Los pobladores del Barrio La Propicia recuerdan la unión de los ríos Teaono y Esmeraldas como un lugar paradisíaco de vegetación exuberante y aguas cristalinas, donde en 1974 se instaló la Refinería de Esmeraldas, que actualmente contamina ambos ríos. La gente utilizaba los ríos como fuente de vida, pues de ahí extraían productos para su […]
Los pobladores del Barrio La Propicia recuerdan la unión de los ríos Teaono y Esmeraldas como un lugar paradisíaco de vegetación exuberante y aguas cristalinas, donde en 1974 se instaló la Refinería de Esmeraldas, que actualmente contamina ambos ríos. La gente utilizaba los ríos como fuente de vida, pues de ahí extraían productos para su subsistencia como peces, crustáceos, minerales, agua de consumo y, además, lo utilizaban como medio de transporte y lugar de distracción.
El 26 de febrero de 1998 se produjo la mayor catástrofe que se ha dado en la Refinería, cuando los tubos del oleoducto y poliducto se rompieron incendiándolo todo y produciendo la muerte de 33 personas, 18 afectados con quemaduras graves, 15 ahogados y más de 100 heridos en el sector donde se quemaron alrededor de 1800 casas.
El incendio se ocasionó a causa de un deslizamiento de tierras que se produjo por las fuertes lluvias que generó el Fenómeno del Niño de aquel año y que, sumado a las condiciones del terreno, de por sí blando, generó el escenario ideal para la tragedia. El día anterior al incendio había llovido fuertemente, lo que produjo un desplazamiento de tierras que rompió las tuberías, bastando una chispa para que se inicie el fuego. Cabe la duda del tipo de análisis y estudios que viabilizaron la construcción del Oleoducto y la Refinería en un lugar no apto por las condiciones blandas de su terreno. Quizás la decisión tomada no respondió a un serio análisis técnico, sino más bien a consideraciones políticas: siempre va a ser más fácil perjudicar a una población pobre, negra y, por tanto, discriminada por la sociedad y desprotegida por el Estado.
Los moradores de Winchele fueron los primeros en ver bajar el crudo del oleoducto por una de las quebradas que conducen al río Teaone, a las 9 de la mañana de aquel fatídico 26 de febrero. Horas más tarde el flujo aumento considerablemente, hasta las 6 pm cuando la quebrada estaba completamente llena de crudo. Nadie tomó ninguna acción de prevención no alertó a la comunidad pese que el derrame fue evidente durante todo el día por la presencia de una mancha negra en el río Teaone que se expandió hasta llegar al mar. A las 9 de la noche se empezó a sentir un fuerte olor a gasolina, lo que puso en alarma a todos los pobladores del sector. A las 10:00 p.m. se inició el incendio. Recién a las 10:30 p.m. se solicitó el cierre del oleoducto que bombeaba el crudo hacia la Refinería. ¡Cuánta irresponsabilidad y falta de precaución!
Lo primero que se escuchó cuando inició el incendio fue una fuerte explosión cerca del sector donde se ubican las villas de Petroecuador, ahí se registraron una gran cantidad de personas quemadas; los testigos del hecho recuerdan que el crudo y la gasolina regados por la cañerías hacían volar las alcantarillas por los aires, muchos cilindros de gas explotaron, se trataba de un escenario casi de guerra, con explosiones y gente herida por doquier. Luego el incendió bajó por los riachuelos aledaños hasta el río Teaone, llenándolo todo de impresionantes llamas que se extendieron río abajo hasta la unión con el Esmeraldas. A medida que el fuego avanzaba iba arrasando con las humildes viviendas de caña, con los árboles frutales y animales domésticos y, sobre todo, con las vidas de muchos de los moradores del barrio La Propicia, que fue el más afectado, quienes no pudieron escapar del flagelo.
La gente pensaba que el incendio era en la Refinería y por ello se lanzaron al río, fue entonces cuando las llamas los alcanzaron, muchos cuerpos simplemente desaparecieron, posiblemente carbonizados. Las casas ardían y la gente en el interior no sabía si salir o quedarse, pues era igual de riesgoso estar adentro o afuera, donde todo se quemaba. El humo tóxico llenaba la atmósfera y la gente se asfixiaba, los/as más afectados fueron los/as niños/as. Algunas madres entregaron a sus hijos a las personas que intentaban huir en canoas, nunca más los volvieron a ver, ni a recuperar sus cuerpos, ni a saber nada de ellos.
En el río Esmeraldas la situación no fue mejor, pues el incendio avanzó rápidamente y tomó un depósito de gas que aumentó la magnitud de las llamas que se veían a kilómetros de distancia. A su paso el derrame fue matando a todas las especies de peses y aves marinas, quemando los manglares que aún no habían sido talados y las casas levantadas en la orilla de los ríos. Antes, la gente recuerda, se podía atrapar iguanas, langostas y mariscos de todo tipo en el sector, ahora todo está destruido. Finalmente, las llamas llegaron al puerto y ardieron hasta las 6 a.m. Muchas lanchas de los humildes pescadores fueron quemadas, en la desesperación de salvar su instrumento de trabajo algunos pescadores arriesgaron su vida. La gente recuerda que antes había pargo, dorado y picudo en el sector y que ahora deben ingresar mar adentro para lograr capturar algo. El petróleo llegó hasta la playa de las Palmas, a kilómetros de distancia. Ahora, a casi 10 años del suceso, la mancha negra duerme en el mar y día a día es alimentada con las descargas nocturnas de la Refinería, que continúa contaminando infamemente cuando se arrojan los desperdicios del hidrocarburo refinado en horas de la noche y madrugada «para que nadie se de cuenta».