Faltan paisanos, aldeanos, baserritarras. Y no es de extrañar. Soplan malos vientos, pésimos tiempos, para quienes pretenden vivir con los pies en la tierra. «Hoy para ser campesino hay que tener más vocación que para ser cura», confesó hace unos años, en unas jornadas en Bilbao, Maite Aristegi, del sindicato agrario vasco EHNE. Vocación y […]
Faltan paisanos, aldeanos, baserritarras. Y no es de extrañar. Soplan malos vientos, pésimos tiempos, para quienes pretenden vivir con los pies en la tierra. «Hoy para ser campesino hay que tener más vocación que para ser cura», confesó hace unos años, en unas jornadas en Bilbao, Maite Aristegi, del sindicato agrario vasco EHNE. Vocación y valentía. La jauría humana avanza a las órdenes de los perros del capital y del progreso. Implacable. Cruel. Irresponsable. La mano que nos da de comer tiene las cosechas contadas.
La huerta mata. No cabe mayor atrocidad. Las raíces ahogan. Las semillas entierran. Un disparate. Una locura. Cerca de 150.000 campesinos indios se han suicidado entre 1997 y 2005. En India, cada 32 minutos, un agricultor se quita la vida. Son cifras oficiales, extraídas de una publicación del Ministerio de Interior que recoge todos los accidentes mortales y suicidios del país. El desastre puede ser aún mayor porque las estadísticas oficiales no incluyen a las mujeres campesinas.
La huerta mata. Y cada día más. En los cuatro estados indios más afectados, el incremento del porcentaje de suicidios de agricultores ha doblado en los últimos años al de no agricultores (un 52% frente a un 21%). «Hay modelos y tendencias claras e inquietantes tanto en los suicidios de agricultores como en los suicidios con pesticidas», señala el profesor K. Nagaraj, del Instituto de Estudios del Desarrollo de Madras. Desde mediados de los años noventa, los ingresos agrícolas se han derrumbado y las deudas multiplicado. La última salida, la más factible, atiborrarse de veneno para las malas hierbas y los malos bichos.
La tierra para quien la desprecia, saquea, humilla. El mundo al revés. Los pies en las nubes y la cabeza por los suelos. Va siendo hora, quizás, de nombrar al campesino especie protegida, declararlo patrimonio vital de la humanidad. No queda otra. Cuestión de supervivencia. Es muy sencillo: no hay agricultores, no hay comida.