En un artículo publicado en www.rebelion.org con fecha 12 de marzo de 2008 que no merece pasar desapercibido, Pascual Serrano argumentaba de forma sensatamente realista lo que parece a todas luces razonable: que independientemente de otras consideraciones que pueden y merecen tenerse en cuenta, no cabe el engaño por más tiempo: los ciudadanos que votan […]
En un artículo publicado en www.rebelion.org con fecha 12 de marzo de 2008
que no merece pasar desapercibido, Pascual Serrano argumentaba de forma sensatamente realista lo que parece a todas luces razonable: que independientemente de otras consideraciones que pueden y merecen tenerse en cuenta, no cabe el engaño por más tiempo: los ciudadanos que votan en más de cuarenta provincias españolas saben perfectamente, y no se equivocan en lo más mínimo, que sus votos a IU no tienen por ahora -largo ahora- efectos electorales directos y es lógico, sea cual sea la lógica a la que queramos apelar, mas allá de consideraciones sobre lo que uno es y siente políticamente, que siendo de izquierdas, compartiendo el ideario de IU, incluso postulando objetivos más radicales y más antisistema, voten al PSOE como opción mejor entre las no deseadas. Miles y miles de ciudadanos saben que votar en conciencia -en consciencia política no entregada- en el sistema electoral actual es tirar su voto al archivo de los principios sin (casi) traducción política.
Añade Pascual Serrano: «no hay proyecto ilusionante en IU que pueda romper con esta perversión. No debemos engañemos». No nos engañemos.
Y, consiguientemente, sacando estrategias de un análisis matizado y poco discutible, «va siendo hora de que Izquierda Unida se plante de forma contundente contra esta farsa electoral y deje de seguir perdiendo fuerzas, dinero, ilusiones y potencial humano en unas convocatorias electorales perfectamente diseñadas para mantenerla en la marginalidad siempre. Podremos tener mejor o peor dirección, hacer seguidismo o combatir las políticas neoliberales del PSOE, reactivar el PCE o no, cambiar la dirección actual, pero siempre estaremos condenados a la marginalidad parlamentaria y nunca el modelo será democrático y representativo del ideario ciudadano».
No veo ninguna objeción a esta inferencia. La consideración es independiente de cualquier cosa que podamos pensar sobre la importancia de las elecciones, sobre la bondad democrática de nuestras instituciones parlamentarias, en torno al disparate del senado como cámara de control de la derecha, sobre el valor de la lucha política en las instituciones, sobre su permanente vaciado de poder real, sobre el creciente papel encorsetador de las grandes corporaciones, incluso sobre la conveniencia de abstenernos en determinadas circunstancias. Es igual, tanto da el valor que concedamos a todo ello, en el supuesto de que admitamos que tiene alguna importancia la lucha institucional, que su papel no es nulo, como toda razonable aproximación parece indicar.
Hay que añadir, además, que, como todos sabemos y a veces queremos olvidar, la estrategia política montada en la transición por personas con nombres y apellidos conocidos pretendía precisamente lo que ahora, 30 años después, se está consiguiendo: reducir al PCE, al PSUC, y a sus formaciones herederas, a la insignificancia institucional en el ámbito del Estado con las consecuencias por todos conocidas: marginalidad, crisis, luchas internas, desacuerdos de difícil disolución, escaso eco social, desesperación, abandono en algunos casos. Etcétera no vació. El diseño institucional de la transición tenía ese objetivo. Uno de sus diseñadores lo ha reconocido públicamente con toda tranquilidad anímica. Este es el marco político que quisieron generar en España. Atado y bien atado.
Por todo ello, en estos momentos de crisis y reflexión, que, con sosiego, pueden ser tiempos buenos para la reflexión, admitiendo que los cambios necesarios y ciertamente urgentes pasan por la rectificación de errores (entre ellos, tres expulsiones inadmisibles) y por la necesidad de defender públicamente propuestas en positivo, bien estudiadas y novedosas si fuera el caso (y a poder ser uniformes, aunque sea con tonalidades distintas), tenemos aquí un punto básico que, por lo demás, con toda probabilidad, puede ser defendido por cualquier ciudadano/a que aspire a una mínima dignidad democrática. De hecho, creo que puedo afirmarse sin error, mi experiencia así lo apunta, que ciudadanos que jamás nos han votado y que probablemente no nos voten en muchos años, coinciden en que la situación actual es inadmisible, que la actual ley electoral es totalmente injusta y que también ellos apuestas y están de acuerdo con una ley que garantice la diversidad y la proporcionalidad.
Añado un apunte más para ver señalar la situación de debacle cultural en la que nos encontramos. En un programa de la cadena del Ser mercantil que se emite los lunes, y que cuenta con la colaboración de Herrero del Miñón, Pere Portabella y don Santiago Carrillo, votante el segundo de ICV y el tercero del PSOE, el ex dirigente del PP comparó el pasado lunes los ambientes de las sedes del PSOE y del PP en la noche electoral. En esta última, comentó el insigne constitucionalista, el ambiente era crispado, con gritos destemplados. En la sede del segundo, en la sede del PSOE en cambio, aparte de una bandera anticonstitucional republicana, la situación fue mucho más tranquila.
No me he equivocado: bandera anticonstitucional. Que Herrero del Miñón use esos términos y aproveche la ocasión, es consistente con su trayectoria política. Que Pere Portabella y Santiago Carrillo ni siquiera digan que a «camion» le falta una tilde, es señal inequívoca de la entrega, de la derrota política en la que estamos y de la que debemos levantarnos con urgencia.
Para ello, propuestas políticas razonables, llenas de sensatez, de inteligencia, enfrentadas a un sistema de balanzas sesgadas e injustas, como la defendida en esta página por Pascual Serrano, deben merecer todo nuestro apoyo. No sólo teórico claro está y no sólo de forma puntual para luego situarla en el archivo de las propuestas olvidadas. Deben ser parte del programa, programa, programa de los tiempos venideros.