Delphi no se cierra, dicen los trabajadores. Delphi ha hecho algo ilegal, dicen la Junta de Andalucía y el Gobierno de Madrid. ¿Y qué? Delphi se cerrará, sus trabajadores se irán a la calle, sus familias y la sociedad sufrirán las consecuencias y todos, una vez más, nos podremos enterar, si queremos, de quién manda […]
Delphi no se cierra, dicen los trabajadores. Delphi ha hecho algo ilegal, dicen la Junta de Andalucía y el Gobierno de Madrid. ¿Y qué? Delphi se cerrará, sus trabajadores se irán a la calle, sus familias y la sociedad sufrirán las consecuencias y todos, una vez más, nos podremos enterar, si queremos, de quién manda de verdad en este mundo: la estructura invisible de poder, como diría el sociólogo Pierre Bourdieu. Así sucedió con Altadis en Sevilla, así sucedió con Suzuki en Jaén, así sucedió con Gillette en Sevilla, así sucedió con Michelín en Francia, así sucedió con… Legalmente, se acaba de aprobar un estatuto de autonomía para Andalucía. Se supone que eso es el poder andaluz. ¿Qué poder tiene Andalucía en los momentos clave de la vida de los ciudadanos? Cero. ¿Qué poder tiene Zapatero-marinero cuando el patrón dice nos vamos con el barco a otra parte? Cero. ¿Comprenden ahora Chaves y Arenas por qué la gente se queda en su casa y no vota? No, no lo quieren comprender porque ellos no tienen la integridad suficiente para plantearse estas cosas: viven del voto -aunque sea mínimo- y están de acuerdo con las raíces de la situación que ha llevado al cierre de Delphi: una economía de mercado salvaje, como casi siempre ha sido la economía de mercado.
Arenas/Rajoy/Aznar/Bush son los voceros genuinos de tal sistema. Chaves/Zapatero/Blair son los «nuevos ricos», la nueva derecha, el nuevo sanedrín social que otorga certificados de sangre/democracia -con la ayuda de cierta prensa-; los fieles mayordomos, herederos de la socialdemocracia que apoyó a las potencias occidentales en sus dos guerras mundiales, las suyas. Es curioso, hay ciudadanos ingleses por ahí intentando lavar la imagen de familiares fusilados por desertores en la I Guerra Mundial. Fusilan a quienes no quieren matar a sus semejantes, a quienes tienen miedo de la violencia pero no se tienen miedo a sí mismos, a los coherentes, en lugar de hacerlo con quienes ponen medallas a otros por asesinar legalmente. Pero, claro, no se van a fusilar ellos mismos. Fusilan para matar la libertad individual de decir no, para anular la personalidad e implantar un discurso a la fuerza en la mente de los sujetos. Un discurso que se supone bueno para todos. Así es la especie a la que pertenecemos. No pudiendo evitar matar, «humanizamos» la guerra. Zapatero está el pobre liado, es un pardillo: ni para delante ni para atrás, con Afganistán. Roma-Washington no paga traidores: o estás con ellos o contra ellos.
Hasta ahora, la guerra ha sido el gran motor de la Historia, queramos o no; con ella avanzan las tecnologías y hasta la Comunicación. Pero el motor de la Historia según el Mercado. El Mercado no puede existir sin la guerra, sin la violencia y sin tener a la gente atemorizada y alienada. Por eso debe ser superado. La pregunta clave es ésta: ¿es posible? Porque el problema de fondo no es el Mercado sino la viabilidad de su sustitución. Yo arreglo el mundo en mi mesa, con un artículo o un libro, pero, desde el deseo racional, hay que bajar después a la realidad. Si la gente no quiere ser «salvada», si no se le pueden pedir peras a un olmo, hay que retirarse a los cuarteles de invierno. Antes creía que podía salvar el mundo, ahora me conformo con entenderlo del todo, con saber si es posible «salvarlo». Puedo ser de izquierdas pero no gilipollas. Esta duda mía le viene bien al Poder mercantil y la tengo porque mi barriga está a gusto (gracias a mi trabajo, no al Mercado) pero posee una base de honestidad intelectual, o eso se pretende, no engañar a nadie. Como indica Cioran, si no tienes nada que ofrecer a cambio, no le quites a la gente sus ilusiones. Yo, en el fondo, sólo puedo ofrecer dudas, por eso lo menos que me exijo a mí mismo es honestidad y no vivir de la pose intelectual de ser de izquierdas: la izquierda, hoy, predica pero ignora cómo dar trigo. Las ONGs tampoco predican y dan pan para hoy, hambre para mañana. Eso sí, menos da una piedra. La duda es positiva, las ONGs, también.
Se habla continuamente de Hitler, de Stalin, de Mao. Nadie ha ocasionado y ocasiona más muertes, más destrucción ni más miedo en el mundo que la economía de mercado: una época imperialista en el XIX, dos guerras mundiales, apoyo a dictadores de todo tipo, atropellos continuos, destrucción de etnias, del medio ambiente, conversión de la virtud y capacidad de crear en mercancía… Por eso debe ser superada y enterrada, lo que pasa es que tenemos un problema muy grave: no sabemos con qué sustituirla porque, en el fondo, puede que la economía de mercado seamos los seres humanos mismos: bueno, es que lo somos, en este estadio evolutivo actual. El noventa por ciento de las desgracias e insatisfacciones que tenemos los seres humanos las ocasiona la economía de mercado. Pero como nos gusta y la apoyamos, ahora nos tenemos que joder con lo de Delphi y con lo que venga detrás. ¿No queremos ser todos ricos y tener coches y chalés? Pues a joderse, esto es lo que hay. Unos señores que dicen: esta empresa no es rentable, al carajo con ella. Un gobierno que no gobierna, sino que da dinero público para los apaños de las multinacionales, intenta criar cuervos y le sacan los ojos. Con el apoyo de la Comunicación y de la Religión oficial, que es otra gran multinacional.
Cuando alguien llega al poder y dice que para estos viajes no necesita alforjas y que quieren él y su gobierno gestionar la economía, y nacionaliza, y compra para el Estado, y expropia, entonces le llaman dictador, anacrónico: como a Hugo Chávez y a Evo Morales. Y la gente se lo cree y entra por el aro del mensaje y sigue en sus asuntos, repitiendo como papagayos que Chávez y Morales son dos anacrónicos, con Fidel, claro. Y así siguen un día y otro: entrampándose con el banco en hipotecas y préstamos varios para presumir de coches que no se pueden permitir y de toda clase de utensilios; cuidando el colesterol, practicando taichí o esnobismos semejantes, creyéndose libres y ciudadanos de una democracia.
Al final llega la realidad, Delphi cierra y entonces nos quejamos, el gobierno se queja, todos nos rasgamos las vestiduras. Los sindicatos -que no suelen ya trabajar ideológicamente sino en clave economicista- ya sólo aspiran a que los trabajadores se lleven el despido más alto posible. De trabajo continuado para transformar todo desde la raíz, nada, mejor chupar del presupuesto del «enemigo». Y, sin embargo, lo que ha pasado es que ha actuado la lógica aplastante de lo que nosotros hemos colocado ahí arriba: empresas sin responsabilidad alguna porque el que manda es el que tiene la fuerza y no rinde cuentas; y gobiernos títeres, políticos títeres que al final forman una casta y viven para ellos mismos, con su teatro eterno, sus insultitos de la señorita Pepis, sus comidas conspirativas, sus periodistas comprados de una u otra forma; toda una nomenclatura que se desenvuelve hacia dentro de ella misma, mientras que el ciudadano se defiende como puede. Su venganza es no votar, es una de las pataletas que nos quedan, pero la obra de teatro sigue, la farsa sigue y al final despertamos y topamos con la realidad: ahora la realidad se llama Delphi.
«Me llamarán, nos llamarán a todos», escribió Blas de Otero. Vinieron por los judíos pero como yo no era judío, no me inmuté. Vinieron por los comunistas pero como yo no era comunista, no me inmuté. Ahora vienen por mí y no queda nadie para defenderme, escribió Brecht. Vinieron por los de Puerto Real pero como yo no soy de Puerto Real, qué me importa. Pues eso, cada cual a su bola en esta sociedad desquiciada, cada cual disfrutando del mundo alegre y confiado, del «capitalismo de ficción» según expresión de Vicente Verdú. Todos en nuestros coches, todos jugando con cacharritos informáticos o con nuestra maravillosa telefonía, como niños embebidos y malcriados. Y la vida, pasando, transcurriendo. De repente, Delphi, mañana, Airbus, ayer, los astilleros, al cabo de unos lustros, quién sabe si Puerto Real, como otros lugares, será campos de soledad, mustio collado, que decía Rodrigo Caro. Cádiz y el espacio donde se fundó la ciudad más antigua de Occidente, sufriendo un golpe tras otro cuando debería ser zona protegida y mimada, patrimonio mundial. Y no solamente Cádiz es maltratada, lo que sucede es que ahora viene al caso.
De Cádiz la gente se va, no al área metropolitana porque no quepa en la ciudad o sean muy caras las viviendas, como ocurre en Sevilla, pongamos por caso. De Cádiz la gente se va porque la ciudad -y otras zonas- están perdiendo vida, la tacita tiene rota su porcelana y el plato que la sustenta (sus alrededores) está muy cascado. Su plata, la plata de la tacita de plata, está devaluada en el mundo del dios Mercado. Qué estamos haciendo con este rincón tan hermoso de nuestro mundo, qué estamos haciendo, qué están haciendo esos putrefactos empresarios y sus cómplices políticos con Cádiz. Pero, ¡si vale la pena estar en esa ciudad sólo por ver el gigantesco ficus que hay junto a la Facultad de Económicas, antiguo hospital Mora! Y la mar enfrente…
Pues están haciendo lo que nosotros les dejamos hacer con nuestra pasividad. Aquí no existe democracia, por eso sucede lo que sucede. Si la democracia existiera, por ejemplo, el precio de la vivienda bajaría: bastaría con una decisión colectiva de dejar de comprar viviendas. Pero para eso la sociedad debe estar organizada. ¿Qué hace la sociedad? ¿Organizarse de forma revolucionaria? No, jugar, cada uno por su lado, a ser ricos, a ser como los de arriba, a soñar con la luna, a la falsa solidaridad, a tener, a tener: resignados, metidos todos en nuestra mierda. Si el dictador manda es porque alguien le permite que lo haga. «Siempre hay un tonto para una mierda», asegura el dicho popular. Esto es una mierda con sus dictadores dentro y nosotros somos los tontos.
Chirigota de apoyo a los trabajadores de Delphi