Estaba más que anunciado: lejos de jugar en la Champions League, estamos en pleno descenso de categoría. El Gobierno mantiene la táctica del Titanic: que la orquesta siga tocando mientras el barco se hunde. Como si no pasara nada, siguen llamando desaceleración a una crisis como un castillo. El Gobierno contaba con un compás de […]
Estaba más que anunciado: lejos de jugar en la Champions League, estamos en pleno descenso de categoría. El Gobierno mantiene la táctica del Titanic: que la orquesta siga tocando mientras el barco se hunde. Como si no pasara nada, siguen llamando desaceleración a una crisis como un castillo.
El Gobierno contaba con un compás de espera antes de que comenzara el barullo. Para eso tenía a sus guardaflancos habituales: los dirigentes de CCOO y UGT en el frente sindical, y los jefes de IU, ERC o BNG, en el político. El PP, con sus jerifaltes asestándose navajazos entre sí, tampoco iba a dar especial guerra. Pero he aquí que el descontento general ha comenzado a tomar la calle y ha dado paso al movimiento. Los trabajadores, la juventud y otros sectores populares han comenzado a movilizarse, sin darle al Gobierno ni los 100 días de gracia.
El ataque a los salarios directos, vía la carestía, y el desmantelamiento de servios públicos como la sanidad o la educación, han sacado a miles a la calle en las últimas semanas. A las movilizaciones estudiantiles contra la LOU y Bolonia les sucedieron las de los trabajadores de TMB de Barcelona, EMT de Madrid, recogida de basura y limpieza viaria madrileña, Telefónica, profesores, Casal de Sevilla… Hemos visto manifestaciones masivas contra la privatización de la educación o en defensa de la Sanidad pública. Los pescadores se han unido a las protestas y en breve lo harán los camioneros.
Desde el progubernamental grupo Prisa se alzan voces de alarma: «si se acaba la paz social, esto puede ser terrible». Claman por un Pacto social. De momento, Gobierno, burocracia sindical y patronal están negociando cómo arremeter contra los trabajadores inmigrantes, mientras preparan para después del verano un ataque en profundidad contra las pensiones públicas. En paralelo, han comenzado a lanzar globos sonda para, conforme avance la crisis, acometer ataques masivos contra la negociación colectiva, los salarios y la estabilidad en el empleo.
El verano no se promete tranquilo y el otoño se anuncia caliente. Es ya evidente que entramos en una nueva coyuntura política. Se acabó ya la «prosperidad» y con el PP hecho unos zorros, ya no vale aquello de «que viene el lobo». Se ha abierto la posibilidad de que la movilización de trabajadores y jóvenes vaya a más y se sitúe en el centro del escenario.
Es todo un desafío para la izquierda revolucionaria, favorecido por la bancarrota de IU. Para Corriente Roja y todos los colectivos y activistas que hemos venido abogando por la lucha y por levantar un Bloque o Frente anticapitalista, la nueva realidad nos exige redoblar esfuerzos. Pero no se trata de perdernos en las alturas y consumirnos en debates entre la «vanguardia alternativa». Construir un Bloque anticapitalista exige hoy, ante todo, unir las fuerzas de los activistas para volcarse en las luchas, rodearlas de solidaridad, ayudarlas a centralizarse y levantar una salida obrera a la crisis.