Es de auténtica vergüenza colectiva vernos en los supermercados, en la gasolineras o en los establecimientos comerciales, aterrorizados por el miedo a quedarnos sin alimentos, sin medios de transporte, sin productos de primera necesidad debido a una huelga de transportistas que nos afecta a todos, pero no en sus efectos, sino en sus motivaciones. Vemos […]
Es de auténtica vergüenza colectiva vernos en los supermercados, en la gasolineras o en los establecimientos comerciales, aterrorizados por el miedo a quedarnos sin alimentos, sin medios de transporte, sin productos de primera necesidad debido a una huelga de transportistas que nos afecta a todos, pero no en sus efectos, sino en sus motivaciones. Vemos como durante las tres últimas décadas los beneficios de los Bancos y Cajas de Ahorro crecen progresivamente gracias a nuestros ahorros e hipotecas. Vemos como las tasas de ganancia de las grandes empresas nacionales y multinacionales que operan en nuestro país y en el resto de los países del mundo crecen gracias a la creciente precariedad y explotación de las personas que trabajamos. Vemos como las administraciones centrales y autonómicas registran superávit gracias al incremento de los impuestos directos y sobre todo de los indirectos con que gravan los productos básicos que consumimos. Vemos como esas administraciones invierten ese dinero, nuestro dinero, en macro-infraestruturas que van en contra de cualquier criterio de desarrollo sostenible y de autogobierno de los pueblos.
Mientras hay crecimiento económico para unos pocos privilegiados que son quienes dan una imagen falsa de simulación de bienestar generalizado, la mayoría de las personas que trabajamos y sobre todo quienes están privadas del derecho al trabajo, vemos como nuestro poder adquisitivo cada vez es menor. Esto es lo que nos ha traído el actual modelo de «construcción europea» y en relación con ella la «moneda única».
No aprendemos de la historia, más bien vivimos a espaldas de ella y en virtud de un falso y hegemónico concepto de progreso, del terror a la muerte y a la destrucción las provocamos. Así paradójicamente las tres grandes revoluciones tecnológicas de la humanidad (neolítica, industrial y cibernética) nos han traído el progreso sin precedente del hambre en el mundo y de las guerras más despiadadas.
El desmesurado incremento del precio de los carburantes de la electricidad o del gas, no provienen de la escasez de los mismos, sino en todo caso de su injusta gestión, pues no nos olvidemos que de ese incremento se benefician las grandes empresas multinacionales de la energía como Repsol, Cepsa, Gas Natural, Iberdrola o Endesa por citar algunas. Esas empresas siguen revitalizando y haciendo crecer exponencialmente sus tasas de ganancia.
Estas huelgas que protagonizan transportistas autónomos, pescadores y agricultores que son los más perjudicados y los únicos productivos a efectos de creación de bienes básicos y su distribución, o las actuales propuestas de los países más poderosos de la «Unión europea» de hacer trabajar, sobre todo a los sectores más precarizados, hasta 65 horas semanales, no son sino los primeros síntomas de las futuras crisis que se nos avecinan.
Estas futuras crisis vienen provocadas por los caníbales que se empeñan en imponer un modelo socio-económico al servicio de la acumulación del capital y de la riqueza en una pocas manos, devorándonos y convirtiéndonos a la mayoría de la humanidad, a los animales, a las plantas, a las materias primas, a las fuentes naturales de energía en meros objetos utilizables o desechables en la medida que servimos a tal fin.
Pero su modelo económico llegará, tarde o temprano a tocar techo. Ellos lo saben. Las nefastas consecuencias acumuladas de su afán depredador es el germen de futuras revueltas sociales que inexorablemente sufriremos, especialmente los más desfavorecidos, pero que darán al traste con cualquier proyecto de sostenibilidad.
Es la hora de elegir. Y una vez más esa elección pasa por darnos cuenta de que las posibles respuestas no son individuales, sino colectivas, de que el camino es la solidaridad, no por que tarde o temprano nos tocará a todos, sino por que es la única manera de vivir con dignidad, en lugar de sobrevivir como depredadores.
Los motivos de estas huelgas que los gobiernos se empeñan en definir como «ilegales» nos afectan a toda la sociedad y, en lugar de practicar el sálvese quien pueda en un escenario de miedo generalizado, habrán de convertirse en argumentos de necesidad para librar una huelga social general que nos obligará a replantearnos la forma de vida que se nos impone.
De lo contrario la nueva gestión de la escasez fundamentada en el desorden, en la mercantilización de toda relación social, en la fabricación de seres idiotizados, nos obligará a aceptar la degradación del planeta y dentro de él la de los seres humanos. No esperemos a que los gobiernos, los partidos políticos, los empresarios o los sindicatos nos den soluciones. Ellos más bien son parte del problema. Empoderarnos y sumarnos a la huelga es el camino para acabar con la lacra de un mercantilismo autodevorador y con unos estados a su servicio.
César Manzanos Bilbao, Doctor en Sociología, Profesor en la Universidad del País Vasco.
http://www.eutsi.org/kea/lucha-social/estado-espanol/motivos-para-la-huelga-social-general.html