Casi todo el mundo parece estar de acuerdo: los gobiernos se enfrentan a una elección entre salvar el planeta y salvar la economía. Cuando se aproxima la recesión, la presión política para abandonar las políticas verdes se intensifican. Un informe publicado ayer por Ernst and Young sugiere que los timoratos objetivos sobre el carbono de […]
Casi todo el mundo parece estar de acuerdo: los gobiernos se enfrentan a una elección entre salvar el planeta y salvar la economía. Cuando se aproxima la recesión, la presión política para abandonar las políticas verdes se intensifican. Un informe publicado ayer por Ernst and Young sugiere que los timoratos objetivos sobre el carbono de la UE aumentaran los precios de las facturas energéticas un 20% durante los próximos 12 años (1). La semana pasada los consejeros del Primer Ministro admitieron a The Guardian que sus planes sobre energías renovables se encontraban «en los márgenes» de lo que la gente podía tolerar. (2).
Pero esos miedos están basados en una presunción falsa: que hay una alternativa barata a una economía verde. La semana pasada la revista New Scientist publicó una encuesta realizada a expertos de la industria petrolera, la mayoría dijeron que se alcanzaría el pico del petróleo en 2010 (3). Si están en lo cierto, se acabó el juego. Un informe publicado por el Departamento de Energía de los EEUU en 2005 argumentaba que al menos que el mundo comience un programa de choque sobre los sustitutos 10 o 20 años antes del pico del petróleo, una crisis «como ninguna otra a la que se haya enfrentado la sociedad industrial moderna» es inevitable (4).
Si el mundo se está deslizando hacia una recesión, es en parte por que nuestros gobiernos creyeron que podían elegir entre economía y ecología. El precio del petróleo es tan alto y hace tanto daño por que no ha habido un esfuerzo serio para reducir nuestra dependencia. Ayer en The Guardian, Rajendra Pachauri sugirió que una recesión inminente podría forzarnos a enfrentarnos a los fallos en la economía global (5). Desgraciadamente, hasta ahora parece que está teniendo el efecto contrario: una reciente encuesta de Ipsos Mori sugiere que la gente está perdiendo el interés sobre el cambio climático (6). Las oportunidades para un populismo energético abundan: no pasará mucho tiempo antes que uno de los principales partidos políticos abandone el marchito consenso verde y comience a invocar una abundancia de petróleo que no podrá sostener.
El gobierno Británico mantiene ambas posiciones al mismo tiempo. Gordon Brown en su discurso de la semana pasada dijo que quería «facilitar una reducción en el precio global del petróleo a corto plazo» mientras que buscaba «la reducción progresiva de nuestra dependencia de petróleo» (7). El sabe que su primer objetivo hace que el segundo sea más difícil de conseguir. La política del gobierno es construir más de todo- más centrales de carbón, más centrales nucleares, más pozos petrolíferos, más renovables, más carreteras, más aeropuertos- y espero que nadie se dé cuenta de las contradicciones.
¿Hay alguna salida? ¿Podemos abandonar la economía basada en el petróleo sin provocar un cataclismo? Dos cosas son obvias. Necesitamos un sistema global, y el actual, el Protocolo de Kyoto no sirve. No fija un límite en la polución de carbono globalmente, sus objetivos no guardan relación con la ciencia actual y además no se pueden implementar, contiene agujeros y cláusulas de escape lo suficientemente anchas para que pase un barco petrolero.
Hasta hace poco he apoyado un sistema alternativo llamado Contracción y Convergencia. Este sistema propone que cada país termine con la misma asignación de dióxido de carbono por persona. Los países mas ricos deben producir mucho menos que en la actualidad, los más pobres podrían contaminar más. Otra propuesta sigue lógicamente de ésta: racionamiento del carbono. Una vez asignada su cuota de carbono, cada país divide en partes iguales a sus ciudadanos, que las utilizarían al pagar la electricidad o para comerciar entre ell@s. Estas propuestas tienen la virtud de fijar un tope en las emisiones globales, de ser justas, progresivas y fáciles de entender y además nos animarían a valorar y pensar nuestro uso energético.
Pero después de leer las evidencias en un libro de un pensador independiente Oliver Tickell, que se publicará este mes, he cambiado mi punto de vista. En Kyoto 2: como controlar los gases d efecto invernadero globales, Tickell destroza mis ideas favoritas (8). El muestra que no existen unas bases lógicas para dividir el derecho a contaminar entre los países. Esto les daría demasiado poder sobre ese producto, además no hay garantías de que dividirían los derechos entre sus ciudadanos, o que utilizarían el dinero recaudado para implementar una economía verde. Argumenta que el racionamiento de carbono, requiere un nivel de entendimiento económico que está lejos de ser universal en las economías más avanzadas, que decir en países donde la mayoría de la población no tiene cuentas bancarias.
En su lugar Tickell propone fijar un límite global de contaminación de carbono después de vender los permisos para contaminar a las compañías que extraen o refinan combustibles fósiles. Esto tiene la ventaja de regular a unas pocas de miles de corporaciones -las que manejan las refinerías de petróleo, limpiadoras del carbón, tuberías de gas y trabajos de cemento y fertilizantes por ejemplo- en lugar de a miles de millones de ciudadanos. Estas compañías comprarían sus permisos en una subasta global, manejada por una coalición de los bancos centrales mundiales. Hay un precio de reserva, para asegurarse que el precio del carbono no sea demasiado bajo, y un precio máximo, al que los bancos prometen vender los permisos, para asegurarse que el precio no daña la economía global. En este caso, las compañías tomarían prestados permisos para el futuro. Pero ya que el dinero recaudado será invertido en renovables, la demanda de combustibles fósiles caerá, por lo que se necesitaran menos permisos los años subsiguientes.
Tickell calcula que si el tope se fija lo suficientemente bajo para que el mundo sea neutral de carbono en 2050, el coste total de los permisos costaría 1 billón de dólares al año, mas o menos un 1,5% de la economía global. El dinero se utilizaría en ayudar a los pobres a adaptarse al cambio climático, en pagar a los países para que protejan sus selvas u otros ecosistemas, desarrollar agricultura baja en carbono, promover la eficiencia energética y construir plantas de energías renovables.
Pero su cifra parece que es muy baja. Como muchos de los científicos climáticos mundiales. Oliver Tickell propone que la concentración de gases de efecto invernadero debe ser estabilizada eventualmente en 350 ppm CO2 equivalentes en la atmósfera y sus cálculos están basados en ese objetivo. La semana pasad Lord Stern sugirió que alcanzar una meta menos ambiciosa (500ppm) costaría el 2% del producto mundial bruto (9). Si el precio de los permisos de carbono subastados fuesen mucho más altos de los que Tickell sugiere, el dinero extra podría se utilizado para devoluciones masivas de impuestos y en gasto social, especialmente dirigidos a ayudar a los pobres. Pero, ¿puede el mundo permitírselo?
Este dinero no desaparece, se gasta. La propuesta de Ticknell podría representar una clásica solución Keynesiana para una crisis económica. La cifras de 1,2 o incluso 5 billones de dólares que costaría el sistema es utilizado para que este comience a funcionar una revolución industrial verde, un nuevo New Deal no tan diferente del original (cuyo más exitoso componente fue el Civilian Conservation Corps de Roosvelt, que protegió los bosques y tierras de cultivo) (10). No seria la primera vez que las empresas son rescatadas por las medidas que tanto les disgustan: existe una larga trayectoria de lobbys de las corporaciones contra el tipo de gobierno que fomenta el gasto público y que rescata eventualmente a las economías de las corporaciones.
¿Queremos salvarlas, incluso si pudiésemos? Es muy difícil entender como el actual ritmo de crecimiento de la economía global del 3,7% anual (lo que significa que la economía global se duplica cada 19 años) puede ser sostenido (11), incluso si todo funcionase con el sol y el viento. Pero esa es una pregunta para otra columna y puede que para otro tiempo, cuando el actual pánico económico haya desaparecido. Por ahora, tenemos que encontrar los medios de salvarnos de nosotros mismos.
Artículo Original: Green Lifeline
A radical new idea could save the world’s ecosystems. But what will it do to the economy?
Por George Monbiot. Published in the Guardian 1st July 2008
George Monbiot ha recibido un doctorado honorario por la Universidad de St. Andrews.
http://www.monbiot.com/archives/2008/07/01/green-lifeline/
Traducido por Félix Nieto para Globalízate
Referencias:
1. BBC Online, 30th June 2008. Green target ‘to hike fuel bills’. http://news.bbc.co.uk/1/hi/business/7480204.stm
2. Juliette Jowit and Patrick Wintour, 26th June 2008. Cost of tackling global climate change has doubled, warns Stern. The Guardian.
3. Ian Sample, 25th June 2008. Oil: The final warning. New Scientist.
4. Robert L. Hirsch, Roger Bezdek and Robert Wendling, February 2005. Peaking Of World Oil Production: Impacts, Mitigation, & Risk Management. US Department of Energy. This was originally leaked and found its way onto this site: http://www.hilltoplancers.org/stories/hirsch0502.pdf
5. Rajendra Pachauri, 30th June 2008. The world’s will to tackle climate change is irresistible. The Guardian.
6. Juliette Jowit, 22nd June 2008. Poll: most Britons doubt cause of climate change. The Observer.
7. Gordon Brown, 26th June 2008. Creating a low carbon economy. http://www.number-10.gov.uk/output/Page15846.asp
8. Oliver Tickell, forthcoming. Kyoto2: how to manage the global greenhouse. Zed Books, London.
9. Juliette Jowit and Patrick Wintour, ibid.
10. Neil M Maher, 2008. Nature’s New Deal. Oxford University Press.