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Claridad y distinción cartesianas en el valle del nacional-catolicismo español

Fuentes: Rebelión

El Valle de Los Caídos, el Valle de Cuelgamuros, no es en absoluto, ha afirmado recientemente en ABC el Abad benedictino Anselmo Álvarez Osb, el monumento a una victoria militar fascista, aunque, nos recuerda también el señor Abad, la derrota republicana está en su origen. Lo esencial, señala, es «la memoria de la convulsión sufrida […]

El Valle de Los Caídos, el Valle de Cuelgamuros, no es en absoluto, ha afirmado recientemente en ABC el Abad benedictino Anselmo Álvarez Osb, el monumento a una victoria militar fascista, aunque, nos recuerda también el señor Abad, la derrota republicana está en su origen. Lo esencial, señala, es «la memoria de la convulsión sufrida en la convivencia nacional».

Será eso aunque, en la consideración benedictina, la contradicción (o el lenguaje que oculta para satisfacer apetitos insaciables) asome la patita e incluso, admitámoslo, toda su alargada pierna.

Pero no es eso, diga lo que diga el señor Abad. Según el decreto fundacional del Valle de 1 de abril de 1940, el monumento y la basílica se construyeron para «perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada […] La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos«.

Setenta años más tarde, se afirma lo que se quiera afirmar, las cosas no han cambiado sustantivamente. Los monjes benedictinos celebran anualmente un gran funeral por «todos los caídos». Es la culminación de sus sufragios diarios. El gran funeral, dicen, es un acto religioso, sin significado político, y abierto a todos y a todas. Por supuesto, claro está. ¿Quien puede dudar de ello en su sano juicio?

¿Demostración de todo ello? La siguiente: el señor Abad propone que, a partir de 2009, a partir del año en curso, la fecha de dicho «gran funeral» que hasta ahora se celebraba todos los años el 20 de noviembre (ese era el día del gran funeral pacificador, el día del general africanista y del fundador de la Falange) se trasladará al 3 de noviembre, a las 11 horas. Eso sí, por si fuera necesario, matizaba el señor Abad, «la memoria litúrgica correspondiente a los aniversarios coincidentes de Francisco Franco y de José Antonio tendrá lugar durante la misa conventual» del 20 noviembre, también a las 11 de la mañana.

Claridad y distinción, como el compromiso que el Gobierno ha adquirido de financiar la exhumación de los restos de represaliados republicanos enterrados junto a Franco sin el consentimiento de sus familiares. Repaso la historia brevemente.

El abad benedictino del Valle conserva un registro1 con 20.000 nombres y la procedencia de cuerpos trasladados al monumento. Hay, además, según parece, entre 15.000 y 40.000 esqueletos sin identificar -repárese en la horquilla- cuya identificación jamás ha sido impulsada por Patrimonio Nacional. ¿Para qué iba a hacerlo?

Pero, ¿cuerpos de quiénes? En algunos casos, sin poder precisar más, de ciudadanos republicanos fallecidos cuyas tumbas fueran profanadas, sin permiso de los familiares, para inaugurar el monumento a «los caídos» en 1959: el 65% de los trasladados lo fueron antes de 1965; el resto, el 35%, se siguieron trasladando hasta, repárese en la fecha, 1983, ocho después de la muerte del dictador golpista.

El gobierno se ha comprometido ahora a censar, en un plazo de medio año, las víctimas que fueron trasladadas al Valle de Cuelgamuros (el nombre, como la cosa, ya es en sí terrorífico). Esperemos que esta vez cumplan lo acordado.

Una vez se haya realizado es posible que, nuevamente, se apunte a la necesidad de que las familias soliciten su traslado a su anterior ubicación. No debería ser el caso. Las familias pueden no estar atentas, pueden estar desinformadas o incluso puede no importarles. Es igual. El Estado debe reparar tamaña injusticia trasladando a su lugares, digamos, naturales los esqueletos de personas que, en buena lógica y con la minima moralia, no pueden yacer al lado del Generalísimo que les reprimió, persiguió e incluso asesinó. ¡Víctimas yaciendo al lado de su verdugo sin consentimiento! Esa ha sido la reconciliación del fascio español.

Una vez efectuado el traslado, una vez el Valle de los Caídos por Dios y por la España una, grande y libre (el mismo nombre ya delata su finalidad político moral, diga lo que diga el abad benedictino), nadie en mi opinión debería exigir el cierre, clausura o destrucción de los monumentos del Valle. En absoluto. Deberían permanecer como símbolos de lo que son, sin ocultamiento ni cuentos abyectos en guías turísticas como ocurre actualmente. Como permanecen, simbólicamente, los campos de exterminio o de concentración del nazismo.

La España fascista, dirigida por el general golpista africanista, en alianza con el rancio nacional-catolicismo español, construyó un monumento, con el esfuerzo y explotación de muchos presos republicanos que jamás se reconocieron en su tarea, en honor no del espíritu humano (¡por favor!) ni de la conciliación entre españoles2 (¡por favor!) sino como apología de su victoria, como canto coral de eso que siguen llamando «alzamiento nacional» y que no fue otra cosa que un golpe militar frustrado por la resistencia heroica de la ciudadanía republicana, que contó con poco ayuda internacional (prácticamente de la Unión Soviética) y con la solidaridad inolvidable de los brigadistas internacionalistas.

Notas:

1 Diego Barcala, «Los republicanos saldrán del Valle de los Caídos». Público, 1 de octubre de 2009, pp. 34-35.

2 Pasados los años, no parece absurdo sostener que la política de «reconciliación nacional» fue una consideración político moral que penetró, básicamente, entre la ciudadanía de izquierdas de este país y poco, muy poco, entre las «gentes de derecha de toda la vida».

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.