Desde tiempos inmemoriales se comenta: «No se puede transformar el mundo sin transformar al hombre». No obstante en el planeta del siglo XXI, estimo más acertado afirmar: «No se puede transformar al mundo ni al hombre, sin la acción de la mujer». Sirva esta idea como reflexión frente al anacrónico ideario de la Sociedad Patriarcal, […]
Desde tiempos inmemoriales se comenta: «No se puede transformar el mundo sin transformar al hombre». No obstante en el planeta del siglo XXI, estimo más acertado afirmar: «No se puede transformar al mundo ni al hombre, sin la acción de la mujer». Sirva esta idea como reflexión frente al anacrónico ideario de la Sociedad Patriarcal, según el cual el género masculino ha figurado como representante único de la especie humana a lo largo de toda su historia. Hace casi un siglo desde que Clara Zetkin, incansable revolucionaria y luchadora social nacida en Alemania, propusiera la celebración del «Día Internacional de la Mujer Trabajadora», como fecha de dignificación de la mujer proletaria. Aquella histórica iniciativa, aprobada en el marco de la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Socialistas en la capital de Dinamarca en 1910, sienta el precedente para la conmemoración del 8 de Marzo; que permanece como día mundial para la defensa de los derechos de la mujer. Más recientemente fortalecido ideológicamente mediante el concepto de «La Equidad de Género».
El estudio de este tema, nos conduce a la revisión de mitos ancestrales, conductas aprendidas y al más profundo auto examen como mujeres, hombres y sociedad sobre el papel que nos corresponde en la lucha por abolir el «Modelo Patriarcal Androcéntrico (sexista) de visión y división del mundo», así como la instauración de un «Modelo de igualdad sustantiva entre hombres y mujeres», es decir: «La Equidad de Género». En este marco, es imprescindible la compresión científica de que la Dictadura del Patriarcado es hija de la Dictadura del Capitalismo, pues de la propiedad monopólica de la Burguesía sobre los medios de producción, surge un aparataje socioeconómico de sometimiento y exclusión contra los otros sujetos sociales que no tienen la condición de propietarios en la economía, es decir: 1) La clase explotada, integrada por trabajadores y asalariados. 2) Los grupos segregados por razones étnicas. 3) Los desclasados. 4) La mujer, a quien por una supuesta inferioridad «natural», se le confinó al trabajo doméstico no remunerado.
En efecto, la de vida de la mujer no escapa de las penurias propias de la división de clases que impone la sociedad capitalista a todos sus integrantes. De ello se desprende que aun persistan viejas calamidades sobre ella dentro de la clase popular, que además de cumplir su jornada diaria de trabajo fuera de casa, enfrenta sola la sobrecarga de trabajo del hogar; a causa de los resabios de la abominable cultura patriarcal que presupone «normal» no recibir apoyo de su consorte. A todas luces, nuestra era nos muestra que el masivo acenso de la mujer en la producción de bienes y servicios, ha sido el motor principal de una emancipación radical que abarca todos los ámbitos de la vida moderna. No cabe duda de que la sociedad global ha sido escenario de trascendentales conquistas femeninas que trascienden el campo del trabajo y se extienden a múltiples espacios en las últimas décadas, tales como política, la ciencia y la educación.
Hoy podemos afirmar que transitamos una etapa histórica más favorable que cualquier época anterior hacia la concreción de la «equidad de género», para que mujeres y hombres tengan iguales derechos y obligaciones en la esfera pública y privada. Ello implica dar una gran batalla para derrotar paradigmas, tabúes y arquetipos que datan de la sociedad primitiva; así como la sistemática y degradante «cosificación sexual» de la mujer (trato de objeto sexual) dirigida hoy por los medios transnacionales de comunicación, que erosionan y socavan la conciencia de las masas. En este escenario, es primordial redefinir los modos y las relaciones en que mujeres y hombres producen los valores materiales y espirituales de la sociedad, y el sistema que les provee el sustento para vivir; porque solo puede existir auténtica «Equidad de Género» en un Estado social y democrático de Derecho y de Justicia sin opresores ni oprimidos, que garantice la libertad de todas las clases explotadas y revalorice el trabajo frente al capital, erradicando todas las formas de explotación imaginables. La tarea de transformar la sociedad, no depende solo de políticas públicas del Estado o reformas legislativas; sino que nos plantea llevar a cabo una genuina revolución en lo político, intelectual, económico, social y cultural, donde la plena unión entre revolucionarias y revolucionarios es indispensable.
Luchemos por un sistema de nuevas relaciones humanas, sustentado en los valores de equidad, justicia, democracia, respeto, tolerancia y fraternidad, que promueva un ambiente sano y la igual dignidad de todos sus integrantes. Solo así, honraremos a nuestras amadas mujeres y seremos consecuentes con el ejemplo de lucha de nuestras más destacadas heroínas populares venezolanas, hasta el siglo XX: Eumelia Hernández, Carmen Clemente y Argelia Laya. En el siglo XXI: María León. «Hablar de Equidad de Género es hablar de Socialismo».