Inmaculado, inocente, puro… «Como si el mundo entero / una nevada súbita / lo hubiese recubierto / de silencio y blancura», que diría el poeta Ángel González. En el nuevo mundo, la esperanza es blanca. Y está en nuestra mano. Steven Chu, ministro de Energía de Estados Unidos y premio Nobel de Física, ha propuesto […]
Inmaculado, inocente, puro… «Como si el mundo entero / una nevada súbita / lo hubiese recubierto / de silencio y blancura», que diría el poeta Ángel González. En el nuevo mundo, la esperanza es blanca. Y está en nuestra mano.
Steven Chu, ministro de Energía de Estados Unidos y premio Nobel de Física, ha propuesto esta semana en Londres blanquearlo todo para luchar contra el cambio climático. Un remedio barato y factible. Si pintásemos de blanco las azoteas de los edificios de las cien mayores ciudades del planeta y de gris cemento el pavimento de sus calles (de blanco cegaría a los conductores), el calentamiento del planeta no crecería, por lo menos en la próxima década. Sólo ese primer brochazo, en emisiones de CO2, equivaldría a prohibir la circulación de todos los coches del mundo durante diez años.
Las superficies planas pintadas de blanco y los colores claros reflejan, en lugar de absorber, la luz del sol. Hace un par de años, un estudio desveló que los invernaderos de Almería, con sus más de 30.000 hectáreas de terreno ocupadas desde 1980, enfriaban el clima local. El mar de plástico almeriense devolvía tanto sol, tanto calor, que, a diferencia del resto de las ciudades españolas, donde la temperatura media crecía año tras año, en esa tierra había descendido 0,3 grados por década. Un milagro.
Limpio, luminoso, virgen… El nuevo mundo, si es, será blanco. Monocromo. El planeta azul se hundió. Por generoso. El arco iris, estéril y vano derroche de color, pasó a la historia. Por excesivo, disparatado. La tierra brillará como nunca, para envidia del resto de los planetas. Llena. Blanquísima. Perfecta. Fría. Muerta.