Recientemente he leído en «El Escéptico Digital» un artículo sobre el cambio climático que me ha hecho reflexionar sobre el problema de la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre y emergencia. Decidir puede ser complejo, pero con frecuencia es un componente inevitable de muchas situaciones que se presentan en la vida cotidiana. Excepto en […]
Recientemente he leído en «El Escéptico Digital» un artículo sobre el cambio climático que me ha hecho reflexionar sobre el problema de la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre y emergencia. Decidir puede ser complejo, pero con frecuencia es un componente inevitable de muchas situaciones que se presentan en la vida cotidiana. Excepto en los teoremas matemáticos siempre hay un nivel de duda que nunca se podrá acotar. Por desgracia esa incertidumbre irreductible no es una excusa para no posicionarse.
Por tanto, dejándome llevar por esas paradojas que a veces tiene la razón, quería proponer algo que debiera ser muy bien acogido entre el grupo de escépticos del cambio climático, tan preocupados por el nivel de evidencia científica sólida e incontrovertida. Les propongo participar en un estudio para conocer mejor la eficacia del paracaídas en sujetos sometidos a eventos gravitacionales.
No se rían, esto también es un tema muy serio. En el momento actual, no existe una evidencia de nivel I que permita afirmar que el paracaídas sea efectivo para prevenir la muerte por caída libre. Aunque existe alguna evidencia anecdótica que sugiere una disminución de la supervivencia, en determinados subgrupos de individuos que han experimentado este fenómeno, la mayor parte de los datos son de naturaleza retrospectiva, involucrando series muy cortas y heterogéneas que en general impiden alcanzar resultados estadísticamente significativos. De esta forma no se puede descartar de manera concluyente que determinadas variables no controladas hayan influenciado en el resultado de estas observaciones, de forma independiente al uso o no de paracaídas. En conclusión, podemos afirmar que la utilización de paracaídas se ha generalizado con un nivel de evidencia muy bajo, basado en las opiniones de comités de expertos y experiencia de autoridades de prestigio.
De esta forma, también podemos en este caso encontrar argumentos en contra y favor de su generalización. Por ejemplo, es importante recordar que se han comunicado casos de sujetos que han fallecido a pesar de una apertura correcta del paracaídas, y también ha ocurrido el fenómeno contrario, ya que algunos individuos sin paracaídas de forma paradójica han logrado sobrevivir.
Un estudio de la Agencia Federal de Aviación Americana encontró 168 casos de supervivientes de caída libre, recopilados durante un periodo de observación de 2 años, sugiriendo que la supervivencia de tales eventos era superior a la previamente comunicada. De forma interesante, los factores protectores más frecuentes fueron la relajación muscular y la esquizofrenia paranoide: http://amelia.db.erau.edu/
Por tanto, cada vez existen más escépticos que discrepan con la «teoría oficial» y defienden una actitud menos dogmática ante la caída libre. Incluso existen casos todavía más complejos de interpretar, de sujetos que debían haber muerto a pesar de llevar un paracaídas funcionante y milagrosamente no lo hicieron, como por ejemplo el histórico salto en paracaídas de Joe Kittinger, desde las mismas fronteras del espacio.
El origen de este fenómeno puede subyacer en el aumento significativo de la frecuencia cardiaca y del nivel del noradrenalina en sujetos predispuestos sometidos a caída libre, tal y como se ha observado en algunos estudios (Gauthier P et l, Rev Electroencephalogr Neurophysiol Clin. 1977 Apr-Jun;7(2):219-24), por lo que la variabilidad de estos factores podría estar influenciando los resultados.
De hecho, una revisión sistemática publicada recientemente (Smith GC et al. Int J Prosthodont. 2006 Mar-Apr;19(2):126-8), no encontró una evidencia suficiente que permitiera afirmar que el paracaídas fuera efectivo para prevenir lesiones graves en sujetos sometidos a eventos gravitacionales.
En este sentido, hay que subrayar que las variables implicadas a menudo son complejas y múltiples, involucrando la dureza del suelo, su naturaleza sólida o líquida, la posición del individuo en el momento del impacto, las condiciones meteorológicas, la fuerza G al inicio del movimiento, la presencia de cardiopatías susceptibles de exacerbación con el estrés, el entrenamiento civil o militar, etc, por lo que es preciso estratificar a los participantes según un diseño factorial, que permita controlar adecuadamente estas fuentes de sesgo. Por tanto, urge un mayor conocimiento científico del fenómeno de la caída libre y del uso del paracaídas. De hecho algunos estudios sugieren que su generalización constituye una práctica cara y no exenta de peligros (Baiju DS, James LA. Injury. 2003 Mar;34(3):215-7). En otras palabras, la costo-eficiencia del uso del paracaídas no está suficientemente dimensionada en el momento actual.
El principal objetivo del estudio sería conocer la efectividad del paracaídas, así como los principales factores pronósticos involucrados en el desarrollo de eventos mediados por caída libre, y tratar de definir subgrupos que permitan predecir qué individuos se van a beneficiar más de su uso. En mi opinión, para evitar el pensamiento circular, es preciso plantear un estudio prospectivo, aleatorizado y con diseño cruzado (esto último es lo más importante), que permita demostrar definitivamente la magnitud de este beneficio. Dado que la evidencia disponible es confusa, tal y como ocurre con el tema del cambio climático, animo a todos los escépticos del cambio climático a participar los primeros.
Es importante, no obstante señalar que sean cuales sean los resultados, el ensayo tiene de antemano algunas limitaciones metodológicas importantes. En primer lugar, no existe una definición categórica ni operativa del evento denominado «paracaidista muerto», ya que en el momento actual los biólogos y filósofos no terminan de ponerse de acuerdo en los términos científicos que definen de forma coherente el fenómeno de la vida. Ello obedece a la ausencia de pruebas científicas definitivas de vida en otros planetas, lo que anula la posibilidad de efectuar estudios comparativos que permitan alcanzar una definición universal del evento a estudio. Por lo tanto y para evitar términos subjetivos, la variable principal del estudio no será la supervivencia, sino la evidencia de politraumatismo grave definido por una escala validada prospectivamente.
Como conclusión de la propuesta…, no la tengo porque es difícil predecir los resultados de un fenómeno tan complejo con tantas variables involucradas, pero a buen entendedor…
¿Y qué diría Joe Kittinger de toda esta comedia? Probablemente, que saltes de una vez, tío. Por tanto, haré un resumen somero de los hechos, y que cada cuál haga el balance de evidencia que crea oportuno.
El clima es un fenómeno muy complejo, que resulta de la interacción de factores tan desiguales como el sol, el aire, los océanos y las más modestas criaturas que habitan los mismos. Por tanto, no es de extrañar que el estudio del clima haya constituido un desafío muy importante, y que todavía haya temas oscuros o controvertidos. A pesar de ello, en los últimos años se ha construido un cuerpo de evidencia muy sólido que afirma que nuestro planeta se está calentando, y que en esta ocasión ello se debe casi con total seguridad a las emisiones de CO2 antropogénico. Esto ha suscitado un debate muy intenso en medios no científicos, que ha sido alentado por sectores que sostienen que sus intereses están mejor resguardados si se arrojan dudas sobre el tema, como antaño hicieran con el tema del tabaco.
Puesto que hasta hace poco nadie dudaba que la ciencia fuera una de las principales fuentes de desarrollo económico, y que las empresas innovadoras constituyeran uno de los baluartes del bienestar, parece sensato analizar los argumentos esgrimidos por los escépticos del cambio climático para renunciar ahora a esta relación tan fructífera. Hay que recordar que en el pasado, el intento de politizar la ciencia supuso catástrofes tan terribles como el lysenkismo.
Muchos de estos aspectos han sido discutidos extensamente en la literatura científica especializada, por lo que nos vamos a centrar en algunos de los puntos que han llegado con más fuerza al público general. El primer tema es la supuesta falta de consenso científico. En 2004 la doctora Naomí Oreskes, de la Universidad de California, publicó en Science una revisión de los 928 artículos aparecidos en la prensa científica entre 1993 y 2003. No pudo encontrar ni un solo artículo que negara este consenso.
Probablemente la NASA, la Academia Nacional de las Ciencias Americana o el IPCC les parezca poco a los negacionistas, pero lo cierto es ninguna organización científica niega la realidad del cambio climático. ¿Entonces quiénes son los detractores que nombran con tanta frecuencia los escépticos? En general se cita a científicos jubilados que llevan décadas sin publicar un artículo en una revista seria, o a personajes como Fred Singer y otros, que antes de incorporarse a esta disputa, llevaban veinte años tratando sin éxito de demostrar que el tabaco no causaba cáncer. ¡Hay gente que tiene unos trabajos muy raros!
Llegados a este punto es preciso recordar que las opiniones personales, por prestigiosa que sea la fuente, no añaden ningún tipo de evidencia científica al asunto si no van acompañadas de resultados.
El paradigma científico tampoco es fruto de una moda pasajera, no es una religión ni tampoco una «nueva ola». En 1896, el Premio Nobel Arrhenius propuso por primera vez que los combustibles fósiles podían acelerar el calentamiento de la tierra, de tal forma que las playas de su Suecia natal podrían llegar a ser atractivas para el turismo. El proyecto no parecía demasiado viable, así que las cosas se olvidaron durante algún tiempo, hasta que la industria poco a poco y sin querer lo fue desarrollando, con sus emisiones crecientes de CO2. En la década de los cincuenta, Charles Keeling comenzó a medir las emisiones de CO2 desde el volcán Mauna Loa y con ello mostró una de las imágenes más hermosas que nos ha dado la ciencia, al representarse por primera vez en un gráfico los patrones de respiración del planeta entero, durante cada estación. Keeling objetivó que cada año el nivel de CO2 persistía un poco por encima del anterior. Pero aquellas observaciones coincidieron con un periodo de enfriamiento, por lo que las implicaciones de esta tendencia tardarían algunas décadas en comprenderse.
Por tanto, la evidencia del calentamiento global no es controvertida y tampoco es una moda reciente. Se sabe con total certeza que desde principios de siglo, la temperatura global del planeta ha aumentado alrededor de 0.8º C. Ello ha sido corroborado por multitud de mediciones diversas como datos de satélites, mediciones de las temperaturas marinas, prospecciones subterráneas, mediciones de la temperatura en la superficie, mediciones sobre el nivel del mal, deshielo de glaciares, etc. Estas mediciones establecen tendencias generales y pueden no representar bien los fenómenos que ocurren a nivel local. Los escépticos del cambio climático a menudo esgrimen los datos locales que más les interesan, olvidándose con indiferencia de la tendencia general. Por ejemplo, en 2002 el profesor Peter Doran, de la Universidad de Illinois, publicó en Nature un artículo que describía el enfriamiento de una zona de la Antártida denominada McMurdo Dry Valleys. De hecho, parecía que la mitad de la Antártida se estaba derritiendo mientras que la otra mitad se enfriaba. El artículo fue utilizado fraudulentamente por los escépticos del cambio climático. En realidad, según el Dr. Doran el paradigma actual explicaba perfectamente estos datos por la depleción del ozono en estas latitudes, y por las peculiaridades de la circulación oceánica de calor en el hemisferio sur. El ozono por un lado es un potente gas de efecto invernadero, por lo que su disminución origina un enfriamiento local. Por otro lado, el transporte oceánico de calor no es simétrico en ambos hemisferios, debido a la diferente distribución de los continentes. Por tanto, los modelos actuales predicen tanto el deshielo en la península antártica como un aumento de las precipitaciones en forma de nieve en el interior del continente, no hay ninguna paradoja y no se contradice la teoría del calentamiento global.
Por otra parte, las islas urbanas de calor, que es la forma que tienen los climatólogos de llamar a las ciudades, son otro ejemplo muy interesante de un fenómeno local, al que el último informe del IPCC dedica un capítulo entero. Efectivamente, el interior de las ciudades está más caliente que el entorno circulante y ello ha llevado a algunos escépticos a plantear dónde se estaban poniendo los termómetros. A pesar de todo, numerosos registros han demostrado que el impacto de este efecto en el registro de temperaturas no es significativo. Además ello no explica el aumento del nivel del mal, el deshielo de glaciares o los registros efectuados en prospecciones subterráneas y zonas rurales.
El conocido documental «La estafa del cambio climático» ha sido calificado como un fraude y una estafa en sí mismos. Uno de los principales argumentos alegados es que la mayor parte del calentamiento del siglo ocurrió antes de 1940, tras lo cuál se produjo un drástico enfriamiento de treinta años, y luego las temperaturas volvieron a subir levemente pero sin un calentamiento evidente respecto a 1940. El problema es que el pseudo-documental manipula la gráfica del Centro Goddard de la NASA, porque se «olvida» de mostrar los datos de los últimos 20 años, en los que se aprecia de forma más dramática el aumento de las temperaturas, y la discordancia con la actividad solar que no ha aumentado en este periodo. Por otra parte, el enfriamiento observado entre 1940-1970 ha sido recientemente atribuido a la emisión de aerosoles y partículas en suspensión por la industria que se generó después de la II Guerra Mundial. Las regulaciones introducidas en Europa y Estados Unidos en los años setenta, disminuyeron la emisión de estas substancias.
Otro pseudo-argumento de los escépticos es que los registros de los núcleos de hielo de la Antártida indican que el dióxido de carbono siempre se ha elevado históricamente después de un periodo de calentamiento previo de 800 años, por lo que no puede ser la causa del cambio climático. Ello refutaría según ellos, la idea de que este gas estuviese causando el calentamiento actual. Aunque la existencia de este retraso es cierta, se tergiversa la interpretación de este hallazgo, ya que el paradigma actual explica perfectamente los periodos de calentamiento pasados mediante eventos tales como variaciones cíclicas en la órbita terrestre, erupciones volcánicas o aumentos de la radiación solar que llega a la Tierra, que desencadenarían la fase inicial de calentamiento. Tras ello, en el transcurso de unos cientos de años, el calor inicial pondría en marcha diversos mecanismos que aumentarían la liberación de CO2 especialmente en los océanos. Por lo tanto, probablemente se puede concluir que en el pasado el CO2 no fuera la chispa desencadenante de los episodios de calentamiento, pero sí fue un factor amplificador muy importante, capaz de sostener el calentamiento una vez que la causa inicial hubo desaparecido. Además también es muy importante resaltar que aunque el estudio del pasado puede ser muy ilustrativo, la paleoclimatología no necesariamente es la mejor herramienta para describir el presente o para pronosticar el futuro, y en la actualidad ni la actividad solar ni los volcanes ni las variaciones en la órbita terrestre pueden explicar el calentamiento global. En este sentido, los autores del documental también manipularon los datos que relacionan la actividad solar con la variación de las temperaturas terrestres. La gráfica original fue publicada en 1995 por Lassen y Friis-Christensen y muestra un hueco entre los siglos XVI-XVII, en el que no se observaron manchas solares por lo que no se pudieron documentar los ciclos solares de este periodo. Esta fase se denomina mínimo de Maunder y constituye uno de los grandes enigmas de la ciencia. ¿Cómo se puede entonces alegar que la actividad solar ha guiado la temperatura de la Tierra en los últimos 400 años? Pues bien, los autores del documental rellenaron este lapso para aumentar la apariencia de correlación y también (ya puestos) tuvieron mucho cuidado de no mostrar los datos de los últimos veinte años, en los que se objetivaba muy bien la ausencia de correlación alguna entre la actividad solar que no ha aumentado y el calentamiento global. Por tanto, lo que hicieron fue simplemente tratar de adaptar los hechos a su idea preconcebida de lo que debía ser la realidad.
Tampoco es cierto que el aumento del CO2 se deba a la actividad volcánica. De hecho, los datos disponibles (Gerlach 2002) indican que se necesitarían 8000 volcanes como el Kilauea en erupción a la vez, para superar las emisiones humanas de gases de efecto invernadero.
Tampoco es verdad que el vapor de agua sea el principal gas de efecto invernadero. Según la literatura científica podría producir entre el 9 y el 30% del efecto invernadero. Además es poco probable que haya contribuido substancialmente al cambio climático en cuanto que a diferencia de otros gases de efecto invernadero, el exceso de vapor de agua es fácilmente mitigado en forma de lluvias.
Hasta aquí la estrategia de tratar de sembrar dudas razonables que utilizan los negacionistas, se ha basado principalmente en mentir, en tergiversar y en escoger sólo las observaciones que vienen bien al argumento predirigido. Otra posible forma de negar el tema consiste en distraer la atención con debates accesorios. En los últimos meses ha habido una campaña de desprestigio en determinados medios de comunicación, en contra de la figura de Al Gore, del IPCC y de los premios Nobel. Una vez más, es preciso insistir en que ni las opiniones de Fred Singer, ni tampoco las de Al Gore, aportan en sí mismo ningún grado de evidencia a los más de mil artículos publicados en la última década según la revisión de Naomí Oreskes. No obstante, algunos grupos de presión y sus medios de comunicación afines, han adoptado la estrategia de desacreditar la teoría del cambio climático, desacreditando a la personalidad pública que más se ha esforzado en crear una conciencia sobre el tema. En mi opinión, quizá sea éste un buen ejemplo de aquella frase de Jonathan Swift y en este mundo de mediocridad simplemente ha aparecido un verdadero genio, y todos los mediocres simplemente se confabulan contra él.
La última estrategia de los escépticos del cambio climático, por fin, es el nihilismo. Consiste en afirmar que efectivamente el cambio climático es real, pero es imposible que los humanos podamos frenarlo. ¿Cómo lo saben? Esta idea realmente no ha sido abordada por ningún artículo publicado en literatura sometida a peer-review, y de hecho, la experiencia previa con el agujero de la capa de ozono sugiere que el esfuerzo coordinado que el IPCC trata de liderar (y los negacionistas intentan por todos los medios de evitar), sí que podría mitigar al menos parcialmente los efectos del cambio climático. Una vez más la solución debe venir del compromiso entre una ciencia honesta y empresas innovadoras capaces de adaptarse a las necesidades de un mundo en constante cambio. En este aspecto, un análisis de toma de decisiones puede ayudar a discernir las opciones más sensatas. Sin mundo no hay economía. En un escenario de falta de iniciativas frente al cambio climático, las consecuencias de un error pueden incluir un desastre sin precedentes, siempre en el peor de los casos. En cambio, en un escenario en el que se adopten las medidas adecuadas para paliar los posibles efectos del cambio climático, las consecuencias de un error supondrían en el peor de los casos una recesión económica más larga e innecesaria, que al final el propio mercado terminaría por amortiguar, como siempre ha ocurrido en el pasado.
En tanto que tratar de actuar eliminaría la única posibilidad inaceptable para cualquiera, escéptico o no, este debate probablemente sea el más importante que la humanidad haya librado nunca.
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Edición 2009 – Número 1 (227) – 17 de enero de 2009