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Alocución en el Senado con motivo del traslado al Panteón de París de las cenizas de Alejandro Dumas

Fuentes: ENcontrARTE

De Alejandro Dumas a Claude Ribbe Maria Poumier En opinión de muchos escritores, y no solamente lectores anónimos, Alejandro Dumas fue el mejor novelista francés. A diferencia de todos sus colegas contemporáneos, él no pretendía dar claves sobre la sociedad francesa o sobre la naturaleza humana: pretendía entretener, y, lo que es mucho más difícil, […]

De Alejandro Dumas a Claude Ribbe

Maria Poumier

En opinión de muchos escritores, y no solamente lectores anónimos, Alejandro Dumas fue el mejor novelista francés. A diferencia de todos sus colegas contemporáneos, él no pretendía dar claves sobre la sociedad francesa o sobre la naturaleza humana: pretendía entretener, y, lo que es mucho más difícil, lo lograba; no perdía el tiempo en descripciones ni comentarios, creaba personajes que se jugaban, enfrentando el peligro, el amor y las derrotas como esgrimistas: siempre en guardia, ágiles, corteses aún para dar muerte. Hoy sigue creando en sus lectores esa excepcional salud mental de sus criaturas y una indudable fraternidad. Pero las cualidades de Los tres Mosqueteros, Fanfan la Tulipe y El conde de Montecristo no eran sólo francesas: Alejandro Dumas era nieto de una esclava africana de la colonia francesa de Santo Domingo, actual Haití, e hijo de un general de Napoleón con quien éste fue increíblemente injusto. Nuestro novelista también fue un revolucionario y se unió a Garibaldi para la liberación de Sicilia en 1860.

Hoy en día, otro escritor antillano realza su figura y defiende la memoria de los africanos en la historia de Francia: Claude Ribbe logró que en 2002 se trasladaran las cenizas de Alejandro Dumas al Panteón de París, donde se encuentran las de Victor Hugo y Jean Jaurès, ocasión en que pronunció el homenaje cuya primera traducción al español se ofrece a continuación.

Claude Ribbe está resucitando toda una faceta ocultada de nuestra historia, para mayor gloria de los afroantillanos. Es combativo y desafiante, pues a cada paso se enfrenta con las trabas del prejuicio, la indiferencia o la calumnia. Pero su combate da frutos: ya el gobierno francés no celebra como años atrás a Napoleón, pues Claude Ribbe nos ha recordado que Napoleón restableció la esclavitud en las colonias francesas y que estuvo a la par de Hitler en cuanto a racismo y ferocidad. Con estos desvelamientos del pasado, Claude Ribbe es uno de los grandes intelectuales que les devuelven la dignidad a los negros franceses y una auténtica nobleza al pensamiento francés todo. Su primera novela es de 2001; fue consejero del presidente Aristide y lo defendió cuando Francia dejó a los Estados Unidos perpetrar un golpe de estado contra su legítimo gobierno, en 2004, con lo cual se opacó la trascendencia del centenario de la primera república americana y africana.

Véase su entrevista al respecto en: http://www.voltairenet.org/article123963.html

Alocución de Claude Ribbe en el Senado con motivo del traslado al Panteón de las cenizas de Alejandro Dumas, el 30 de noviembre de 2002

¿Qué diría nuestro Alexandre Dumas de estos faustos republicanos que de repente rodean a sus restos mortales? Nadie lo sabe. Pero con toda seguridad, si hoy siguiera escribiendo, no se limitarían a decir de él que es un escritor. Para calificarle mejor se consideraría oportuno añadir que es un escritor «de color». Sería un novelista «negro», un autor «antillano». Se hablaría de su «criollismo», de su «africanidad», de su «negritud», de su «sangre negra». En fin, tendría algo diferente, peculiar, ligado a su color, y carecería de libertad para desprenderse de ello. ¿Así que en esta Francia del siglo XXI todavía hay personas que creen en la «raza» y la «limpieza de sangre»?

¿Hay que esperar a convertirse en cenizas para dejar de sufrir la censura ajena? ¿Hay que esperar a los honores póstumos para no ser insultado? Insultado, lo fue Dumas hasta su muerte. Tuvo que soportar, con la dignidad propia de los seres excepcionales, las ofensas más necias. La más dolorosa de todas, seguramente, fue la injusticia que le hicieron a su padre, el general republicano Alexandre Dumas, el primero que así se llamó. Por eso, el triunfal homenaje de esta noche también debe ser la ocasión para reivindicar solemnemente la memoria de este ilustre francés.

Porque los Alexandre Dumas son tres, y el primero, padre del escritor, cuando nació no era más que un esclavo en la parte francesa de la isla de Santo Domingo, hoy república de Haití. Todavía no se llamaba Alexandre Dumas. Tenía un nombre, Thomas-Alexandre, pero no un apellido, porque los esclavos no tenían derecho a apellido. Un esclavo: 240 años después, ¿nos hacemos una remota idea de lo que significa? Civilizaciones ultrajadas, un continente diezmado, el destierro, la bodega de esos barcos tan franceses que se armaban en todos los puertos (y no sólo en Nantes o en Burdeos). El látigo, la violación, la humillación, la tortura, las mutilaciones, la muerte. Y tras la muerte, el olvido.

El General Dumas, padre de Alejandro Dumas

Cuando el rey Luis XIV promulgó el Código Negro en 1685, equiparó jurídicamente con bienes muebles a los esclavos africanos deportados a las colonias francesas. El Código Negro, no lo olvidemos, también excluía a los judíos y los protestantes de esas colonias. En el artículo 13 el rey dispone que «si el padre es libre y la madre esclava, los hijos sean igualmente esclavos». El padre de Thomas-Alexandre era europeo -libre, por tanto-, pero la madre era esclava africana, y el Código Negro se aplicaba a ese hijo lo mismo que a otros cientos de miles de jóvenes cautivos. En 1775 su padre, para pagar un pasaje de vuelta en el barco que le llevaría a Normandía, le dejó en prenda, como se deja un objeto en el monte de piedad. Un año después el joven esclavo, a su vez, viajaba a Francia, pero cuando puso el pie en el muelle de Le Havre no fue libre por ello. Un principio admirable afirmaba, sí, que en la tierra de Francia no existía la esclavitud. Pero lo habían derogado varios textos que, a lo largo del siglo XVIII, dificultaron cada vez más la llegada y la residencia en Francia de los esclavos antillanos y, en general, de los hombres y mujeres de color. De modo que el padre de Alexandre Dumas, con identidad falsa, era un vulgar «indocumentado».

Superando estas dificultades, se alistó por ocho años como soldado de a caballo en el regimiento de los Dragones de la Reina con el sobrenombre de Alexandre Dumas. Se ha dicho a menudo que Dumas era el apellido de su madre. Pero al ser esclava no tenía patronímico, y los documentos en que aparece la designan únicamente por su nombre de pila, Césette. Podría ser su nombre africano, lo cual honraría al joven que, de este modo, habría querido rendir homenaje a la madre que había dejado atrás, en cautividad.

En los Dragones de la Reina, Alexandre Dumas trabó amistad con tres camaradas. Uno de ellos procedía de Gascuña. Los cuatro soldados se profesaron una amistad fiel y combatieron juntos en las guerras de la revolución.

En 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre, contrariamente a lo que se suele creer, todavía no era universal. Sólo concernía a los europeos. Hubo que esperar tres años para que se reconocieran los derechos de los hombres de color libres. Cinco años para que se aboliera la esclavitud, en principio, y eso bajo la presión de una rebelión incontenible.

Alexandre Dumas, después de luchar con denuedo contra el invasor en la primavera de 1792, participó con su amigo Joseph de Bologne (llamado caballero de Saint-George), que también había nacido esclavo, en la creación de un cuerpo formado por antillanos y africanos: la Legión de los Americanos. Ellos también fueron soldados del Año II. Alexandre Dumas, en menos de un año, fue el primer hombre de color ascendido a general de división del ejército francés. En compañía de sus tres amigos de los Dragones de la Reina se puso al mando del ejército de los Alpes y, arrostrando el miedo, el frío y la nieve, tomó los puestos inexpugnables del Pequeño San Bernardo y de Mont Cenis. Cuando estalló la insurrección realista de 1795, fue a Dumas a quien llamaron para que salvara la república. Pero el eje del coche del general se rompió dos veces. Esperaban a Dumas y se presentó Bonaparte. Este todavía no era nadie. Pasaba por allí y ametralló a los facciosos. Dumas se reunió con él y combatió a su lado. Salvaron la república. Pero ¿por cuánto tiempo? Cabalgaron hasta Italia. Galoparon hasta Austria. En el puente de Brixen, solo en su montura, Dumas era capaz de detener un ejército entero. Hasta Alejandría, hasta las pirámides, siempre guerreando por Francia.

Pero el general Dumas tiene otros títulos de gloria: protestó contra el Terror, protegió a los prisioneros de guerra, se negó a participar en las matanzas, los pillajes, las violaciones y las torturas perpetrados contra los civiles en Vendée, y acabó dejando el ejército de Egipto, pues pensaba que la república francesa no necesitaba esa clase de conquistas.

En el camino de vuelta el general Dumas fue capturado y pasó dos años en las mazmorras del rey de Nápoles, donde sufrió sevicias que le dejaron secuelas imborrables en el cuerpo y en el espíritu.

De vuelta a Francia, su esposa le dio un hijo. La había conocido en Villers-Cotterêts, en 1789. Su historia de amor empezó en el patio del castillo donde, 250 años antes, un gran rey, de un plumazo, había dado alas a esa hermosa lengua que el escritor Alexandre Dumas honraría mejor que nadie.1

Cuando nació el niño en 1802, el general estaba ahí. Otras veces Marie-Louise Dumas había parido sola, pues la república no les había dejado mucho tiempo para vivir juntos. Su hijo era libre, a pesar de su color de piel. El año 1802 que le vio nacer no hace honor a Francia. El 20 de mayo Napoleón Bonaparte restableció la esclavitud. En nuestros libros de historia, en la televisión, en el cine, en los escenarios, esto se menciona a regañadientes. Es más fácil hacer que recaiga en una mujer -Josefina- la responsabilidad de una decisión indigna que hoy, en virtud de una ley aprobada en este mismo edificio, constituye un crimen contra la Humanidad. En 28 de mayo de 1802, en la Guadalupe, el comandante Louis Delgrès y sus compañeros, pensando con razón que no les dejarían vivir libres, prefirieron morir. Al día siguiente, 29 de mayo de 1802, Napoleón Bonaparte excluía del ejército francés a los oficiales de color, como en otros tiempos se haría con los oficiales judíos. Esta medida de depuración racial se aplicó incluso a los alumnos de la Escuela Politécnica. Afectó a doce generales, entre ellos a Toussaint Louverture y a Alexandre Dumas. El 2 de julio de 1802 las fronteras de Francia se cerraron para los hombres y las mujeres de color, incluso si eran libres. Al año siguiente, el 8 de enero de 1803, varias semanas antes de que el general Toussaint Louverture muriese, por falta de cuidados, en la ciudadela más glacial de Francia, se prohibieron los matrimonios entre personas de distinto color de piel. En este mantillo repugnante pudieron brotar las teorías francesas de Vacher de Lapoughe o de Gobineau, que fueron, en el siglo siguiente, los inspiradores de la barbarie nazi.

Bonaparte se ensañó hasta el punto de no pagarle a Dumas unos atrasos que le debía. El héroe, demasiado sensible, murió de pena en 1806. Su viuda, sin recursos, calificada como «mujer de color» por haberse casado con un antiguo esclavo, no tuvo derecho a pensión. El joven huérfano no fue al liceo. El general Dumas nunca fue condecorado, ni siquiera a título póstumo. Los generales de color no tenían derecho a la Legión de Honor.

Hoy día a algunos les cuesta aceptar que la historia de un valiente de piel más oscura que la suya pudiera inspirar al escritor francés más leído en el mundo. Sus prejuicios les impiden imaginarse un Artagnan negro.

No es de extrañar, pues, que la estatua del general Dumas, derribada por los nazis en 1943, todavía no se haya repuesto. Tampoco es de extrañar que nuestra lengua magnífica siga mancillada por las palabras que inventaron los negreros. La palabra mulâtre [mulato], por ejemplo, que al principio designaba al mulo, una bestia de tiro híbrida y estéril. Es como decir que los hijos de aquellos cuyas epidermis no hacen juego ofenden a la naturaleza.

Pero hoy, ¿no habrá llegado el momento de poner las cartas boca arriba? ¿No habrá llegado el momento de quitarse las máscaras? El momento de decirle la verdad a quien quiera oírla. ¿Qué verdad? Pues sencillamente, que los Dumas procedían de África y que Francia está orgullosa de ellos.

Pero si decimos eso, cada vez que un extranjero llame a nuestra puerta, cabrá preguntarse, antes de darle con ella en las narices, si algún día no será padre de un genio de la Humanidad. La Humanidad: una, indivisible y fraterna, como esa república que el general Alexandre amaba tanto.

1 En 1539 el rey Francisco I firmó en Villers-Cotterêts un decreto que imponía el uso del francés para la redacción de documentos oficiales, en lugar del latín (n. del t.).

Publicado en ENcontrARTE.

Presentado por Maria Poumier y traducido del francés por Juan Vivanco. URL de este artículo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43450