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Género y Globalización

Fuentes: Mujeres en Red

Esta es una versión ligeramente reducida de la ponencia presentada y discutida en febrero de 2001 en el seno del Grupo de Estudios Críticos – La Undécima Tesis

INTRODUCCIÓN

 

Comentarios iniciales

 

En esta ponencia trataré de comentaros o resumiros las lecturas que he hecho sobre el tema «globalización y género». Antes de empezar me gustaría hacer algunas consideraciones sobre el material con el que he trabajado y también sobre la forma en que es tratada esta cuestión en la literatura general sobre el tema ya tan manido de la «globalización», la «mundialización» o la «tercera revolución industrial». La primera es que fuera de la literatura más «especializada», el enfoque de género está prácticamente ausente de las obras generales sobre el tema. Ello es muestra una vez más de que el feminismo es la gran revolución silenciada de este siglo.

 

En cuanto al concepto de «globalización», «mundialización» o de «tercera revolución industrial», creo que seguimos sin saber muy bien de qué hablamos, quizás porque con las denominaciones que he citado nos referimos a procesos o fenómenos muy diversos que, sin embargo, son todos producto de la propia evolución del sistema productivo aún imperante en la tierra: el capitalismo.

 

Finalmente me parece necesario señalar, que en el análisis y comentarios siguientes partiré de ciertos presupuestos metodológicos e ideológicos que deben explicitarse. En primer lugar, parto de la presunción de que la existencia del patriarcado es un hecho universal, si bien presenta casi infinitas modulaciones históricas y culturales [1]. Se trata de un sistema de dominación que no puede explicarse conforme a modelos monocausales, sino que se debe a multitud de factores y estructuras que históricamente han asegurado su reproducción hasta el momento presente.

 

En segundo lugar, comparto los conceptos de «sistema sexo/género» [2] acuñado por Gayle Rubin y «patriarcado» [3]en la definición dada por Heidi L. Hartmann, así como el método del «feminismo materialista histórico» propugnado por Iris Young y anticipado, en mi opinión, por las autoras del feminismo socialista o marxista.

 

La globalización y las relaciones de género: primeras impresiones

 

A los efectos de esta ponencia podemos decir, citando a Ana Sabaté, que «La globalización es entendida fundamentalmente como un proceso económico; sin embargo, conviene ampliar su significado ya que, en la práctica, constituye la expansión a nivel mundial de unas formas de pensamiento y de una cultura -la occidental- que implican el mercantilismo, la explotación de la Naturaleza y, de hecho, la marginación de los más desfavorecidos: mujeres, pobres y culturas no occidentales. No es de extrañar por tanto que la globalización esté agravando el deterioro medioambiental así como las condiciones de vida de las mujeres no occidentales». Como veremos, la globalización («el capitalismo globalizado»), al igual que el sustantivo que adjetiva, no es neutra desde el punto de vista de género, sino que, en general, empeora las condiciones de vida de las mujeres a lo largo y ancho del planeta.

 

En este siglo, la humanidad en su conjunto ha contemplado el desarrollo de un (inacabado) proceso revolucionario que al igual que el de la forma de producción capitalista hunde sus raíces en las postrimerías del Siglo XVIII: la emancipación de la mujer. El capitalismo podría definirse como el hijo predilecto de la Ilustración, el niño mimado de la burguesía, la clase social que desde entonces ha venido marcando con creciente poder los designios del planeta. Por contra, el feminismo ha sido calificado en ocasiones como «el hijo no querido de la Ilustración» (A. Valcárcel), ese paria demasiado consecuente con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, proclamados por la Revolución Francesa. No obstante, feminismo y capitalismo tienen en común muchas cosas: no sólo su origen, sino también el sustrato ideológico que comparten todos los retoños de las Luces: el ideal de progreso, el universalismo filosófico, el eurocentrismo etc. De hecho el feminismo ha estado directamente ligado, con desigual fortuna, a las diferentes corrientes ideológicas que surgieron de aquella época: el liberalismo, el democratismo radical, el socialismo, el comunismo, el anarquismo… y al igual que estas corrientes también fue salvajemente perseguido y eliminado por la reacción anti-ilustrada encarnada por los fascismos en sus diferentes vertientes (A. Valcárcel).

 

Así pues, vemos que el feminismo seguro que nos podrá decir muchas cosas sobre su hermano ilustrado, el «capitalismo en su fase globalizada». Al mismo tiempo, el feminismo deberá tener cuidado de dar una respuesta más aceptable a los vicios compartidos por toda la familia ilustrada: etnocentrismo vs. multiculturalidad, ecología vs. excesivo afán de progreso. De estas tensiones surgen además dos tendencias de sumo interés para la construcción de un discurso, o unos discursos si se prefiere, más emancipador: el ecofeminismo y el multiculturalismo crítico.

 

ALGUNAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, ECOLÓGICAS E IMPLICACIONES CULTURALES DEL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN Y SU REPERCUSIÓN SOBRE LA VIDA DE LAS MUJERES [4]: BREVE BOSQUEJO

 

De acuerdo con la definición que hemos dado más arriba, la globalización no es sólo un fenómeno económico, aunque tenga en última instancia sus raíces en el plano económico, sino también ecológico y cultural.

 

En mi exposición quizás concedo gran importancia a los fenómenos de índole económica en los epígrafes dedicados a las mujeres occidentales, a la exportación de la separación público/privado y a los Planes de Ajuste estructural, pero creo que es necesario profundizar más en ellos para poder entender mejor los demás temas. La crisis medioambiental y sus efectos de género también me merecen una especial atención, sobre todo cuando se pone en relación con el posterior epígrafe dedicado al ecofeminismo. Respecto de los fundamentalismos y de los movimientos migratorios simplemente apunto unas ideas muy básicas, por que no creo que éste sea el lugar ni que yo esté capacitado para su desarrollo.

 

Antes de entrar a considerar los diferentes problemas concretos, quisiera hacer referencia al ya conocido fenómeno de la feminización de la pobreza, dado que nos ofrece una instantánea bastante «global» de la situación actual de las mujeres bajo el llamado sistema capitalista. Según los parámetros utilizados por la ONU un 70% de los pobres son mujeres (Soledad Ruiz). De acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano de 1995 las mujeres realizan más de la mitad del trabajo en el mundo y, sin embargo, sólo un tercio del mismo es remunerado [5] con lo que los hombres obtienen cerca de un 80% de los ingresos monetarios, recibiendo además el reconocimiento por su contribución económica (Carlos Berzosa) además de la correlativa cuota de poder. Patricia Bifani señala, citando datos del Banco Mundial, que en el caso del África subsahariana la mujer «produce un 80% de los alimentos de base, recibe sólo un 10% de los ingresos que se generan en la agricultura y controla un 1% de la tierra.»

 

Veamos que relación tienen estos hechos con el fenómeno globalizador.

 

Consecuencias para las mujeres occidentales.

 

Las mujeres, como indica Haleh Afshar, no son (al igual que no lo son la mayoría de los hombres que conozco) perfectas encarnaciones del «homo oeconomicus» que toma todas sus decisiones según un cristalino criterio de rational choice conforme al beneficio monetario que pueda obtener en cada momento y que nos vende la ideología neoliberal.

 

Al contrario, son seres humanos de carne y hueso que, consecuentemente, han de fijarse en los pequeños y grandes problemas cotidianos que hemos de resolver tod@s y que distan mucho de encajar en la cuadricula neoliberal. Por tanto, les afectan aquellos problemas que con las políticas neoliberales [6] no han hecho más que empeorar.

 

Debemos tener en cuenta que las mujeres siguen siendo, «gracias» al sistema de dominación patriarcal, y con muchísimo, las que realizan la mayoría de las llamadas «tareas del hogar», que van desde el cuidado cuasi-profesional de necesitados e impedidos (niños, ancianos, inválidos, enfermos etc. etc.) hasta la realización diaria de la compra en el supermercado, pasando por la administración de la casa o la elaboración de la comida.

 

Todo ello implica una dedicación temporal muy elevada. En algunos países, como los nórdicos o todos aquellos con un Estado del Bienestar [7] suficientemente desarrollado, una parte no desdeñable de dicho tiempo fue asumido por unos amplios servicios sociales y asistenciales financiados con cargo al erario público, facilitando así la emancipación de las mujeres respecto a parte de la citada carga y haciendo posible su inserción en el mundo del trabajo (muchas veces precisamente en los citados servicios [8]).

 

Las políticas de ajuste, de apretarnos el cinturón, han tenido un efecto muy importante en este sentido, agravando las desigualdades de género ya existentes en el ámbito laboral, de participación política o educativo [9].

 

En este sentido, se puede afirmar que la existencia de menos servicios supone una mayor carga de trabajo doméstico, lo que a su vez implica menos tiempo para otras actividades (incluida la asociativa o política) y que conlleva un mayor cansancio físico y psicológico. De hecho, según datos de V. Navarro, las mujeres de entre 35 y 55 años son el grupo social con mayores tasas de estrés de la población española. Este hecho perjudica además a las mujeres a la hora de desarrollar su carrera profesional, marcándose una diferencia de clase entre aquéllas que pueden permitirse contratar/explotar a mujeres inmigrantes que realicen las tareas domésticas y aquéllas que han de renunciar a tal carrera, bien contentándose con un trabajo en el sector informal, a tiempo parcial o bien abandonando el mundo laboral por completo (Brigitte Young).

 

En segundo lugar, la disminución bruta de los servicios también lleva a un mayor desempleo femenino, puesto que, debido a los mecanismos del patriarcado, los servicios recortados suelen ser desempeñados por mujeres. Ello implica menos poder y menos capacidad de decisión por parte de las mujeres afectadas [10].

 

Estamos pues ante una reprivatización de cuestiones «hechas públicas» durante los años 60 y 70 en Europa y los EEUU como consecuencia de la «tercera ola» del feminismo [11].

 

Algunas autoras hablan, desde otra perspectiva, de un cambio en el paradigma de dominación patriarcal vigente durante la etapa del capitalismo «fordista» (1950-1973). Este habría estado caracterizado por tres notas fundamentales:

 

1. Las mujeres, pese a su parcial integración en el mercado de trabajo, estaban atadas a la esfera privada y de reproducción.

 

2. El papel de las mujeres identificadas con lo privado se correspondía con el papel de los hombres como sustentadores económicos de la familia [12].

 

3. La división de género entre público y privado es clara y característica del modelo «fordista.» (Brigitte Young).

 

Según Brigitte Young, la crisis del Estado de Bienestar y su asedio desde posiciones neoliberales han puesto en cuestión este modelo de dominación patriarcal, como consecuencia del masivo acceso de la mujer al mercado de trabajo como «trabajadoras individuales», la erosión y reconfiguración de la separación entre público y privado y las crecientes desigualdades entre mujeres. Estos cambios contendrían además un «potencial de debilitar o disolver culturas patriarcales locales, así como sistemas de dominación masculina» (B. Young).

 

No creo, sin embargo, que estemos ante un cambio de paradigma en ese sentido. Por un lado, porque la evolución descrita por Young no puede generalizarse a todos los países noroccidentales y, por otro lado, porque, pese a las transformaciones producidas, no puede hablarse de una modificación profunda de las tres notas apuntadas como características del sistema de género fordista. Más bien parece que la integración de las mujeres en el mercado de trabajo ha sido un movimiento continuo y creciente desde los años 50 y 60 (en pleno apogeo del modelo fordista) y que el proceso por el que algunas mujeres se «transformaban» en trabajadoras autosuficientes e individuales ya se inició en dicha época, si bien dicho proceso está muy lejos de haber equiparado a las mismas con los hombres en cuanto a niveles de poder, de salario y de acceso a determinadas profesiones [13]. Por lo tanto, yo no hablaría de un cambio de paradigma, sino de un lento proceso de transformación del mismo, en el que los cambios inducidos por el neoliberalismo muestran efectos contradictorios, aunque en general «reprivatizadores», lo que no puede más que perjudicar a la mayoría de mujeres noroccidentales.

 

Exportación de la separación público privado.

 

La globalización se inició para las mujeres del llamado tercer mundo, según Itziar Hernández, con el propio proceso de colonización del orbe por las potencias europeas que tuvo su apogeo en el Siglo XIX. Después de la segunda guerra mundial las propias políticas de desarrollo llevadas a cabo por los países occidentales contribuyeron a reforzar la dominación masculina, vaciando o desprestigiando las funciones económicas, políticas y religiosas tradicionales de las mujeres. De esta forma se exportaba simultáneamente la división típicamente occidental entre espacio público y privado a los países de África, Asia y América Latina.

 

Básicamente puede decirse que el proceso de integración en la economía mundial de las antiguas colonias dividió sus economías en dos ámbitos o sectores (Ana Sabaté, Itziar Hernández). Por un lado, el sector («público») directamente integrado en la economía mundial, ya fuesen industrias exportadas («deslocalizadas») al tercer mundo o actividades agrícolas o silvícolas dirigidas a la exportación al primer mundo. Este sector cuenta con los mayores avances tecnológicos y científicos, implica una cierta formación y capacitación de sus trabajadores y contribuye al crecimiento económico experimentado por la mayoría de los países en desarrollo hasta los años 70.

 

Por otro lado está el sector retrógrado («privado»), desconectado del comercio internacional, dedicado a la agricultura de subsistencia y a la alimentación de la práctica totalidad de la población.

 

El primero es ocupado fundamentalmente por hombres que, (en la totalidad de los países afectados), gracias a las estructuras patriarcales existentes, con diferentes variaciones, gozan de unas mayores facilidades de salida que las mujeres. Éstas se ven obligadas a permanecer mayoritariamente en el segundo sector, cumpliéndose el dictum de Gita Sen, según el que «…Lo único peor que estar integrado en la economía global es no estar integrado en la economía global.» [14]

 

No obstante, algunas autoras señalan que, en ocasiones, las categorías occidentales pueden ser más favorables a los derechos de las mujeres, puesto que se importan junto a las mismas determinados valores culturales que entran en colisión con estructuras patriarcales locales, debilitándolas a veces [15].

 

La inexistente neutralidad de los Planes de Ajuste Estructural.

 

Los Planes de Ajuste Estructural (PAE) son la versión sin escrúpulos que adoptan las políticas neoliberales para los países del tercer mundo. Son impuestas a modo de «cura de caballo» por el FMI a todos aquellos estados que entran en «crisis», entendiendo por tal normalmente su falta de solvencia frente a sus acreedores internacionales, es decir, los estados occidentales y, principalmente, los intereses del capital financiero global. La aceptación de los PAE es condición sine qua non para poder acceder a los nuevos créditos que puedan sacar al correspondiente país de la suspensión de pagos, volviendo de esta manera a ser «explotable» por parte de sus acreedores.

 

No hace falta decir que los PAE se fundamentan en una ideología neoliberal (o neoclásica para ser más exactos) en lo económico, conservadora en lo social y masculino-patriarcal (Carmen de la Cruz). Sus objetivos pueden resumirse en la reducción del papel social del Estado, el intento de disminuir la inflación y el de controlar el déficit público, con lo que después de un par de años de resaca, «recesión», pueda reiniciarse el «crecimiento económico».

 

Deben hacerse dos precisiones a este respecto: primero, que la reducción en el gasto público se concentra en todo aquello que tenga que ver con sanidad, pensiones, educación etc. y que, por el contrario, la parte de gasto público destinado al ámbito policial, o militar en su caso, es reforzado a modo de nueva variante «dura» de política social. Tampoco se recortan los gastos dirigidos a facilitar la entrada de inversiones extranjeras, ya sea en bonificaciones fiscales, construcción de infraestructuras para el establecimiento de zonas francas de producción y exportación, etc.

 

En segundo lugar, hay que recordar que el crecimiento económico medido en términos de PIB no es necesariamente, ni mucho menos, indicativo de una mejora en la calidad de vida de la población. Sólo hay que considerar la evolución experimentada por el 80% de la población estadounidense durante los últimos veinte años o comprobar las diferencias entre la posición de los países en la escala de PIB per cápita y la del Índice de Desarrollo Humano [16].

 

De lo expuesto, puede interpretarse que los PAE están inscritos en la estrategia de «eludir el consumo de masas como necesidad reproductiva del sistema» (Ángel Martínez González-Tablas). Es decir, que los PAE pueden considerarse parte del intento de que la capacidad de reproducción del sistema se asegure recurriendo fundamentalmente a la demanda exterior (producción para exportación) y a la demanda de las clases sociales más adineradas, sin que sean necesarias a tal efecto las políticas de redistribución de inspiración keynesiana típicas para poder mantener un adecuado nivel de consumo de masas. Este es aparentemente el caso de Argentina y otros países iberoamericanos, dónde las políticas dirigidas a crear un mercado interno autosuficiente parecen haber sido abandonadas definitivamente en beneficio de la estrategia descrita, lo que se refleja en la creciente polarización social de tales países.

 

Hemos visto, pues, que los PAE son cortoplacistas, disminuyen la cohesión social y allanan el camino a un mayor control de la economía por parte del capital financiero global. Ello tiene lógicamente efectos negativos sobre la mayor parte de la población. Ahora bien, al igual que las políticas neoliberales «light» aplicadas en occidente no son «genéricamente neutras», los PAE tampoco.

 

En este sentido, Lourdes Benería afirma que «…los cambios en la asignación de recursos y los aumentos de productividad que se supone ocurren con programas de ajuste no toman en cuenta las transferencias de costos desde el mercado a los hogares: el factor oculto de equilibrio es la habilidad de las mujeres para absorber los shocks de estos programas a través de más trabajo o de hacer rendir los ingresos limitados.» O para decirlo más llanamente, los PAE «…han devuelto la carga completa de la reproducción social al hogar y en particular a las mujeres, aumentando sus responsabilidades y el trabajo.»(Carmen de la Cruz).

 

Las políticas macroeconómicas se filtran en su aplicación a través de los sistemas de poder existentes en cada sociedad, por tanto también a través del sistema de dominación sexo/género. Las desigualdades preexistentes, como la división sexual del trabajo, los diferentes niveles educacionales [17] y de formación, las diferencias en los derechos civiles y económicos (p.e. el acceso a créditos, la mera posibilidad de firmar contratos etc.) reconocidos a ambos géneros, refuerzan el carácter patriarcal de las políticas de ajuste.

 

Los efectos generales arriba descritos se plasman, entre otros, en los fenómenos siguientes, pudiendo observar un cierto paralelismo con lo ocurrido en el primer mundo, solo que aquí es un puño de hierro el que ataca estructuras apenas existentes:

 

  eliminación o reducción de los precarios sistemas de asistencia y servicios sociales, como consecuencia de la reducción y/o cambio del gasto público. Se ha comprobado que estos cambios aparte de repercutir sobre el nivel de ingresos y la carga de trabajo de las mujeres, también conllevan un empeoramiento de los niveles de atención sanitaria, de educación etc. de las niñas y mujeres, puesto que son sistemáticamente postergadas en el acceso de tales recursos, cada vez más escasos, en favor de sus hermanos o familiares varones. Ello es debido, una vez más al sistema patriarcal, para el que -con variaciones- los niños varones son considerados desde el punto de vista económico, social y cultural como un bien, un beneficio o un elemento productivo, mientras que las niñas son consideradas como un gasto, una carga o incluso como una desgracia, puesto que con el matrimonio pasan a «pertenecer» a otra familia.

 

  cambios en el ámbito laboral: destrucción de empleo en los servicios sociales y asistenciales, precarización del empleo como consecuencia de la desregulación del mercado de trabajo, erosión de las fronteras entre la economía formal, informal y sumergida [18]. También, en ocasiones, como indica Rosalba Todaro se da una mayor entrada de mujeres, expulsadas del sector tradicional de subsistencia de la economía, en el sector que antes hemos denominado «público» de la economía, lo que puede implicar para algunas mujeres unos mayores ingresos. No obstante, parece probable que este fenómeno sea más bien reducido [19], reforzándose en la mayoría de los casos la separación entre sectores económicos arriba enunciada, siendo este fenómeno especialmente sangrante en el caso del África subsahariana (Patricia Bifani).

 

  reducción en la renta disponible por las mujeres: a través de la disminución de sus salarios, como consecuencia de los cambios laborales señalados, y asimismo a raíz del encarecimiento de los productos de primera necesidad y la necesidad de cubrir los gastos en servicios sociales «reprivatizados».

 

  incremento de la carga temporal de trabajo remunerado y no remunerado, como consecuencia de los fenómenos anteriores.

 

La crisis medioambiental

 

Ana Sabaté realiza una exposición muy clara de las repercusiones de la crisis medioambiental sobre la vida de las mujeres en su trabajo «Género, Medio Ambiente y Globalización: Una perspectiva desde el Sur.» La división sexual del trabajo ha hecho que casi en la totalidad de las culturas, incluida la occidental contemporánea, la mujer se encuentre en una relación más directa con la naturaleza, debido a su papel de proveedora de alimentos, cuidados y seguridad a la familia. Desde un punto de vista empírico, este papel unido a la ubicación de las mujeres en el sector de la economía que antes hemos denominado «privado» conduce a que la crisis ecológica, propiciada por la industrialización y exacerbada por el capitalismo globalizado, tenga especial incidencia en sus vidas. La creciente presión demográfica y la marginación de la agricultura de subsistencia a las peores tierras de cultivo [20] provocada por la expansión del sector de la economía conectado al mercado mundial, junto al propio deterioro medioambiental, incrementan el trabajo de las mujeres necesario para cumplir con las citadas funciones de provisión, p.e. en las tareas de preparación de alimentos, acarreo de agua, recolección de combustible para consumo doméstico, arado de las tierras etc. En definitiva, propicia un aumento brutal en la carga de trabajo soportada por las mujeres, lo que como ya hemos señalado, tiene repercusiones muy variadas, ya sean en los ámbitos educativos, sanitarios, de nutrición, de esperanza de vida, cuota de poder y prestigio social, reconocimiento y utilización de conocimientos ancestrales sobre el entorno etc.

 

Los Fundamentalismos

 

Sin ánimo de entrar a fondo en la cuestión (dada mi absoluta incompetencia), sí que es interesante recordar este fenómeno, a veces tan televisivo, de los fundamentalismos o integrismos de carácter casi siempre (pseudo-)religioso. Se ha afirmado que estos movimientos suponen una reacción contra el imperialismo cultural de occidente, contra la expansión de las formas de vida, de la «Weltanschauung» occidental al resto del mundo. Simplemente quisiera señalar, siguiendo a Celia Amorós, que tales movimientos suelen conjugar, sin embargo, muy fácilmente actitudes tan contradictorias entre sí como son la negociación, trato y comercio con los traficantes de armas occidentales (o sus lacayos), así como la utilización del más moderno armamento así adquirido o la utilización de las más avanzadas creaciones de la ingeniería financiera, mientras que las mujeres son heterodesignadas como recipientes de las más sagradas esencias culturales, condenándolas en ocasiones a la muerte en vida como p.e. en el Afganistán de los Talibanes o en nuestra «aliada» Arabia Saudita.

 

Las Migraciones

 

El movimiento migratorio es un correlato natural al proceso de globalización que también tiene sus implicaciones de género. Aquí sólo me gustaría apuntar que, como dice M.J. Vilches, las migraciones son un factor que fomenta la feminización de la pobreza en el país de origen y se convierte en violencia, prostitución y subempleo en los países de destino. Habría mucho que decir sobre la increíble hipocresía reinante sobre este tema, sobre todo en nuestro país que hasta hace bien poco fue país de emigrantes.

 

RESPUESTAS INSTITUCIONALES, POLÍTICAS Y TEÓRICAS A ESTE DESAFÍO

 

Los problemas que acabamos de ver han obtenido diversas respuestas por parte del movimiento de inspiración feminista: desde la celebración de varias Conferencias sobre la Mujer organizadas en el seno del sistema de la ONU, la puesta en cuestión de los índices de medición del progreso de los distintos países, la elaboración de diferentes enfoques específicos para el desarrollo de las mujeres… hasta la configuración de propuestas teóricas como son el ecofeminismo o el multiculturalismo crítico.

 

Conferencias ONU

 

Entre 1975 y 1995 se han celebrado cuatro Conferencias Mundiales sobre la Mujer, siendo la última la celebrada en Beijing. En esta última ocasión se celebró además un Foro de ONGs paralelo en el que se constataron y estudiaron los problemas actuales de las mujeres a escala global a que nos hemos venido refiriendo. Se creó una Plataforma de Acción que viene funcionando desde entonces y que ha elaborado una lista muy casuística de propuestas, que pese a su heterogeneidad, trata de dar respuestas globales a las cuestiones planteadas. [21]

 

Indicador IDG

 

Otro esfuerzo por mejorar la posición de las mujeres en relación con el «desarrollo» ha sido el progresivo cuestionamiento del Índice de Desarrollo Humano (IDH) por ignorar éste las diferencias en el desarrollo según el género de las personas. El IDH opera de acuerdo con tres variables: la esperanza de vida al nacer, el nivel educacional, así como la paridad de poder adquisitivo per cápita. Se ha tratado de sustituir el IDH por el llamado IDM o IDG (Índice de Desarrollo relacionado con la condición de mujer o Índice de Desarrollo relativo al Género) que no es más que el IDH ajustado en función de la desigualdad en la capacidad de hombres y mujeres. Estos ajustes consisten en la comparación de la esperanza de vida al nacer de hombres y mujeres, la consideración de los logros educativos obtenidos en ambos sexos y la comparación de los ingresos obtenidos por ambos sexos procedentes del trabajo remunerado. Este último criterio ha sido criticado por distintas autoras por ignorar el papel desempeñado por las mujeres en el ámbito no monetario de la economía, habiéndose elaborado varios modelos que incorporan dicha labor, reconociéndola y visibilizándola como esencial para la reproducción del conjunto del sistema [22] (p.e. Hazel Henderson y Hilka Pietilá, citadas por Paloma de Villota).

 

Enfoques y estrategias de desarrollo

 

Paralelamente a los anteriores esfuerzos han corrido las iniciativas tendentes a reforzar la visibilidad de las mujeres en las estrategias de desarrollo del tercer mundo. El primer enfoque que se desarrolló estaba basado en el esquema de «modernización» por fases, introducido por Rostow en los años 50, que ignoraba por completo a las mujeres o las subsumía sin más bajo el modelo de ama de casa occidental de clase media, tan popular en aquella época. En los años sesenta y primeros de los setenta empezó a considerarse específicamente el papel de la mujer, estableciendo las primeras políticas de ayudas alimentarias, de nutrición y de planificación familiar, sin abandonar sin embargo el cliché eurocéntrico de la mujer. Fue entonces cuando se reconoció la existencia de tres errores fundamentales en la planificación de la ayuda al desarrollo en relación con las mujeres: «la omisión o fracaso para reconocer y utilizar los roles productivos de las mujeres; el refuerzo de roles conservadores que limitan el rol de las mujeres a amas de casa; y el error de imponer los valores occidentales» (Irene Tinker citada por Itziar Hernández).

 

En los años setenta y ochenta se sucedieron, primero, el enfoque mujer en desarrollo (MED) basado en políticas «antipobreza», que adolecía de una falta de crítica a la división sexual del trabajo y de los roles entre hombres y mujeres, y, posteriormente, el enfoque de eficiencia, que reconocía el potencial carácter de microempresarias [23] de las mujeres o su papel como mano de obra industrial o agrícola, pero que sin embargo se olvidaba por completo de las necesidades de cambio social.

 

El enfoque del empoderamiento («empowerment») surge a finales de los ochenta como respuesta a las insuficiencias de los anteriores y puede resumirse en aumentar el reparto y el acceso de las mujeres al poder, con especial énfasis en la mejora de su posición social y aumento de la autoestima como persona. Mediante el mismo se pretende fomentar una mayor autonomía física (sexual/fertilidad), económica (acceso y control de los medios de producción), política (autodeterminación y participación en el poder) y sociocultural (identidad propia y autorespeto) de las mujeres. Este último enfoque también es denominado Género en desarrollo (GED) que según Itziar Hernández tiene su objetivo en «cuestionar el modelo de desarrollo dominante con la alternativa de un desarrollo humano sostenible y equitativo.»

 

Ecofeminismo

 

Como vimos anteriormente, puede considerarse que las mujeres cuentan con una relación más estrecha con la naturaleza que la mayoría de sus congéneres masculinos. Resumiendo puede decirse, siguiendo a Charlotte Bretherton, que existen claras conexiones entre las mujeres y la naturaleza ya sea por su «responsabilidad» como consumidoras y reproductoras, por su sufrimiento desproporcionado derivado del deterioro medioambiental o por sufrir un modo de dominación y explotación común a la naturaleza, legitimado en sistemas masculinos de pensamiento.

 

Alicia Puleo en su exposición de las diferentes corrientes del ecofeminismo, surgido como respuesta a los problemas antes planteados, distingue sobre todo entre dos corrientes fundamentales: por una parte, la «espiritualista» derivada de algunas teóricas del feminismo radical, a las que habría que añadir la aportación representada por el pensamiento ecofeminista «del Sur» de la india Vandana Shiva, y, por otra parte, la corriente «socialista», heredera de las propuestas del feminismo anarquista y socialista de los años setenta.

 

Quedan fuera del ámbito del ecofeminismo tanto las corrientes feministas inscritas en la tradición liberal como las que se inspiran en el marxismo más economicista, por compartir la primera el pensamiento dualista atacado por todas las variantes del ecofeminismo y por inscribirse la segunda en una teoría orientada hacia un productivismo claramente antiecológico.

 

Según Karen Warren, citada por Alicia Puleo, las diferentes corrientes del ecofeminismo comparten los siguientes postulados fundamentales:

 

a) Existe una relación directa entre la opresión experimentada por las mujeres y la sufrida por la naturaleza.

 

b) No puede entenderse en profundidad ninguna de las dos si no se tiene en cuenta su relación.

 

c) El feminismo, tanto en teoría como en la praxis, debe incluir una perspectiva ecológica.

 

d) A su vez, las propuestas ecologistas deben asumir las reivindicaciones feministas.

 

Son además elementos típicos de las teorías ecofeministas:

 

1. La crítica a los «dualismos jerarquizantes» típicos del pensamiento occidental como son los representados por los binomios «mente/cuerpo», «cultura/naturaleza», «hombre/mujer», «razón/emoción», «público/privado», etc.

 

2. La afirmación de la existencia de correspondencias entre todas las formas de opresión (sexismo, racismo, clasismo, expolio de la naturaleza…)

 

3. Una postura internacionalista, anti-institucional y una práctica política de democracia de bases.

 

4. La importancia concedida a las vivencias y a la práctica de las mujeres.

 

5. La reivindicación de la utopía.

 

6. La sensación de sobrevivir en condiciones patriarcales enemigas de la vida.

 

Las primeras teorías ecofeministas [24] fueron las planteadas, primero, por Sherry Ortner en 1974, basada en el paralelismo entre la opresión de las mujeres y de la naturaleza, y, posteriormente, por Mary Daly, propulsora del movimiento «Gin/Ecology», que hacía especial hincapié en la diferencia entre los valores de los hombres (dominados por Tanatos o el impulso de muerte) y de las mujeres (imbuidas de Eros y caracterizados por su pacifismo, igualitarismo y por su connotación nutricia y dadora de vida). Dentro de esta tendencia cabría enmarcar a aquéllas ecofeministas que siguen presentando a las mujeres como «salvadoras del planeta» (Ch. Bretherton).

 

Ambas propuestas pueden considerarse como superadas en gran medida. La primera, por caer en un cierto eurocentrismo al utilizar el dualismo típicamente occidental «cultura/naturaleza» como criterio universal explicativo y la segunda, por incurrir, en palabras de Val Plumwood, en la falacia de proceder a una simple «inversión acrítica» de los valores asignados por el sistema patriarcal a hombres y mujeres y convertir de esta forma al previo «ángel del hogar» en el «ángel del ecosistema». Esta última crítica se inserta dentro de la clásica línea de argumentación empleada por las teóricas del feminismo «de la igualdad» contra posturas «esencialistas» o «biologicistas» mantenidas en muchas ocasiones por el feminismo «cultural» o «de la diferencia» y que se puede resumir en la frase de Alicia Puleo de que «la exaltación de las cualidades femeninas no reconoce que éstas son producto de la falta de poder y que no pueden constituirse sin más en alternativa de liberación».

 

Mientras que esta evolución se daba fundamentalmente en el Norte [25], surgían importantes movimientos de mujeres en el Sur imbuidos de una práctica muchas veces inconscientemente ecofeminista y que constituiría el caldo de cultivo para diferentes elaboraciones teóricas que han tenido gran influencia en el pensamiento ecofeminista durante los últimos años. Entre los movimientos han de citarse el de los «cinturones verdes» de Kenya, el movimiento «Chipko» [26] en el norte de la India, o el «Manna Rakshana Koota» en ese mismo país. Estos movimientos han supuesto en muchas ocasiones un enfrentamiento de las mujeres no solo contra las Multinacionales interesadas en la tala de árboles o en la plantación de Eucaliptos etc., sino también contra sus propios padres, maridos y hermanos, muchas veces seducidos por los beneficios a corto plazo derivados de su colaboración. Con el tiempo tales movimientos han ampliado sus objetivos, teniendo un papel importante en la Cumbre de Miami de 1991, de preparación de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro de 1992 y en esta última, reflejándose algunas de sus reivindicaciones en el capítulo 24 de la «Agenda 21», así como en la declaración «Planeta Femea», en el seno del paralelo Foro Global Alternativo (Ch. Bretherton, Ana Sabaté).

 

A estos logros hay que añadir la creación del movimiento DAWN (Development with Women for a New Era) junto a ecofeministas de todo el globo que propone un «paradigma alternativo de desarrollo basado en la experiencia de las mujeres del Sur, en sus percepciones y análisis» (Rosi Braidotti, citada por Ana Sabaté).

 

Entre las teóricas del Sur más destacadas inspiradas por estos movimientos tenemos que mencionar a Vandana Shiva y a Bina Agarwal. La primera resalta frente al impacto destructivo de la ciencia moderna el valor que la concepción hindú del «principio de vida» puede tener para las posiciones ecofeministas, destacando que no se trata de un valor ontológicamente sexuado, sino que puede ser compartido por ambos géneros si estos comparten «la categoría no patriarcal y sin género de no violencia creativa», para lo cual los hombres deberán liberarse puesto que «dominando la naturaleza y la mujer han sacrificado su propia humanidad.»

 

Por su parte, Bina Agarwal, frente a las connotaciones del feminismo «cultural» o «espiritualista» presentes en el discurso de Shiva, se enmarca dentro de un discurso de carácter socialista, criticando la ceguera de aquélla ante las diferencias de clase, étnicas o de raza entre las mujeres y proponiendo un «ambientalismo socialista» que incluiría tales aspectos en su análisis [27].

 

Como aportación reciente más importante Alicia Puleo hace referencia a Val Plumwood y su propuesta de un ecofeminismo «altamente integrado». En el mismo se debería cuestionar la «lógica del Dominio», que es la forma que, según ella, ha asumido históricamente la razón [28], incluyendo además «una afirmación crítica de la identidad femenina que rechace los rasgos conducentes a una pérdida de poder y acepte otros como nutricia o empática que, debidamente implementados, permitirían superar los dualismos razón/emoción, pasivo/activo y público/privado».

 

Siguiendo este camino, Alicia Puleo destaca como implicaciones filosóficas más importantes del ecofeminismo su potencial crítico del androcentrismo [29] y del antropocentrismo [30], que puede o debe conducir a una redefinición de los conceptos de «ser humano» y «naturaleza», completándolos de esta forma.

 

Multiculturalismo crítico [31]

 

La discusión en torno al «multiculturalismo» está muy relacionada con el fenómeno de la globalización, entendido éste en el sentido amplio con el que lo hemos definido al principio de esta ponencia. La discusión sobre la identidad o variedad cultural como consustancial a la existencia de una comunidad política determinada se ha suscitado fundamentalmente como consecuencia de la integración en nuestras sociedades [32] de personas que provienen de contextos culturales muy distintos. Es cierto que las migraciones han sido un fenómeno continuo a lo largo de la historia, pero ha sido durante las últimas dos o tres décadas cuando el número de inmigrantes procedentes de Oriente Próximo, el Maghreb, Turquía o el África subsahariana ha crecido significativamente en Europa. Este fenómeno migratorio es consecuencia, entre otras cosas, del fenómeno de expansión capitalista y lucha (paradójicamente) con las restricciones que tratan de convertir a Europa y a estados Unidos en fortalezas inexpugnables. Esta sería la cara de las «migraciones humanas» a lo largo y ancho del planeta [33]. El otro aspecto a considerar es el concerniente a la exportación, junto a las mercancías occidentales, de unos modos de vida y de una cultura específicamente occidentales por no decir que estadounidenses. Todo ello me lleva a considerar también este aspecto en la presente exposición, aunque me temo que sin la suficiente profundidad [34], y tratar de arrojar un poco de luz sobre que este aspecto tiene para el feminismo.

 

Este punto es quizás en el que más dudas me surgen y en el que mis juicios probablemente sean más cuestionables. Parto, en mi análisis, de una serie de presupuestos teóricos e ideológicos que he señalado brevemente al principio. Tales principios y valoraciones son en mi opinión incompatibles con un relativismo cultural y ético absoluto y, quizás por tanto, con lo que comúnmente entendemos por «multiculturalismo». Sin embargo, desde el punto de vista del «feminismo materialista histórico» quizás se pueda dar respuesta a algunos de los problemas que expongo a continuación.

 

El concepto de género, de patriarcado y muchos más, propios de la crítica feminista, están muy ligados al ámbito específicamente occidental en el que nació y se desarrolló este movimiento. No es que no haya habido mujeres no occidentales que hayan luchado por los derechos o intereses de las mujeres, pero lo cierto es que el feminismo [35], como ya dije en la introducción, es uno más de los hijos de la Ilustración europeo-occidental. Por tanto, el feminismo comparte, en principio, un fuerte sesgo universalizador en sus principios aparte de un acento marcadamente europeo o eurocéntrico.

 

Esto plantea serias dificultades a la hora de «exportar» la ideología feminista a otras culturas ajenas a la nuestra y entra potencialmente en conflicto con el «multiculturalismo».

 

El multiculturalismo puede ser entendido como un amplio abanico de posiciones teóricas e ideológicas que van desde posturas simplemente «tolerantes» con las culturas que nos son ajenas hasta puntos de vista conforme a los cuales es imposible enjuiciar críticamente otras culturas y sociedades por no existir ninguna clase de parámetros universales aplicables como horizonte normativo [36].

 

Este último es claramente el quid de la cuestión: ¿Cómo conjugar unos métodos de crítica y unos valores y principios de vocación universal con el respeto, comprensión y mestizaje con otras culturas?

 

No sé hasta que punto es realizable y, en su caso, satisfactoria esta labor de ponderación.

 

Creo que debemos tener en cuenta varias cuestiones. En primer lugar, salta a la vista que el argumento «relativista» es empleado por algunos Estados para justificar las desigualdades de derechos reconocidos a sus hombres y mujeres. Este caso se plantea repetidamente en las Conferencias auspiciadas por la ONU relativas al control demográfico y a la cuestión de los derechos reproductivos de las mujeres. También se utiliza para modular hasta el absurdo la aplicación de las diferentes convenciones y resoluciones aprobadas por la ONU en la materia por parte fundamentalmente de los países islámicos [37]. Finalmente, el hilo de argumentación relativista, culturalista o identitario es compartido por gentes con intereses tan contrapuestos como la guerrilla talibán, los jeques de Kuwait o las «feministas de la diferencia».

 

¿Qué podemos responder a estos hechos y posiciones?

 

Me parece que es en este punto dónde quizás nos puede ayudar el carácter «materialista histórico» del feminismo que, como he señalado, comparto. Conforme a este punto de vista, el patriarcado como sistema opresor basado en la diferenciación sexo/género es un hecho «universal» en el sentido de que los estudios antropológicos solventes realizados hasta la fecha no han detectado la presencia de sociedades «matriarcales» en ningún momento ni lugar [38]. Al mismo tiempo, dicho sistema de poder ha revestido las más diversas formas y modulaciones según las culturas y los tiempos estudiados.

 

La primera de estas afirmaciones nos permite considerar que otras culturas comparten el carácter patriarcal con la nuestra y que por tanto existen suficientes similitudes como para aplicarles al menos una parte importante de los conceptos y métodos utilizados por el feminismo. Con ello se salvaría la supuesta distancia abismal, incluso ontológica, que separaría nuestra cultura de las demás.

 

La segunda afirmación nos permitirá a su vez evitar aplicar de forma lineal, «ahistórica» y «acultural» tales métodos y conceptos a realidades que presentan grandes diferencias con la nuestra. A la hora de enjuiciar el grado y la forma de opresión de género existente en otra sociedad tendremos que considerar las condiciones económicas, sociológicas y culturales de dicha sociedad. Deberemos intentar explicar los diferentes elementos del patriarcado sin recurrir a respuestas preconcebidas circunscritas a nuestro propio ámbito cultural. Por supuesto este es un método difícil y complicado, pero nos impide caer en dos tentaciones igualmente perniciosas: por un lado, las explicaciones «perfectas, occidentales» y «lineales», ciegas al contexto socioeconómico y cultural de las mujeres que sufren el sistema concreto, y, por otro lado, la tentación de concluir que es imposible emitir juicios de valor en estos casos.

 

Como hemos visto en el epígrafe anterior, el feminismo llevado a sus últimas consecuencias por la senda iniciada por el ecofeminismo llega incluso a poner en cuestión el concepto hegemónico de individuo androcéntrico y antropocéntrico. Es, por tanto, una ideología que cuenta con un calado crítico innegable que debe concebirse como verdadera «crítica», como instrumento que permita vislumbrar las potencialidades emancipadoras que encierran las actuales realidades sociales.

 

Entendido así como crítica y como método materialista-histórico, el feminismo estará poco o nada vinculado a soluciones preconcebidas y precocinadas, pudiendo ser empleado para el estudio y ataque de realidades que comparten elementos de opresión comunes a todas las sociedades como es el patriarcado [39].

 

Bibliografía principal utilizada

 

Globalización y Género, Paloma de Villota (edit..); 1999.

Feminismo y Filosofía, Celia Amorós (edit.); 2000:

Globalization and gender: a european perspective, Brigitte Young; 2000.

Globalization and its challenges for women in the south, Gita Sen; 1998.

Globalization and its gender implications, CIDA; 1996.

Aspectos de género de la globalización, Rosalba Todaro; marzo 2000.

Are women the key to safeguarding the planet?, Charlotte Bretherton; 1995 (supongo).

El Poder generizado, Britt-Marie Thurén; 1993.

Nº 65 de la revista «mientras tanto»; artículos de varias autoras; Primavera de 1996.

Neoliberalismo y Estado del Bienestar, Vicenç Navarro; 1997 (2ª edic.).

Fruta Prohibida, J, R. Capella; 1997.

Fotocopias sobre globalización (borrador del libro «Economía política de la globalización»), Ángel Martínez González-Tablas; 2000.

Selbst im Kontext, Seyla Benhabib; 1995 (1992, 1ª edición en inglés).

Artículos de El País sobre el Informe de Desarrollo Humano de 2000.

Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, Heidi L. Hartmann; 1980.

 

[1] A estos efectos sigo y comparto el análisis que, desde el p.d.v. antropológico, realiza Britt-Marie Thurén

[2] Gayle Rubin define el sistema sexo-género como «la serie de disposiciones por las cuales una sociedad transforma la mera sexualidad biológica en un producto de la actividad humana» («El tráfico de mujeres», 1975, citado por Cristina Molina Petit en su artículo «El Feminismo Socialista Contemporáneo» en «Historia de la Teoría Feminista», coordinado por Celia Amorós).

[3] Según Heidi L. Hartmann el patriarcado puede definirse como «el conjunto de relaciones sociales que tiene una base material y en el que hay unas relaciones jerárquicas y una solidaridad entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres. La base material del patriarcado es el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de la mujer. Este control se mantiene negando a la mujer el acceso a los recursos productivos económicamente necesarios y restringiendo la sexualidad de la mujer. El hombre ejerce su control al hacer que ésta le preste servicios personales, al no tener que realizar el trabajo doméstico o criar a los hijos, al tener acceso al cuerpo de la mujer por lo que respecta al sexo y al sentirse y ser poderoso.» Aunque, como he dicho, comparto esta definición, debe tenerse en cuenta su vinculación a la forma que reviste el patriarcado en la cultura (hegemónica) occidental, si bien su fundamento es aplicable a muchas otras.

[4] Nota: las mujeres también se diferencian entre sí de acuerdo con criterios de raza, etnicidad, clase, orientación sexual etc.; aquí, sin embargo, me centraré a lo sumo en las diferencias entre los efectos para las mujeres del primer o del tercer mundo.

[5] Es decir, aproximadamente un 17-18% del trabajo total remunerado es realizado por mujeres.

[6] En mi opinión, las políticas neoliberales son las directrices económico-políticas que orientan desde hace poco más de veinte años el proceso de la «globalización» o «mundialización» en función de las prioridades fijadas por los centros de poder dominantes. Éstos centros de poder están formados por lo que Capella llama el «campo de poder» existente entre los actuales «Estados abiertos» noroccidentales y el «soberano difuso transnacional». Por tanto, las políticas y la ideología neoliberales no son la única vía de desarrollo del proceso de globalización. Este último tiene sus raices en el propio desenvolvimiento del capitalismo como modo de producción crecientemente hegemónico en nuestro planeta desde hace unos 150 años y lógicamente puede adquirir diferentes formas a lo largo de la historia. Este aspecto marcadamente político de la dirección que está tomando la globalización es fundamental desde mi punto de vista y es destacado por autore@s tan dispares como Marta Harnecker o Jürgen Habermas.

[7] Brigitte Young habla de una triple dependencia de las mujeres respecto al Estado social: como trabajadoras en el sector de servicios sociales, como clientes de los mismos y como consumidoras, por lo que la crisis del Estado de Bienestar repercute especialmente en ellas.

[8] Lo que tampoco es casualidad: se ha escrito mucho sobre este fenómeno, calificándolo en ocasiones como traslación al ámbito laboral de la división sexual del trabajo preexistente en el ámbito estrictamente «privado». Igualmente existen numerosos estudios sobre la minusvaloración de todos aquellos segmentos del mercado laboral al que acceden las mujeres, lo que se refleja no solo en su consideración social, sino también en los niveles retributivos. Conforme ciertos estudios de la OCDE el porcentaje de mujeres empleadas en el sector de servicios de cuidados personales alcanza el 95%.

[9] Por cierto, en algunos países, como España, apenas ha habido tiempo para que se dé esta evolución. Entre otras cosas por el magro desarrollo de los servicios de asistencia social (España cuenta con un 76% de PIB sobre la media de la UE, pero solo con un 62% en cuanto a gasto en servicios sociales, V. Navarro).

[10] Por ejemplo, afecta a la capacidad de decidir sobre el número de hijos que desea tener cada mujer, puesto que la ausencia o disminución de los servicios sociales de asistencia a la familia y la posible pérdida del empleo se traducen rápidamente en unas tasas de natalidad bajísimas. Sólo hay que comparar los casos de España y Suecia.

[11] De hecho el neoliberalismo es un «discurso reprivatizador», como ya señalaba Nancy Fraser en 1989 (citada por Brigitte Young).

[12] El tema del «salario familiar», pagado por los capitalistas a los obreros masculinos, ha sido ampliamente discutido por el feminismo marxista, considerándolo como un pacto patriarcal interclasista entre hombres a fin de garantizar la sumisión genérica de las mujeres (Heidi L. Hartmann). Carol Pateman (neocontractualista) se ha expresado en parecidos términos («El contrato sexual», 1995).

[13] Lo que constituiría el fin último de un feminismo estrictamente liberal, que no es «precisamente» lo que a mí (¿a nosotr@s?) me convence.

[14] En un sentido parecido se expresa Amartya Sen en algunos de sus escritos, destacando la trascendencia que sobre la vida de las mujeres puede tener su progresiva integración en la economía monetaria (en la explotación directa por el capital), especialmente en lo relativo a su autonomía personal, niveles educativos etc.

[15] Como veremos repetidamente, si bien los efectos del desarrollo del capitalismo globalizado son en general perniciosos desde un punto de vista de género, en ocasiones pueden mejorar ciertas condiciones de vida de las mujeres causadas por aspectos de sesgo especialmente «patriarcal-discriminatorio» de sus culturas tradicionales que son superados (por contradecir sus intereses) por el a veces más moderado modelo patriarcal-capitalista. Esta cuestión está muy relacionada con el enfoque del «empoderamiento» (al que me referiré más tarde) y a la reivindicación del reconocimiento formal y material de los derechos humanos para las mujeres a escala internacional, que se condensa en el slogan de Beijing 95 «Women’s Rights are Human Rights», y con la reacción que muchas veces surge frente a estos «efectos colaterales» del desarrollo capitalista encarnada por los fundamentalismos.

[16] Por ejemplo, Japón cuenta con un PIB per cápita tres veces superior a Costa Rica, pero en el índice de potenciación de la mujer Japón se sitúa en el puesto 41, mientras que Costa Rica ocupa el 21 (Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 2000, citado por El País).

[17] Según el Informe de Desarrollo Humano de 2000, existen 900 millones de analfabetos en el mundo, de los que 600 millones son mujeres.

[18] Entenderíamos por economía o sector «formal» aquél en el que existen contratos fijos con cobertura social plena, «informal» aquél en el que predomina el trabajo precario o «basura» en sus múltiples modalidades y economía sumergida aquélla parte en la que se trabaja en condiciones de ilegalidad (ya sea del empresario y/o del trabajador) y se carece de cualesquiera derechos.

[19] Según lo que puede deducirse de lo escrito por algunos autores, el fenómeno descrito por Rosalba Todaro tendría una mayor importancia en aquellos países en desarrollo con una conexión muy fuerte con el comercio internacional, como p.e. los «dragones asiáticos» (Gita Sen, 1998) o algunos países latinoamericanos como México o Chile. Es especialmente destacado el caso de las «maquiladoras» latinoamericanas o, en general, el empleo masivo de mano de obra femenina poco cualificada en las zonas francas de producción y exportación. No se trata, en todo caso, de un acceso a los puestos de mando o mando intermedio, que quedan en manos masculinas, por lo que puede hablarse de una «integración en la explotación» fomentada por los empleadores, dadas las menores resistencias -que por variadas razones- pueden oponer las mujeres a su explotación.

[20] Es de destacar el brutal impacto que tiene la «invasión» de los bienes y tierras tradicionalmente comunales, fuente vital de recursos para las familias y mujeres pobres, por parte de la «agricultura moderna».

[21] María Jesús Vilches cita, entre otras, las siguientes propuestas:

 

  Promulgar y hacer cumplir las leyes que garanticen los derechos de mujeres y hombres a una remuneración igual por el mismo trabajo o por un trabajo de igual valor.

  Aprobar y aplicar leyes contra la discriminación por motivos de sexo en el mercado de trabajo.

  Adoptar medidas apropiadas para tener en cuenta el papel y las funciones reproductivas de la mujer y eliminar las prácticas discriminatorias de los empleadores.

  Elaborar mecanismos y tomar medidas de acción positiva que permitan a la mujer participar plenamente y en condiciones de igualdad.

  Emprender reformas legislativas y administrativas que otorguen a la mujer iguales derechos que a los hombres en los recursos económicos.

  Revisar los sistemas nacionales de impuestos sobre la renta y sobre la herencia.

  Tratar de llegar a un conocimiento más completo en materia de trabajo y empleo para conocer el alcance y la distribución del trabajo no remunerado.

  Revisar y aplicar políticas nacionales que apoyen los mecanismos de ahorro, crédito y préstamos para la mujer.

[22] Una aportación fundamental en el estudio del papel del trabajo de las mujeres para el funcionamiento del sistema capitalista es la realizada por diversas feministas marxistas, como p.e. Heidi L. Hartmann.

[23] Como ejemplo de los efectos que puede tener una política concreta dirigida a fomentar un papel económico autónomo de las mujeres debe citarse la iniciativa del «Banco de los Pobres» aplicada inicialmente en Bangladesh y que empieza a extenderse por otros países del llamado «mundo en desarrollo». Esta idea consiste en conceder préstamos («microcréditos») a intereses bajísimos a unidades familiares a fin de que puedan establecer pequeños negocios. El funcionamiento del «banco» tiene inmensas diferencias respecto de lo que es usual para una entidad de crédito y aquí es especialmente reseñable por primar absolutamente a las mujeres como perceptoras y gestoras de los créditos. Esta «discriminación positiva» está basada en la experiencia de que las mujeres gestionarán más responsablemente los ingresos obtenidos y que lo harán casi siempre en beneficio de su familia y comunidad, debido a las responsabilidades que, como ya hemos visto, «asumen».

[24] El término «ecofeminismo» fue acuñado en 1974 por Françoise d’Eaubonne.

[25] En el Norte no solo se han desarrollado construcciones teóricas, sino que las mujeres también han tenido un papel importante en movimientos ecologistas o antinucleares, como p.e. las pacifistas en Greenham Common -Gran Bretaña-. Sin embargo, creo que una referencia a los mismos se saldría del tema de esta ponencia.

[26] «Chipko» (=»abrazo») es un movimiento, nacido entre 1972 y 1973 en el noroeste de la India, en el que las mujeres se negaban a la práctica de la deforestación encadenándose a los troncos de los árboles.

[27] De hecho, la suya es la posición que más me convence. Es especialmente recomendable su artículo contenido en el nº 65 de la revista «mientras tanto».

[28] Con claros ecos de la «razón instrumental» de la Escuela de Frankfurt.

[29] Entendido como «sesgo patriarcal de la filosofía, las ciencias humanas y de la epistemología de las ciencias duras», pudiendo ser resumido en «la confusión entre lo masculino con lo propiamente humano o superior».

[30] Alicia Puleo distingue entre antropocentrismo «fuerte» y «débil». El primero, que Ferrater Mora ha denominado también «especieísmo», supone que las demás especies tienen valor únicamente en función de su utilidad para el hombre. El segundo implica reconocer valor a las demás especies en función del grado de conciencia que posean y estaría en la línea de Peter Singer (proyecto «Gran Simio») o Jorge Riechmann. Fuera de este ámbito estaría el biocentrismo moral representado por la corriente «Deep Ecology».

[31] Todo este apartado es deudor de las ideas de Celia Amorós y M. X. Agra.

[32] Me refiero tanto a las europeas, a las que la española acaba de sumarse en este aspecto, y a la estadounidense, si bien en este último caso la discusión tiene otros matices conferidos sobre todo por la discusión sobre la existencia, papel etc. de unas subculturas afroamericanas, hispanas o asiáticas en su seno.

[33] Migraciones que van mucho más allá de las que van de Norte a Sur.

[34] De hecho creo que este tema debería ser por sí solo objeto de otro estudio pormenorizado.

[35] Incluido, muy a su pesar , cierto feminismo de la diferencia.

[36] Esta posición guarda cierto parentesco con el «deconstruccionismo» posmoderno, al menos, en la medida en que reduce la realidad a mero discurso y niega el propio concepto de sujeto. Siguiendo a Celia Amorós, nuestro discurso debería ser a la vez deconstructivo (del modelo andrp- y antropocéntrico) y re-constructivo (construyendo un sujeto y unos conceptos que puedan denominarse «genéricamente humanos»).

[37] Quedan, por tanto, claras las implicaciones políticas que puede conllevar un discurso «relativista».

[38] Vuelvo a basarme para esta afirmación en el libro «El poder generizado» de la antropóloga Britt-Marie Thurén.

[39] En esta línea podría situarse el «multiculturalismo crítico» de M. X. Agra o el «universalismo interactivo» de Seyla Benhabib.