La Casa Blanca se mostró preocupada por el acuerdo alcanzado en Indonesia durante la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, pacto orientado a revitalizar el Protocolo de Kyoto, al cual se opone Estados Unidos. Después de dos semanas de tratar de torpedear la reunión con ayuda de Japón y Canadá, bajo la presión de […]
La Casa Blanca se mostró preocupada por el acuerdo alcanzado en Indonesia durante la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, pacto orientado a revitalizar el Protocolo de Kyoto, al cual se opone Estados Unidos.
Después de dos semanas de tratar de torpedear la reunión con ayuda de Japón y Canadá, bajo la presión de sus propios socios europeos y de todo el Tercer Mundo, Washington aceptó, por fin, una fórmula de compromiso en Bali. El avance radica en que lo forzaron a reconocer en palabras una pequeña parte de su adeudo con la humanidad. No más. Algo parecido hicieron en Kyoto hace diez años, cuando a duras penas firmaron un protocolo que nunca enviaron a ratificación al Congreso y del cual se desentendió Bush inmediatamente de asumir el poder debido a que coartaba la codicia de las transnacionales norteamericanas.
Entonces y ahora los enviados de las grandes corporaciones recurrieron al mismo argumento de que se requiere también la obligación de los grandes países subdesarrollados para que la carga sea «pareja», como si el daño al entorno hubiese sido proporcional y no culpa fundamentalmente de las naciones industrializadas y su política de saqueo.
El acuerdo alcanzado en la isla indonesa establece que las negociaciones sobre el Protocolo de Kyto se extiendan hasta 2009, a fin de permitir que los países miembros de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático tengan tiempo para ratificar (¿lo hará EE.UU.?) el pacto, que expira en 2012, para luego firmar el documento de continuación hasta el 2020.
Hace un decenio había mucho optimismo cuando Washington firmó en Kyoto a pesar de sus recalcitrantes posiciones, y el resultado ha sido prácticamente nulo, debido a que Estados Unidos es el principal país contaminante del planeta, el que más energía consume y el que más gases de invernadero lanza a la atmósfera, por tanto, el que más nos calienta el clima. Y siguió haciéndolo.
Viendo los resultados de la reunión de Bali con mente despejada, las naciones industrializadas no han reconocido compromisos concretos. La fórmula de transacción es esperar a que otros firmen el Protocolo de Kyoto y comenzar una nueva discusión en el 2009, en lo que desde ahora se llama el «mapa de ruta de Bali», una denominación nacida de ciertos intentos de «pacificación» del Medio Oriente conforme a los intereses de Israel y Estados Unidos y que ha fracasado totalmente. Con franqueza, si un mapa de ruta naufragó debido a las posiciones de la Casa Blanca, ¿por qué poner tantas esperanzas en el de Bali? Las lecciones de engaño y desprecio que Estados Unidos ha regalado al mundo han sido demasiadas como para ignorarlas y depositar en ese gobierno la más mínima señal de confianza.
A pesar de que Paula Dobriansky, la subsecretaria de Estado para Democracia y Asuntos Globales, llegó a decir –después de las exigencias y presiones del orbe– «seguiremos avanzando y nos uniremos al consenso», las palabras hay que tomarlas con pinzas y verlas como producto de unas posiciones muy fuertes de parte de casi toda la Tierra, lo que demuestra, por cierto, que si el planeta se une a una causa justa, ni el imperio puede ignorarlo, aunque más tarde no haga caso, como en Kyoto.
Los delegados del Tercer Mundo estaban, evidentemente, decididos a no ceder y los europeos lo comprendieron primero y se empeñaron en convencer a los delegados norteamericanos, de donde salió la fórmula etérea del mapa de ruta. No aparecieron las cantidades contantes de gases que se deben disminuir.
La molestia de los pobres, de los que más pierden con el calentamiento del clima, fue muy bien expresada por el representante de Papúa-Nueva Guinea, Kevin Conrad, cuando, para expresar abiertamente el malestar de todos, le dijo a la Dobriansky: «Si no pueden ser líderes, deléguennos la tarea. Por favor, quítense del camino». Ello le valió una ovación.
Mas Washington no puede quitarse del camino; tiene que meterse en él, empujar el desvencijado carromato del clima y enfrascarse en componerlo.
Según reportó el diario mexicano La Jornada, el G-77 alienta acciones nacionales de los países del Sur para contener las emisiones de gases invernadero como parte de «un contexto de desarrollo sustentable, respaldado por tecnología y facilitado por financiación y capacitación» que deben salir de las arcas de los estados ricos. Hay disposición y voluntad.
Desde las orillas del Potomac se elevan expresiones de «preocupación» por lo sucedido. No creo que los resultados vayan a obligar a nadie del gobierno de Bush a dar pasos firmes para ayudar a esta Tierra que ellos tanto codician y quieren conquistar con guerras preventivas, amenazas y chantajes, según reveló un representante paquistaní. Solo sabemos que habrá más reuniones.