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Antonio María Rouco Varela en el Valle de los Caídos

Fuentes: Rebelión

El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, conmemoró en una misa solemne, el cincuentenario de la fundación de la abadía benedictina del Valle de los Caidos, obra faraónica iniciada en 1940 a instancias del Generalísimo Franco y acabada en 1958. la noticia ha pasado bastante inadvertida. Yo la encontré repasando La Razón, uno […]

El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, conmemoró en una misa solemne, el cincuentenario de la fundación de la abadía benedictina del Valle de los Caidos, obra faraónica iniciada en 1940 a instancias del Generalísimo Franco y acabada en 1958. la noticia ha pasado bastante inadvertida. Yo la encontré repasando La Razón, uno de los tres periódicos conservadores que se editan en la capital de España. Rouco Varela en su homilía defendió la continuidad del Valle de los Caídos como «símbolo de reconciliación» y superación de «divisiones y odios». El presidente de la Conferencia Episcopal Española desdeñó por tanto la lógica de la Ley de la Memoria Histórica y optó por bendecir los tópicos del franquismo sobre ese templo, construido por presos republicanos, a los cuales los vencedores de la guerra civil convirtieron en esclavos.

¿Significó el Valle de los Caidos un símbolo de reconciliación y superación de divisiones y odios? Sólo un hipócrita o un nostálgico del Régimen anterior puede sostener semejante teoría, sea clérigo o seglar. El año 1958, cuando terminó el mausoleo del tirano, continuaba en vigor la sistemática vulneración de los derechos humanos más elementales en la España de la denominada victoria. Faltaban veinte años todavía para que fuera aprobada la Constitución democrática. La férrea censura impuesta desde el Ministerio de Información y Turismo, en aquel año el ministro era Arias Salgado y más tarde lo sustituiría Manuel Fraga Iribarne, el fundador de Alianza Popular o PP, impedía cualquier crítica o mínima señal de disidencia a los españoles opuestos al dictador. Eran tiempos ominosos en los que la Iglesia católica permitía por ejemplo que el Caudillo caminara en procesiones y actos religiosos bajo palio. Los jerarcas católicos, tanto clérigos como seglares, ocupaban cargos políticos de gran importancia. Algunos relevantes miembros de la Asociación Católica Nacional de Propagandista, como Joaquín Ruiz Jiménez, Alberto Martín Artajo o Federico Silva Muñoz, entre otros, fueron ministros de Franco. Debe puntualizarse, sin embargo, que Ruiz Jiménez, a partir de los años sesenta y como consecuencia del Concilio Vaticano II, que fue un intento de apertura de la Iglesia, frustrado definitivamente por Juan Pablo II, rompió sus vínculos con el franquismo y acabó siendo dirigente de la Democracia Cristiana a la española.

En ese clima de temible represión, otros católicos, del Opus Dei, no sólo llegaron a ministros, sino que terminaron por transformarse en un poderoso e influyente grupo de presión que controló la economía, la política y el proceso sucesor en la persona de Juan Carlos Borbón y Borbón gracias a la protección que les dispensó el almirante Carrero Blanco, el segundo de Franco hasta que siendo presidente del Gobierno murió víctima de un atentado de ETA. Nombres como los de Alberto Ullastres, Laureano López Rodó, López Bravo o Fernando Herrero Tejedor, un falangista opusdeista muerto en accidente automovilístico y, por cierto, padre del periodista y eurodiputado del PP Luis Herrero, habitual tertuliano en la emisora de los obispos, tuvieron un peso muy descollante como colaboradores del más alto nivel en los Gobiernos de la Dictadura.

Ahora, Rouco Varela, durante su sermón del cincuentenario, ofreció su versión cristiana de la guerra civil. Sucedió de acuerdo con lo dicho por el cardenal mencionado que el «hombre había pecado mucho y sobre todo contra Dios y cuando se vive una etapa de negación de Dios es muy fácil que luego los hombres luchen entre ellos». Escalofriante interpretación de la Historia. Escalofriante descripción de Dios, si es que Dios existe. Estamos de nuevo ante el Dios vengativo que, colérico por los pecados de los hombres, los castiga con una guerra donde murieron un millón de personas. Ese Dios al que alude Rouco Varela es un Dios terrible, abominable, presto a utilizar el látigo contra los humanos y a aparcar el amor y la caridad. ¡Qué monstruo es ese que describe Rouco Varela! ¿Por qué inmiscuye directamente a Dios en la guerra civil y elude toda referencia a la situación de acoso y derribo que sufrió la II República por parte de los sectores más reaccionarios de la sociedad española? Este cardenal se cree que aún nos encontramos en el medioevo con guerreros que luchaban unos contra otros, todos ellos bajo la invocación a Dios y a mayor honra y gloria de los príncipes y reyes de la época, y también de los señores feudales, mientras los siervos de la gleba se morían de hambre. Rouco Varela se sentiría a gusto con una España que volviera a ser una teocracia, como lo fue en los interminables años, desde 1936 a 1975, como mínimo. Su presencia en el Valle de los Caídos, para reforzar la supuesta legitimidad de un territorio usurpado por Franco, así como sus significativas afirmaciones lo retratan.