Angela Murillo, la jueza que ha presidido y protagonizado «el juicio farsa» denominado 18/98, al leer el veredicto contra 53 ciudadanas y ciudadanos de Euskal Herria, utilizó una expresión manifiestamente periodística para enfatizar que condenaba a 47 mujeres y hombres porque constituían «las entrañas y el corazón de ETA». Esa señora hablaba de esa manera […]
Angela Murillo, la jueza que ha presidido y protagonizado «el juicio farsa» denominado 18/98, al leer el veredicto contra 53 ciudadanas y ciudadanos de Euskal Herria, utilizó una expresión manifiestamente periodística para enfatizar que condenaba a 47 mujeres y hombres porque constituían «las entrañas y el corazón de ETA». Esa señora hablaba de esa manera y con este lenguaje, tan poco jurídico, como testaferro de un juicio político del Estado contra nuestro pueblo. Pero no cabe duda de que acertó en la definición de ese puñado de militantes abertzales. Ciertamente todas esas personas son las «entrañas y el corazón», pero no de ETA, sino del Pueblo Vasco.
Y el Estado neo-fascista de España dirige la condena precisamente contra todas aquellas que pueden constituir los órganos vitales del «cuerpo viviente» que es Euskal Herria. Angela Murillo y el resto de los jueces del tribunal especial, así como los representantes del PSOE que les han dictado «la sentencia ejemplar», saben perfectamente que esas personas no son de ETA ni actúan a su servicio. Cuando afirman lo contrario, saben que mienten como bellacos, que es una sentencia totalmente injusta, que el objetivo que persiguen es otro. Pero como no se atreven a confesar la verdadera finalidad de la condena, que no es otra que «atemorizar» a todos los que apuestan resueltamente por modificar el modelo de estado heredado del franquismo, tratan de justificar lo injustificable con mentiras y patrañas. El delito de todos ellos es perseguir el objetivo democrático de recuperar el derecho a decidir para Euskal Herria y conseguirlo por métodos absolutamente lícitos. Todos ellos y ellas son militantes veteranos que han realizado su aportación desde distintos ámbitos populares, pero con ese mismo objetivo.
El diario «Egin», por ejemplo, nació como un proyecto popular en base a aportaciones económicas de miles de abertzales y realizó un trabajo informativo encomiable hasta que lo cerraron los nuevos inquisidores del sistema. La información de «Egin» era molesta porque era crítica con el poder establecido. Molestaba porque fue la voz de los sin voz, porque era el eco de la rebeldía contra la injusticia. Era el periódico al que acudían los trabajadores para informar a la sociedad sobre sus luchas y reivindicaciones ante los numerosos conflictos laborales. Sus páginas estaban abiertas a los ecologistas, a las luchas feministas, a los movimientos vecinales de los barrios pobres y marginados, a las distintas iniciativas alternativas. Se defendían el euskara y la cultura vasca. Recién creado, el periódico se decantó abiertamente contra la Constitución del año 78, porque cercenaba los derechos democráticos de nuestro pueblo y era el corsé con el que nos querían ahogar. Criticó el Estatuto de Autonomía elaborado en la Moncloa para las tres provincias vascas más occidentales, al igual que el denominado Amejoramiento Foral de Nafarroa. Y durante todos los años de existencia, «Egin» nos aportó aire fresco y razones para seguir en la brecha a favor de una Euskal Herria libre y solidaria. Por eso molestaba.
Tuvo el periódico reconocidos nombres en la dirección, entre ellos Javier Salutregi o Teresa Toda; cientos de periodistas; un Consejo de Administración en el que aportaban su experiencia empresarial personas tan honestas como Jose Luis Elkoro, contables tan honorables como Pablo Gorostiaga, periodistas que trabajaban también de profesores en la universidad, como Jesux Mari Zalakain o militantes tan entregados como los hermanos Murga. Y miles de lectores. Miles de ciudadanos que todas las mañanas se alimentaban con las noticias y la visión de la realidad tan propia como crítica de aquel nuestro periódico. Todas estas personas y muchas más hacían posible editar todas las mañanas «Egin». Con la sentencia del 18/98 descargan en forma de castigo judicial y les quiere hacer pagar a nuestros compañeros su rabia acumulada contra quienes se atrevieron a mantener un periodismo revolucionario. El delito de informar con valentía es castigado con mucho más de cien años de cárcel.
Otros de los acusados han desempeñado su militancia política activa en la organización y dinamización de la izquierda abertzale. Y claro, como con un sector político tan activo no pueden intentar relanzar un nuevo maquillaje del estado, necesitan primero criminalizar para después encarcelar por ideas tan peligrosas como las de luchar políticamente por la independencia y el socialismo. Muchos de ellos congeniaban militancia política con el impulso de pequeñas empresas totalmente legales, que pagaban sus impuestos regularmente y se abrían camino en el campo económico. Garzón cerró las empresas o las hizo inviables y castigó duramente su militancia política y la osadía de defender pública y abiertamente ideas tan peligrosas. Les endosó el crimen de pertenecer a Ekin, una organización que nunca ha tenido armas ni ejercido acción violenta alguna. Pero, ¡qué importa! hay que cortar las alas a la izquierda abertzale. Y para ello todo vale. Txente, Olatz, Pablo, Jose, Patxi, Ruben e Inma, por mencionar sólo a aquellos con los que hemos compartido militancia en Santutxu, ¿qué otro delito han cometido que el de trabajar por un reparto equitativo de la riqueza y la plena soberanía política de nuestro pueblo?
Todavía existen más acusaciones. Hay otro delito de extrema gravedad que han cometido algunos incluidos en dicho sumario y es la de informar a lo largo y ancho del mundo sobre la realidad de Euskal Herria. Los inolvidables Jokin Gorostidi o Gorka Martinez, acusados de tan horrendo crimen, quedaron en el camino. Otros como Miriam, Korta o Iñigo ElKoro sufren condena o esperan un nuevo juicio. Sin prueba de actividad ilícita alguna son condenados cada uno a más de una docena de años. Mientras, los responsables de los 36 asesinatos del GAL, gozan de libertad. Después hablan de que no se puede deslegitimar la justicia, ¡pero si ellos con sus hechos se deslegitiman a sí mismos!
¿Y qué decir de la pieza «Zumalabe»? Se han atrevido a condenarles a más de nueve años por el terrible crimen de impulsar la desobediencia civil. No les pueden imputar ningún hecho delictivo en concreto, pero les condenan por pertenencia a ETA porque dicen que es dicha organización la que promueve esa vía política. ¿En qué quedamos, no es ETA una organización que lucha con las armas en la mano? Defender la vía de la desobediencia civil ¿desde cuándo es delito y motivo para enviar a la cárcel? Varios de ellos han quedado en libertad bajo fianza, pero entre los otros nuestro querido amigo Iñaki O´Shea está en prisión. Es la venganza a su incansable y coherente militancia. ¿Quién puede negar que en el Estado español se persiguen con saña determinadas ideas y opciones políticas?
Yasí hasta la larga lista de 47 militantes abertzales. Todos ellos configuran «las entrañas y el corazón» de un pueblo rebelde ante la opresión y la dominación propia y extraña. El Estado, con la complicidad de algunos sectores vascos-españoles ha declarado la guerra a todas y todos los que apostamos por que las decisiones económicas, culturales, lingüísticas o políticas no las sigan tomando en París o Madrid, sino que las decidamos en nuestro pueblo. Este nuevo órdago, por duro que sea, no nos va asustar. Este pueblo tiene un corazón grande y, al mismo tiempo, una musculatura endurecida en la larga lucha que llevamos. Gozamos de buena salud porque el convencimiento nos da mucha fuerza y seguridad.