Con ocasión de la concesión por el gobierno de la prisión atenuada a Iñaki de Juana la derecha ha incrementado su presión social con explícitas llamadas a la «rebelión» que en la tradición de la derecha española tiene trágicas evocaciones. No se le puede negar al PP su condición de «gran partido de la derecha» […]
Con ocasión de la concesión por el gobierno de la prisión atenuada a Iñaki de Juana la derecha ha incrementado su presión social con explícitas llamadas a la «rebelión» que en la tradición de la derecha española tiene trágicas evocaciones.
No se le puede negar al PP su condición de «gran partido de la derecha» y a su dirección el tener una clara definición de sus objetivos políticos. No es solo una referencia electoral indiscutida para millones de electores de todas las clases sociales sino que mantiene unas relaciones orgánicas intensas basadas en una movilización social sin precedentes y una militancia entusiasta y bien distribuida geográficamente(1). La política de su dirección actual, que no ha variado un ápice desde el comienzo de la legislatura, se basa en la negación de la legitimidad del gobierno del PSOE y se actualiza en un enfrentamiento permanente con las iniciativas políticas que éste emprende. Consciente de la bonanza económica en que se desenvuelve la acción del gobierno, solo entra en esta materia cuando ve amenazado alguno de los bastiones de poder creados durante sus mandatos, como el caso de la privatizada ENDESA. Es por tanto la suya una oposición centrada en el campo político, sabedores de que la política económica de Solbes difícilmente va a disgustar a los Florentino Pérez, Koplowitz, Entrecanales, Botín, etc. Ni siquiera la extensión de los derechos sociales(como la ley de dependencia) ha despertado su interés opositor, convencidos de que más allá de los discursos de Caldera ,va a representar una buena oportunidad de negocio para un sector en expansión. Solo en el supuesto de que el Gobierno se viera obligado a reducir la generosidad en el tratamiento fiscal de las inversiones en vivienda o en planes de pensiones, afectando así a la clase media satisfecha, se decidirían a intervenir en este terreno económico.
Por el momento encuentra argumentos y fuentes de oposición suficientes en los tímidos intentos del PSOE de reformar el Estado (2). Conocedor y beneficiario de las posibilidades de fortalecimiento territorial que suponen a los dos grandes partidos políticos la desconcentración administrativa y de recursos financieros del Estado de las Autonomías, contempla con pavor un escenario que hiciera posible el ejercicio del derecho a la autodeterminación de los vascos porque sabe que eso supondría su desaparición del mapa político vasco, cubierto con creces el espacio de la derecha por el PNV.
La dirección del PSOE parece confiar en que la radicalización del PP asustará a su electorado más moderado y le ofrecerá una oportunidad de arrebatárselo, siquiera sea parcialmente. Confía en que las componentes «guerracivilistas» del discurso del PP asusten a la burguesía más modernizante que le apoya y la empuje a confiar sus asuntos al único partido de la UE y el capitalismo moderno siguiendo el curso que tan buenos resultados (desde este punto de vista) diera a González en los ochenta. Es por eso que a veces parece provocar a Rajoy a que vaya mucho más lejos de lo que quisiera, echándole en brazos de sus dos segundones y de la FAES. Mientras él, el Gobierno, se refugia en una mayoría parlamentaria construida por el miedo al PP, escenificando una y otra vez el papel de talante dialogante frente a las brutales embestidas de la derecha, por momentos adquiriendo tintes fascistoides. No acepta el reto de la movilización ciudadana o, cuando lo hace, adquiere un tono tan desvaído que hace percibir a la opinión pública que carece de opiniones firmes. Se ha obstinado en una gestión meramente «técnica» del proceso de paz y eso priva a sus partidarios -los del Gobierno y los del proceso de paz, que son bastantes más- de una identidad que oponer a la única que hoy se manifiesta socialmente que es la del neofranquismo . El republicanismo»light» que lo inspira desconfía de las identidades marcadas a las que relaciona con el comunitarismo «de izquierdas o de derechas».
La izquierda anticapitalista no puede contemplar indiferente el curso de este conflicto. Su resultado puede mejorar o empeorar aún más su adversa situación política. La que podría haber sido una legislatura de avance en el terreno de los derechos sociales que recuperara los retrocesos del período 2000-20004 se ha convertido, por efecto de una agenda política en la que no ha sido capaz de influir, en una ocasión de reagrupamiento de toda la derecha y de fortalecimiento de sus posiciones más extremas. Solo desde una estrecha (y miserable) óptica electoralista se puede contemplar con satisfacción la emergencia de un referente político homologado con los que ya forman grupo en el Parlamento Europeo. Durante algún tiempo el PS francés en el gobierno jugó a aprendiz de brujo con Le Pen y los resultados están a la vista. Los sindicatos UGT y CCOO (no digamos IU) harían bien en observar cómo ha evolucionado el electorado en los antiguos bastiones comunistas de Francia.
En todo caso y planteado el pulso en los términos en que lo está, su resolución no puede favorecernos en ningún caso. Si lo gana el PP, el corrimiento a la derecha de la escena política podría llevar a la izquierda anticapitalista al borde de la legalidad o a la marginalidad, teniendo que operar en todo caso en un escenario mucho más adverso. Si lo gana el PSOE, es claro que va a sentirse obligado a «compensar»al electorado de centro dando muestras de que también es capaz de ejercer la autoridad (la promesa de poner un policía en cada escuela puede ser un adelanto). Ni sofisma por nuestra parte ni mala fe por la del PSOE, simple cálculo político. Su dirección, con la experiencia del 14m del 2004, confía en que el apoyo de la gente anticapitalista le sale gratis y que lo seguirá siendo mientras no haya una opción electoral que sientan como propia.
En este conflicto la posición de la izquierda anticapitalista solo puede ser de apoyo militante al proceso de paz. Pacientemente y desde abajo, hay que llevar a cabo una labor pedagógica que reduzca primero y equilibre después la devastadora labor de mentiras y envenenamiento llevada a cabo por la COPE, TELEMADRID, EL MUNDO, LA RAZÓN, etc. Y hay que hacerlo dando la cara y levantando un movimiento ciudadano democrático que reclame para sí un protagonismo esencial en la gestión del proceso de paz, como condición esencial para llevarlo a buen término.