrollado una variante progre de esa tesis. Consiste en la mezcla de versiones ecologistas con partes naturalistas, nos explicamos. Muy relacionado con el ascenso de los llamados «movimientos alternativos», «política verde», «ecopacifismo», etc, creció el pacifismo feminista. Lo sintetizamos por razones de espacio: las mujeres son creadoras de vida; su sistema psicosomático, su cuerpo y mente, se realiza creando vida, nunca destruyéndola; la violencia es creación masculina, mientras que el pacifismo es creación femenina, precisamente porque no es posible crear vida para, a la vez, destruirla; crear vida requiere unos comportamientos propios: paciencia, comprensión, amor, dulzura, suavidad, ternura… Por contra, destruir vida requiere justo lo opuesto: impaciencia, incomprensión, odio, acritud, dureza, osquedad…
Las instituciones para crear vida, como familia, democracia, cultura, solidaridad… tienen, pese a sus intoxicaciones masculinas, fuertes contenidos femeninos de calor humano, diálogo, conocimiento y solidaridad. Las institucioes para destruir vida, como ejército, dictadura, fanatismo, egoísmo… son características de los valores masculinos y opresores. El pacifismo feminista busca la extensión social de sus valores mediante actos y formas no violentas. Algunas corrientes suyas defienden el acceso a los puestos político-administrativos del poder establecido con la excusa de que, desde ellos, es más fácil impulsar la transformación pacífica de la sociedad.
No nos vamos a extender aquí en la crítica de la efectividad no sólo del entrismo reformista de esas corrientes, ni del pacifismo feminista en su totalidad. Sólo tenemos espacio para criticar su tesis básica consistente en la división maniquea de los valores femeninos versus masculinos, en esa bipolaridad antagónica de lo bueno con lo malo. Se trata del mismo error que el cometido por quienes recurren a dioses y a las «verdades eternas» de la ley moral natural. La realidad histórica es infinitamente más compleja y rica que todo eso y, sobre todo, descalifica radicalmente toda creencia infundada en supuestas características opuestas de sexos opuestos, uno de los cuales portaría los valores buenos y el otro los malos.
El pacifismo feminista tiene, empero, algunos méritos en su haber y algunas lecciones que ofertarnos: su reivindicación de valores alternativos a los dominantes, esa insistencia en el desarrollo personal-colectivo de formas vivenciales cálidas y afectivas precisamente cuando aumenta la frialdad inhumana del sistema patriarco-burgués, etc, son innegables. Pero surge de inmediato una pregunta ¿acaso son incompatibles esos valores con la práctica de todas las formas de lucha? Mas aún: ¿acaso muchas mujeres que han practicado y practican la lucha armada o que han intervenido en largas guerras revolucionarias o en sangrientas defensas de conquistas de género, nacionales y de clase atacadas por la reacción asesina, no han practicado y practican esos valores en condiciones extremas, durísimas y decisivas? Viceversa ¿acaso muchas mujeres «pacíficas» y «dulces» amantes de sus amos -padres, esposos, patrones y párrocos- no son unas auténticas harpias violentas y agresivas con aquellas personas sobre los pueden ejercer su poder (hijos, criados, etc)?
4.- VIOLENCIAS Y LIBERACIÓN
El cáncer de huesos del pacifismo feminista anida en otro lado: su incapacidad para entender la simbiosis entre patriarcado y capitalismo y el decisivo papel que juegan las violencias dentro de dicha simbiosis. El patriarcado, la más que trimilenaria opresión de la mujer por el hombre, necesita para sobrevivir de un cuerpo socioeconómico que le alimente, proteja y refuerce; por eso hablamos de simbiosis. El patriarcado, pensamos, nunca puede existir sólo, a la intemperie. Pero el capitalismo necesita también de la explotación de la mujer y por eso recurre a la alianza simbiótica con el patriarcado. Ambos se necesitan y se complementan. Las violencias que padecen las mujeres nacen de esa simbiosis y la refuerzan.
Hablamos de violencias, en plural, porque son muchas y variadas en sus aplicaciones y finalidades, aunque su origen sea único: la simbiosis vista. Pero debemos partir de una tesis previa: del mismo modo en que no nos vale la historia oficial, tampoco nos vale, sino al contrario, la definición oficial de violencia. No nos vale el pensamiento oficial y menos esa parte suya dedicada a ocultar además de la historia, sobre todo los instrumentos de terror, intimidación, coacción y obediencia elaborados por el sistema patriarco-burgués. Un sistema que requiere, además, de la decidida intervención de los Estados español y francés para sostenerse.
Hablamos de violencias, en plural, porque desde que las mujeres nacen son objeto de varios tipos específicos de presiones y amenazas que no actúan sobre los hombres. Además de los dos grandes bloques de violencia que padecen los hombres en Euskal Herria: violencia desnacionalizadora, con todas sus formas internas, y violencia de clase, también con esas, las mujeres padecen otra más, la de género. Ocurre que estas violencias adquieren en el caso de las mujeres una identidad propia, o sea, no es simplemente la suma de las tres grandes violencias, sino algo más que eso: las mujeres también deben reivindicar sus derechos ante sus compañeros de militancia o ¿acaso no deben, por ejemplo, denunciar un acoso sexual u otra cualquiera de las muchas agresiones difusas o no tan difusas que sufren en nuestro entorno abertzale?
Pero esto es sólo una parte del problema. Otra es que las mujeres padecen más agudamente que los hombres oprimidos la función clave de los Estados español y francés en la centralización estratégica y aplicación táctica de las diversas violencias. Antes de seguir, hay que precisar que las violencias que sufren las mujeres si bien se materializan de variadas formas y contenidos, no por ello dejan de tener una centralidad en sus ejes básicos: unidad que les viene dada por el poder estatal y las leyes que de él salen. Por ejemplo: algo tan en apariencia distante de nuestra vida cotidiana y familiar como son los presupuestos estatales o regionales o el diseño de la política interestatal, etc, causan efectos más o menos retardados pero impresionantes sobre la vida personal de las mujeres y sus miserias. Y eso que no hablamos de otras medidas sociopolíticas, socioeconómicas y socioculturales de inmediatas y obvias repercusiones.
De todas las medidas que imponen los Estados español y francés y/o los subpoderes regionales delegados, un bloque preciso de ellas afecta a las mujeres con especial dureza: el relacionado con el mantenimiento de la opresión nacional. No es cierto que esas medidas afectan por igual a toda la población vasca. Las mujeres son las que, en definitiva, padecen más duramente sus efectos por tres razones:
Una, porque les es imposible avanzar seriamente en la lucha contra el poder patriarcal en sí, en su identidad feroz, mientras no dispongan de grados altos de autogobierno y ello les exige independizarse cuanto antes de ambos Estados.
Otra, porque mientras tanto, los perniciosos efectos de la opresión global los pagan las mujeres por cuanto ellas son el último eslabón de la cadena o el «saco de las hostias» popularmente dicho,
Y tercera, porque la brutalidad machista y sexista de las fuerzas de ocupación extranjeras -y de los cipayos regionalistas- multiplica su odio contra las militantes abertzales con torturas especiales.
Ninguna de estas razones es óbice para debilitar o relegar a segundo plano la denuncia de los abusos y agresiones causadas por los hombres abertzales, y otra serie de reivindicaciones. Al contrario. En la medida en que les demuestren que saben hacer eso que los hombres creen que es sólo una virtud suya, en ésa y otras medidas, además de avanzar en su autoestima, las mujeres asestarán un duro golpe a su pretendida superioridad. Porque de lo que se trata es de demostrar que las mujeres saben defenderse y que se defienden incluso, y en los casos decisivos, sobre todo, usando la violencia defensiva.
Se trata de demostrar que, si es necesario, pueden y saben defenderse con cualquier medio. O las respetan, y les temen en algunas cuestiones y situaciones, o las machacan.
Todos y todas conocemos muchos casos de amigas y familiares que malviven en increíbles condiciones domésticas, laborales, etc, paralizadas por el miedo, atrapadas por la indefensión y la dependencia económica, hundidas en la desesperanza y carentes ya de ilusión y alegría vital. Sabemos lo decisivo que es para las mujeres la autoestima, el orgullo de saber que son personas con capacidad de autodefensa y autogobierno, eso que precisamente les niega y prohíbe el poder. Pues bien, aunque las formas de autodefensa sean diferentes y sus riesgos variables, en el fondo, cuando recurren a grados diversos de violencia como, por ejemplo, un tortazo a quien las acosa sexualmente o una cadena humana ante los cipayos, con los empujones y golpes que acarrea, las mujeres están negando al sistema patriarco-burgués uno de sus elementales privilegios: el monopolio de la violencia. Y se lo niegan aún más cuando recurren a niveles más altos y contundentes de violencia defensiva.
5.- PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS
La liberación de la mjer no es, ni será, conseguida plenamente en un único acto y afectando a la totalidad de las opresiones y violencias que padecen. Es y será un ascenso a veces lento y otras rápido según situaciones, problemas y momentos. Será puesta en peligro muchas veces pues el patriarcado resistirá, cambiará de forma y piel, se adaptará y buscará aliados, sobre todo en muchos de los compañeros de lucha de las mujeres que, en el fondo, tienen miedo a sus reivindicaciones. Las mujeres deben aprender de los retrocesos y hasta derrotas sufridas por las mujeres en los procesos revolucionarios en los que, tras los iniciales días de conquistas esperanzadoras, se impuesieron luego medidas restrictivas y retrocesos significativos que desalentaron a las mujeres y envalentonaron a los hombres. Pero sobre todo, deben constatar el fracaso estrepitoso del pacifismo feminista no sólo para avanzar sino para siquiera detener la actual contraofensica machista en todo el planeta.
Desde esta perspectiva larga, la única válida para todas las oprimidas y oprimidos, vemos varios problemas a los que debemos hacer frente desde hoy mismo: uno de ellos es el de la muy débil presencia de las mujeres en la izquierda abertzale. Por presencia no queremos decir simple estar pasivo, a modo de maniquís de decoración en las listas electorales o de florero en ruedas de prensa. Por presencia entendemos el poder de intervenir e indicar caminos, marcar líneas práctica e introducir en todas las actividades de la izquierda abertzale no eso que llaman «toque feminista» sino algo mucho más determinante: contenido antipatriarcal y antimachista en todos los aspectos. Y hacerlo desde una óptica constructiva, es decir, avanzando en pasos reales de liberación de las mujeres, que no unicamente en la insistencia en lo «anti», en el rutinario «no» o rechazo simple de lo existente.
Otro de ellos es la muy débil insistencia de la izquierda abertzale en la autoorganización defensiva de las mujeres, en la potenciación de su específica autodefensa en multitud de problemas colectivos e indiduales. Las mujeres carecen tanto de la costumbre de iniciativa propia en autodefensa ante las muchas formas de opresión que padecen, como de la incitación política, teórica, práctica y organizativa de la izquierda abertzale para incluso continuar experiencias brillantes como, por ejemplo, la aplicación de una especia de «justicia popular antipatriarcal» contra un violador. Y podríamos poner multitud de campos de intervención como, por ejemplo: ¿por qué las mujeres deben aguantar pasivamente el colaboracionismo de los sindicatos amarillos en la expulsión de cientos de trabajadoras, o en su nula oposición al creciente acoso sexual, o en su dejadez ante el agravamiento de las diferencias salariales y laborales en detrimento de las trabajadoras?
Por último algo que nos parece muy grave desde la orientación de este texto: la nula divulgación entre eso que el poder llama «mundo de la mujer» de las lecciones diarias que nuestras compañeras prisioneras, deportadas y confinadas realizan a diario. La izquierda abertzale y muy en concreto, el feminismo abertzale, del que algún día hablaremos a fondo, está desperdiciando un tesoro : el de la práctica de valores humanos y principios ético-morales revolucionarios. Decenas de miles de mujeres vascas desconocen total o muy seriamente no sólo la dramática situación de nuestras compañeras sino sobre todo las lecciones que a diario nos brindan.
El potencial pedagógico, emancipador e impulsor que tienen esas lecciones es innegable. Abarcan a la totalidad de los problemas que históricamente han debatido las diversas corrientes feministas y en especial, los puntos de antagonismo con el sisema patriarco-burgués y con los Estados opresores. Desde luego que se trata de un debate global e interdisciplinar el que podemos realizar a partir de ellas, pero por eso mismo, su importancia está fuera de toda duda. En este escrito solamente he podido hablar de algunas partes del problema. Esperamos que en éste y en otros medios se pueda, lo más pronto posible, profundizar entre todas y todos en esas cuestiones.