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Cronopiando

¿Dónde está Aurora Wiwonska?

Fuentes: Rebelión

Hace 5 años, la noche de un 7 de diciembre, Aurora Wiwonska, según declarara su marido, Pedro Polanco, se quitó los zapatos y echó a correr por las calles de Santo Domingo. Ambos habían acudido a una fiesta navideña de la empresa en la que trabajaba Aurora y tras una discusión, ya en la calle, […]

Hace 5 años, la noche de un 7 de diciembre, Aurora Wiwonska, según declarara su marido, Pedro Polanco, se quitó los zapatos y echó a correr por las calles de Santo Domingo.

Ambos habían acudido a una fiesta navideña de la empresa en la que trabajaba Aurora y tras una discusión, ya en la calle, Aurora, de 22 años y madre de una niña que entonces contaba con poco más de un año, se descalzó y echó a correr perdiéndose en la noche.

Desde entonces, y ya han pasado cinco años, nadie ha vuelto a ver a Aurora Wiwonska Marmolejos.

Nada se llevó en su frenética carrera, ni un pasaporte, ni dinero, ni una maleta con ropa, ni una fotografía de su hija, nada. Tampoco se despidió de nadie, ni siquiera de su marido, la última persona que la viera con vida. Simplemente, se quitó los zapatos y echó a correr.

Y corriendo ha cruzado, desde entonces, su menuda figura frente a todas las comisarías de policía de la ciudad que no la vieron nunca, que nunca la han sabido; corriendo ha ido dejando atrás pesquisas inconclusas y reportes a doble espacio; siempre corriendo, Aurora Wiwonska atravesó un original y tres copias, dio la vuelta a un formulario verde, recorrió sin detenerse cuatro informes anexos, dos sellos gomígrafos y algunas presunciones, incansable al desaliento, sin que la detuvieran los indicios, ni las legítimas sospechas. Corriendo le ha pasado por el lado a tres pruebas periciales, ha dejado atrás los esperticios, ha cruzado indagatorias y testigos que sirvieron, al menos, para saber que aún corre, que Aurora Wiwonska tiene cinco años corriendo.

No la ha visto la jueza que dictaminó su olímpica odisea por calles y avenidas de Santo Domingo, como si desaparecer en la República Dominicana fuera un ejercicio común e impune que no requiere más averiguaciones.

No la ha visto la Policía, nadie la ha vuelto a ver, ni siquiera su hija, cinco años después, por más que siga preguntando por su mamá.

Súbitamente, sin tiempo ni para despedirse, Aurora Wiwonska decidió emprender esa carrera en la que todavía persiste y de la que nadie es responsable, como si fuera una fatal ocurrencia de medianoche, como si de improviso le asaltaran las ganas de correr el resto de sus días y se lanzara a tumba abierta, cuesta abajo, por las calles de la ciudad, hasta ella misma olvidarse de sus pasos, luego de quitarse los zapatos, tal vez, para no hacer ruido.

Y me pregunto si esa impune carrera no altera, también, la paz ciudadana, si no pone en peligro la convivencia de la familia dominicana o si es que, en esta sociedad, ser mujer no vale absolutamente nada cuando, además, se carece de recursos y apellidos.

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