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En memoria de los guerrilleros antifascistas asesinados el 27 de septiembre de 1975

Fuentes:

Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga quiero que no me abandones, amor mío al alba, al alba, al alba (Luis Eduardo Aute) En el aniversario de los fusilamientos del 27 de septiembre, para los trabajadores y los pueblos del Estado capitalista e imperialista español se imponen reflexiones urgentes. No es una […]

Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga

quiero que no me abandones, amor mío

al alba, al alba, al alba

(Luis Eduardo Aute)

En el aniversario de los fusilamientos del 27 de septiembre, para los trabajadores y los pueblos del Estado capitalista e imperialista español se imponen reflexiones urgentes.

No es una simple cuestión de memoria histórica para con los militantes independentistas y socialistas de ETA, Ángel Otaegi y Jon Paredes «Txiki», y comunistas del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), Xose Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez-Bravo.

Se trata también de recordar que los pelotones de fusilamiento que acabaron con sus jóvenes vidas eran tan fascistas como los que segaron la vida de cientos de miles de antifascistas entre 1936 y 1939. Y se trata de recordarlo ahora, cuando la Audiencia Nacional acaba de prohibir numerosos actos de homenaje a estos cinco héroes del pueblo, cuatro de ellos -para más inri- organizados por una asociación perfectamente legal como Ahaztuak 1936-1977 (Víctimas del golpe de estado, de la represión y del régimen franquista).

Como este escandaloso hecho vuelve a demostrar, ni el franquismo fue sólo Franco ni puede circunscribirse a los tres años de alzamiento militar. El mito de la «Transición» carece ya de credibilidad, en una «España» cuyo jefe de Estado vitalicio fue designado sucesor por el propio Franco, cuya Audiencia Nacional prolonga bajo otro nombre las prácticas del Tribunal de Orden Público franquista, cuyos sindicatos mayoritarios prolongan bajo otras siglas las prácticas del Sindicato Vertical OSE y cuya propia bandera rojigualda fue establecida por el golpe fascista del 36.

Por último, recordar que estos fusilamientos coinciden con un giro histórico del PCE, que dejó de abogar por una ruptura democrática, para defender una reforma pactada con los franquistas. Cinco años antes, cuando el Proceso de Burgos de 1970, la estrecha colaboración entre el PCE y la izquierda abertzale fue tan efectiva que, juntos, ganaron el pulso a la dictadura y salvaron la vida de los condenados. En el 75, sin embargo, el PCE abandona a estos hermanos revolucionarios (y también a los del FRAP), ordenando a sus abogados que no participen en la defensa de los cinco condenados y a sus militantes que no se solidaricen con ellos. Desde entonces, no ha dejado de ocultar sus propias traiciones, fomentando el interesado mito de la «insolidaridad abertzale».

Por la superación de este mito, por la unidad entre independentismo e internacionalismo (inaugurada por Iniciativa Internacionalista y necesaria para enfrentarse con credibilidad a la Constitución española y al régimen) pasa la posibilidad de generar un movimiento de masas con vocación de poder y que se marque como objetivos la construcción del socialismo y la autodeterminación.

Y la mejor manera de homenajear a estos cinco luchadores asesinados por el fascismo es proseguir su lucha.