Recomiendo:
0

Finales futbolísticas, protestas ciudadanas y censuras televisivas

Fuentes: Rebelión

Avergonzados cuando no horrorizados por el mundo empresarial, financiero y mediático que rodea al mundo del fútbol; enrabietados por declaraciones que incitan a la violencia en el campo de juego y por bandas subvencionadas de extrema derecha que campan a su aire en canchas y despachos; hastiados de que el fútbol se haya convertido -o […]

Avergonzados cuando no horrorizados por el mundo empresarial, financiero y mediático que rodea al mundo del fútbol; enrabietados por declaraciones que incitan a la violencia en el campo de juego y por bandas subvencionadas de extrema derecha que campan a su aire en canchas y despachos; hastiados de que el fútbol se haya convertido -o siga siendo- primer tema masculino de conversación cuando no primera preocupación ciudadana hispánica; agitados de que problemas sociales y enfrentamientos de clase se disuelven fantasiosamente en coincidencias de colores y banderas; sudorosos de rabia y en alta tensión ante el comportamiento incívico, chulesco y agresivo de algunos aficionados,… la lista es larga, a pesar de ello, a pesar de todo ello, muchos culés (mea culpa: mi tío cenetista me llevaba de pequeño al Camp Nou), y algunos amantes del buen fútbol, no podemos dejar de confesar que estamos maravillados ante el juego usualmente desplegado por el equipo dirigido por Pep Guardiola, un joven y prudente entrenador que leía, y creo que sigue leyendo con devoción, la poesía de aquel enorme poeta y ciudadano obrero simpatizante del PSUC que se llamaba Miquel Martí i Pol. Ayer en la final con el Atlético, el Barça dio muestras de ello, de su juego espléndido, innovador en ocasiones, bien organizado y magníficamente realizado, sin ocultar claro está que durante media hora, la tercera parte del partido, el Atlétic fue claramente superior y eso no es fácil cuando se tiene enfrente un equipo que es más bien un equipazo, pletórico en el día de hoy de recursos e inteligencia.

Pero no es eso, no fue eso lo esencial de la noche.

Lo esencial tiene que ver con el llamado himno nacional y con la institución que rige el Estado.

Cuando aparecieron los máximos representantes del Reino de España en el palco de Mestalla y sonó el himno «nacional», una parte sustantiva de la ciudadanía asistente, la vasca especialmente, irrumpió en silbidos y en manifestaciones políticas contrarias a la Monarquía. La TV1, la televisión pública como dicen llamarse, la de todos según publicidad de la casa, no fue de todos ni pública y desconectó, se alejó de lo que estaba sucediendo, e informó sobre la situación en no sé qué hotel de Bilbao o en no sé qué plaza de Barcelona. En el intermedio del partido, según parece, no llegué a verlo, pasaron en diferido, y sin manifestaciones de protestas, el momento de la entrada real y del himno.

Por la mañana, en algunas emisoras (no en la COPE forzosamente), se han referido a lo sucedido, sin criticar la censura de imágenes sino cargando de mala manera y con malos modos contra los «descorteses y gárrulos fanáticos» que se atrevían a silbar el himno de España y a criticar la monarquía desde instancias nacionalistas radicales y anti-sistema (Obsérvese de nuevo el uso de términos, que en absoluto pueden ser considerados negativos, como hirientes piedras arrojadizas).

Pues bien, habrá que decirlo una vez más: desde posiciones que no son nacionalistas ni aspiran a serlo, algunos no podemos dejar de sentir lo mismo que manifestaban los seguidores que asistieron ayer al campo de Mestalla. El denominado himno nacional, el tanta tatanta, el pachunga pachunga, no es ni será nunca para nosotros un símbolo que represente nuestra pertenencia a eso que Salvador Espriu llamaba con término bien hallado Sepharad, su pell de brau. Las gentes de mi generación, los que teníamos en torno a 20 años el año en que murió el general golpista, no podemos ni queremos evitar que cuando suena ese himno suene la melodía que acompañó 40 años de dictadura nacional-católica levantada sobre una guerra nazi-fascista, millares de exiliados, centenares de miles de muertos y desaparecidos y millones de personas ocultadas y perseguidas que vivían en una finca privada que de nuevo era el corral de 500 terratenientes, 1.000 industriales, 100 generales, 200 cardenales y 20.000 señoritos. No lo era entonces, decía, y no lo es ahora. Que sus orígenes no sean estrictamente franquistas sino Reales no es propiamente un argumento sino un item que aumenta nuestra lejanía de esa marcha. El único himno estatal en el que nos reconocemos era y sigue siendo el Himno de Riego, el himno de la II República (Ibidem respecto a enseñas y banderas).

Por lo demás, nada nos aproxima a una institución que, como era de prever, como estaba cantado desde el día de su Restauración, es un escándalo político, financiero, un ámbito de privilegios y servilismo, una arista activa para situar a las gentes rebeldes en un coto cerrado y perseguido y un espacio en el que la ideología del Opus dicta opiniones y creencias.

Algunos aficionados, pues, silbaron el himno monárquico-franquista y criticaron los representantes de la Monarquía borbónica. Muchos otros, sin estar en el campo, entendemos esas manifestaciones ciudadanas y las compartimos, y creemos además inadmisible la censura televisiva a la que fueron sometidas. ¿Ha quedado claro? ¿Me he explicado? ¿Pasa algo?