El vertedero de residuos urbanos de Teruel acoge 500 buitres, rebuscando en la basura algo que comer. No es la imagen que imaginamos cuando hace veinticinco años debatíamos el futuro del buitre leonado, diezmado por el uso del veneno en España. Difícil podríamos prever que la especie volvería a restablecer sus poblaciones, que de nuevo […]
El vertedero de residuos urbanos de Teruel acoge 500 buitres, rebuscando en la basura algo que comer. No es la imagen que imaginamos cuando hace veinticinco años debatíamos el futuro del buitre leonado, diezmado por el uso del veneno en España. Difícil podríamos prever que la especie volvería a restablecer sus poblaciones, que de nuevo podríamos contar con ellos para limpiar los campos de restos de reses muertas; no aventuramos que el cumplimiento estricto de la norma y el abandono del sentido común sería una nueva amenaza para estas aves, que han terminado comiendo en basureros.
Tampoco visionábamos, que la economía del país iba a mejorar hasta el punto de optar por sistemas de alto coste energético para retirar los cadáveres de las granjas, y que estas se iban incrementar frente a la ganadería extensiva, con lo que los campos se iban a vaciar de ganados paciendo. Parecemos confiar hoy tanto en la tecnología, que ni nos planteamos que de nuevo debamos buscar métodos con menos coste energético en la producción de nuestros recursos y en la gestión de sus residuos, aún cuando el motor de nuestro sistema, el petróleo, no para de subir su precio
La población de Buitre Leonado creo que sigue siendo la mejor manera de eliminar cadáveres de animales que mueren en los campos. Y la ganadería extensiva la forma más racional de producir carne, y de moldear esos paisajes surgidos de la integración entre un modelo socioeconómico y la conservación ambiental. En esa cultura rural, el buitre es un elemento con una función fundamental.
Nuestra incorporación a un modelo urbano e industrial, nos hace olvidar las pautas que han permitido al España conservar una de los mayores índices de biodiversidad de Europa. Estamos observando que la elaboración de muchas leyes, -muy ambiciosas en objetivos, pero carentes de medios para su cumplimiento, además de que la falta de refundición de sus textos dificulta su comprensión e interpretación-, aunque políticamente son un buen medio para promocionar el trabajo hecho por la política, no están siendo más eficaces para la conservación del medio ambiente, como lo fue la aplicación del sentido común por una sociedad rural, conocedora del medio donde vivía.
Nuestro territorio interior, extensos paramos donde los árboles se arrinconan en las laderas más favorables donde se agrupan los carrascales y sabinares, o en el fondo de los barrancos donde subsisten hileras de choperas en torno al agua, queda relegado de las zonas puestas en valor por una economía que busca espacios donde ubicar segundas residencias, o espacios naturales que actúen como reclamos para desarrollar un turismo; por ello es también una esperanza para el mantenimiento de formas de vivir donde converger la explotación de los recursos con un medio poco urbanizado con abundantes elementos silvestres En esa búsqueda de alternativas para mantener esas economías rurales, apartadas de las zonas valoradas por el desarrollo urbano, se precisa una evaluación de los recursos. Entre las alternativas que se presentan, frente a explotaciones mineras, que alteran el paisaje y desvían sus beneficios hacía lugares alejados de donde se originan, sin duda hemos de apoyar la apuesta por una economía agroganadera capaz de ofrecer calidad frente a cantidad, moldeadora de un paisaje con que el que nos identificamos,y cuyo exponente fundamental es la ganadería extensiva. La aportación de ésta a la conservación de esos gigantes alados -los buitres leonados- ofrece una simbiosis, que debe ser apoyada, al menos, por unos consumidores capaces de distinguir las diferentes calidades del mercado, también las formas de producción capaces de aportar además de los productos comerciales, el mantenimiento de valores y servicios ambientales, que no por gratuitos son menos valiosos e imprescindibles; las administraciones públicas también deben afrontar este reto.