Todo lo que piden las feministas es ridículo, aunque lo cierto es que según consiguen logros a favor de un mundo donde las mujeres no son seres humanos de segunda clase, toda la sociedad se beneficia. Pero la resistencia a esos cambios es profunda y las reacciones son continuas: cuando se da un paso en […]
Todo lo que piden las feministas es ridículo, aunque lo cierto es que según consiguen logros a favor de un mundo donde las mujeres no son seres humanos de segunda clase, toda la sociedad se beneficia. Pero la resistencia a esos cambios es profunda y las reacciones son continuas: cuando se da un paso en favor de la justicia, se sigue presión para el retroceso, lo que quizá explique que hayamos tardado siglos en llegar a entender que los derechos humanos son aplicables también a las mujeres, que éstas tienen derecho a participar en la vida política, acceder a la educación y la cultura, al mundo del trabajo remunerado, a decidir ellas si quieres o no tener bebés, a su propia vida sexual, derecho a definir su identidad y que se respete su dignidad como personas, ¿o no?
El derecho a que nombren tu identidad. ¿Da risa que las mujeres pidan que las traten en femenino al nombrarlas? ¿Puede cuestionarse ese derecho, el derecho a ser llamada «usuaria, suscriptora, alumna, profesora, licenciada, catedrática, jueza, ministra, abogada, editora, administradora»? El tratamiento en femenino a las mujeres, o para incluir a las mujeres al comunicarnos, se extiende en función de que las mujeres van accediendo a algo más que a lo que han accedido tradicionalmente; a medida que se va comprendiendo que los derechos humanos son también de las mujeres. Y el derecho a que te llamen de acuerdo a lo que eres es un derecho fundamental.
El derecho a no ser un objeto. ¿Es ridículo que se proteste para que la publicidad, la tele, el cine, el mercado dejen de cosificar a las mujeres? (¿Quién protesta por esto, que nos afecta a todos y todas todos los días?) Como si cosificar no fuera en sí suficientemente violento, la cosificación de las mujeres se especializa en su cosificación como objetos sexuales. (La opción machista de que se use también a los hombres así no es una reivindicación del feminismo, pues éste es un movimiento de derechos humanos, que trabaja a favor de la dignidad de todos los seres humanos.) ¿Acaso la gente que consume no sabe qué conceptos manejan los (y las) publicistas y quienes los contratan? Pon una chica haciendo boquitas, con pechos grandes o con el culo en pompa, aniñada a ser posible (que hay que seguir educando en que Ellos tienen la fantasía de tirarse a las niñas; confundir la inocencia de descubrir el sexo con la acción de la violación es perverso y conveniente), «viciosa» si no (pues hay que seguir educando en que Ellas tienen la fantasía de ser castigadas por malas, o sea, de ser forzadas, violadas; confundir la pasión y el deseo con la violencia es perverso y conveniente), y venderás mucho más, tu película, tu programa, tu producto… ¿Acaso no existe una vida sexual que no se base en estas deformaciones que tal precio tienen y han tenido en la mayoría de las mujeres del mundo a lo largo de los siglos? ¿Acaso no podemos sentir placer si no es denigrando a alguien, ejerciendo violencia contra alguien? Sí podemos, pero planteárselo, al parecer, es algo que no se quiere hacer, posiblemente porque la mayoría sigue pensando en que el abuso es inevitable, en que no tenemos opciones, como si no tuviéramos inteligencia para aprender a resolver nuestros problemas.
Que te nombre, que no te usen son reivindicaciones ridículas porque las mujeres no tienen derecho a pedir eso, pues el sistema social quiere perpetuar lo que siempre ha impuesto: que no se las nombre y que se usen sus cuerpos para cosas que nada tienen que ver con sus cuerpos, sus deseos, su identidad.