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El Caribe, tras cincuenta años de Revolución cubana

Fuentes: Rebelión

Conferencia inaugural, leída el 3 de diciembre de 2008 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, con motivo de la III Conferencia Internacional: 50 años de la Revolución Cubana y su impacto en el Caribe.

Hace casi tres décadas Gerard Pierre-Charles obtuvo el Premio de Ensayo Casa de las Américas con su notable libro El Caribe a la hora de Cuba. Se trata de un volumen de más de quinientas paginas en que el erudito intelectual haitiano realizó un «estudio socio-político (1929-1979) del Caribe», concretamente (me atengo al orden que el autor les dio) «Cuba, República Dominicana, Haití, Guyana, Jamaica, Trinidad y Tobago, Barbados, Granada, Puerto Rico, Martinica, Guadalupe, Curazao, Aruba, Surinam». Como se comprenderá, las escasas páginas que leeré a continuación no se proponen, en forma alguna, emular con aquel sabio y nutrido ensayo. Comenzaré por recordar someramente cuál era la relación de Cuba con el resto del Caribe antes de 1959.

En el siglo xix , si no estoy equivocado, no se hablaba todavía, al menos entre nosotros, del Caribe, sino de las Antillas. Y en buena parte de ese siglo, nuestra historia estuvo marcada por un acontecimiento fundamental ocurrido en otra de las Antillas. Me refiero, como se supondrá, a la extraordinaria Revolución Haitiana. Ella tuvo en Cuba dos repercusiones harto diferentes. Por una parte, según me comunicó Fernando Martínez Heredia, llevó a dirigentes populares, como José Antonio Aponte, a intentar imitar la hazaña haitiana, lo que le costó ser ejecutado en 1812. En 1877 escribió el historiador Juan Arnao que Aponte fue «el primer cubano que soñó la bella inspiración de rebelarse contra la dominación española de un modo práctico». Por otra parte, el temor de ver repetirse en Cuba los sucesos haitianos paralizó a la oligarquía cubana y le impidió sumarse al proceso independentista que a partir sobre todo de 1810 sacudió a la Hispanoamérica continental. Es elocuente que un pensador tan representativo como José Antonio Saco aspirara a que España se comportase con respecto a Cuba como Inglaterra lo hacía con Canadá, y no se le ocurriera comparar a Cuba con otra u otras de las Antillas, varias de ellas posesiones inglesas también. Hubo que esperar al libro que el conservador Ramiro Guerra publicó en 1927, Azúcar y población en las Antillas, para que se estableciera tal comparación, en su caso con la finalidad de hacer ver, a partir de ejemplos como el de Barbados, a dónde conducían los males del latifundio.

Ya Martí, a finales del siglo xix , había subrayado la importancia de las Antillas para lo que llamó el equilibrio del mundo. Pero él se refería sobre todo a las Antillas de lengua española, aunque Antenor Firmin asegurara que tenía en mente también a Haití. Entrado el siglo xx , habitantes de otras Antillas vendrían a trabajar, a menudo en condiciones espantosas, en Cuba, y autores como Nicolás Guillén y Alejo Carpentier abordarían en sus obras literarias el área caribeña. El primero, en su poemario de 1934 West Indies Ltd. y en la Elegía a Jacques Roumain, en el cielo de Haití (1948); el segundo, en novelas como El reino de este mundo (1949) y más tarde El Siglo de las Luces, que aunque publicada en 1962, estaba prácticamente escrita antes de 1959, como me consta, pues ese año tuve el original de la novela en mis manos. Guillén, además, fue en 1944 uno de los editores de la habanera Gaceta del Caribe. Revista Mensual de Cultura,

Y así llegamos a 1959, año del triunfo de la Revolución Cubana. Lo primero que salta a la vista es que, si nos atenemos al Caribe estudiado por Pierre-Charles, sólo tres de los países considerados en su obra habían obtenido la independencia antes de 1959: Haití, la República Dominicana y Cuba. Los demás eran, y en algunos casos siguen siendo, colonias de viejas metrópolis europeas y de una relativamente nueva: los Estados Unidos. Y en dos de los países independientes, Haití y la República Dominicana , existían sangrientas tiranías (como la que acababa de ser derrocada en Cuba) que urdieron planes para agredir a esta, lo que llevó a la pronta ruptura de relaciones diplomáticas entre Cuba y los gobiernos de aquellos países. Cuba quedó, así, aislada de sus hermanas caribeñas, a las que, sin embargo, de la geografía a la historia, de la música a la religión, tantos hechos la unían -y la unen.

Creo que quien primero señaló (y lo hizo con su energía y brillantez habituales) el carácter caribeño de la Revolución Cubana fue C. L. R. James, en el epílogo que escribió para la segunda edición (1963) de su libro fundador Los jacobinos negros, cuya primera edición data de 1938. Ese epílogo, extrañamente, fue excluido de la reciente edición hecha en España del libro. Pero en lo esencial había aparecido traducido al español en el número 91 (julio-agosto de 1975) de la revista Casa de las Américas, que estuvo dedicado a las Antillas de lengua inglesa. El título del epílogo es «De Toussaint L’Ouverture a Fidel Castro». Allí escribió James:

«La revolución de Fidel Castro es tan del siglo xx como la de Toussaint lo fue del xviii . Pero a pesar de más de siglo y medio de distancia, ambas son antillanas. Los pueblos que las hicieron, los problemas e intentos de resolverlos son peculiarmente antillanos; son el producto de un origen y una historia peculiares. La primera vez que los antillanos tomaron conciencia de sí mismos como un pueblo fue con la Revolución Haitiana. Sea cual fuere su destino final, la Revolución Cubana marca la última etapa [recuérdese que James escribe en 1963] de una búsqueda caribeña de identidad nacional.»

Siempre he pensado que el título y desde luego el contenido de ese notable texto de James decidieron los títulos y contenidos hasta cierto punto similares de dos libros también notables aparecidos, por añadidura, el mismo año, 1970, debidos a políticos y escritores relevantes del área: el del dominicano Juan Bosch De Cristóbal Colón a Fidel Castro,  y el del trinitense Eric Williams From Columbus to Castro. Este último se anuncia, en su subtítulo, como una historia del Caribe. Y aunque el de Bosch no lo diga explícitamente, también lo es. Bosch subtituló su obra, con gran acierto, El Caribe, frontera imperial. Gracias a ambos libros, y sobre todo al de Bosch, se ve a la historia de la zona desembocar, orgánicamente, en la Revolución Cubana , proclamándose así su esencial carácter caribeño, que ya había señalado James. Y también se hace observar el carácter de frontera imperial del Caribe, en el cual las potencias capitalistas desarrolladas tras la llegada de 1492 hacían chocar con frecuencia sus ambiciones colonialistas. Lo del imperialismo estadunidense no es sino el capítulo más reciente de una historia multisecular.

Y mientras se publicaban esas obras, ¿qué ocurría en los otros países del Caribe? Aquí debo basarme sobre todo en el número 52 (julio-septiembre de 2007), dedicado en su mayor parte al Caribe, de la excelente revista Temas, y en particular en el valioso trabajo allí incluido de Milagros Martínez, que glosaré (por no decir que saquearé) libremente con la anuencia de la autora.

La onda anticolonialista que se propagó tras el final de la llamada Segunda Guerra Mundial, y a la que no fue ajena la propia Revolución Cubana, llegó en la década de 1960 al Caribe de lengua inglesa. Coronando movimientos y pensamientos a favor de la independencia, en 1962 la obtienen Jamaica y Trinidad y Tobago, y poco después Barbados, Guyana y otros territorios. Siguieron años tensos en los que, no sin contradicciones, se fue fortaleciendo un sentimiento nacionalista y reverdeció una aspiración a la unidad caribeña que se había manifestado incluso al final de la etapa colonial, de lo que fue ejemplo la creación de la Comunidad del Caribe (CARICOM), resultado de quince años de gestiones a favor de la integración regional, que quedaría establecida en 1973.

Los gobiernos de cuatro países del Caribe angloparlante (Jamaica, Trinidad y Tobago, Barbados y Guyana) asumieron en foros regionales posiciones favorables a la reincorporación de Cuba al concierto de naciones latinoamericanas y caribeñas. Tales gobiernos anunciaron en octubre de 1972 su decisión de establecer relaciones con el de Cuba, lo que hicieron realidad el 8 de diciembre de ese año. Fue un paso de mucha importancia y mucho valor, que reveló los criterios propios que guiaban a esos gobiernos, así como su voluntad de considerar al Caribe como un conjunto. Para Cuba, fue relevante el acto, pues con la excepción del gobierno de México, que nunca rompió sus relaciones con Cuba, del de Chile, donde Salvador Allende las reanudó tan pronto tomó el poder en 1970, y poco después del de Perú, fueron gobiernos de aquellos países del Caribe anglófono los primeros en romper el aislamiento al que las administraciones estadunidenses querían reducir a Cuba. Dichos países tuvieron una participación activa en cuanto a hacer aprobar, en 1975, la Resolución de la Organización de Estados Americanos (OEA) que dio plena libertad a los gobiernos americanos para establecer relaciones con Cuba. Como se sabe, la OEA , a la que el Canciller de la Dignidad Raúl Roa solía referirse como Ministerio de colonias yanquis, en enero de 1962 había acordado vergonzosamente la expulsión de Cuba de su seno, a partir de lo cual todos los gobiernos de nuestra América, con la honrosa excepción ya mencionada del de México, rompieron relaciones con Cuba (algunos se adelantaron a la fecha). Como se comprenderá, el paso dado por aquellos gobiernos del Caribe anglófono contribuyó grandemente a incrementar en Cuba el conocimiento y el sentimiento de su condición caribeña, que hasta aquel momento, con excepciones, habían sido más bien débiles, y a partir de entonces no harían sino crecer.

Entre abril y julio de 1975 visitaron Cuba Forbes Burham, Eric Williams y Michael Manley, Primeros Ministros, respectivamente, de Guyana, Trinidad y Tobago y Jamaica. A los tres los saludó en sendos discursos fervorosos el compañero Fidel. En el relativo a Burham, por ejemplo, dijo:

«Establecer relaciones diplomáticas con Cuba constituía un desafío al imperialismo; y, sin embargo, los países de habla inglesa del Caribe llevaron a cabo ese desafío. Precisamente en una reunión de alto nivel de los dirigentes de esos países, llevada a Cabo en Trinidad en el mes de octubre de 1972, el Primer Ministro de la República Cooperativa de Guyana propuso el establecimiento conjunto de las relaciones diplomáticas con Cuba, De modo que nuestros vecinos caribeños de habla inglesa se adelantaron a nuestros vecinos continentales de habla española en este movimiento de ruptura del aislamiento y del bloqueo hacia nuestro país. A la vez, esos gobiernos condenaron con energía la política de bloqueo contra Cuba. Y sobre esas bases se desarrollan espléndidamente las relaciones de Cuba con ese grupo de países. // […] La historia de estos países del Caribe es muy similar: el descubrimiento, la conquista, siglos de explotación económica, el exterminio de la población aborigen y el establecimiento de la esclavitud más despiada y la pobreza consecuente de las masas. […]// Los orígenes históricos y étnicos de nuestros pueblos son similares. Y aunque los países de habla inglesa del Caribe tienen otro idioma, en todas las demás cosas somos muy parecidos: todos fuimos explotados por los monopolios; todos tuvimos que producir mucha caña y mucho azúcar para enriquecer a los explotadores extranjeros; todos tuvimos que trabajar muy duramente, extrayendo los recursos naturales en beneficio de los explotadores extranjeros; todos recibimos la misma herencia de subdesarrollo y pobreza; todos hemos tenido problemas similares de incultura, de analfabetismo, de desempleo, de falta de atención médica y de falta de los recursos más elementales para vivir; y todos tenemos delante la misma tarea de desarrollar nuestros países.»

En el discurso relativo a Eric Williams dijo Fidel:

«Muchos de nuestros hermanos países caribeños alcanzaron su independencia algunas decenas de años después que Cuba había alcanzado su independencia formal a principios de siglo [ xx ]: pero aun cuando triunfa nuestra Revolución, en 1959, estos países no eran independientes. Y desde el acceso a la independencia, estos países del Caribe fueron siempre amistosos hacia nuestro país. Podemos decir en su honor que ninguno de ellos se sumó a la campaña de aislamiento que impuso el imperialismo a nuestro pueblo, y podemos añadir que ellos fueron de los primeros en proclamar y en exigir -y entre esas voces se destacó la voz del doctor Eric Williams- que cesara el aislamiento y que cesara el bloqueo de nuestro pueblo.[…]// Durante mucho tiempo los países de habla inglesa del Caribe estuvieron relativamente lejos, distantes, con muy pocas relaciones con los países de América Latina. Y esas relaciones se desarrollan satisfactoriamente en estos últimos años. Pero nosotros, cumpliendo nuestro deber de país caribeño, por supuesto que prestamos toda la atención y nuestro mayor interés a estas posibilidades de cooperación y de integración entre nuestros países. […]// Les podemos asegurar […] que su patria, Trinidad-Tobago, y todos los pueblos hermanos del Caribe, podrán contar siempre con la solidaridad, el respeto y la amistad más profunda de nuestro pueblo; que nos sentimos muy satisfechos y muy honrados de su visita; que estos lazos de amistad y cooperación entre nuestros pueblos se desarrollarán, y que nuestro pueblo se siente satisfecho, orgulloso de trabajar cada vez más unido con nuestros pueblos hermanos del Caribe y con nuestros pueblos hermanos de América Latina.»

Y en el discurso de saludo a Michael Manley, Fidel expresó:

«Al compañero Michael Manley tuve el privilegio de conocerlo a raíz de nuestra visita a la Conferencia de Países No Alineados de Argelia. En aquella ocasión viajamos en el mismo avión. Y mientras cruzábamos el Atlántico, tuvimos oportunidad de desarrollar nuestra amistad y conversar mucho sobre cuestiones de interés común a nuestros dos países, y de brindarnos información acerca de nuestros pueblos y nuestras patrias.// En esa ocasión tuve oportunidad de conocer las extraordinarias calidades humanas y políticas del Primer Ministro de Jamaica, su pensamiento profundo, su gran preocupación por el bienestar y la felicidad de su pueblo, su certera visión sobre los problemas internacionales, y sobre todo nos impresionó su calidad humana, su honestidad, su sencillez y su modestia. […] Cuando lo invitamos a viajar en el mismo avión a Argelia, Manley no tuvo ninguna vacilación; no se puso a pensar y a meditar si los norteamericanos se disgustarían por el hecho de que él viajara en el mismo avión que yo. Siempre recordaré con mucho agrado ese viaje, porque fue la oportunidad de iniciar una amistad que estamos seguros que será larga y duradera, firme y sincera. // Cuando lo invitamos a visitar nuestro país, tampoco vaciló, y aquí está entre nosotros. Cuando recientemente se reunieron en Jamaica los representantes de los antiguos países de la Comunidad británica, el compañero Manley propuso una moción de condena al bloqueo económico contra Cuba que fue aprobada. […]// Así se han ido profundizando y estrechando los vínculos entre nuestros dos pueblos. Dos pueblos que tienen muchas raíces comunes, dos pueblos que tienen muchas cosas comunes en la historia, dos pueblos que tienen muchos intereses comunes y que tienen tareas comunes, dos pueblos, además, vecinos. Los jamaicanos son nuestros más próximos vecinos del sur, y como ustedes saben tenemos vecinos en el norte, pero es muy agradable tener también vecinos en el sur, sobre todo vecinos amistosos. […]// Como saben también ustedes, a lo largo de la historia, en nuestras luchas por la independencia, hubo siempre vínculos entre nuestro pueblo patriota y el pueblo de Jamaica. Muchos de nuestros más distinguidos patriotas encontraron asilo en Jamaica, y desde ese país trabajaron por la independencia de nuestra patria. Son muchas las cosas que nos unen. ¿Quiénes sino los imperialistas podrían tener interés en separarnos? ¿Y qué fuerza podría separar a dos pueblos tan unidos por la geografía y por la historia?»

Permítanme un paréntesis para mencionar cómo se manifestó a partir de entonces la vocación caribeña de Cuba en una institución, la Casa de las Américas, conducida luminosamente por la figura esencial de nuestra Revolución que fue Haydee Santamaría. Ya recordé que ese año 1975 la revista Casa de las Américas dedicó uno de sus mejores números, el 91, a las Antillas de lengua inglesa. Allí se dieron a conocer en español, a menudo por vez primera, textos de importantes autores del área. En 1976 se incluyó en el Premio Literario de la institución la literatura caribeña anglófona, y en 1979 la literatura caribeña francófona, más sus correspondientes creoles. También ese año 1979 fue creado por la Casa de las Américas su Centro de Estudios del Caribe (que a partir de 1981 contaría con una publicación periódica multilingüe, Anales del Caribe), y se realizó en Cuba, después de haberlo hecho en Guyana y Jamaica, el III CARIFESTA (nombre sin duda pariente de CARICOM), el Festival de las Artes del Caribe, como parte del cual tuvo lugar en la Casa de las Américas, y luego en Santiago de Cuba, un simposio sobre la identidad cultural caribeña cuyos materiales fueron recogidos en el número 118 de la revista Casa de las Américas. Y el número 233 de dicha revista estuvo dedicado a los doscientos años de la independencia haitiana. Coronando por el momento esta caribeñización, el año pasado la más importante de las colecciones que edita la Casa , la Colección Literatura Latinoamericana, pasó a ser llamada Colección Literatura Latinoamericana y Caribeña al incluir Los placeres del exilio, de George Lamming. Debe recordarse que cuando aún conservaba la denominación anterior, en dicha colección habían aparecido obras de autores del Caribe no hispánico, como una novela del propio Lamming.

Volvamos al otro Caribe. Entre 1975 y 1979 Cuba tuvo contactos con la mayoría de los países caribeños, expandió su cooperación científico-técnica y estableció embajadas en Jamaica y Guyana. Además, en ese lapso alcanzaron la independencia Estados como las ex colonias británicas Bahamas y Santa Lucía y la ex colonia holandesa Surinam, que decidieron establecer relaciones con Cuba. En 1981 la independencia llegó a Belice, la cual también estableció relaciones con Cuba. Asimismo hubo contactos de Cuba con Haití y la República Dominicana , donde ya no existían sangrientas tiranías.

Poco antes del triunfo sandinista en Nicaragua, en 1979 llegó al poder en Granada, liderado por Maurice Bishop, el Movimiento de la Nueva Joya , de claro sesgo revolucionario. Cuba tuvo relaciones particularmente cálidas con Bishop. Pero absurdas divisiones internas en el Movimiento de la Nueva Joya llevaron a que él fuera asesinado en 1983. Y a raíz del hecho, los Estados Unidos invadieron la pequeña isla, donde se encontraban trabajadores cubanos. En ese momento amargo, gobiernos caribeños como los de Jamaica (que ya no era el de Manley), Barbados y el Caribe Oriental apoyaron la invasión. Ello se tradujo en un relativo enfriamiento del área en relación con Cuba. Y, con el intento oportunista de agravar ese enfriamiento, el gobierno estadunidense de Reagan puso en práctica en enero de 1984 la llamada Iniciativa para la Cuenca del Caribe, una añagaza semejante a la Alianza para el Progreso propuesta veintidós años antes para intentar frenar la atracción que ejercía la Revolución Cubana entre los pueblos latinoamericanos.

A partir de 1990 empiezan a restablecerse los contactos, que nunca habían desaparecido del todo, con Cuba. Y se hace patente un factor nuevo: jóvenes caribeños que habían realizado sus estudios superiores en Cuba comienzan a desempeñar importantes puestos en sus países de origen. Mientras tanto, se escuchaban críticas, sobre todo en el Caribe anglófono, a la Iniciativa para la Cuenca del Caribe, así como a la política proteccionista implementada por los Estados Unidos en detrimento de los intereses de la zona.

En 1992 ocurre un hecho importante: el nuevo gobierno de Granada, presidido por Keith Mitchel, restablece las relaciones con Cuba. Y a partir de ese año se abre un período dinámico entre las relaciones de Cuba con el resto del Caribe. En agosto de 1995 Cuba se incorpora como Estado fundador a la Asociación de Estados del Caribe (AEC). En 1996, se restablecen las relaciones diplomáticas de Cuba con Haití; y la República Dominicana , que en 1965 había sufrido una nueva invasión estadunidense de la que se repuso paulatinamente, reanuda las relaciones consulares en 1997 y las relaciones plenas en 1998. Mientras tanto, Cuba fortalece sus vínculos con la Comunidad del Caribe (CARICOM). Como consecuencia de ello, y por iniciativa del gobierno cubano, se celebra en La Habana la Primera Cumbre Cuba-CARICOM en diciembre de 2002, al conmemorarse el trigésimo aniversario del establecimiento de relaciones con Cuba de Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago. A la cita asistieron todos los jefes de gobierno de los países de CARICOM, quienes firmaron un Acuerdo de Cooperación Comercial y Económica. Además se inició o consolidó la colaboración en áreas como la lucha contra el VIH/sida, la formación de recursos humanos y la protección del medio ambiente. A continuación ocurrieron hechos como las reuniones de Ministros de Relaciones Exteriores, la implementación por la cancillería cubana de la «estrategia caribeña global» que dio cuerpo al llamado Plan Integral del Caribe (PIC) diseñado en 2002 y puesto en práctica a partir de 2003, la creación de la Comisión Conjunta y la participación cubana en el CARIFORUM, espacio de diálogo político creado en 1992 con el propósito de coordinar la ayuda financiera proveniente de la Unión Europea a los países caribeños signatarios de las convenciones de Lomé. Por añadidura, durante la década de los 90 y hasta 2003 visitaron Cuba todos los Primeros Ministros o Presidentes y cancilleres del Caribe. Y en 2004 y 2005, con frecuencia bimestral llegó un jefe de Estado del Caribe a Cuba, y se entrevistó con el compañero Fidel.

Una segunda Cumbre Cuba-CARICOM se celebró en Bridgetown, Barbados, los días 7 y 8 de diciembre de 2005. En la llamada Declaración de Bridgetown, los Presidentes y Primeros Ministros de los países miembros afirmaron

«la convicción compartida de que los esfuerzos de desarrollo internacionales y nacionales tienen que centrarse en las personas, y que la preocupación por el desarrollo humano sostenible ocupe el centro de nuestras relaciones y del esfuerzo de cooperación regional […] elogiándose de manera particular y diferenciada el papel inestimable de la asistencia técnica brindada por el gobierno de Cuba a los gobiernos de los Estados miembros de CARICOM, especialmente en la educación, la capacitación, la atención médica, las industrias deportivas y culturales, lo que mediante la calidad y el costo de los conocimientos aportados ha permitido a los Estados miembros de CARICOM mejorar su capital social a un costo mínimo.»

En aquella ocasión, además, se reiteró la decisión de efectuar una próxima Cumbre Cuba-CARICOM en diciembre de 2008, es decir, dentro de unos días. Tal encuentro tendrá lugar en la más caribeña de nuestros ciudades, la heroica Santiago de Cuba, y es obvio que de él saldrán nuevos acuerdos importantes para nuestros países, unidos como debieron estarlo siempre, aunque ello solo se ha hecho posible tras los cambios relevantes habidos en las últimas décadas.

Por razones esencialmente de espacio he dejado sin mencionar los enclaves caribeños situados en países continentales, desde México y la América Central hasta Colombia y Venezuela. Por otra parte, tales enclaves deben ser abordados en relación con los respectivos países, aunque conservan vínculos sobre todo culturales con las demás regiones del Caribe. En cierta forma semejante es el caso de las colonias que sobreviven en el área, y deben ser vistas en relación con sus metrópolis, no obstante mantener igualmente vínculos culturales a menudo fuertes con el resto del Caribe.

En la primera edición (1960) de su libro Los placeres del exilio, el escritor barbadense George Lamming escribió: «Europa y sus sucesores, los Estados Unidos, han sido atrapados en el hábito engañoso de verse a sí mismos no como una parte de la humanidad, sino como los custodios de todo destino humano». En la introducción de dicho libro a la edición de 1984, Lamming añadió:

«La de Toussaint fue una victoria que Caliban, en las circunstancias concretas del siglo xix , no pudo llevar adelante. El Caribe siguió siendo, para Europa y los Estados Unidos, una frontera imperial hasta que, como un rayo salido del cielo, Fidel Castro y la Revolución Cubana reordenaron nuestra historia y llamaron la atención sobre el hecho evidente y difícil de que aquí vivían personas. La Revolución Cubana fue una respuesta del Caribe a esa amenaza imperial que concibió Próspero como una misión civilizadora».

Esa respuesta del Caribe, como acertadamente la llama Lamming, se hizo sentir primero en el continente latinoamericano, a partir del propio 1959. Muchas de las empresas acometidas entonces no lograron su objetivo inmediato, y en el camino han quedado, iluminando, figuras heráldicas como la del Che Guevara. Pero bien puede decirse que lo que Marx consideraba el viejo topo de la historia ha seguido su camino, y hoy nuestra América difiere considerablemente de la de aquella fecha auroral. Estamos viviendo una América nueva, con gobiernos revolucionarios, o al menos dignos, con realidades que parecían sueños y proyectos esperanzadores. Y nos llena de orgullo saber que la gran mayoría de los países de nuestro Caribe, tras cincuenta años de Revolución Cubana, participan de ese viento renovador que, como en un verso de Nicolás Guillén, ya huele a madrugada.