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El maltrato animal no es noticia

Fuentes: Rebelión

Leer a diario informaciones deportivas, destacando por su número las relativas al balompié, o acerca de las más nimias vicisitudes de aquellos que son famosos por ser famosos, no produce ningún efecto de cansancio en la mayoría de la gente. Cuando nos acercan injusticias, conflictos o situaciones de miseria ya resultan más «cargantes» y el […]

Leer a diario informaciones deportivas, destacando por su número las relativas al balompié, o acerca de las más nimias vicisitudes de aquellos que son famosos por ser famosos, no produce ningún efecto de cansancio en la mayoría de la gente. Cuando nos acercan injusticias, conflictos o situaciones de miseria ya resultan más «cargantes» y el lector las administra tendiendo a la cicatería en su consumo; me refiero por supuesto a sucesos acaecidos fuera de su ámbito o que le trasladen episodios sangrantes pero ajenos a su cotidianidad, por más que sean tristemente habituales o en el fondo le afecten aunque no sea consciente de ello, como ocurre con las guerras, las hambrunas, la represión o falta de libertad, que si hablamos de un tirón junto al portal de ese ciudadano, la noticia adquiere para él un cariz dramático y que eclipsa en importancia a cualquier genocidio planetario.

¿Pero qué es lo que pasa si encima los protagonistas luctuosos del hecho no son seres humanos, sino animales de los denominados irracionales? -que la animalidad es una característica común a un Señor de Murcia o a un cerdo de Lugo- pues que el hastío se apodera del leedor con sólo ver el titular y lo que es más lamentable, el desinterés lo hace del medio de comunicación, centrados como suelen estar en brindar noticias de saldo y oferta, pues saben que son las que la gente demanda con fruición y abundancia, así su producto se vende mejor, los beneficios aumentan y el alcance universal de la información queda para mejor ocasión o para otro medio, que también los hay que se ocupan casi a diario de estos asuntos, es justo reconocerlo, y aunque algunos acaban cediendo a la presión de sus consejeros y poco a poco dejan de contarnos acerca de toros torturados, de zorros despellejados o de perros destrozados tras alguna pelea ilegal, otros tienen la honestidad y la responsabilidad suficientes como para publicar estos hechos una vez tras otra, y es que el maltrato a los animales es todavía más frecuente que los encuentros de fútbol o las bodas, bautizos y separaciones de los famosos. Aunque no lo parezca, en España hay más crímenes con resultado de muerte que uniones o desuniones civiles y encuentros deportivos juntos.

Después de escribir numerosos artículos tratando de divulgar esta cuestión, intentando que el mayor número de gente posible se comprometa a través de su conocimiento en la lucha contra el padecimiento intolerable al que el ser humano somete a los animales de tantas y tan terribles maneras, he sido testigo de cómo algunos diarios o soportes informativos dejaban de publicarlos imagino que aburridos por su repetición o rendidos ante determinadas presiones. Es en todo caso una claudicación penosa y un ignorar voluntariamente una realidad continua. Pero por mucho que algunos se dejen llevar por el «ojos que no ven, cabeza que no piensa», esa tragedia sigue ahí y eso no hay consejo editorial que pueda cambiarlo.

Qué tal vez es reiterarse con machaconería decir que las corridas o que los toros embolados, alanceados, del aguardiente, etc., son un espectáculo cruel y vergonzoso, pues sí; o explicar que engordarle el hígado a una oca diez veces su tamaño, adiestrar a un elefante por medio de golpes y de drogas o arrancarle la piel a un visón son salvajadas infames resulta redundante porque el proceso es siempre el mismo, pues también; como lo es hablar de los abandonos, de las matanzas de perros y gatos en las perreras, de la caza como deporte repugnante o de arrancarle los ojos a un conejo para anotar los resultados; todo eso es insistir acáso con pesadez en lo que ya se sabe, estoy de acuerdo. Pero, ¿cuál debería de ser nuestra actitud?, ¿denunciar públicamente una sola vez y cumplido el trámite y satisfecha nuestra cuota de solidaridad, olvidarnos del asunto y dejar que siga ocurriendo?, ¿todo por no aburrir con nuestra insistencia? Entre indiferente y fatigoso, elijo el segundo adjetivo. Me duelen menos las críticas que recibo por pelma que la muerte atroz de miles de animales, para ser exacto, las primeras no me afectan pero esos asesinatos a manos de cobardes exaltados me revuelven las entrañas.

Tal vez olvidar el tema sería lo más inteligente desde el punto de vista mediático, que a nadie le gusta tropezarse cada día con vísceras, sangre, cuerpos desollados o seres ahorcados, pero el que entre tantas páginas hablándonos de fichajes, de divorcios, de los zapatos de Leticia o de las copas de Nadal, no quede espacio para describirnos el espanto diario al que se ven sometidos cientos de miles de animales en nuestro País, lo que indica es cobardía de unos y egoísmo de otros. Mientras tanto, los responsables de impedir que tales hechos sigan teniendo lugar, están muy tranquilos porque sólo hay que dar explicaciones al Pueblo de lo que se convierte en noticia; el resto, lo que se intenta esconder, forma parte de ese alimento moral, podrido y envilecedor, que de manera forzada nos meten a través de un tubo hasta bien adentro, exactamente igual que a las ocas de antes. Ellas mueren entre terribles sufrimientos al cabo de unos días de iniciado el proceso, nosotros tenemos mayor resistencia, porque entre miseria y miseria, nos dan algún cachito de carnaza para que nos sintamos satisfechos.

Lo cierto es que pienso seguir así por más chaparrones que me caigan; otros se manifiestan un día sí y otro también hasta que les ponen un centro de atención primaria cerca de sus hogares o para protestar por la peligrosidad de su barrio. Pero cuando los afectados son incapaces de coger una pancarta, de organizar una concentración o de presentar una denuncia en el juzgado, ¿cómo actuamos?, ¿los abandonamos a su suerte, a su infausta suerte?. Claro, son animales, ¡qué más da!, si ni tan siquiera pueden hablar. Pero resulta que tampoco ese argumento me sirve, porque he visto a «estrellas mediáticas» cuyo mensaje me resultaba más ininteligible que el rebuzno de un burro, esas mismas criaturas que se siguen utilizando para que nuestros encantadores hijos den paseitos por la feria, así hasta que mueren extenuados y molidos a palos -los burros, no los niños- aprendiendo de paso gracias a nosotros que maltratar a los animales es algo natural.