Dicen al unísono los medios de comunicación que el 22 de diciembre es un día para la esperanza de los españoles, y pensé que se firmaba un amplio acuerdo de paz en Oriente Medio, o que se decretaba al fin de la precariedad laboral, que es una cuestión que depende directamente de la honestidad y […]
Dicen al unísono los medios de comunicación que el 22 de diciembre es un día para la esperanza de los españoles, y pensé que se firmaba un amplio acuerdo de paz en Oriente Medio, o que se decretaba al fin de la precariedad laboral, que es una cuestión que depende directamente de la honestidad y la ideología real del gobierno de turno, como la especulación financiera en detrimento de la producción de la industria o de los servicios.
Pero no, se refieren al sorteo de Navidad, del que dicen que reparte riqueza entre los españoles. Un conocido articulista sostiene, con buen criterio, que esto sucede justo al revés: que en lugar de repartirse el dinero de los que más tienen, la gente con pocos recursos hace un esfuerzo económico para hacer un nuevo ricachón. Y digo yo que hasta es probable que le toque a un millonario previamente consolidado. Se trata del azar, que ha ocupado la práctica totalidad de la escaleta de los informativos de televisión, que pretenden convencernos de que no ha sucedido ningún otro acontecimiento informativo noticiable en todo el día, además de las nubes en el norte y el enésimo partido del siglo, el choque milenarista entre el Barça y el Madrid. Cuando era un redactor de a pie, uno de los mayores esfuerzos ‘periodísticos’ de una Redacción era hacer la cobertura de la Lotería. Un director furibundo nos echaba con la libreta a la calle para que el mundo aparentase girar sobre un lotero generoso o un barcito de pueblo emborrachado de décimos y vasos gruesos con Delapierre, entonces llamado champán. En aquellos tiempos -sin correo electrónico ni documentos digitales- las secretarias ‘picaban’ como posesas los números enviados a través de fax por la Administración de Loterías. Era un esfuerzo sobrehumano de toda la redacción, y un desprecio monumental a los problemas que ese mismo día, como siempre, seguían afectando a las personas de todo el mundo.
Con la omnipresencia de la ‘política de los políticos’ hemos perdido el hábito de reflexionar sobre la política de las ideologías, sobre cuál debe ser el modelo de sociedad más justo sin tener en cuenta intereses electorales, consignas de asesores, encuadres televisivos o faldones de publicidad en los periódicos. La izquierda parlamentaria ha perdido, en buena medida, esta reflexión profunda, bien respirada. Lo que a mí más me preocupa no es que la gente participe libremente de esta actividad que a mí me entristece pero acepto democráticamente. Lo que me molesta es que esta actividad consistente en inversiones de máximo riesgo esté creada, incentivada y publicitada por la Administración Pública (como el consumo del mismo tabaco de Hacienda que prohíbe Sanidad), pues el Estado debería ser el primer agente encargado de que nuestro futuro deje de depender del azar para depender, directamente, de lo que es justo y de lo que se ha ganado o se merece cada ciudadano. En lo que atañe a las oportunidades básicas del ciudadano, el azar es de derechas, y reducirlo a lo mínimo posible es la obligación moral de la izquierda. Y en este presuntuoso país sobran motivos para cortar de cuajo el azar de miles de personas sin vivienda digna, sin trabajo digno, sin una educación completa digna o en una adormecida lista de espera quirúrgica. A esto se debería jugar cuando ya se tienen cubiertas las necesidades básicas, pero si no sucede así se está produciendo una dejación de funciones, se produce un sistema de reparto injusto y se fomenta en la sociedad la falsa idea de que la mayoría de las desgracias del mundo no tienen solución politica.
Este mismo artículo en otros medios es abiertamente despreciado por sus lectores. Es lógico. Pero es sorprendente que entre los lectores de Rebelión nos encontremos con miles de personas que, con más o menos voluntad, acabamos siendo cómplices de ese gran fenómeno de usura estatal garantizada que son los juegos de azar. Que si la lotería del sindicato, que si los décimos del comité de empresa… alucinante.